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miércoles, 27 de mayo de 2009

El andariego viajante tiene hambre y come el bocadillo de queso despacio, muy despacio. De vez en cuando bebe, a morro, un pequeño trago de vino de la botella que le trajo la muchacha joven. El bocadillo y el vino le confortan y saben a gloria, pero casi ni se darse cuenta porque sus pensamientos, su mente, están lejos de allí.
Por primera vez, desde que salió de la casa de sus padres, le embarga una infinita tristeza, una inmensa sensación de soledad. No sabe por qué razón, allí, sentado en el escaño, tuvieron que venir tal alubión de recuerdos de su familia. No quería saber nada de ellos, ni de su madre, ni de su padre y mucho menos de sus dos hermanos mayores.
Ayer, solamente fue ayer, cuando les dejó con la firme idea de no volver por aquella casa, al menos en algún tiempo. Lo más pronto posible devolverá el dinero y la bicicleta que le dejó su padre. Escribirá una carta, muy de vez en cuando, para que sepan que no está muerto y sin más explicaciones, ir cortando los lastimosos lazos familiares que les unen. Al menos era lo que pensaba mientras comía.
Como la linterna de petaca alumbraba poco, sólo podía ver pequeños tramos de lo que debía ser una gran tienda. Parte del mostrador, alguna estantería, cajas, sacos abiertos con garbanzos, cadenas de diferente grosor y poco más. Detuvo sus pensamientos para escuchar rumores de gente en la calle. Debe ser que ya están saliendo de la casa los visitantes que velaban al difunto.
Se acordó de la muchacha preciosa que ante el espejo se acariciaba. Calle de Las Eras número doce. En el pueblo muy pocas casas tienen persianas o rejas en las ventanas. Se pueden hacer grandes negocios aquí ya que aún falta mucho por hacer. Asfaltar las calles, llevar agua corriente a las casas, poner calefacciones y muchas cosas más.
La bicicleta cargada con el maletón de mercancía descansa sobre la pared del pasillo que une la parte de la tienda con la que debe ser la casa donde viven las muchachas. Son las once. Falta poco para que se hayan ido todos y lo estaba deseando. Deseaba salir de la duda, saber qué le pensaban proponer y entre unos y otros pensamientos, más toda la tensión acumulada durante el ajetreado día, decidió sentarse y esperar tranquilo con los ojos cerrados.
Una vez, el andariego viajante, tuvo una amiga especial que pudo haber sido su novia. Iban juntos a todas partes, bailaban juntos toda la noche cuando las verbenas del pueblo, iban al cine juntos, paseaban por el paseo de los chopos juntos. Dame un beso le decía el andariego a su amiga. Mañana, te lo doy mañana y así siempre cada domingo, cada día que estaban juntos. Cuando iba a ir a la mili se fue a despedir y después de horas de conversación le pidió el beso tantas veces aplazado y la respuesta que obtuvo fue la más cruel que se podía imaginar. Cuando vuelvas de la mili.
Le daba el sueño y se dejó llevar. Soy un hombre, estoy vivo, se me levanta con cierta facilidad, no debo tener miedo a nada ni a nadie. Si lo veo mal ya me las arreglaré para defenderme ¿Cómo serán los besos de verdad? ¿Cómo será tener abrazada a una mujer de verdad? ¿Cómo arreglar la rueda de la bicicleta si se me pincha? Así era exactamente como sucedía. No tendré miedo de las sombras que se mueven en la pared, se dijo entre sueño y vela.

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