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domingo, 31 de enero de 2010

LA MÁQUINA DE ESCRIBIR.

A la máquina de escribir de tu padre le hace falta una buena limpieza de tipos y ajustar el piñón de la palanca de interlínea, aún así, insistes en que vaya contigo a pasar a limpio los poemas que te dediqué cuando tuvimos tanta fiebre.
Aprovechamos que tus padres están en el cine viendo “Doctor Zhivago” y tu y yo, solos, buscamos en el escritorio papel de calco y tipex o, al menos, goma de borrar tinta. No hubo manera así que, teníamos triple trabajo si queríamos la tres copias que habíamos dicho.
La máquina se encargaba de perforar nuestros sentidos con su música y mientras dictabas mis versos encendidos e imperfectos, cruzabas las piernas y balanceabas tu zapato de charol que brillaba como el tricórnio de tu padre, que era capitán, masticabas chicle distraída y me fijé en tus calcetines blancos de ganchillo o de hilo, miraste el reloj de pared y dijiste:
“Date prisa que aún podemos comer un bocadillo de mortadela, poner los discos nuevos y bailar “Noches de blanco satén“ y “Con su blanca palidez“.
No es que no me gustara el tipo de letra de la máquina de tu padre, o que no me encante la mortadela, y de bailar, no digamos, pero, mientras dictabas y balanceabas la pierna, vi cómo se te había subido la falda convirtiéndose en mini y la falta de interés por lo que había escrito pensando en ti.
Tu no me entiendes. Mis poemas pueden esperar a que los pase a limpio, así que, en unos meses decidiré si los quemo o si consigo máquina propia. Vamos que quiero mirar si ha llegado el Fotogramas al quiosko.

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