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miércoles, 24 de febrero de 2010

XV.- ¿A qué huele el Paraíso?

Y continúa Cortázar: “Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre si, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde el aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio...”. Me deja desarmado un texto así y los muchos que contiene el libro.
Despertar de un sueño, como el que tuve, es odioso porque me estaba gustando y por lo que noto, también le gustaba a mi mejor amigo que está desesperado y se asoma brillante, implorando una caricia o mil. Pero no se puede ni se debe.
No suelo recordar los sueños cuando han pasado unos minutos, sin embargo, de este sueño con la adolescente asiática, me suelo acordar incluso varios días después y cuando se ha diluido y olvidado, renace de nuevo y ella, la adolescente sensual, me pide que la bese para que sepa lo que es besar un ángel de la tierra del Sol Naciente y lo pueda describir. A veces llego hasta el final y me despierto desbordado o a punto de desbordarme y en ese caso, es inevitable y solo con un ligero roce de la yema de mi dedo en medio de la boca, abierta implorante, que me pide que acaricie, que roce, me viene el alubión y me siento confortado porque la muchacha de Kioto me quiere.
Es grande el deseo e inmensa la necesidad. Ella es siempre el referente, el horizonte donde me asomo y la reconozco tal como era cuando vivimos los millones de besos y de orgasmos que fueron aquellos tres días y cuatro noches juntos, cerca del mar, donde la bahía se reflejaba para bañarse entre las olas. Ella es la que aparece en los sueños disfrazada de ángel de Oriente... y me hace sentir vivo y fuerte para luchar por el amor a mi mismo, porque, como decía la madre que ya no tengo, de la forma con la que te quieras, te querrán.
Debe ser cosa de este invierno pero ya se cansa uno de tanta lluvia, de tanta lágrima de las estrellas, de tanto llanto del cielo. Tal vez el pobre espacio ilimitado del Universo está harto de tanta sequedad en las almas de los hombres y nos manda abundancia de agua para que la repartamos entre los millones que tienen hambre y sed de justicia y de pan con queso, o con arroz, o con un poco de leche, o con un poco de miel, o un poco de... ternura y luz en los ojos de los que están ciegos.
La lámpara está deseando que la encienda porque la penumbra ya es negra como la boca de la noche, pero no. Quieto así. Piensa en ti. Piensa en lo que eres y en lo que te has convertido. La lámpara es buena compañera y me habla y la escucho y a veces, hasta discutimos. Menos mal que ya no bebo, porque cuando bebía, la lámpara se convertía en mi maldita enemiga y se movía y se movía y me volvía loco, porque mientras más bebía yo, más se balanceaba ella y yo la gritaba: quieta, quieta te digo, hija de tu madre y la lámpara venga va y viene y un día me dije: esta cabrona se mueve para avisarme de que la bebida no me sienta bien y, mano santa, dejar de beber y quedarse quieta todo fue uno. Suena el maldito timbre de la puerta.
Sin muletas ni nada, a la pata coja, me acerco y pregunto quién es sin haber mirado antes por el agujero de cristal.
- Soy Yolanda Aguirre. Pregunto por Abel ¿Es usted?
- Si señora, soy Abel.
Abrí la puerta y por un instante pensé en ser concreto y tajante, recoger el sobre que había quedado en traerme y que se fuera con viento fresco a cumplir eficazmente con su papel de Secretaria de Alta Dirección... que se fuera a lamer el trasero del Señor Director y de sus colegas de la Alta Administración de la Gran Empresa a la que representa... Pero lo pensé mejor y la mandé pasar.
Un perfume penetrante y una oleada de elegancia y estilo, me enredó en una nube de color fresa, semejante al algodón dulce que venden en las ferias y fiestas de la pequeña ciudad del norte, donde nací.
¿A qué huele el Paraíso?

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