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domingo, 7 de febrero de 2010

IV.- Por las buenas o por las malas.

Debería existir una máquina de hacer fiebre. Si tuviera a mano una buena máquina de hacer fiebre, me haría adicto y estaría, continuamente, sumergido bajo los efectos que produce la fiebre cuando se sobrepasan lo límites y se está en el filo de lo inconsciente. Delirar, cuando se superan los 39º, es sentirse al límite del preámbulo del paraíso, es decir, sentirse muy por encima del vértice de los sueños, ese vértice del que no te gustaría descender, porque descender al despertar es hacerlo a la realidad “real“.
Las persianas bajadas, casi totalmente, suman la habitación en una semipenumbra que me facilita la ensoñación. Mantengo mi pie, todavía algo inflamado, sobre unos cojines en la parte trasera de la cama. Sudo como en pleno mes de agosto y, a pesar de ello, siento un frío seco que no se me pasa ni con dos mantas.
Pienso que, a parte del esguince y de la rotura fibrilar, debo tener una gripe de caballo o puede que tenga una herida interna en el pie, que no descubrieron en el hospital y que esté derivando en gangrena. Me pregunto que qué pasaría si me tienen que cortar la pierna, si las piernas, gangrenadas, las cortan con sierras especiales, similares a las de los carpinteros. No se si usaran serruchos normales o radiales ¿Deshuesan todo, como se hace con los jamones, o cortan directamente y ya está?
¿Qué será lo que estoy haciendo mal? El tener el pie en alto no se si será bueno o malo. A lo mejor se me ha cortado el flujo de la sangre y por eso el hormigueo y la fiebre. El reloj Radiant de 17 rubies, regalo de mi fallecido padre, marca las once de la mañana y no tengo ni hambre ni sed. Cierro los ojos y visualizo la casa donde vivo en una habitación alquilada.
Los dueños, un matrimonio compuesto por Don Lorenzo Rosales y Doña Remedios Cambados, me alquilaron esta habitación, la más grande y soleada, para ayudarse con los gastos de mantenimiento y para sentirse un poco acompañados. Dicen que se sienten solos y que les viene bien tener a alguien muy cerca por si les pasa algo, superan los setenta y la casa, como dicen ellos, se les cae encima por su enormidad
Cuando llegué aquí, por un anuncio del periódico, solo me enseñaron la cocina, los dos baños y el enorme salón. De las seis habitaciones restantes no me hablaron y, sin decirlo, dieron a entender que estaban completamente vacías, excepto su dormitorio que está al fondo del pasillo y que da al patio interior.
El que sea un sexto piso y en plena Avenida de Menéndez Pelayo, le suministra una luminosidad especial y hasta un aroma distinguido. Desde mi habitación se ve un paisaje maravilloso de tejados y toda la frondosidad y amplitud de El Retiro.
Esta casa es... ¿cómo lo diría? ya sé: Esta casa es la casa de mis sueños y dado que lo es, he de hacer todo lo posible porque, de aquí a poco tiempo, sea la casa de mi propiedad. Don Lorenzo y Doña Remedios, por lógica, pronto se irán para el otro barrio. Por las buenas o por las malas.

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