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lunes, 8 de febrero de 2010

V.- La verdad es la verdad.

No se muy bien qué es realidad y qué es sueño, o delirio, y mucho menos ahora, cuando estoy sumergido en una marabunta de fiebre que sube y me mantiene sudoroso y con temblores. La casa se ha convertido en elemento fijo de pensamiento, en obsesión.
Fue el sonido insistente del móvil el que me hizo abrir los ojos y volver a tomar contacto con la vida real. Aunque, si digo la verdad, en maldita hora contesté la llamada. Resulta que me llama mi jefe directo, el Señor Alonso, como le digo, no para interesarse por cómo me encuentro, por cómo evoluciona mi pie, como debería.
Dice, asegura, que le estoy engañando, que me han visto hace una hora aparcar mi coche y entrar en las oficinas de Cobrasa, la empresa más directamente competidora de la nuestra. Al decirle que eso no es posible, que estoy con 39,5º de fiebre y que no puedo ni moverme. Tuvimos un dialogo, más que una conversación, de besugos. Asegura que me vieron, que era yo, que era mi coche y que yo, Abel, estaba hace una hora entrando en la oficinas de Cobrasa. Le reté a que lo comprobara viniendo hasta aquí y que se cerciorara de en qué estado me encuentro. Que podía venir, que será bien recibido.
De tanta rabia e indignación, me vino un súbito subidón de adrenalina, que me sorprendí saliendo como un descosido, disparado de la cama y desnudo, a la pata coja, me acerqué a la ventana, subí las persianas y descorrí las cortinas. Me puse los Levis 501 y una camiseta negra de los Ramones y empecé a espabilarme. De vuelta al baño a hacer pis, me fijé en el espejo. Tengo cara de asesino, muy calmado eso si, muy sereno, pero con la intención de resolver mis problemas como lo hacía Harry el Sucio. Mientras me arreglaba un poco los pelos revueltos, me acordé de que cuando era pequeño quise se ladrón y lo fui.
Debía tener yo nueve años cuando, en la pequeña ciudad donde vivía, se hizo famoso un ladrón que robaba bancos y que durante varios años no hubo forma de que la Guardia Civil pudiera dar con él. Era tal la fama que tenía que, una noche de insomnio, me pregunté qué sentiría una persona cuando roba algo ¿Qué sentirá por dentro un señor cuando roba?
Al día siguiente, me mandó mi madre hacer un recado en la tienda del SPAR, que llevaba el padre de un compañero de escuela, el señor Elías.
Pensé que era mi gran ocasión de convertirme en ladrón por un día y que no debía desaprovecharla. Al llegar a la tienda, saqué de mi bolsillo la pequeña lista de la compra. Me fijé en una navaja que estaba en un panel, entre otras muchas, que decía: “Navajas de Albacete”. Mi corazón no latía más fuerte, mi pulso no temblaba, mis ojos y mi pensamiento sólo tenían un objetivo: “La navaja”.
El señor Elías tuvo que entrar dos veces a la trastienda a coger unas cebollas y la docena de huevos, que eran parte de mi encargo. En uno de esos viajes, cogí la navaja que estaba casi oculta entre unas cajas de galletas, la metí en el bolsillo y hasta hoy. Nadie jamás ha sabido nada y ahora, de repente, he recordado aquel episodio. Solamente una vez, en una cena entre amigos, con alguna copa de más, dije que yo sabía que tengo valor para todo lo que se me presente en la vida, incluso para ser ladrón. Nadie me creyó porque todos me tienen por buena persona.
Lo mismo que pude ser ladrón y no sentir nervios, ni remordimiento, ni sentimiento de pecado o de culpa, puedo eliminar a todo aquél que se atreva a ofender mi autenticidad. El que me ofenda será victima de mi venganza. Hay mil formas.
No se necesita demostrar la verdad. La verdad es la verdad.

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