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lunes, 8 de junio de 2009

LOS POSTRES

El andariego viajante se quitó las botas finas de trabajo fino y los calcetines blancos de lana y se dio cuenta de que necesitaba un buen baño. El viaje desde Benavente hasta el pueblo en bicicleta, todo el día picando puertas para vender y la propia actividad lógica del cuerpo, le tenían que producir, por fuerza, olor a sudor y a humanidad. Se notaba sucio y salvo las manos, todo su cuerpo estaba bajo sospecha de necesidad de agua y jabón
Las mujeres, por el contrario, a juzgar por la pintura de sus uñas, el leve maquillaje, la depilación perfecta de sus cejas, denotaban que se cuidaban de forma esmerada. Como corresponde a las señoritas bien ensoñoritadas, pensó.
Emily, la hermana mayor, traía una botella de vino sin descorchar en un una mano y otra de cristal labrado que contenía licor de tonos caramelo quemado.
Se había quitado la ropa negra y se había puesto un camisón semitransparente de seda y encima una bata de color rosa con florecillas minúsculas sin color. Los pies desnudos con las uñas de los dedos pintadas lo mismo que las de los de la mano.
- Anna, amor mío. Ahora te traigo tu ropa de dormir, vete desnudándote. A Abel no le importará que lo hagas delante de él ¿Verdad que no, Abel?
- Claro que no. No me importa, la verdad sea dicha. - Contestó el andariego viajante, un poco azarado. Nunca había visto una mujer desnuda tan de cerca. Alguna vez, recordó, vio algo parecido en el mini escenario de un cabaret de León, que visitaba con un amigo de vez en cuando.
- ¿Abrimos otra botella de vino o prefieres pasar al licor de avellana?
- Seguimos con el vino, amor. - contestó Anna mientras empezaba a desnudarse no sin antes haber echado un par de troncos de leña de encina al fuego.
Si alguna vez existieron los ojos de plato esos fueron las de nuestro protagonista. No pasó ni un minuto y Anna, la hermana joven ya estaba totalmente desnuda, apoyada sobre un cojín y bebiendo vino de su copa.
- Me encanta estar desnuda por la casa y mucho más en la alfombra junto al fuego
- Y a mi verte, amor ¿Estás bien amor mío? ¿Sabes que hace un siglo que no me besas?
- Ven Emily, bésame bien para que Abel sea testigo de nuestro amor, más allá de nuestro sexo y de nuestra hemandad. Que Abel sea el primer hombre testigo de nuestro secreto.
Las hermanas se besaban con pasión y ternura. Las dos se entregaron mutuamente a una acto de lujuria y pasión.
- Te amo Anna, más allá de lo que nuestra alma puede admitir.
- Te amo Emily más allá de la puerta que se esconde tras la puerta de mi alma. Te amo de por vida, hasta la muerte...
Y Abel, el andariego viajante, no daba crédito.

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