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sábado, 20 de febrero de 2010

XIII.- ¿Para qué sirve la vida si no sirve?

En la calle debe haber salido el sol, porque la claridad de mi habitación es excesiva. La muleta que será la derecha, tiene una pequeña muesca, casi imperceptible, en la empuñadura. Si he de ser disciplinado lo seré. Muleta con muesca, la derecha, muleta sin muesca, la izquierda. Vamos allá. El pasillo se me hace larguísimo. No tengo muchas fuerzas. Soy grande, un poco alto y delgado, de esqueleto, pero pequeño en fuerzas físicas.
Al llegar a la segunda puerta del pasillo me vino el alubión de recuerdos menos apropiado para este momento. Desde los once años hasta los dieciocho, viví en un internado. Al principio, me pegaron algunos chicos. Todos eran más fuertes que yo. Todos. Un día descubrí que yo era mucho más fuerte que ellos y que podría con sus bravuconerías y machadas. Les podía con la mente. Les convencí, sin decir palabra, de que la verdadera fortaleza no está en los brazos o en las piernas. Les miraba a los ojos y bajaban la testuz como los bueyes. Mi vida en el internado... bombea mi corazón y se encharca de sangre negra y espesa. Un cuajarón me ahoga y se me salen las lágrimas. Pero no debo llorar. Nunca llorar.
Me gusta estar solo. Mi forma natural de ser es así. Me gusta estar con amigos y con algunos familiares, pero pronto me canso de todos. Prefiero la soledad de mi habitación, la soledad de mis paseos, la soledad de mi soledad. Regreso fatigado a mi cama y cojo un libro. He debido andar con las muletas, como pato mareado, catorce metros entre la ida y la vuelta y sudo como si hubiera cavado una zanja. Debo comer más jamón y chorizo, como decía mi padre muerto.
Si alquilan las habitaciones habrá mucho trasiego de gente, mucho movimiento de gente entrando y saliendo de la casa. Noticia buena: viene gente. Noticia mala: viene gente. No... Prefiero estar solo, siempre solo como están los muertos. En la soledad tengo la ventaja de no molestar a nadie y además ser el amo, el puñetero amo de mi territorio. Siempre que tuve a alguien cerca de mi, en cualquiera de los sentidos, siempre, fue doloroso.
No quiero que venga nadie. Absolutamente solo, como cuando la vi en la estación de metro con el cigarrillo en la comisura derecha de los labios...
- ¿Me das fuego, por favor?
- Claro. Coge mi encendedor. Fumas Chesterfield sin filtro. Creí que ya no quedaban.
- Toma coge uno. Si se buscan, se encuentran. Gracias. Bonito encendedor.
- Bonitos ojos.
Ella. Era ella y... ¿Para qué sirve la vida si no sirve?

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