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miércoles, 3 de junio de 2009

EL PLACER DE DESPUÉS

No pienso olvidarlo porque sucedió mientras estaba sumergido en la vorágine de uno de esos momentos terribles que, con demasiada frecuencia, te regala la vida.
Me habían invitado a participar en un congreso de escritores y a pesar del temporal íntimo, quise intervenir y poner buena cara, ya que para un aprendiz, como yo, cualquier detalle puede ser una oportunidad.
Una vez terminado el pequeño gran acontecimiento, cuando se forman corrillos para felicitarse unos a otros, decidí bajar a fumar un cigarrillo.
Le vi en el ascensor y no pude por menos que hablarle.
- Felicidades, me gustó mucho su ponencia. Soy admirador suyo.
- Gracias, a mi también me gustó la tuya ¿Fumamos un cigarrillo y nos dejamos de parabienes?
- Será un honor, no aguantaba y bajo a fumar.
En la calle, mayo nos regalaba una noche estrellada y el buen tiempo nos permitía estar en mangas de camisa con el segundo botón desabotonado.
- ¿Quieres uno de los míos? - dijo el renombrado escritor.
- ¿Qué fuma?
- El tabaco de los hombres con sombrero y caballo.
- Gracias, yo el pata negra de los gringos, que para el caso es lo mismo.
Frente a frente, fumábamos disfrutando del placer de hacerlo juntos. Después de casi dos horas de discursos sobre Literatura saliéndonos por las orejas, lo necesitábamos. El fumar así, casi en silencio, une a las personas, por lo que me atreví a preguntarle:
- ¿Entonces allá, ustedes no tienen cordillera?
- Pues no señor. No tenemos cordillera.
- ¿Y cómo se las arreglan sin cordillera?
- Lo mismo que vosotros con ella.
Eso fue todo y no pienso olvidarlo.

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