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jueves, 4 de febrero de 2010

EL TOBILLO A TOMAR VIENTO

Nunca cree uno que pueda ser verdad eso que dice el pueblo popular: "Las desgracias nunca vienen solas". Así ha sido: Dicen que tendré que andar con muletas, después de ocho días de reposo, al menos durante veinte días más. Me duele mucho pero, afortunadamente, puedo escribir tan mal como siempre.
En la empresa solo se han preocupado de saber la hora de mi accidentada caída. Las 12,30, les dije. Tuve que dejarles la tarjeta del cliente que acababa de visitar y a cuya puerta, al salir un poco acelerado, resbalé con tan mala fortuna, que rompí no sé qué hueso del tobillo, el ástragalo, creo. No me extrañaría que mis jefes llamen para comprobar que es verdad que salía de hacer esa visita y a esa hora.
Me resulta difícil seguir. Los analgésicos están haciendo efecto. Me consuela saber que durante un mes, o más, no iré al trabajo
Si tuviera a alguien que me pudiera atender...

ES UN ESGUINCE.
Me duele muchísimo, tengo los dedos amoratados de mi pie derecho y no puedo, aunque quiera, apoyar el pie porque el dolor es irresistible. He tenido que volver a urgencias y después de varias radiografías y casi cuatro horas de sufrimiento, me han puesto escayola y me han mandado para casa. Tengo esguince leve con rotura fibrilar.
Me han prestado dos muletas, con una fianza de 30 euros, nos ha jodido, y me han dado cita para dentro de tres días. Dicen que tendré para una buena temporada. En casa, la señora ha sido muy amable conmigo y me ayuda a acostarme y a tener levantado el píe y con una bolsa de hielo atada con unos cordones de zapatos.
No debería decirlo pero es tanto el dolor que se me saltan las lágrimas. Se me hormiguean los dedos y puede que mañana estén morados.
La señora me da una sopa de cocido y tomo un nolotil. Duermo unas dos horas y me despierto con muchísimos dolores por lo que tomo otro nolotil. Me pongo el termómetro y me llega la fiebre hasta casi treinta y nueve.
Consigo dormir otras dos horas. Al despertarme estoy envuelto en sudor y no siento los dedos de mi pie. Miro al cuadro del Corazón de Jesús y luego, en el espejo del armario, trato de ver cómo se mueven los dedos. Pero no se mueven. El hielo se ha deshecho y no puedo llamar a la señora para que me traiga otra bolsa, son las dos y veinte de la madrugada y no puedo molestar. No son mi familia los señores de la casa y están a sus cosas, durmiendo sus sueños.
Mi pie está hinchado, muy hinchado. En mis delirios, por la fiebre, veo cómo me abren el tobillo y me ponen cinco o diez tornillos y una placa. Veo que, en la operación, se les cae al suelo una taba de hueso, como las que tenían mis hermanas cuando jugaban con las tabas, y ni las enfermeras ni los médicos se dan cuenta. Entra un perro lobo y come mi taba y se va. Los médicos y las enfermeras hablan y hablan y cuando terminan de coser, se dan las manos unos a otros y se les oye decir: “Buen trabajo”. Se van y me dejan solo. Quiero gritar pero no puedo ¡La taba de mi pie se la comió un perro!
Pienso en la muerte. Si un simple esguince me duele tanto... ¿Cuánto duele la muerte?

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