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domingo, 31 de enero de 2010

XXVII.- Zanjar tanta devastación.

Cuando no hay opción a volver atrás y encuentras el camino tan llano y limpio de piedras y abrojos, es mejor no ser demasiado exigente y tirar para delante dispuesta a todo. Por el momento, si no hay nada en contra, ya tengo trabajo para casi tres meses y muy posible que para el resto del año. El hecho de estar en casa extraña, en la cama con una mujer que ayer no conocía, desnuda con mis pantys de nylon azul marino, casi transparentes, observando cómo duerme plácidamente su siesta, lejos de inquietarme, me da placidez y me inunda de ternura. Si acaso, expectación conscientemente asumida.
No existe la felicidad como se sabe, pero si la aproximación al bien estar, o al estar a gusto. Seguro que en mi máscara, si la pudiera ver, se vería una sonrisa de satisfacción. La cabeza no deja de pensar ni un solo momento y a veces, la mayoría de las veces, en tres planos distintos y simultáneos, como en este instante.
- Ya terminé. - Patro abrió los ojos y mirándome fijamente, repitió: Ya terminé. Se incorporó y puso sus brazos cruzados sobre la frente. Miraba de soslayo y se sorprendió de que estuviera desnuda con mis pantys. Me puse mirando al techo y por imitación, crucé mis brazos como hace ella.
Durante varios minutos, ¿o fueron segundos? quedamos en silencio. En todo el día no me ha dolido el pecho y te lo debo a ti. Me pregunto que sentirán dos mujeres cuando lo hacen, me pregunto tantas cosas ¿Cuánto crees que puede costar la reforma? No sé, sobre cuarenta o cincuenta mil. Tus senos son preciosos, tengo en casa cinco mil, te los llevas, como señal y mañana me traes el recibo ¿Qué necesitas para empezar? Fotocopia del DNI y una copia del plano del piso. Es curioso cómo tienes de cerraditos los labios y lo liso que tienes el pubis. Nunca antes había estado como contigo ahora y si te digo la verdad, me gusta. A mi también.
Cuando mi marido ascendió a Coronel fuimos de viaje a Milán y Venecia. Nos quedamos a pasar una noche en Verona, cogimos un hotel y cenamos en un restaurante griego. Una de las camareras se encaprichó conmigo. Fui al baño y me siguió, pero cerré la puerta con el pestillo y no pudo entrar. Fuimos a tomar unas copas y casi tres horas después, regresamos al hotel, quieres creer que en la recepción estaba la camarera del restaurante y que intentó subir con nosotros. En italiano macarrónico pudimos disuadirla y se fue medio llorando. Iba por mi.
Ese episodio me impresionó tanto que aún me acuerdo de ella y me excita, la verdad. Cuando regresamos a Madrid, mi marido mandó investigar, sin que yo supiera nada y resultó estar involucrada, la camarera, en grupos de inteligencia que pasaban información a independentistas de Córcega que, a su vez, se la pasaban a los de aquí, de España.
Menudo desengaño, porque la chica llegó a ser mi obsesión y un día se lo conté a mi marido y fue cuando él me lo dijo: Te quería seducir para sacarte información sobre mi y mi trabajo en el Estado Mayor. A veces pienso que mi marido pudo haber tenido un accidente premeditado, pero como nadie lo reivindicó he descartado ese pensamiento ¿Si te pidiera que te dejaras crecer el vello del pubis lo harías? Es posible.
En el móvil suena un mensaje. Me levanto por si es de mi madre o de mi hermana. El mensaje dice: “Me han hablado maravillas de ti. Esta noche te haré una perdida, contéstame. Soy P. A.”.
- ¿De quién es el mensaje, cariño?
- De Movistar. Dice que tengo 26.000 puntos y que puedo cambiar mi móvil a coste cero.
Nos pusimos de lado una frente a otra y sin querer nos abrazamos y Patro empezó a llorar. Las velas se terminaron y a oscuras nos quisimos hasta el final.
Eran las diez y media de la noche cuando llegué a casa y sonó el móvil. Era P. A. el amante de Elizabeth. Le llamé desde la bañera y... le dije que lo pensaría y que, tal vez, iría varias noches hasta que me quedara.
La valentía será la bestia que me morderá en el cuello para inyectarme el veneno que me lleve a las entrañas el fuego que me queme y arda en deseos de locura, la misma con la que amo, obsesivamente, al desconocido señor Armando. Es hora de afilar la navaja y cortar de un tajo mi infelicidad. Mi sangre es semilla que nace para zanjar tanta devastación. FIN.

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