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sábado, 5 de septiembre de 2009

Una lágrima sin caer. Y duele.

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Una lágrima sin caer. Y duele.


Cinco días faltan para que se cumplan treinta y dos años desde que, procedente de mi pueblo, llegué a Madrid. Hace tres horas y media he recibido una llamada de Carmen, mi amiga Carmen, la persona que más me ayudó al llegar a esta ciudad en la que aún resido, no sé si por desgracia. Carmen fue mi compañera de habitación compartida y de cama, durante tres meses, los tres primeros meses más accidentados y excitantes de mi vida, en la pensión de la calle de la Cruz.
Carmen apenas se pudo expresar y contarme detalles, su pena era tan grande y su llanto tan incontenible, que ni se le entendía. Ananías, el hombre que ella llamaba el amor de su vida, acaba de fallecer de repente, de lo que hoy día se llama muerte súbita. Carmen y Ananías han mantenido desde aquél entonces una relación de pareja esporádica ya que él seguía con su esposa y sus hijas. Carmen decía que su vida ya no tiene sentido, que de poco le vale todo su dinero y prestigio social y profesional, que toda su vida volcada en amar a su hombre y que ahora no podía ni asistir al entierro.
Carmen ocupa un alto cargo en uno de los Ministerios del gobierno actual y en todo este tiempo hemos mantenido una amistad y contacto permanente, aunque con diferentes altibajos, como es lógico, durante todos estos años. Hemos quedado para vernos pasados unos días en su casa de la calle Juan Bravo.
En cuanto a mi... puedo decir que acabo de llegar de pasar una larga temporada en la casa de Cartagena donde tengo una sucursal de mi Agencia de Seguros que atiende mi hijo mayor, Claudio, con dos empleados fieles desde hace más de veinte años.
Mi otro hijo, Benjamín, al que llamamos Benja, vive en Zurich con su novia Salimar, de Bangla Desh. Benja es Asesor Jurídico en Axa, una de las mayores Compañías de Seguros del mundo.
Mi marido se llama Said Al Fajet, es sirio y actualmente es asesor de asuntos culturales y jurídicos sobre asuntos árabes. Durante muchos años mantuvo una Asesoría de Empresas que finalmente vendió. Said y yo nos conocimos en La Compañía casi un año después de haber empezado yo. De hecho fue uno de mis primeros agentes cuando desempeñé el cargo de Jefa de Sección, en Vida.
Mi trabajo actual consiste en supervisar la oficina de Cartagena y la de Madrid, situada en la calle Goya, que la dirige una hija de Antonio Cubillos y otros tres empleados.
Miryam hace dos años que se jubiló y ahora le han descubierto síntomas de Altheimer. Me contaba hace unos días una de sus hijas que están pensando en llevarla a una Residencia de Ancianos.
Mi madre se murió muy joven de cáncer y a mi padre le dio un derrame cerebral a consecuencia del que falleció un par de años después. Mi hermano mayor, Efraín, se mató en un accidente de moto tres días después de haber estrenado la ilusión de su vida: una Harley Davison. Mi hermano pequeño, Eliacer, es el que atiende la casa y las tierras del pueblo. Se podría decir que es el que se ha quedado con todo y casi ni nos hablamos. Es otro episodio triste del que mejor no hablar.
Anna, mi amiga Anna, es una feliz abuela de seis o siete nietos y junto a Jordi, su marido, ha conseguido ser una de la coleccionistas de Arte más importante de España. A veces quedamos y nos vemos en su casa palacio y nos pegamos nuestras buenas palizas de hablar y hablar. Ella es la culpable de que yo también sea pintora.
He participado en varias exposiciones colectivas y ahora preparo una gran exposición personal de obra de gran tamaño en una de las más prestigiosas galerías de la calle Orfila, de Madrid.
Mi vida es... rica en vitaminas y pobre en activos minerales. Quiero decir que aquí sigo con mis sufrimientos y mis trabajos, con mis angustias y mis desolaciones. Sigo siendo Esmeralda Cadenas, a mi manera, la más infeliz de todas las mujeres, porque por mucho que haga, o que tenga, o que consiga o que deje de conseguir, por mucho que insista, nunca conseguiré ser ni la mitad de lo que me gustaría. Mi obra es imperfecta, inmadura, mi familia... va tirando, solo tirando y aún me falta ese detalle, esa guinda, esa conformidad, podría ser, por la que me sienta medianamente satisfecha. Insatisfacción permanente.
A pesar de todo, mi vida sigue siendo una lágrima sin caer. Y duele.
FIN.

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