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viernes, 29 de mayo de 2009

EL ROSTRO DEL DIFUNTO

El andariego viajante antes de pasar con su anfitriona a la vivienda, quiso asegurarse de que la bicicleta, junto al maletón de mercancía, quedaban bien guardados. Como por costumbre hacía, comprobó el aire de las ruedas. La de delante debe perder un poco. Tiene que cuidar de su herramienta de trabajo y posesiones, su único capital en la vida.
- Pásala para dentro de la tienda que ahí no estorba. Dame la mano y ven conmigo, Abel.
Todo le parecía extraño, como si se tratara de una película o de uno de sus sueños, el caso es que se dejaba llevar encantado de la vida. El hecho de que una desconocida le tratara con tanta familiaridad, con tanta exquisitez, por no decir con tanto afecto, con tanto cariño, tal vez, no dejaba de parecerle un milagro. Se trata de una mujer joven y guapa que le pide abrazos, que ahora le ofrece la mano como si se conocieran de toda la vida...
Mientras caminaban de la mano por el largo y ancho pasillo, ella le iba presentando cada una de las actividades que se ocultaban tras cada puerta.
- Esta da acceso al almacén de piensos compuestos y abonos minerales. Abonos minerales como Nitrato de Chile, sulfatos, azufre y cosas así. Esta otra es la del granero. Ahí tenemos trigo, cebada, centeno, alubias, grana de remolacha... todo de cara a los labradores, para simientes, aperos de labranza y todo lo que habitualmente necesitan los labradores del pueblo y de alguno de la zona que también compraban en la tienda “Casa Pascual”. Esta otra es la habitación que llamamos la Habitación del Obrero. Ahí dormía el empleado que trabajaba para mi padre a temporadas. Y por esta puerta, finalmente, se accede al cuerpo de casa.
Su mano era delicada pero firme, su voz, su forma de hablar, sus maneras se correspondían con las de toda una mujer, una señorita se podía decir, con personalidad y madurez. A veces, sentía como si le acariciara la palma de su mano con los dedos de ella. No pudo evitar los pensamientos pensar en aquella, ya antigua, amiga especial, a la que en años no consiguió ni tan siquiera rozar la mano. Eso es para que se vea, pensaba el andariego viajante.
La oscuridad del pasillo, levemente disuelta con la linterna de petaca, reflejaba sombras que bailaban a su paso. Traspasada la última puerta, daremos el paso de adentrarnos en el territorio donde algunos misterios se tendrán que diluir como copos de nieve. En todo caso, el andariego viajante piensa que ya está dentro del camino del no retorno.
La casa le recuerda a la de sus padres pero ésta está mucho mejor arreglada, se nota más postín y mejor gusto, no vayas a comparar. Esta es un palacio comparada con la otra, aunque haya semejanzas. Las dos son casas de pueblo agrícola de arquitectura típicamente castellana, pero aquí hay más azulejos, más alfombras, más muebles de nogal, más lámparas, más espejos, más cuadros, más jarrones, más de todo.
- Hombre, ya era hora ¿Le has ido a buscar a Salamanca? - dijo con cierto sarcasmo la hermana mayor.
- Le venía enseñando algunas de las cosas que vendemos, aparte de que se había dormido y me daba pena despertarle.
- ¿Qué tal se te ha dado el día? ¿Has vendido mucho?
- No me puedo quejar, si sigo así, en dos días vendo todo lo que me queda. Por cierto, ¿Puedo ir el baño?
- Ann, indícale dónde está mientras termino de poner un poco de lumbre, la casa está helada.
Al pasar por el salón, en medio de cuatro grandes cirios de cera, apagados, se encontraba el féretro elevado sobre cuatro patas de hierro.
- ¿Quieres verlo?
Sin que al andariego viajante le diera tiempo a contestar, la señorita ya le había acercado ante el cadáver de su padre difunto. Allí estaba, con la cara algo hinchada, con una leve sonrisa de serenidad en los labios, con las manos cruzadas, tan elegante, tan bien muerto.
El corazón del andariego viajante, le dio un vuelco y le entró como un pequeño desfallecimiento. Aquél hombre que yacía muerto era casi exacto a él. Su parecido físico era tan asombroso que por un instante infinito llegó a creer que el cadáver era él mismo.
- Dios mío, si se parece a mi. - Dijo el andariego viajante.
- Ya lo creo. Ese es uno de los motivos por los que estás aquí. Tanto a mi hermana, Emily, como a mi misma, nos sobrecogió el enorme parecido entre nuestro querido padre y tu. Entre otras muchas cosas, ese parecido nos animó a invitarte esta noche. Es como si mi padre fueras tu.
- ¿Por qué te llamó tu hermana Ann y tu a ella la llamas Emily?
- Porque nosotras somos semejantes a las hermanas Brontë.
- Necesito ir al baño con urgencia. Me estoy cagando, con perdón.
- No jodas, Abel. Los hombres no tienen miedo.
- Si no tengo miedo, lo que tengo es cagalera.
En el baño se miró en el espejo. Su rostro no había cambiado, nada en él había cambiado. Todo debía ser producto de la mera casualidad ¿O no?

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