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domingo, 2 de agosto de 2009

PELO NEGRO COMO ALA DE CUERVO.

VIII
Pelo negro como ala de cuervo.

Al salir a la calle, Madrid olía a aceite quemado de hacer churros, a orines y adoquín mojado. El cielo empedrado me recordó a mi padre cuando decía: “cielo empedrao, sendero encharcao“. Debí haber cogido una rebeca o un jersey. Debí haber cogido la maleta y haber vuelto a la casa de mi padre. No debí haber dejado sola a mi madre, a su suerte.

Al llegar a la Plaza de Santa Ana, una bocanada de aire fresco con sabor a hierba de jardín mojada, me devolvió la energía para tirar hacia adelante. En la cafetería del Hotel Santa Ana, sentada en una mesa junto a una de las ventanas que daban a la plaza, leía los anuncios y las películas de los cines, del periódico Ya. El anuncio que más me llamó la atención decía: Seguros Sudamérica necesita Agentes Comerciales. Sueldo fijo más comisiones. Seguridad Social e incentivos. Mayores de 21 años, buena presencia, bachiller superior y disponibilidad inmediata. Entrevista mañana, Lunes de 9 a 14 horas. Preguntar por Sr. Manzano.

Respiré hondo y bajando por la calle Huertas me hice la ilusión de que ya tenía trabajo. En la misma calle, casi al final, vi una librería de libros usados y compré mi primer libro de Madrid, por cincuenta pesetas: “Doctor Zhivago”.

Solo pregunté dos veces hasta llegar al Retiro. En el espejo de un escaparate del Paseo del Prado pude contemplarme como no la había hecho nunca. Mi ojos son claros y punto. Mi pelo rubio y largo con ondas naturales, que potencio con el moldeador, porque no me gustan las peluquerías. Casi no me pongo maquillaje y hoy llevo una camiseta blanca, unos Lois y zapatillas Victoria con cordones blancos. No me apetecía ponerme sujetador y no lo puse. Cumplí veintiún años en abril y tengo mi vida y mi muerte, por delante. Mi principio y mi fin fluyen como arroyo cristalino habitado por guijarros negros, algunos con forma de corazón.

En el Retiro aún hay poca gente y sentada en un banco, empiezo a leer mi libro. Me gustan las nubes de Madrid y el Sol calienta pero no mucho. Estoy a gusto, aunque me duela el nudo en la garganta que siempre permanece como carcoma que roe y roe.

Me acordé de la chica drogadicta de anoche y tuve que volver a empezar la lectura. Algunos hombres, al pasar, me decían piropos: “Rubia, estás de pan y moja”, “Rubia, estás sola porque quieres”. Pensé en cambiarme a un banco más escondido. Al levantar la vista del libro, vi como un muchacho bastante mayor que yo, venía caminando con paso decidido. Su pelo era negro coma ala de cuervo y largo, mucho más largo y lacio que el mío. En una mano traía una guitarra en su funda negra. En la otra, un libro y en el rostro aceitunado, una sonrisa blanca como la nieve. Al llegar a mi altura dijo: “Cuando te vi, supe que hoy será un gran día”. No pude evitar devolverle la sonrisa y decirle “Gracias”. Cuando ya se alejaba, me fijé que sus pantalones eran Levis nº 5 y que llevaba sandalias de ermitaño, camisa de lino blanca y pensé que debía ser indio, pero en alto, muy alto y delgado. Antes de que le perdiera de vista, se volvió y dijo que tocaba la guitarra junto al estanque. Ven y me escuchas ¿OK?

“Doctor Zhivago” es uno de mis libros, y películas, preferidos. El personaje de Lara me fascina, me enternece, me vuelve envidiosa de ella, de hecho ha habido quien ha dicho que tengo un aire a July Cristhie, pero esa mañana no había forma de concentrarme en su lectura. Eran las diez y cuarto de la mañana y una pequeña brisa hacía bailar a las hojas secas que estaban sobre la tierra seca del paseo. Me acordé de la guitarra de Elisa Serna que yo había llevado al hombro por la calle Fuencarral, hacía menos de diez horas. Me acordé de que no debía acordarme de nada ni de nadie. Libro en blanco, totalmente en blanco, como la sonrisa del hombre con pelo negro como ala de cuervo.

¿Dónde está el estanque? ¿Dónde me llevan mis pasos?

Los pájaros del Retiro son los mismos que los que cantan en el río, en mi río Esla y cuando llego al estanque, que ni tan siquiera sabía que existía, me acerco a la barandilla a contemplar los peces que se pegan por comer las cáscaras de pipas. El hombre de la guitarra, está sentado en un banco de madera y me acerco, mientras miro cómo algunas parejas de enamorados reman y ríen en el estanque con sus barquitas azules, y avanzo, y cuando llego a su altura, la sonrisa blanca y el pelo lacio y abundante, negro como ala de cuervo, me atraen poderosamente y es como si me dijeran, en silencio, imperceptibles, pero lo dicen: ven, ven, ven... dios mío, pero si ya estoy aquí. Algo tiembla dentro de mi ser y no lucho por evitarlo.

Mientras afina la guitarra dice que no tema, que no muerde, que me siente a su lado y que conversemos. “Conversemos”, que palabra más hermosa. "Está a punto de llover y no puedo dejar que a mi guitarra le caiga ni una sola gota. Voy a tener que regresar al Hostal. Es una pena pero es así" ¿Se puede sonreír hablando?

El poder de la palabra va más allá de la propia palabra, la musicalidad, el acento, la variable percepción de su significado, el tono, el ritmo, la melodía... la música de su voz cuando hablaba restallaba cómo perfectos armónicos en lo interno de mi corazón. El hombre de pelo negro como ala de cuervo y yo, regresamos conversando, tratando por todos los medios de que la guitarra no sufriera ningún daño, camino a su casa, que era un Hostal donde disponía de habitación doble, con vistas a los tejados de medio Madrid y baño dentro de la habitación.

Nunca jamás nadie antes había peinado mi cabello, empapado por la tormenta, con tanta ternura y sensibilidad. Ni yo me había imaginado que iba a ser la que cepillara su fascinante cabellera de pelo negro como ala de cuervo... dios, cuánta pasión. Me dejé.

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