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martes, 26 de enero de 2010

XXIV.- La única alegría que me queda.

Apurar el presente me entristece tanto como me alegra. Si es cierto, como parece, que tienen razón los que afirman que el pasado no existe y que el futuro tampoco, porque aún no ha llegado y nunca sabemos con certeza si llegará y que del pasado sólo queda el recuerdo y no siempre grato, me aferro a la realidad y me entristece y a la vez me alegra irme de la casa de campo de los amigos de mi amiga. Mientras comemos las costillas de cordero y un poco de todo lo que allí había, me despedía.
Elizabeth no dejó de insistir en su idea de los embarazos encadenados. Me habla, con disimulo, del subconsciente colectivo, y dice que, si me fijo bien, cuando se ve a una mujer embarazada, no muy lejos habrá otra y no se cuantas cosas de las tribus primitivas, que si me decido que se lo diga.
Las niñas no dejan de hablarme y de hacerme sus preguntas tan curiosas. Les interesa saber si, por este orden, cuántos años tengo, si volveré pronto y si soy profesora. Me sorprende su interés y su inocencia y es muy grato comprobar que les gustaría que volviera. “Vuelve cuando quieras”, me dicen.
Las mujeres dejan constancia de que me admiten en el grupo e insisten que no deje de volver, que dentro de poco, dicen, viene el buen tiempo y da gusto pasear andando, en bicicleta, en el caballo, o simplemente estar a la sombra de los árboles. No dejes de venir independientemente de si viene, o no, Patro. “Estás invitada tu sola o en compañía”.
Y... los hombres se deshacen en miradas y en elogios a mi pelo, a mis ojos tristes y acuosos , en mi buen tipo, en mi simpatía, que no se cómo pueden ver que soy simpática y me piden la tarjeta y aseguran que si saben de algo, me llamarán para que les haga las reformas que surjan en sus negocios o en los de sus amigos, que aquí siempre tendrás, música en directo, interpretada por nosotros, y comida y bebida y una habitación para mi sola, si quiero. “No seas tonta y ven cuando te apetezca. Te lo decimos de corazón”.
Chema no para de mirarme y me pone nerviosa y me lo imagino y no puedo resistir su mirada azul como el mar y su sonrisa tan prometedora y se las arregla para, en un aparte, recordarme su oferta. “Te llamaré en cuanto vaya a Madrid y te invitaré a un café. Si aceptas, bien. Si no aceptas, también bien”.
No bebo apenas vino Ribera del Duero para que no se me note la facilidad con la que me emborracho y casi ni hablo para que se me note el temblor de mi voz y ... a las cuatro menos cuarto, en punto, salimos Patro y yo montadas en su Harley Davison y regresamos a Madrid. Me despedí de todos y cada uno, sin dejar claro si volveré a la casa o no. La verdad es que ni yo misma sé lo que haré. Me gustaría ser fuerte y dominarme para volver y disfrutar del campo, de la naturaleza, de tantas y tantas cosas, pero a la vez me da miedo por un lado y por otro me da terror no volver.
En la moto, con el casco puesto, les doy de mano y les digo adiós. Nadie, ni Patro, ni nadie, sabe que lloré. Lloré porque aún no se nada de la vida ni del amor ni de nada. Soy una inútil aprendiz de todo y cuando pude sobreponerme, no sé si segundos o siglos después pude responder a la pregunta de Patro, que no había oído:
- ¿Vas bien, cariño?
- Si... tira. Voy perfectamente.
- ¿A que son majos?
- Ya lo creo. Son muy majos, se han portado conmigo de una forma increíble.
- ¿Te ha pedido presupuesto de la piscina Chema?
- No. Me habló de ella, pero no me dijo nada de presupuesto. De todas formas, les dejé a todos mi tarjeta. Si quieren algo, que llamen.
- ¿Quieres que demos una vuelta a ver si vemos al señor desconocido?
- Como quieras. Lo que tu hagas bien hecho estará.
- Pues le buscamos ¿Te parece?
- Me parece.
No está. El desconocido señor Armando, no está. Mi dolor está tan afilado como navaja de afeitar y es muy posible que pronto mi desesperación me lleve al borde del precipicio y allí decida si me tiro o regreso a masticar mi soledad acurrucada a los pies de la cama. Tristemente mis pantys mojados son la única alegría que me queda.

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