Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

viernes, 29 de agosto de 2008

La discoteca.

El viaje de regreso fue tranquilo y al llegar a la casa donde trabajo, nos despedimos contentos de haber llegado sanos y salvos y manifestando nuestro deseo de regresar pronto a Miraflores, donde la casa vacía nos espera. “En octubre hay que volver a coger las nueces, a ver si para entonces Angie ya es nuestra conductora oficial”, “Cuente con ello, señor”. Chon y yo bajamos a la puerta del garaje.
Chon, ni me dijo adiós. Siguió por su camino y yo me puse a esperar el autobús que me lleva hasta la Puerta del Sol. No pude por menos que buscar con la mirada al desconocido de por la mañana, me hubiera gustado, la verdad. Seguro que no le vuelvo a ver en mi vida.
No me apetecía volver a casa, quería descansar un poco de Marlene y como había comido mucho cordero, no me hacía falta cenar, así que fui al cine de Arte y Ensayo para ver la película de Passolini de la que tanto habla Marlene. Había más cola que la noche anterior.
Un muchacho, que estaba delante de mi, empezó a hablarme: “Esto no avanza. Entra la gente según va saliendo la que está dentro”. Al poco rato:
- Me voy a la discoteca que está aquí al lado, ¿te vienes morenita, invito yo?
- Vale morenito, vamos.
Por el camino me comentó que es de Sevilla, que está haciendo una oposición para Correos y perfeccionando la guitarra flamenca. Desde luego pinta de flamenco agitanado tenía. Su acento andaluz me parecía curioso y como era tan abierto, tan distinto, tan natural, tan como si me diera confianza, entré con él en aquella discoteca, encantada de la vida.
La discoteca estaba llena de gente, la música trepidante y demasiada alta. Nos sentamos en una mesita y pedimos de beber un Licor 43, con coca cola, cada uno.
- Está riquísimo, morenita ¿Cómo te llamas?
- Angie, me llamo Angie, ¿y tú?
- Angie, como la canción de los Rolling Stone. Levantando su copa brindó “por nosotros” y yo contesté “por nosotros”. Me llamo Francisco Heredia, pero todos me llaman Curro, “Curro el de la Paca”, es mi nombre artístico. Cualquier día verás mi nombre en los carteles.
La copa nos animaba y al terminarla, pedimos otra. La luz de la disco se puso más tenue y empezó a sonar “Samba pa ti”, de Santana “¿Bailamos morenita?”
La música invitaba, la música ayudó a que bailáramos lento, muy lento, su mejilla contra la mía y mis brazos sobre sus hombros y las suyas en mi cintura. Poco a poco la proximidad se hizo mayor y cuando me quise dar cuenta, más que bailar estábamos abrazados, moviéndonos al ritmo de nuestra sensualidad. Me comía el lóbulo de la oreja y yo le lamía el cuello y le metía la lengua dentro de su oreja. Cuando terminó la canción nos separamos un poco y nuestros ojos eran fuego. Sin darnos cuenta habíamos ido a parar al rincón más oscuro y cuando empezó “Con su blanca palidez”, de Procol Harum, volvimos a nuestro baile ritual, un preliminar para un romántico acto de amor, lleno de pasión y lujuria. Nos dejamos llevar y sus labios se ofrecieron y yo los recibí y su lengua fue entrando en mi boca y la lamí y succioné y él la mía y sus manos se metieron por mi pantalón y me acariciaba el sexo y el ano. Ya no respondía de mi. Su pierna se metió entre las mías y nos arreglamos para rozarnos el sexo por fuera de la ropa. Su mano me acariciaba los pechos y no dejábamos ni un segundo de besarnos desesperadamente. Cuando empezó a sonar “Noches de blanco satén”, de Moody Blues, me dijo al oído “Morenita vamos a mi Hostal”, “Morenito, eso no puede ser, aquí está bien oscuro” “No aguanto, me voy a correr, morenita” “¿De verdad?” “De verdad, Angie, te quiero”. “Sigue bailando, morenito” Con disimulo metí una mano en su pantalón y pude comprobar la enorme erección que tenía. “Morenito, vamos a la calle”.
La noche de Madrid era una delicia. Curro me hablaba del calor de Sevilla, de Paco de Lucía, de Sabicas, de La Chunga, que decía que me parezco por lo guapa y por mi piel de aceituna y fuego. Que se había enamorado de mi, yo le decía: no corras tanto que te vas a desbocar. Se reía con su risa de luna y su pelo tan negro y largo como una noche sin pan y sus manos finas y delicadas y su tez aceitunada y su deje, “chiquilla, eres más guapa que una amapola en el trigo verde, si yo pudiera, morenita, te comería”.
En una calle estrecha y oscura, entramos en un portal de una casa que parecía un lugar adecuado, por el morbo que da que nos pudieran ver los que pasaran o pillarnos “in fraganti”, algún vecino que subiera a su casa. Contra la pared, me tenía abrazada y besándome sin parar la sacó y me invitó a que se la acariciara y lo hice, mientras, miraba su cara de placer. Dándome la vuelta, quería poseerme y le dije que no, que se conformara con acariciarme con los dedos, que nos acabábamos de conocer. Salimos del portal y caminamos otro poco. Tres portales más adelante volvimos a abrazarnos y le ofrecí mi espalda. Retorcidos nuestros cuellos nos besábamos y “Estamos locos, estamos locos”. “Calla y abrázame fuerte, muy fuerte y bésame”. Aún tuvimos tiempo de más noche y más abrazos hasta que consiguió que le hiciera lo que para él era lo mejor, a falta de lo otro y se lo hice como dijo que le gustaba y obedecí, hasta que tuve en mi boca varios tragos de su esencia de Andalucia, como dijo. Era la primera vez que llegaba tan lejos y lo que siempre había pensado que me daría un asco insoportable, fue tan placentero que ha pasado a ser imprescindible, sueño con ello. A pesar de todo, no pude llegar hasta mi final. Curro el de la Paca, tenía las uñas de la mano derecha largas como una chica y pintadas de laca transparente. Eso me hacía sentir algo extraño, como una aversión, un repelús.
Las dos en punto de la madrugá y a la puerta de mi casa, Curro el de la Paca, dijo que tiene mucho que estudiar, que no puede salir, que la guitarra le absorbe ocho horas diarias de entrenamiento y la oposición a Correos, cuatro de estudio, que hasta otro día.
No aprendo, soy más inocente que un querubín. Marlene no estaba, así que me asomé al balcón para fumar un Bisonte mirando al cielo y a la ventana de la casa de enfrente. Sombras parecían indicar, claramente, que una pareja estaba jodiendo.
Abrí la puerta con espejo del armario, desnuda, me abrí y me dejé llevar tanto y tanto, que cuando me desperté quise hacer memoria y no me acordaba si habían sido cuatro o seis, mis fabulosos orgasmos, y yo sola, sin necesidad de nadie. Estoy harta de tanta represión conmigo misma y exploté. A ver.
“No es nada, es un suspiro,/ pero nunca sació nadie esa nada/ ni nadie supo nunca de qué roca nace.”/ Luis Cernuda.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio