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sábado, 20 de febrero de 2010

XII.- Domador de pensamientos.

Me he dado cuenta de que, como siempre estoy solo, cada día, de forma inconsciente, hago casi maquinalmente las mismas cosas. Cuando dejo descansar a la guitarra en su rincón, después de haber hecho una sesión de treinta y cinco minutos, aproximadamente, de tocar para repetir y repetir, haciendo dedos, escala tras escala, improvisando y repitiendo los mismos esquemas cada día, me dirijo hasta la mesa y del cajón tercero saco la cajetilla de Lucky Strike, sin filtro, cojo la caja de cerillas de palo y me acerco hasta la ventana.
Enciendo el cigarrillo, después que la cerilla se ha consumido la mitad y la primera bocanada, intensa, se la dedico al paisaje del Retiro que desde mi ventana se puede contemplar, como precioso cuadro de almanaque, a vista de pájaro.
Los colores de tonos amarillos, ocres, verdes, marrón intenso, y otros reinventados por la naturaleza, me transportan a cuando vivía en la pequeña ciudad del noroeste y tenía tantas cosas que ahora me faltan. Es el momento de fumar y de hacer brotar, de entre la maraña de humo del cigarrillo, el recuerdo de la que siempre está escondida en mi, de la que siempre aparece cuando miro el paisaje fumando mi cigarrillo de Lucky Strike. Ella fumaba Cherterfield sin boquilla... ella. Mejor no pensar para que no me sangre el alma.
A pata coja regresé hasta la cama y sentado contemplé las malditas muletas. No me queda más remedio que afrontar la realidad y poner los pies en la tierra. Tengo que practicar y en un par de sesiones, o tres, o cuatro, debo manejarme con las muletas y tratar de hacer una vida casi normal. Si otros lo hacen yo también lo haré.
En la silla de ruedas me acerco hasta las odiosas y según iba a coger la que será la de la derecha, suena el teléfono fijo del salón.
Es la señora dueña de la casa donde tengo una habitación alquilada. Pregunta, muy atenta, por mi pie y por cómo me encuentro. Se alegra de que vaya algo mejor y de que ya no tenga fiebre. Habla mucho, muy deprisa, con un ligero acento y algunos giros típicos de su habla argentina. Pregunta si ha llamado Marilina, la sobrina que le atiende las propiedades que dejaron alla, su marido y ella, y se muestra preocupada porque hace casi un mes que no da señales de vida.
Dice, también, que en la casa de campo, en Cercedilla, tienen varias goteras y que su marido no se atreve a subir al tejado. Se sienten obligados a quedar hasta mediados de semana porque el retejador del pueblo ha quedado en ir el lunes o martes a tratar de cambiar las tejas rotas y que para la primavera están obligados a reparar el tejado en condiciones.
Me avisa de que el domingo y el lunes aparecerá en El País, sección anuncios inmobiliarios, el que contrató para alquilar cuatro habitaciones a señoritas estudiantes universitarias o trabajadoras con contrato de trabajo fijo. Me pide que atienda las llamadas, tome nota de los nombres y de los teléfonos y que, cuando regresen ellos, llamarán a las que hayan habido para negociar y enseñar las habitaciones.
Quieren coger a cuatro chicas en habitaciones individuales. Dejarán la contigua a la del matrimonio sin alquilar para invitados.
Me dice que no me preocupe por la comida que necesite o por lo que quiera utilizar de la casa. Que ya haremos cuentas. Que esté tranquilo, que no haga esfuerzos con el pie, que descanse y que no me preocupe por nada.
A veces pienso más de la cuenta y así me va. Ahora me explico lo de las cerraduras en las puertas.
¿Por qué mis pensamientos me llevan al más allá? Debería sujetar las riendas de mi imaginación desbocada y convertirme en domador de pensamientos.

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