Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

miércoles, 6 de enero de 2010

XI.- Ignoras la malicia.

Sentada en un sillón de tresillo, observaba los movimientos de cada de una de las personas de grupo. Me sorprendía la capacidad de liderazgo de Patro y su dominio de la música de jazz. Parecía ser la asesora musical, o la directora. Los músicos no eran profesionales y ensayaban dos veces por semana. Empezaban a dar conciertos en circuitos culturales y preparaban una presentación oficial, como grupo, en la Sala Clamores o en Segundo Jazz.
El más gracioso, por lo simpático y extrovertido era Chema, el batería, y dueño de la casa. Luego estaban: Álvaro al bajo, Julián, al que llamaban El Juli, en la guitarra, Oscar al piano y Luismi a los saxos y flauta. Algunos de ellos habían tocado en grupos de rock o de pop y llevaban poco tiempo en el mundo del jazz. El caso más curioso era el de Chema que sin estudios de música y sin otra motivación que su amor al jazz, un buen día, animado por sus amigos, se compró una batería de segunda mano y después de tres meses de clases con el batería de los Saratoga, se decidió a participar y crear el grupo y establecer como sala de ensayo y sede central, su cuadra de vacas, reconvertida en casi un salón de baile con escenario y mesa de mezclas para grabaciones domésticas.
Ese tipo de experiencias me parecían muy enriquecedoras y me llenaban de envidia y admiración. Hay que pensar que todos ellos tienen sus trabajos y todo su ocio y tiempo libre lo dedican al grupo y a la música. Como acababa de llegar me sentía un poco intimidada y aún fría entre tanto desconocido.
Susana la mujer de Chema y anfitriona me invitó a que acompañara a las tres mujeres, que iban a encerrar a los caballos.
En los jardines jugaban un par de gatos, tres perros enormes, que guardaban la casa mientras los dueños estaban en el trabajo, y cinco o seis gallinas. Las tres mujeres iban en animada conversación y la que estaba embarazada, Elizabeth, hablaba por los codos. Decía que iba a aprovechar para fumar un cigarrillo ahora que su marido, Oscar, no la ve. Comentaba que el médico le dijo que no importaba que fumara un poco. Que al feto le perjudicaba más el estrés y los nervios posibles de la madre, que un cigarrillo de más o de menos. En definitiva: que fumara lo menos posible y que no importaba si de vez en cuando, para calmar la probable ansiedad, fumaba un cigarrillo.
Elizabeth daba la sensación de no ser muy feliz en su relación con su esposo y dejaba caer algunas insinuaciones que yo no entendía muy bien porque acababa de llegar y no sabía nada de la historia de ella ni la de nadie. Su niña, la que jugaba con el osito, es muy pequeña y Elizabeth comentaba que por ella no habría tenido otro hijo tan pronto. “Oscar tiene vocación de padre de numerosos hijos”, comentó. Esa frase me rondó más segundos de los normales por mi mente.
Los caballos resultaron ser un caballo, una yegua y un potrillo de meses. Como soy tan inocente, ignorante más bien, se me ocurrió preguntar que si el potrillo es hijo de los dos. Todas se rieron de mi y aclararon que el caballo estaba castrado y que tuvieron que llevar a la yegua a que la cubriera un semental. Menos mal que no les pregunté mi duda: ¿qué quiere decir que “la cubriera“? Poco después entendí, por deducciones mías, sin que me ayudara nadie, que quería decir que el caballo semental follaba con la yegua y la dejaba preñada. Tengo que ser más rápida. Esta gente se da cuenta de todo. No pecar ni de demasiado lista ni demasiado tonta. Ojo al dato, me decía mientras de la mano de un ramal llevaba al potrillo, que como un corderito me seguía. Comentó Susana que se me daban bien los animales y que si me animaba me vendían y criaban el potrillo. La verdad es que me sorprendía la docilidad para conmigo de tan precioso y tierno animal. La tercera mujer, que hablaba poco pero cuando lo hacía pinchaba duro, dijo: como eres más joven que nosotras te quiere a ti y añadió: si es que la sangre es la sangre. Enseguida saltó Susana diciendo eso tan rutilante de que la jodienda no tiene enmienda. No entendí muy bien por qué lo relacionaban a que el potrillo se viniera, tan dócil y cariñoso, conmigo. No sé.
Cada uno de los episodios de la vida, por muy elementales y cotidianos que pueda parecernos, tiene su importancia. Cada detalle, por nimio que parezca, forma parte del gramaje del puzzle de nuestra existencia. Por eso hay que estar siempre con el ojo avizor, cuidado con qué dices, qué haces, qué miras. Tus actos te delatan y me sentía observada con lupa por aquellas tres mujeres. Me daba miedo Socorro, la más callada y puñetera, por decirlo suave.
En el establo me enseñaron a poner el pienso en el pesebre del potrillo. Al despedirnos de los animales, en señal de agradecimiento pasé la mano por el lomo del potrillo y el animal hizo como un estremecimiento y movía el rabo como de contento.
- No hay duda, se ha enamorado de ti. Debe influir tu pelo tan negro y tan largo. Tal vez su padre es negro y tiene la crin parecida a tu pelo. Sería curioso que coincidiera, comentó Socorro, la lista.
- El que lo sabe es Chema. Se lo preguntaremos cuando terminen de ensayar.
- Es que Patricia es muy guapa y eso atrae a los machos. Ya podemos tener cuidado con ella. Es broma mujer.
- Yo no me veo tan guapa. Soy normal, del montón. Como vosotras, vaya.
Y todas nos echamos a reír y mientras cerrábamos las puertas de la cuadra se me ocurrió decir: Adiós amor, que pases buena noche. Te inventaré un nombre distinto a todos. Te llamaré “Distinto” porque eres puro en tus sentidos y sentimientos. Eres bueno y confiado porque ignoras la malicia. Duerme y sueña “Distinto” mío.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio