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jueves, 28 de enero de 2010

XXV.- Las vistas son maravillosas.

¿Que tengo que hacer después? Cuando en el garaje bajamos de la Harley Davison, Patro y yo, sincronizadas, nos quitamos el casco y mi pelo se liberó y ella, con una cara de satisfacción inmensa, me miraba con admiración la belleza que, según decía, irradia de todos mis gestos y mis actos.
En el ascensor, comentaba Patro, que haberme conocido y todas y cada una de nuestras vivencias, le habían sido tan enriquecedoras y positivas que, no podía por menos, que sentirse orgullosa de que yo ya perteneciera, irremediablemente, a su vida para siempre.
Comenta que cuando me quité el casco y con ese gesto mío, tan característico, de mover la cabeza y explayar todo mi pelo negro, lacio, brillante, y tan espeso y largo, como crin de caballo, y vuela como cóndor y se posa en mis hombros y casi me tapa la cara, dice que se siente fascinada y que si fuera hombre caería rendida a mis pies. No me gusta creer que soy tan guapa como dicen. Prefería que ni me lo dijeran, pero siempre, desde niña, me dicen que soy muy guapa y la verdad es que me da igual porque para lo que me sirve.
Al entrar en la casa de Patro el carillón del reloj de columna se desboca para avisar de que son las cinco de la tarde, las cinco en punto de la tarde. Me dispongo a coger las bolsas de la compra con mis botellas y estoy decidida a despedirme y no se muy bien si para siempre y Patro me observa con una cara de tristeza y nos miramos tan intensamente...
- ¿Me dejarás así, sin más? Es domingo, podrías quedarte algo más conmigo, digo yo ¿No tomas un poco de coca cola y fumas tu último cigarro junto a mi, antes de despedirte?
- Patro, no me lo pongas más difícil. Mañana tengo un día complicado de trabajo.
- Aún falta mucho para mañana. Tienes tiempo de sobra para estar sola en casa y yo tengo toda mi vida por delante de estar sola. Aprovecha y sube al tren que espera por los viajeros y tu estás indecisa. Sube al tren, no seas tonta.
- Me siento sucia. Mis pantys están hechos un asco.
- Pasa, no te quedes a la puerta con esa maldita bolsa de supermercado en la mano. Pasa y vete al baño, dúchate que te dejaré unos pantys míos y si quieres, a las ocho en punto te vas. Por favor, Patricia, no me mires así, que me desarmas. Vete y no volveremos a pensar en Armand, ni en la librería, ni en la reforma de mi casa, ni en el grupo de jazz, ni en los caballos. Vete, si así lo deseas.
- Me hago pis. Con tanto nervio me estoy meando por la pata abajo.
No pudimos evitarlo. Nos abrazamos y lloramos como dos tontas y pasé al baño y por un instante, vi reflejado en el espejo la sombra de un tren precioso que emprendía viaje hacia lo desconocido y mientras me iba desabotonando los botones de mis Levis nº 5, una inmensa alegría inundaba mi corazón. Me sentía al borde de ese precipicio que siempre me acompaña pero, si he de decir la verdad, las vistas son maravillosas.

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