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lunes, 24 de agosto de 2009

LAS ENCADENAS MEMORIAS DE LA AGENTE ESMERALDA CADENAS

LAS ENCADENADAS MEMORIAS DE LA AGENTE ESMERALDA CADENAS, O EL FLUIR DE LA VIDA POR LOS TORTUOSOS CAMINOS DE LA SUPERVIVENCIA DECENTE, DENTRO DE LO QUE CABE Y LAS MIL LECTURAS QUE SE DEDUCEN CUANDO HASTA LAS SOMBRAS SE MUEVEN INQUIETAS.

I
La primera, en la frente.

Mi papá era labrador y cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, nos quería mucho. A mi me llamaba Esmeraldina. Me decía: Esmeraldina, trae mis zapatillas y yo decía que no, que me da miedo. Pues no te llevo al cine y entonces, corría como loca a la habitación oscura, que como daba mucho miedo, cerraba los ojos para no ver las sombras moverse. Palpando el suelo, bajo la cama de los padres, cogía las zapatillas a cuadros y se las llevaba. Mi papá siempre venía muy cansado de trabajar, como un negro, decía, en el campo.
No me gustaba comer los garbanzos y mi papá decía: si no hay garbanzos no hay cine y yo comía los garbanzos. No me gustaba el tocino del cocido porque me daba asco, olía fatal y sabía peor. Si no hay tocino no hay cine. Mi papá era muy bueno y muy simpático. Todo el mundo le quería, sin embargo, en casa daba muchas voces y mi madre se pasaba los días y las noches llorando, pero como yo era tan pequeña pensaba que eso sería lo normal.
Todos los domingos mi papá, antes de ponerse bien guapo para ir a misa de doce, le daba aire a las ruedas de su bicicleta Orbea, la engrasaba bien y la ponía a la sombra para que no se despegaran los parches. Era emocionante ver la bicicleta preparada a la sombra. Significaba que mi padre me iba a llevar al cine.
Mi papá me llevaba a misa y me decía que fuera al banco de las niñas. En la iglesia miraba al Santísimo Cristo del Altar Mayor, que tenia mucha sangre y gesto de dolerle mucho la corona de espinas que tenía clavada alrededor de la cabeza, aunque ya estaba muerto ¡Qué pena más inmensa me daba el Cristo! pero cambiaba mi pensamiento y me imaginaba en el cine.
A las cuatro de la tarde mi papá ponía una almohadilla atada al portabultos y él se ajustaba los bajos de los pantalones y con unas pinzas de la ropa se arreglaba para que no se le mancharan con la grasa de la cadena o del piñón. Me subía al portabultos y cuando ya arrancaba, me decía: agarra fuerte que nos vamos al cine. Me agarraba tan fuerte, pero tan fuerte, que a veces mi papá decía: no tanto, no tanto.
El cine estaba en un pueblo a siete kilómetros, Villaquejida (León). La película empezaba a las cinco en punto de la tarde.
Mi papá me llevó al cine durante dos años seguidos sin perder casi un solo domingo, excepto cuando nevaba o hacía muy malo, que no podía ser. Un día, al volver a casa ya se había hecho de noche y se pinchó la bicicleta. Tuvimos que regresar andando. Mi padre me cogía de una mano y con la otra llevaba la bici agarrada por el manillar. Por primera vez mi padre y yo pudimos tener una conversación en serio y ya tenía cinco años, o menos.
- ¿Qué te ha parecido la película, Esmeraldina?
- Me ha gustado tanto, que he llorado.
- ¿Pero la entendías?.
- Claro papá, era española, y como todo el mundo lloraba, pues yo también.
- ¿Qué quieres ser de mayor, Esmeraldina?
- Escritora. Quiero escribir historias que hagan llorar, como la película de hoy.
- Para ser escritora hay que ser hija de ricos y nosotros no lo somos.
- Pues yo seré lo que quiera, que para eso me preguntó lo que quiero ser, además, puedo escribir en los periódicos que son más baratos que los libros. -A mi padre y a mi madre siempre les llamábamos de usted, era obligatorio.
- Eres muy pequeña para saber lo que quieres ser.
- Ya lo se y otra cosa que quiero, es ir a vivir a Madrid. Vivir en Madrid es lo que más me gusta de toda mi vida.
- Madrid está muy lejos ¿Por qué se te ha metido esa idea en la cabeza?
- Porque Madrid sale en todos los Nodos.
Un domingo mi padre no preparó la bicicleta, me puse a llorar y me escondí debajo de la cama de ellos, que era la que más miedo daba. Habían cerrado el cine de Villaquejida y se me fastidiaron las películas y los emocionantes viajes montada en el portabultos de la Orbea de mi padre. Cuando iba subida sobre la almohadila, agarrada a mi padre, las nubes corrían y los árboles quedaban atrás. A veces mi padre cantaba y yo aprendía canciones. “¿Para qué quiero tus besos / si tus labios no me pueden besar?", por ejemplo.
Ahora que vivo en Madrid, que podría ser la realidad de un sueño cumplido, no es oro todo lo que reluce, no por Madrid en si, supongo que es que la vida misma no es un inmenso vergel donde las fuentes, con caños de oro, manan felicidad para beber a boca llena. Las dificultades son la sal de la vida, en Madrid y en Pekín, creo.
Miryam me presentó a los compañeros y compañeras de mi grupo. Esta será tu mesa de trabajo. El teléfono, el fichero de clientes, una agenda a estrenar, y todo el material que necesites está en los armarios. Hoy sales con Cubillos y te fijas en cómo trabaja.
Antonio Cubillos ya calzaba cuarenta años bien cumplidos. Tenía el coche aparcado en la Calle Cervantes y mientras íbamos andando, me preguntaba que de donde soy, que si hacía mucho que vivía en Madrid, que si he trabajado antes y cosas así.
- Vamos a ver un posible cliente que tiene una Academia en Carabanchel. Tu no hables. Escuchas y vas aprendiendo el producto y cómo se rellenan las Pólizas. A este señor ya le he visitado dos veces y me ha dicho que hoy firmará, casi seguro, porque en realidad nunca se sabe. El cliente se llamaba Señor Navarro y Cubillos ya le había avisado de que le íbamos a visitar.
- Buenos días, Señor Navarro ¿Cómo está usted? - mi compañero le ofrece la mano y el cliente ni se digna en dársela y comenta que está muy liado y que no puede atendernos, que lo siente pero que volvamos en un par de meses. Que no insista, que hoy es mal día. Por la puerta entreabierta vi que en un pasillo había colgado un calendario con una foto de la Catedral de León. Cubillos daba por aplazada la visita.
- Perdone que le haga una pregunta, Señor Navarro ¿Es usted de León?
- Pues si señorita ¿Por qué lo dices?
- Soy de Santa Colomba, provincia de Zamora, rayando con la de León. Como he visto el calendario...
- Yo soy de Villaquejida.
- Qué pueblo más bonito. Allí me llevaba mi padre al cine cuando era pequeña ¿No podría hacer un hueco y recibirnos, por favor?
- Pasar anda, que haré un hueco, como dices, por ser tu de la zona ¿Cómo se llama tu padre que igual le conozco?
- Moisés Cadenas.
- ¿Eres hija de Moisés Cadenas? Pero si hicimos juntos la mili en Caballería, en Salamanca. Mira lo que son las cosas.
- Le traemos una propuesta para la Academia y un seguro de Vida para usted. - No se como me las arreglé el caso es que, mientras el Señor Navarro y yo hablábamos del pueblo, el compañero Cubillos rellenaba la documentación de dos pólizas. Una de Generales muy amplia y otra de Vida bastante importante para nuestros objetivos y que no estaba prevista.
- Así que Esmeralda Cadenas. Tienes la forma de hablar y los gestos de tu padre. Vaya casualidad. Cuando llegué al cuartel tu padre ya era Cabo Primero y al enterarse de que soy de Villaquejida me ayudó muchísimo. Pues nada, pasa por aquí cuando quieras y tomamos café. Por cierto, aquí al lado está el taller de los Hermanos Herrero. Son de Cimanes, muy amigos míos y a lo mejor les interesa lo vuestro. Les dices que vas de parte mía y ya te hablaré de más gente de por allí.
De regreso en el coche, dice Cubillos con dos huevos: “Ya te dije que le tenía en el bote”.
- Pero vamos a ver, Cubillos, con todos mis respetos ¿Quién ha hecho esta operación?
- Yo ¿Quién la va a hacer? Oye niña, que tengo mujer y dos hijas, así que no me jodas.
- Tranquilo que no te jodo, no. Está bien saber dónde se pone la era. Para el coche, que me bajo y vuelvo en el Metro ¡Que pares el coche, joder!
... y tuve fuerzas bastantes en el alma para no llorar.

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