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miércoles, 2 de septiembre de 2009

Nadie regala nada.

VII
Nadie regala nada.


Recuerdo el día en el que mi padre me llevó al cine en su bicicleta Orbea, a pesar de que en el cielo las nubes eran negras. Mi madre no le quería dejar que me llevara con él en un día así, tan pequeña, que si quieres ir tu, vete, pero a la niña no la lleves según como está el cielo. La película era “El Doctor Zivagho” y para mi padre era superior a sus fuerzas, a pesar de que ya la había visto dos veces.
De regreso a casa, antes de la mitad del camino, se desató una terrible tormenta. Viento huracanado, relámpagos que incendiaban el cielo, gotas de agua como puños, fría como la nieve y de repente unos truenos aterradores. Nos paramos bajo un árbol y mi padre, más preocupado por la bronca que le echaría mi madre que por él, se quitó la chaqueta y me la puso a mi. Nos reíamos los dos, por no llorar, ya que la chaqueta me llegaba por los pies y parecía el abrigo de un espantapájaros. Como pudimos llegamos a casa hechos una sopa y yo aterrorizada, pero disimulando, para no agravar más la cosa.
Mi padre cogió un catarro muy fuerte, casi pulmonía, y tuvo que guardar cama durante tres o cuatro días. Mi madre llevaba a mis hermanos a casa de mi tía Paulina y mientras ella iba a hacer las labores del campo, yo me quedaba al cuidado de mi padre enfermo. Ese detalle, el de cuidar a mi padre enfermo, me parecía de lo más importante que me podía pasar en la vida. Esmeraldina, mira a ver si tengo fiebre, Esmeraldina, dame un poco de agua, que tengo la boca seca, Esmeraldina dame la cucharada de jarabe. Y así.
Cuando se puso bueno me compró mi primer libro: “Lecciones de cosas”.
Era la una y media de la madrugada cuando Miryam y yo llegamos al Hotel. El día había sido tan intenso, tan agotador que, casi sin mediar palabra, nos acostamos en aquella cama tan grande como para acoger a un regimiento.
- No te lo creerás Esmeralda, he ganado casi doscientas mil. Mañana al salir del curso desapareceré, si llama mi marido o mi madre preguntando por mi, les dices que estoy en una reunión con los de La Caixa, que solo sabes eso. No creo que lo hagan porque yo les llamaré a la hora del desayuno, pero como nunca se sabe, les dices eso, que estoy en una reunión. Llegaré tarde, como ahora más o menos, tu sal con alguna amiga o aprovecha para ver la Catedral o lo que quieras. No te preocupes por mi. Para el miércoles cuento contigo, les has gustado mucho y de ahí pueden salir buenas operaciones. Aprovecha y sácales direcciones, teléfonos, suyos y de sus amigos ¿Te has dormido?
- No, aún no. Casi.
- ¿Has entendido todo?
- Si.
- No se yo. Tienes un ojo cerrado y otro abierto. Por favor, lo de mi marido y mi madre no lo olvides.
Dos horas más tarde yo había dormido mi primer gran sueño y completamente despejada, me levanté a mirar la ciudad y el cielo. Fumando un cigarrillo Paxton pensaba y pensaba... ¿Qué va a ser de mi? La desesperación que sentía era aliviada por la belleza sublime del cielo y de la línea dibujada en el horizonte que juntaba el mar con las nubes. Un segundo cigarrillo y recordé con profunda intensidad al hombre ciego que me susurraba al oído palabras como alfileres de amor ¿Se tirará al mar algún día? ¿Qué altura habrá desde aquí al suelo?
- Eres tan hermosa, tan hermoso, que quisiera que vinieras.
- ¿Me dices a mi, Miryam?
- A ti. Ven.
- ¿Qué quieres de mi?
- Ven. Quédate así. Deja que te contemple. Un paso más, otro. Quieta ahí. Avanza. Abre las piernas y ponte junto a la lámpara de la mesilla. Más abiertas. Date la vuelta. Así de espaldas. Baja la cabeza y pon las manos en la mesilla. Abre las piernas más y baja hasta poner las manos en la alfombra. Quieta así. Abrélo. Ponte derecha y mira para el rincón del techo. Ven... más, más, quieta... ¿Te das cuenta?
- Si
- ¿Y por qué?
- No lo sé.
- ¿Sigo?
- Sigue si quieres.
- ¿Hasta el final?
- Si.
- ¿Me lo das?
- Si.
No hay otro remedio que aceptar la realidad. Hora y media después pude conciliar el sueño y estar despejada como una rosa . El curso empieza y debo pensar que el trabajo es el trabajo. Nadie regala nada.

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