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domingo, 24 de enero de 2010

XXIII.- El cielo sabrá entenderme.

Prescindiendo de los detalles, regresamos a casa y cada una toma posición en el lugar que le corresponde como madre, esposa, compañera, amiga o lo que sea. Todas tienen su lugar y su papel asignado desde hace tiempo. Soy la única que no sabe bien el argumento y qué viene en la siguiente escena. Así es.
Me senté junto a la chimenea, al calorcito y con las tenazas cogí una brasa para encender un cigarro. Me sentí especialmente observada por todos, especialmente por Chema que me dio señas de que le siguiera, que iba a encerrar a los caballos, que se está nublando, y que mientras preparan las mujeres la mesa y los hombres la carne para la comida, hablamos. Patro colocaba sus partituras y las guardaba en su carpeta azul con gomas. Se acercó y me preguntó qué por qué estaba triste, que si quería, nos íbamos a casa. Al comentar que no me había acordado en toda la mañana del señor desconocido y que me daba pena, que eso era todo, dijo que a ella le pasaba lo mismo, que no fuera niña caprichosa y disfrutara del momento.
El cielo negro, presagiaba una tarde de abundante lluvia, la ligera brisa helada que nos cortaba el aliento indicaba, claramente, que estaba nevando en la sierra, a muy pocos kilómetros de allí.
El anfitrión, tan atento conmigo siempre, me dio a elegir un sombrero de entre la colección que tenía colgada de un perchero donde también había abrigos y chaquetones. Me probé dos o tres distintos y elegí el que más del oeste americano me parecía.
Pasamos por las caballerizas a coger las cabezadas y las bridas y le dije que yo no quería montar a caballo que me daba miedo y él erre que erre y menos mal que cayeron cuatro gotas y desistió de la idea. El traía del ramal al caballo y yo a la yegua y el potro en el medio de los dos y Chema empezó a contarme la historia de la casa y a decirme que el potro era para mi, si lo quería, te lo regalo, no te preocupes, haremos el paripé del precio, pero no me lo pagues, quédate con él y ven cada poco a verlo y así te podré ver yo a ti y lo de la piscina cuenta con ello, para que la haga otro, la haces tu, esta casa formaba parte de una gran hacienda de un poderoso de cuando el franquismo, tenía dos hijos y una hija, entonces mandó hacer tres casas, una para cada uno y esta le tocó a la hija, que salió un poco bastante rebelde y artista, pintora, escritora, bohemia, transgresora, ya sabes, el caso es que fue una de las primeras víctimas del sida y aquí en la casa hubo de todo, mucha droga, mucha parafernalia artística y dos muertes por sobredosis, una historia terrible. La casa necesita una piscina y reformar toda la parte de arriba y la casita del pastor hay que rehacerla y si te digo la verdad, quiero que empieces por reformar la casita del pastor y que tu vivas en ella, que vengas a pasar aquí los fines de semana y las vacaciones y lo que quieras y más aún, quiero que seas mi amante y quiero que empieces a pensar en mi y a desearme a partir de este momento y como dije lo que te pensaba decir, ahora vamos a comer que nos esperan ¿Te das cuenta de cómo te quiere el potrillo? Pues tuyo es, aunque no me quieras. Claro que estoy loco. Por ti.
- No me lo puedo creer, Chema. No me conoces de nada y mira lo que me propones. Tengo mi dignidad y aunque me gusta el potro y necesito trabajar por mi empresa... prefiero no pensar, prefiero creer que no he oído nada. Mira qué bien comen su pienso y qué felices son. Deberíamos ser como ellos, como los caballos, no necesitar de los sentimientos para sobrevivir.
De vuelta a la casa la mano de Chema rozó la mía y sentí un escalofrío. El tacto de su mano despertó en mi algo que trascendió y volví a sentir la necesidad de cambiar de pantys.
Chema es algo más alto que yo y tiene ojos increíblemente azules que contrastan con su piel morena y su pelo negro como el azabache canoso en la parte de las patillas y su sonrisa tan blanca como la nevada de ayer. No quiero pensar, sólo quiero comer un poco y largarme de aquí.
El cielo sabrá entenderme.

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