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lunes, 1 de febrero de 2010

EN EL CINE

Suspiros como resuello de caballo árabe en lo mas alto de las brañas terciopelo de hierba verde, jara, tomillo y brezo. Islotes de nieve salpican de acuarela el paisaje precioso únicamente para los forasteros y los débiles.
Ya dijo mi padre que no se me ocurriera concebir lo inhóspito y agreste de nuestro entorno como paradisíaco lugar. “No has de creer en algo que no existe“, - añadió, serio como apóstol petrificado a la puerta de una catedral. En el cine se le dan vueltas a otras cosas que sugiere la oscuridad o la película o, simplemente, el pensamiento que se presenta porque si. Entonces, viene la mejor parte, cuando el valiente doma al caballo de crines blancas y rabo negro, se ajusta las cartucheras a los muslos forrados de piel de ternero de bisonte, Winchester en ristre, pistolas de la marca Colt con cachas de nácar, espuelas brillantes como estrellas, corte de pelo a navaja mellada y de repente, el traveling se desgarra y fallece la pureza de la imagen en el lienzo, por culpa del tacto del tizón de electrodo incandescente en el celuloide y se hace la luz.
Hueles a O de Lancome y a Famos, alguien comenta para que se le oiga: “¡Vaya, ahora que estábamos a lo mejor...”. Bajaste de la nube, me retiras la mano, esa mano que tiene vida propia y que se me va de crucero de placer entre los abismos de Puerto Nalgas, sin que lo pueda evitar.
- ¿Te gusta?
- ¿Cuál?
- La película.
- Sí, mucho ¿De qué va?
No tardan en arreglar el problema en la cabina de proyección y cuando vuelve la imagen, el gringo ya ha matado al sheriff corrupto y cómplice de los cuatreros. Me miras con ojos brillantes suplicando que vuelva a la búsqueda, pero ya no es lo mismo. Realmente, hueles a pipas de calabaza.

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