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jueves, 4 de junio de 2009

LA CONVERSACIÓN

El andariego viajante pensaba , dentro del baño, que las muchachas eran distintas, raras y que la más joven, Anna, le gustaba más que ninguna otra antes en la vida. Creía que lo que estaba experimentando no tenía nada de normal. No pudo por menos que recordar alguna de aquellas películas, en blanco y negro, o en color de la Hammer, donde un protagonista era seducido por las habitantes de un castillo tenebroso para luego asesinarlo a base de mordiscos en el cuello. “Éstas mujeres ocultan algo y me comerán si me descuido“, pensó.

Se lavó las manos y la cara con agua fría y al verse en el espejo no dejaba de rogarse a si mismo valor para soportar lo que venga, valor para lo que siga, valor para aceptar lo lógico y salir indemne.

Cuando salió del baño se encontró con Anna apoyada sobre el ataúd de su padre fumando un cigarrillo con infinita tristeza. Pudo tener perspectiva suficiente para ver su elegante perfil. Vestía de negro de luto riguroso. Sus zapatos negros de medio tacón y punta fina, sus medias negras de cristal, que le daban a sus piernas elegancia y sensualidad , vestido negro con cintura ceñida y medio vuelo, un poco por debajo de la rodilla y una chaqueta de corte masculino. En el cuello una gargantilla de cuentas negras, como si fueran perlas, pero no lo eran. Su rostro ovalado y perfecto, sus labios de color rojo apagado, sus ojos medio azules, medio verdes, grandes y luminosos, sus cejas perfiladas negras como su pelo negro, suelto en media melena, con raya hacia uno de los lados, su maquillaje, casi imperceptible, le daban aire de actriz de cine. “Es tan guapa como las del cine“, pensó.

- No llores mujer, debes aceptar que la muerte es ley de vida. Todos tenemos que morir algún día.

- Dímelo a mi Abel. De sobra lo sé. Cuando era muy niña se murió mi madre y hace dos años mi hermano. No voy yo a saber lo que es la vida y lo que es la muerte a estas alturas.

Al acercarse juntos hasta la cocina, con chimenea, donde esperaba la hermana mayor, la proximidad entre los dos era conmovedora. Sin querer, sin proponérselo sus brazos, sus manos, se rozaban como si una atracción magnética, más allá de sus propias voluntades, les procurara el roce, el contacto.

- ¿Qué os parece si cenamos en el suelo, sobre la alfombra, lo más cerca posible de la lumbre? Estoy helada, no se si por el frío o por los nervios del día. - dijo Emily.

- A mi me parece bien, cariño mío. Si Abel quiere, nos sentamos los tres sobre la alfombra junto al fuego.

- Me encanta comer en el suelo, como los campesinos comen en el campo, o como los beduinos en el desierto. - dijo el andariego viajante.

En el centro del corrillo las señoritas pusieron varios platos con viandas en frío, una bandeja con trozos de pan, y para cada uno un plato con dos huevos fritos recién hechos. En unas copas de cristal de tallo corto servían buen vino de la tierra, riquísimo.

El andariego viajante observó con detenimiento a la hermana mayor. No puede hacer una nueva descripción de ella porque, excepto el collar de cuentas negras, vestían y se peinaban exactamente igual. Se distinguían porque Emily era la mayor. Podría decirse que trataban de parecer hermanas gemelas.

- ¿Cuántos años tienes, Abel?

- Cumplí veintitrés en Abril.

- ¿Qué día?

- El trece de Abril.

- Eres Aries como nosotras. Mi hermana Anna tiene veintiuno y yo veinticinco. Ella nació el doce y yo el siete de Abril. Aries los tres, por lo tanto.

- ¿Eso es bueno o malo?

- Lo bueno es que estás con nosotras aquí sentado, estás comiendo de nuestra comida y calentándote con nuestro fuego. Te hemos invitado para hablar contigo en la noche más triste de nuestra vida. Mi padre está de cuerpo presente a unos pasos de aquí y en estos momentos tan dolorosos e íntimos, mi hermana y yo queremos brindar contigo, queremos celebrar que te hemos conocido. Brindar porque sabemos que eres una persona trabajadora, buen negociante y honrado. Brindamos por ti Abel, porque tu futuro y el nuestro se unan para siempre. Queremos brindar por ti y por nosotras, por los tres juntos esta noche de muerte y que mañana, cuando amanezca y se haya acostado la luna, tomes una decisión y esa sea la de que te quedas con nosotras para siempre. Brindamos por la luz y esperanza que nos infundes, Abel. Por ti.

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