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domingo, 31 de agosto de 2008

Las Españas.

Mi compañera de pensión, Loli, esperaba en el restaurante. Se había comprado unas sandalias de carmelita, como le dije, muy baratas y con el jaleo que se armó, guardó unas zapatillas Victoria en el bolso y se fue sin pagarlas. Tomaba una caña y le habían puesto champiñones de tapa, pero se los comí yo. Me encantan y ella los pensaba dejar.
Nada más verme, notó lo disgustada que estaba y al contarle lo de la señora y lo de Abel, me recriminó que me metiera en jaleos de política, que algo harán cuando los detienen, que ella no entiende, ni quiere entender, de política pero que cree que Franco nos ha dado más de treinta años de Paz, así con mayúsculas y que tiene miedo que los rojos de mierda, la armen y que, cuando se muera el Caudillo, habrá una guerra mucho peor que la que hubo y que sea como sea, los de Franco siempre ganarán.
Al darme cuenta de que así pensaba yo misma, hace tan solo ocho días, creí conveniente cambiar de conversación y centrarnos en la paella. Se ve que hay cosas de las que mejor no hablar con determinadas personas.
La paella estaba riquísima, cojonuda como diría Abel, se habían esmerado con nosotras y nos habían puesto mucho marisco y cantidad como para otra persona más. Bebimos vino fresco, de la casa, también muy bueno. Como Loli había tomado una o dos cañas, más el vino de la comida, tenía la lengua muy suelta y se le trababa.
- Angie, estoy medio borracha ¿Vamos a casa y dormimos la siesta?
- Vamos.
La habitación de Loli era más pequeña que la de Marlene y yo, pero muy confortable. Su cama era de matrimonio y tenía un armario, de dos cuerpos con espejo y una cómoda. Un solo balcón, por lo que también era luminosa. Tenía muchas figuras decorativas y sobre el cabecero, un cuadro de San José con el niño Jesús.
Loli sacó del armario una botella de licor, aguardiente arreglada, junto con dos copitas de cristal labradas, preciosas, unas cartas de baraja y unas pastas de té.
- No sé jugar a las cartas.
- Vamos a brindar y a ponernos ciegas. Necesito emborracharme y dormirla. Tu no sabes lo sola que se siente una aquí. Si yo te contara.
- ¿Por qué brindamos, Loli?
- Pues por nosotras, ¿por quién mejor? – levantando su copa de cristal.. la chocó contra la mía.
- Por nosotras.
- Por nosotras.
No se me iba de la cabeza la imagen de Abel en los calabozos y Loli, hablaba y hablaba. Cada poco un trago y otro trago.
- Soy de un pueblo de Ciudad Real. Tuve un novio, hijo de un cacique, que me dejó cuando le dije que estaba preñada. Es uno de esos que tiene a una en cada pueblo, de hecho ahora está casado y tiene un hijo con otra y seguro que algún lío más. El caso es que me dijo que no quería saber nada de mi, ni de la criatura que esperaba. Sin decir nada a nadie, ni en casa, ni amigas, a nadie vaya, me vine para Madrid. Como estaba de dos meses, no se me notaba. Busqué trabajo en un bar y me puse de camarera. Cuando ya tenía cartilla de la Seguridad Social, fui al ginecólogo y me dijo que la criatura venía mal y que era muy posible que abortara. Al tercer mes de embarazo aborté de manera natural, no vayas a creer. Lloré noches y noches, porque yo quería a aquel desgraciado y si te digo la verdad, aún le quiero, el caso es que tardé casi medio año en reponerme del todo. Casi sin darme cuenta, me lié con mi jefe y un día le dije que o se casaba conmigo o le dejaba y claro él dijo que no, que seguía con su mujer y con sus hijos. Estuvimos casi tres años liados. Dejé el trabajo, al jefe y todo. Otra temporada fatal, sufre que sufre. Llevo casi dos años en el restaurante de ahora y no te lo pierdas, resulta que me he liado con un moro que trabaja de cocinero en un restaurante marroquí de cerca de mi trabajo. El problema es que es ocho años más joven y que también está casado. Me tiene enganchada de una forma brutal. Angie, que ya voy para los treinta y tres, este moro me folla como nadie lo ha hecho y me gusta con locura, pero yo sé que eso no es. O sea, que siempre sola, porque al moro solo le veo los lunes, miércoles y viernes, el resto del tiempo a esperar y me desespero y llevo una temporada que me emborracho mas de la cuenta, pero está decidido: en un mes, como mucho, dejo al moro y la bebida.
- ¿Qué te hace el moro?
- De todo. No te puedes ni imaginar. Es algo que se queda para mi, no se lo cuento a nadie.
- Cuéntamelo todo.
- Que no.
- Que si.
Me lo contó con pelos y señales, recreándose. Cuando se terminó la botella, que se bebió casi ella sola, se quedó dormida, la tapé con una manta para que no se quedara fría y yo me metí en mi habitación.
Sobre mi cama había una nota de Marlene: “Me voy a Toledo con unos amigos. Sobre las diez estoy en casa ¿Me darás un masaje? M”.
Delante del espejo me probé la falda y la camiseta, me quedaban perfectas. Eran las cinco y media de la tarde. Cerré las ventanas y la habitación se quedó en penumbra. El espejo y pensar en el moro de Loli, ayudaron a que me viniera rápido, largo muy largo y abundante como mil suspiros. Lo necesitaba si no quería reventar de sufrimiento por Abel o volverme loca. El pobre hombre se desvive por mi y ahora tengo que ayudarle. Ya veré como. Madrid es un desierto de millones de soledades que sufren.
“En vano busqué a la princesa/ que estaba triste de esperar./ La vida es dura. Amarga y pesa.”/ Rubén Darío.

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

me gusta evaristo aunque creia que terminaria de otra forma. un saludo Carlos Vazquez

1 de septiembre de 2008, 16:23  

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