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viernes, 26 de febrero de 2010

XVI.- La inmensidad del desierto de mi tristeza.

A veces, uno mismo se pone sus propias barreras, sus propios impedimentos, sin darse cuenta uno, limita, inconscientemente, sus posibilidades de éxito. Por ejemplo, cuando veo un bonito reloj en un escaparate, pongamos por caso, un Omega de esfera negra, automáticamente dejo de pensar en él porque me cierro la posibilidad de que algún día pueda tener un reloj así. Es un reloj prohibitivo para mi. Fin de pensar en un reloj Omega de esfera negra.
Cuando la señora Aguirre, como yo la llamo, traspasó el umbral de la puerta, al sentir su perfume y el aire de su majestuosa presencia, me acordé del reloj Omega de esfera negra que nunca podré tener. Es inalcanzable como mujer, como hembra, como persona. Es demasiado sueño para un sueño.
Pero mi pie accidentado me impedía sostenerme con normalidad ya que un simple roce con el suelo, o con cualquier cosa, me hace ver mucho más allá que las estrellas y por ese motivo, supongo, la señora Aguirre dijo que me acompañaba a mi habitación para darme el sobre y hablar conmigo.
Ofreció su brazo para que me sostuviera mejor y yo se lo agradecí y del brazo suyo entramos en la habitación que tengo alquilada. Con sus botas negras de tacón alto resulta más alta que yo y su pelo tan negro y su chaquetón de cuero negro y su falda de cuero negra y sus ojos negros y sus uñas de las manos pintadas de negro y su cinturón de cuero negro, ancho con hebilla grande de plata, dejó claro que le gusta el negro. El cuero negro.
- Tienes una habitación muy bonita. - Comentó cuando me ayudó a que me sentara en la cama y con la pierna apoyada sobre un cojín en una silla. Se acercó a la ventana y asomada viendo el paisaje del Retiro, añadió que la vista le parecía impresionante, que ella vive en la calle Ibiza, que vaya casualidad que seamos vecinos, que desde su casa no se ve un paisaje tan precioso, que ese cuadro, mi cuadro, es impresionante, parece una salida de sol en un bosque de robles o de hayas, un robledal o un hayedo. Me gusta mucho ese cuadro. Vengo muy disgustada, me acaban de avisar. Tu jefe, el señor Alonso, ha tenido un accidente muy grave cuando iba camino de Pastrana para reunirse con su mujer y sus hijas. Está en el hospital de Guadalajara. No saben si podrá salir del coma.
- ¿El señor Alonso ha tenido un accidente de coche? - Extrañado, pero no mucho, porque esta mañana, cuando mi jefe miró mi cuadro, vio un accidente de coche. Tal vez, su propio accidente.
- Si, como te lo cuento. Se salió en una curva antes de llegar a Pastrana. Me ha llamado hace un rato el Sr. Yagüe, su jefe de negociado. Así que entre tu accidente de tobillo y ahora con este de coche del señor Alonso, es como para pensar si no habrá un conjuro, un maleficio, mal de ojo, contra la empresa. Tengo que tener cuidado. Vengo de dejar a mis hijas en el Cine Cité de Méndez Álvaro y he visto dos golpes de coches, aunque sólo de chapa. Con este tiempo no es extraño. Hace calor aquí.
- Póngase cómoda, si quiere.
- Es curioso, fumas Lucky Strike sin boquilla. Me trae recuerdos. Durante los años de Universidad fumé Chesterfield sin filtro, mi medio novio de entonces fumaba Tres Carabelas y un amigo especial, leonés, fumaba Bisonte. Esta habitación es como si fuera un mapa mundi donde hay algunas cosas que parecen mías. Tienes una buena colección de National Geographic, edición en inglés, como mi marido, ese zippo, esas púas, tantos cedés y ese cuadro es el bosque de mi infancia en Montejo ¿Quién lo pintó?
- Yo, señora Aguirre. Ese cuadro lo pinté yo.
- Me gusta porque tiene misterio, parece tener vida y como si se movieran los árboles y los reflejos de los rayos de sol. Según cómo se mire sugiere cosas distintas. Perdona si te molesta que cotillee tus cosas. Por cierto, a lo que venía, aquí tienes tu sobre.
En el sobre viene el dinero de la nómina. Faltan las comisiones y los incentivos. Siempre me tienen que chulear algo. No hay forma de que me paguen según mis previsiones y según lo pactado en contrato. Me dan ganas de sacar del cajón mi revolver y saltar la tapa de los sesos a esta emisaria, a esta husmeadora, a esta cabeza visible de la empresa donde trabajo, a esta cómplice, a esta chupadora de sangre de trabajadores como yo ¿La mato o la dejo?
Entonces su cabellera negra se deslizó sobre su cara y al hacer el gesto con la mano para retirar el pelo delante de los ojos y mirarme..., pareció resquebrajarse la inmensidad del desierto de mi tristeza...

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