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miércoles, 29 de abril de 2009

LA RESINA DE LOS BOSQUES

¿De dónde viene la voz que llama en grito,
que rasga por dentro,
que hiere los extremos desolados
de mis perfiles
y provoca lágrimas que se estrellan
en la taza del café hasta diluirlo?

¿Eres acaso tu la que dejas
la huella sonora, el eco de una súplica,
de una reclamación
que permanece transparente,
y que distraído en los pormenores,
no atendí a debido tiempo?

Algo hay que silva en los oídos,
que trasciende y provoca desazón,
y no es la sonoridad del agua cristalina
que se desliza por la acequias doradas
de los patios mozárabes.
¿Quién procura mi presencia si no eres tu?

¿Acaso es el soplo húmedo de los versos
que se desliza entre la resina de los bosques?

martes, 28 de abril de 2009

SOPHIE

XIX

Mientras subíamos a su ático me iban contando: “Somos casi pareja, venimos del local de ensayo, tenemos un grupo, ella es la voz , piano, teclados y yo guitarra, violín, bajo y compositor”. Me encanta la música, dije, siempre soñé con hacer letras de canciones.

Mirar lo que me acaban de tatuar. Separé mis rastas y bajando el cuello de la camiseta les enseñé el tatuaje. “Eres una aparición, necesitamos carne y sangre frescas y además eres poetisa. Puedes unirte a nosotros y ser nuestra letrista”. Mola, dije.

“Lo que mola es tu tatuaje, me pone”. Dijo la chica. “A mi me pone lo mismo que a ella”. ¿Vivís juntos? “Casi, porque somos inseparables desde niños“. “Acabamos de terminar segundo de medicina y salvo los días de ensayo, las fiestas de los viernes y sábado, vestimos y nos comportamos como los normales. Ya llegamos”. “Necesito sangre antes de que amanezca”, dijo la chica. Olían como a iglesia, a cripta, a sacristía, casi de inmediato me di cuenta. Olían a incienso.
Al salir del ascensor y antes de entrar en su casa, comenté que me imaginaba que esos comentarios sobre la sangre y la carne eran figurados, metáforas o algo así. “Pues claro tonta, nosotros no mordemos ni el chorizo. Hablamos así porque es parte del ritual, del vocabulario. Puedes estar tranquila que no te haremos nada que tu no quieras”. ¿Seguro? “Seguro, pero si lo dudas estás a tiempo. Te damos papel de fumar y te vas. Eres libre como los susurros del viento en los cementerios”. La que parecía llevar la voz cantante era la chica que se las arregló para abrir su capa y mostrar su blusa de seda negra, transparente, excepto dos estrechas franjas de tela más opacas coincidiendo con sus pezones, pero que no impedía exhibir de forma morbosa sus prominentes senos.
El pasillo y la casa entera estaban completamente a oscuras. Sacaron una caja de fósforos cada uno y enseguida encendieron una palmatoria de bronce y con su luz se despertaron las sombras. “Espera que en el salón tenemos los trece velones”. ¿No encendéis la luz? “Solo lo absolutamente necesario”. Un escalofrío recorrió mi espalda.
Se quitaron la capa negra y las botas de piel negra, adornos de acero en la puntera y el tacón, media caña y ocho hebillas. “¿Quieres tomar vino caliente?” ¿Vino caliente? “Sí, no te extrañe. Calentamos el vino para beberlo como si fuera sangre, se rebajan los grados, le ponemos azúcar y lo tomamos en tacita de porcelana como si fuera té chino.”. Lo probaré. “Y nosotros te probaremos a ti”, dijeron al unísono.
De una caja de madera de nogal que había en una mesa de cristal entre los sofás de piel negra, sacaron el librillo de papel de liar y unos condones de color rojo. Dios mío, pensé, esto va en serio, debería irme.
Decidí quedarme sin haber tenido en cuenta que esta noche la Luna está más llena que nunca jamás.
The end.

SOPHIE

XVII

Sawa y el hombre negro se despidieron junto a la puerta hablando el idioma africano y besándose, que yo les vi, con un beso largo y apasionado. Sentí romperse algo en mi ser íntimo, tal vez celos, tal vez envidia, no se.
Sawa dijo que estaba cansada, que mañana tenía que madrugar, que si me quería quedar a dormir con ella, que le gustaría que le acompañara en sus mini vacaciones en Oliva, que en el chalet tiene piscina, que conoce gente en Cullera, que quedan los viernes para hacer orgías y ceremonias de iniciación al sado masoquismo, que le gustaría llevarme conmigo para iniciarme. No se.
Mientras decía las cosas yo me lavaba en el bidet y el agua era casi roja por los restos de la sangre de mi rompimiento, de mi desvirgamiento. Hacía hincapié en que le gustaría que trabajara en su empresa, que me darían suplencias y días festivos, que ganaría un buen dinero y que ella haría, por mi, todo lo que pudiera para que, aparte de ganar un dinerillo, que nunca me vendría mal para pagar matrículas y libros, iría aprendiendo y si era el caso, ir escalando posiciones. “Con tu tipo y juventud, en un par de años puedes llegar a ser encargada de sección, incluso de tienda“. No se.

De alguna manera lo que estaba haciendo era dar tiempo a que llegara la hora en que sabía que, al llegar a mi casa, mis padres ya estuvieran acostados. En quince minutos me iré de aquí y es muy posible que no vuelva jamás.

Mi padre tiene una Asesoría y me pide que colabore con él trabajando cuando pueda y me dará una pequeña paga. Con mi padre me llevo bien y me enseñará a desempeñar su trabajo de cara a que, en un futuro, me quede al cargo de su empresa, nuestra empresa, como él dice. No se.

En mi fuero interno lo que realmente deseo es disfrutar de lo que la vida me va ofreciendo, disfrutar gozosamente del devenir del tiempo y de las cosas, aprehender con mi espíritu lo más sublime y lo más detestable, en mi corazón almacenar lo bueno y lo malo, y dilatar así mi propio yo y al fin, realizarme con mis contradicciones, mis luchas, mis sufrimientos y mis gozos. No me imagino viva más allá de los treinta. No se.

Ya vestida, abracé a Sawa y ella me abrazó. “Tengo la sensación de que no te volveré a ver jamás”. No digas eso, es muy posible que por la mañana haga mi curriculum y que por la tarde te lo acerque a la tienda, es muy posible que vaya contigo a Oliva, es muy posible que cenemos juntas, es muy posible, pero ahora no se.

domingo, 26 de abril de 2009

SOPHIE

XVI

“Quieta así, Sophie, pero boca abajo, que en unos minutos te hago el tatuaje. Tengo que coger el Metro y me cierran en menos de una hora“. Si, cariño, haré lo que tu me digas, pero no me hagas daño. Sawa se emocionó abrazándome y mirándome a los ojos con una pequeña muestra de celos: “Has dicho, “cariño”?” Es que se me escapó, dije, como disculpándome.

“¿Cómo te sientes?”- preguntó Sawa sin apartar de mi su mirada y su sonrisa tan complaciente. Me siento como en un sueño, pero bien “¿Te duele el coñito?” Un poco, casi nada “¿Quieres tomar algo?” Otra lata de coca cola, por favor. Mientras ella iba a por ella, Mossés, ya vestido, preparaba los utensilios para mi tatuaje.

Puso el papel calco sobre mi espalda y ayudándome con un espejo de mano le iba indicando. Cuando ya teníamos claro el lugar exacto empezó a calcar sobre mi piel la palabra dibujada.
Sawa me sujetaba las rastas y me acariciaba la cara y a veces me besaba en la frente o en las mejillas, todo ternura y delicadeza.
Mossés ya tenía su máquina preparada “¿Empezamos, Sophie?” Empezamos, Mossés. El ruido como el de la máquina eléctrica de afeitar de mi padre se me clavaba en los oídos. Era como un susurro y en la espalda un ligero dolor, como si fuera un escozor caliente. Cerraba los ojos y me dejaba hacer. “Ya tenemos la P mayúscula ¿Te gusta cómo queda?” Queda muy bonita “¿Sigo?” Sigue. Con el espejo iba viendo todo el proceso y al poco rato ya estaba la palabra “Poesía” escrita, tatuada, en el lugar y de la forma que yo había elegido.

Mossés, con unos algodones empapados en alcohol, limpió el tatuaje. “Ya está. En los huecos de las letras se pueden pintar colores. Cada letra de un color, si tu quieres”. Ya lo había pensado, pero para otra vez. Ahora está bien así. Miraba una y otra vez, a través del espejo, y no podía por menos que estar satisfecha del resultado. “Durante un par de días no te laves esa parte, y te lo limpias un poco con algodones mojados en alcohol. Pasados esos días ya te lo puedes lavar normalmente”. Muchas gracias, Mossés, ha quedado precioso. “Gracias a ti, Sophie, si quieres más, quedamos otro día, Ok?". Ok, Mossés, tengo pensado tatuarme toda la espalda en el transcurso del tiempo, por ahora está bien así.

Estaba tan contenta que abracé a Mossés y le di un beso en la mejilla en señal de agradecimiento, pero él aprovechó para comerme la boca. Respondí a su beso y quise separarme pero no pude. Era como brasa de volcán el aliento de su ternura, nos resistimos y quedamos con ganas de más y más. “Me gustaría pasar la noche con vosotras pero se ha hecho tarde. El pequeño tiene algo de fiebre”. Por hoy ha sido mucho lo que me has hecho, dije. “Otro día quedamos los tres, si os parece”, respondió Sawa, mi princesa de ébano, mientras se ponía una camiseta de dormir.

Cuando Mossés se fue, sentí tristeza, sentí que me gustaba aquél hombre negro y su enormidad, que... mejor olvidarlo. Ya veré.

jueves, 23 de abril de 2009

SOPHIE

XV
El hombre negro trabajó con su lengua en mi vulva lo inimaginable y cuando me vino, metió dos de sus dedos y me rompió la membrana elástica que separa la vagina de las entrañas. Sentí una especie de arañazo de púa de zarza dentro de lo más profundo de mi, pero como aún me estaba viniendo, casi ni me di cuenta. Nunca sabré si el dolor me provocó el máximo placer o si fue el placer el que me produjo el dolor. Por eso lloraba de felicidad, lloraba por mi liberación, por mi valentía, por mi nuevo horizonte como persona.

Lloré como niña desconsolada mientras Sawa limpiaba con unos kleenex los dedos ensangrentados de Mossés. “Mira, Sophie, esta sangre era tu virginidad. Ahora mancharás un poco durante unos días hasta que se cure la herida. Ya se te puede penetrar ¿Quieres?”. Antes de responder Sawa me comió la boca y mientras Mossés la penetraba yo comí, entre lágrimas, la suya.
El hombre negro comprendió que ya no era posible más emoción para una sola noche, por lo que extasiado y bramando como un toro, se vino en torrente lácteo que distribuyó equitativamente entre la boca de Sawa y mis asustados pezones.

La diosa de ébano me dio a tragar su parte, mientras Mossés se limpiaba el instrumento por mi cara y mis rastas. Nada de aquello se puede describir fielmente, porque todo era parte de un sueño. Mañana, cuando despierte, podré rebobinar, pausa a pausa, cada instante de lo que ha sucedido dentro de mi alma de hembra, dentro de mi cuerpo como persona, o viceversa. Mañana sabré, verdaderamente, si hice bien o no, ahora nada importa más allá del propio acontecimiento, de la propia vivencia y era inmensamente feliz.

Sawa y Mossés se mostraron con tanta delicadeza conmigo, con tanto amor, podría decir, con tanta entrega que me acordé de mi madre. Mi madre nunca me habló con claridad de estas cosas y he tenido que ser yo sola la que me he tenido que enfrentar ante esta situación. No se lo reprocho, ¿o si?, porque ella seguro que no sabría como explicármelo.

Serenos y abrazados durante unos minutos, quedamos como adormilados, como si los tres estuviéramos digiriendo, pacíficamente, las consecuencias de nuestra batalla. Fueron minutos inmensos de total armonía y comunión entre los tres. Mi cuerpo tan blanco y delgado refulgía como estrella blanca entre los dos cuerpos, bellos como ángeles negros que eran Sawa y Mossés.

Existe la belleza y allí yo era la parte más blanca, la figura central y excelsa del cuadro perfecto por su armonía y serenidad. Sentí que era tan hermosa como ellos. Me emocionaba tanto... que me estremecí.

martes, 21 de abril de 2009

SOPHIE

XIV
Hay mitos sobre África y sobre algunos hombres negros. Ahora se que no es ningún mito, al menos en el caso que estaba presenciando con total fascinación. África es una inmensidad infinita sin explorar por mí y aquí, ahora, dos territorios africanos se me ofrecen ser míos y yo de ellos.
Me quité las sandalias y desabroché el botón del pantalón vaquero para sentirme menos oprimida.

Me acerqué a los cuerpos de la pareja de dioses y los pude tocar y admirar como si me pertenecieran. Mossés, tirando de la cinturilla del pantalón, me invitó a que me quedara desnuda y así hice.

“Tienes unos ojos negros preciosos, Sophie, parecen carbón de fuego encendido”. Gracias, cariño. ¿Se me escapó lo de “cariño”?. No sé.

Sus manos, tan grandes como palmas de palmera, eran seda en mi piel que él recorría con ternura y yo, electrizada, moría de ganas de ser poseída, aunque no penetrada. Aquel miembro era imposible para mi, tan virgen, tan estrechita, tan poca cosa. “No sentirás dolor apenas, sólo una pequeña molestia, algo así como si te arrancaras un padrastro con los dientes”. La tienes muy grande para mi. “Los dedos no, Sophie”. Pero ten cuidado, no me vaya a desangrar. Sawa, que no perdía detalle y que ya había conseguido dos corridas para si, como oasis del desierto, según sus gritos, dijo: “Es enfermero, no te preocupes”.

Me atrajo y metió su boca en la mía succionándome la lengua hasta creer que me la arrancaría... Mi respiración me faltaba y al ver a Sawa tan atareada, con su felación, sudorosa, brillante, ébano, no pude por menos que acordarme de mi padre.

Mi padre me mostró África, primero en los mapas de su Atlas, después en las películas “Memorias de África”, “Gorilas en la niebla” y otras con temática parecida, e inmediatamente me dio a leer libros. Una mano de Mossés se detuvo en mi trasero y uno de sus dedos acariciaba mi esfínter mientras los otros trataban de separar mis glúteos. Su piel era suave como tacto de pluma y fibrosa como la de un atleta, olía bien, a gel de baño, a sudor limpio y fresco, a sexo, a hombre, supongo, porque era la primera vez en mi vida que estaba tan cerca de un hombre en estas condiciones. Los juegos de colegiala con algunas amigas, los tocamientos y algunos pequeños excesos sexuales con mi mejor amigo, o con aquel desconocido en el metro, no tenían nada que ver con lo que estaba viviendo en la casa de mi recién conocida Sawa y Mossés, el hombre negro que me comía con avidez mis puertas por donde entrar hasta mi como cuerpo de mujer. Yo me dejaba.

SOPHIE

XIII
Mis ojos atónitos, asombrados, mis dedos investigando las sensaciones de la piel y mi corazón desbocado. La escena era realidad soñada en fantasía millones de veces vividas desde que tenía uso de razón y allí, delante de mi asombro, Mossés se transfiguró en fauno, en cíclope, en hombre mito, mitad caballo, mitad diablo que me atrae hacía su infierno de subterráneas inmensidades de deseo.

Cuando se acabó el tema musical que bailaban suelto, enseguida vino otro mucho más lento, más cadencioso. Sawa se quedó paralizada durante segundos, daba a entender que estaba volviendo a la realidad, que volvía a ser consciente, que bajaba de su nube.

En ese momento, sin que me diera cuenta, mis dedos acariciaban y abrían los labios lúbricos de mi sexo... tan palpitante y abierto como la vagina de una yegua después de ser fertilizada por un semental. Un hilo de lava me mojaba el tanga negro y los muslos, pero ellos no se lo podían ni imaginar.

Mossés la cogió por la cintura y se pusieron a bailar muy juntos, muy apretados. Pude comprobar la diferencia de estatura y de corpulencia y sobre todo, cómo el miembro del hombre negro, completamente erecto, se frotaba entre los pechos de Sawa y la cabeza de ella descansaba plácidamente sobre el pecho de Mossés. Verles así era uno de los espectáculos más maravillosos y excitantes que yo había visto jamás.

Bailaron durante un buen rato y yo, como que no quiere la cosa, me había bebido mi segundo vaso de ron. Para mitigar los efectos, bebí unos buenos tragos del bote de coca cola.

Paró la música y la pareja de negros, de dioses africanos, se dejaron caer sobre la alfombra, abrazados, henchidos de emoción, extenuados y con evidentes, ganas de hacer el amor, de follar. Mossés no podría disimular, su falo era un mástil y Sawa ardía mirando con ojos lúbricos y con deseos de poseerlo.

Sawa, un poco recuperada, cogió con sus manos el miembro de Mossés y con él se acariciaba la cara, los pechos, los labios de la boca, hasta que, con una mirada de complicidad hacía mí, empezó a lamer y lamer. Cuando ya tenía el capullo del hombre dentro de la boca, Mossés se dirigió hacia mi y dijo: “Si de verdad tienes dieciocho años y quieres, puedes venir y hacerme lo mismo que ella”. Me quedé pensando, pero no mucho. Mi vulva me ordenó que fuera y fui tan entregada, tan dócil, que no me importaba el dolor que me pudiera sobrevenir, porque el placer que ya sentía, cegaba todo lo razonable. Mi mente gritaba en silencio: “Cogérme y hacer conmigo lo que se os ocurra”. Así fue.

domingo, 19 de abril de 2009

SOPHIE

XII
Mossés hacía la copia del dibujo con la que calcaría la imagen en mi piel, antes de grabarla con la máquina, sin dejar de mirarnos con delectación, disfrutando del cuadro.

Sawa apagó la televisión de plasma a la que no hacíamos caso y puso música étnica, africana, lo cual la invitó a bailar ante nosotros. Se despojó del pantalón Levis 501, con las patas cortadas y completamente desnuda, bailaba con mucha sensualidad y arte, digno de la más experta bailarina. No debería haberlo hecho, creo yo, o tal vez si, el caso es que Mossés lo dejó todo y quitándose la camisa se puso al lado de Sawa, bailando con el mismo ritmo y pericia que su compañera.

Mi vaso estaba completamente vacío por lo que me eché ron hasta casi el borde. Les miraba bailar y me parecían la pareja de baile perfecta. Sus movimientos al ritmo exacto de la música, sus cadencias, sus sensualidades y cuerpos brillantes por el sudor, su risa, su cara de felicidad, me elevaban el morbo y el deseo. Después de tres sorbos consecutivos, me sentía un poco bastante contenta y ansiosa de ellos, de los dos, dios mío pero si soy virgen, pensé.

El baile era independiente entre si, solitario podríamos decir, pero perfectamente conjuntado y su coreografía descendía de sus ancestros tribales. Sawa, a veces, parecía poner los ojos en blanco, como si estuviera entrando en trance, como si penetrara en una dimensión espiritual que la llevara al éxtasis, al orgasmo.

Mossés sudaba ríos por su frente, mejillas y pecho. Terminó quitándose toda la ropa y completamente desnudo, se acercó a mi para que contemplara más de cerca toda su hombría de dios africano tallado en caoba.

Sawa se balanceaba, alzaba los pechos hacia la luna, como si existiera, se abría las piernas y como sin querer se acariciaba la vulva para abrirla y mostrar lo sonrosado, levantaba los brazos y Mossés que es un hombre negro, con falo, con miembro, con polla enorme, que se movía al ritmo de la música y al mismo tiempo que sus brazos como si fuera una rama de un sauce. Él, como un bailarín profesional, exageraba y extremando los movimientos del baile y llegó un momento en que su enorme miembro ya no colgaba.
Ya no, dios.

sábado, 18 de abril de 2009

SOPHIE

XI
Sawa se mostró tan generosa con el ron que pronto noté que podía ponerme pedo, por lo que la pedí coca cola. Me trajo un bote y tanto el ron en el vaso de cristal labrado, como la coca cola, la tomaba a sorbitos por separado, como masticando. Curiosa forma de beber que ralentizaba los efectos del alcohol.

Mossés se bebió el primer vaso de un trago e inmediatamente se sirvió otro. Sawa bebía, como yo, a sorbitos. Pedí permiso para fumar un fortunita y como ellos no fuman, fui prudente para no llenar la casa de humo. Las aceitunas verdes manzanilla y todas las cosas que me rodeaban, los objetos decorativos, las lámparas, los sofás de piel negra, las mesitas de cristal, en definitiva, todo, me relajaron y ya me sentía confortable y cómoda.

He de decir que en realidad, me dejaba hacer, me dejaba llevar.

Cuando Mossés vio mi dibujo se quedó extrañado. No podía imaginar que una muchacha tan joven como yo, quisiera grabarse la palabra “Poesía” en la espalda, arriba, entre los homoplatos.

“¿Tienes el dinero?”. Claro, aquí están mis cincuenta euros. Los saqué de la pequeña bolsita de piel que llevo guardada en mi sujetador, talla 85. En la bolsa guardo, también, un pequeño trozo de hachís, para fumar un porrito muy de vez en cuando, pero eso ellos no lo vieron. Mientras Mossés preparaba la copia del dibujo Sawa me sujetaba las rastas para que se me viera el trozo de espalda donde me iban a hacer el tatuaje.

Cuando Mossés vio lo incomodo de la situación, dijo que era mejor que me quitara la camiseta y el sujetador, que las rastas las atara con una goma alrededor del cuello y las dejara caer hacia adelante. Desnuda de la cintura para arriba noté, por primera vez, que Mossés me miraba con deseo, con lujuria, lo cual me daba como esperanzas de que se interesara en mi como mujer, como hembra. Si me deseaba, seguro que el tatuaje quedaría perfecto.

Sawa dijo que no era justo que yo fuera el centro de todas las miradas, por lo que también se quitó la camiseta. Sus pechos son muy parecidos a los míos en cuanto a tamaño y tersura, excepto en que sus pezones son mucho más largos y siempre erectos.

Tomó, Sawa, un trago más grande de ron y sin tragar, se acercó a mi boca, me dio señas para que abriera la mía y besándome profundamente, me dejó caer el ron para que yo tragara su trago. Una deliciosa forma de inventar dar placer.

“Me gusta veros”, dijo Mossés. Sawa se atrevió a comerme los pezones y yo la dejé. Cerré los ojos y con un placer inusitado, me noté mi vulva palpitando, como si estuviera viva e independiente de mi. De hoy no pasa, hoy voy a saber cómo es un hombre, un hombre negro. África me vino al corazón y deseé el viaje.

martes, 14 de abril de 2009

SOPHIE

X
Sawa y el hombre negro hablan y ríen mientras se acercan por el pasillo hasta el salón principal, donde me encuentro. Mi corazón late, bombea, como caballo desbocado. Respiro hondo y antes de que aparezcan me aprieto las piernas bien, como si quisiera proteger mi intimidad, como si me quisiera dar suerte a mi misma apretando mis piernas y con ellas mi coño y mi corazón.

“Mossés, esta es mi amiga nueva. Se llama Sophie”. “Sophie, Sophie, encantado de conocerte, es una suerte para mi”. Me levanté y tuve que subir la mirada, porque Mossés es muy alto. Gracias, muchas gracias, igualmente te digo.

Allí estaba el tatuador, negro pero no tan negro como Sawa, con una cabeza como un melón, completamente afeitada, manos como territorios, sonrisa brillante de marfil, y una corpulencia fibrosa y atlética. Viste una camisa blanca amplia, de cuello tibetano y pantalón de lino negro, sandalias semejantes a las mías y unos dedos con uñas como púas de guitarra. En su mano derecha, el maletín de aluminio brillante, semejante a los que llevan los técnicos de energía nuclear, pensé.

Sawa se mostraba feliz, entusiasmada de verle ya que no le quitaba ojo, parecía que entre ellos había una amistad profunda. Me llamó la atención su anillo de casado y su esclava de plata en la muñeca izquierda. En la otra muñeca, un reloj de oro, un Rolex. Si es de oro, lleva una fortuna con él, pensé.

“¿Quieres comer algo, Mossés?”. “No, cené en el Hospital, lo que necesito es algo muy fresco, estoy sudando como un camello en el desierto, este agosto me va a deshidratar”. Su voz... su voz era ronca y profunda como un pozo africano, nunca mejor dicho. Sawa se fué hasta la cocina y mientras abría Mosses su maletín, me miró sonriente y preguntó si soy tímida, si estoy nerviosa. Un poco nerviosa, la verdad. “Puedes estar tranquila, apenas te haré daño”. Su maletín abierto ante mi, contenía utensilios médicos, algodones, guantes de látex, frascos de colores, y la máquina de tatuar, semejante a los aerógrafos que usan algunos pintores.

Sawa traía en la bandeja tres vasos de cristal labrado, llenos de hielo, almendras, aceitunas y una botella de ron Cacique. “Mossés, trabaja de enfermero en el Ramón y Cajal, colabora con la Embajada de su país, Nigeria, como chófer y como guardaespaldas. Le enseñó a hacer tatuajes un dominicano que tiene el estudio de tatuajes y piercings en Lavapiés”. Mossés llenó su vaso hasta arriba y Sawa los nuestros un poco menos.

Mossés levantando el vaso brindó: “Por nuestra amistad y por Sophie, para que se relaje y no me tenga miedo. Nunca comí a nadie”. Nuestros vasos chocaron y su choque me serenó un poco, solo un poco, porque por dentro una batalla de jaguares me habitaba. Que sea lo que tenga que ser, me dije para adentro y muchas gracias por fuera.
Tiemblo, pero no mucho. En África suenan tambores más allá del horizonte y aquí, en mi corazón, un tam tam que dice: Tranquila, que parece buena gente.

domingo, 12 de abril de 2009

HAYKUS PARA UN LUNES

90.-
Pastores lejos,
el sendero brillante.
Luces de luna.

91.-
Flor de almendro
tras la tapia más alta
de los jardines.

92.-
Vienen de lejos
los ecos de las canciones
de mi ruiseñor.

miércoles, 8 de abril de 2009

SOPHIE

IX
Mientras Sawa se acerca a abrir la puerta al hombre negro que me hará el tatuaje de mis sueños, refresco las miradas por la casa y recopilo pensamientos y sensaciones.

No sé si estoy en el lugar que debería estar, no sé si no sería mejor huir, largarme según entra el hombre negro.

La pantalla de plasma Sony, de treinta y dos pulgadas, emite videos musicales de la en ti vi (MTV), mi camiseta de algodón gris con letras mayúsculas en inglés, mis vaqueros anchos y pisoteados en los bajos, mis tirantes negros del suje, mis rastas, mis uñas pintadas de morado, mis pies en las sandalias de carmelita, mis manos temblorosas por los nervios, mis inquietudes, mis... palpitaciones en el coño, que parece gritar pidiendo ser follado y mi corazón solitario, triste, desenamorado. Quisiera enamorarme, quisiera ser amada, quisiera que me quisiera quien yo quiera. Soy una perfecta desesperación, una gilipollas adolescente de dieciocho años, casi recién cumplidos.

Sawa lleva los pantalones vaqueros ceñidos y cortados por un poco debajo de la entrepierna, no lleva nada por dentro, lo sé y su camiseta holgada de color azul cielo... Su tipo tan perfecto, su elegancia de gacela negra, su rabiosa belleza de ébano, su radiante sonrisa con sus dientes tan blancos y perfectos. Sus dedos tan largos, su palmas de las manos clara, su lengua rosa como el interior de su coño, sus ojos negros en una inmensidad de blanco, su... olor a sexo y deseo.

Y yo, en medio de todo, como un ruiseñor en una jaula, como una idiota entre las idas y venidas de pensamientos que me vuelven loca. Debería ser de otra forma para no sufrir tanto, pero soy tan tonta, tan inexperta de todo y en todo, que sólo tengo miedo de arrepentirme mañana mismo. Juro que aunque me arrepienta, no me arrepentiré del todo y si es necesario, repetiré.

He pasado un curso lleno de sufrimientos y tensiones. El primer trimestre suspendí cuatro, el segundo dos y el tercero lo aprobé todo. Nadie, y yo menos que nadie, se podía imaginar que terminaría el curso tan bien y que aprobaría la selectividad con 6,98 de media. Todo porque, en un momento determinado, me propuse que tendría éxito.

Trabajé como una desesperada para conseguir mi propósito y lo conseguí. Un propósito es, para mi, una determinación a vida o muerte y ahora mismo, en este preciso instante, me alegro mucho, muchísimo, de estar en casa de una desconocida, como Sawa, me alegro de haberme dejado follar por ella, me alegro de haberla follado y me alegraré mucho si el hombre negro me hace un tatuaje y me... bueno. Mejor dejarme llevar, sin miedo, con dos cojones, como dicen los hombres. Sawa es buena, no permitirá que me pase nada malo. En un lugar de África existe un lago azul... que se llama Lago Victoria. Aleluya.

SOPHIE

VIII
Comimos unos sandwiches de queso y algo de fruta. Sawa me habla como si fuera su amiga de toda la vida, me cuenta cosas personales, aspectos profesionales y familiares, todo para que la conozca un poco más y vaya cogiendo confianza en ella, supongo. Aparenta ser feliz, pero en el fondo está preocupada por su vida sentimental que dice que es un desastre.

“Esta noche aparcaremos los problemas y las tristezas. Voy a llamar a mi amigo a ver si puede venir a tatuarte”. Su conversación es en un idioma africano y algunas veces en inglés. Le dice que soy muy guapa y sexy, que soy virgen, que tengo dinero. Detecto como que el tatuador no está muy animado a venir. Pone la mano en el auricular y me pregunta cuánto dinero tengo. “Tiene cincuenta euros”, escucha y después de un par de okeys cuelga.

“Vendrá, que le esperemos”. Llamo a mi madre y le digo que me metí a escuchar una conferencia con una amiga del Taller y que llegaré tarde, que cenaremos algo y tomaremos unas copas, que esté tranquila.

“Mis padres están viviendo, por una temporada, en Nueva York. La próxima semana iré a pasar unos días en la playa. Tenemos un chalet en Oliva y puedes venir conmigo si quieres. No tendrás que pagar nada”.

Pregunto por como es el tatuador. “Es buena persona, negro por supuesto, pero buena persona, de confianza, ya le verás” ¿Me hará daño? “Claro que te hará daño, el que se hace con un tatuaje”.

En realidad yo le preguntaba por otro tipo de daño, no me ha entendido, pero es igual. No hay marcha atrás. Me dejo llevar.

Sawa me anima a que presente mi curriculum en su empresa, que me darán trabajos esporádicos para que pueda ganar algún dinero los fines de semana y algunos días que tenga libre. Me ayudará, dice.

Antes de que llegue el tatuador nos hacemos fotos eróticas con su cámara digital. “Mi padre estaba preocupado por mis continuos viajes cuando era modelo de una Casa de Modas. Mi fotógrafo preferido cada día me pedía más y más. Llegó a pedirme fotos más explícitas y pretendía hacer de mi una actriz porno, al negarme, me traicinó y contó medias verdades de mi. Antes de que la cosa fuera a más dejé ese mundo y empecé a trabajar donde estoy ahora y no puedo quejarme, la verdad.
No te sientas mal conmigo, si no quieres besarme no lo hagas. Sabes que es un juego, un divertimento, estoy harta de hacérmelo sola”. Y yo, pensé.

Sonó el timbre. “Ahí está el tatuador, no te preocupes, déjame a mi”. Antes de salir a abrir la puerta me comió la boca y yo a ella. “Relájate”.

martes, 7 de abril de 2009

SOPHIE

VII
El coche de Sawa penetró en el parking “Tengo la suerte de tener plaza de garaje y desde aquí subir hasta casa”. El garaje, poco iluminado, siniestro, me sube la adrenalina de tal forma que consigue sentirme excitada sexual y emocionalmente.

Subiendo en el ascensor compruebo que Sawa es algo más alta que yo y que su pelo es liso, ondulado y ligeramente sobrepasa sus hombros, se nota que es clienta habitual de peluquería.

“¿Estás nerviosa, cielo?” Un poco, me siento como si al entrar en tu casa, contigo, entrara en una nueva dimensión a lo desconocido, al más allá. “Puedes estar tranquila, nadie te hará daño”. Mujer eso espero, no tengo miedo al dolor físico. Me dolerían más otras cosas. “¿Qué cosas?”. Los sentimientos, la traición, la mentira, la falsedad, cosas así. “Comprendo. ¿Tienes hambre?” Un poco, si quieres bajamos a un Vips, pero, la verdad, solo tengo dinero para el tatuaje. “Tranquila, picaremos algo después de la ducha“.

La casa de Sawa es grande, muy similar a la casa de mis padres, a tan solo cinco minutos de distancia. Amplios salones y cuatro habitaciones. Cocina grande y dos baños también amplios. Es un noveno piso y desde allí se pueden ver los tejados y el cielo de gran parte de Madrid.

Sawa se mete en el baño, oigo el sonido de su pis y el agua de la ducha. Ha dejado la puerta entreabierta y me llama. “Si quieres, entra conmigo”. No quiero que se me moje el pelo, las rastas tardan mucho en secar y no tendremos tiempo, aparte que me da vergüenza. “Te vendrá bien relajarte”. Entro con ella. El cuerpo de Sawa brilla más con el agua y la espuma del jabón que le doy por todo el cuerpo se asemeja a una montaña negra nevada a trozos. “Déjate llevar y bésame, si lo deseas”. No podía. “Concéntrate y deja que fluya”. Me enjabonaba, también y me sentía confiada y feliz de tener tan cerca a una diosa de ébano conmigo. Nunca lo había imaginado. “No soy lesbiana, Sophie”. Yo tampoco, Sawa. Te confesaré algo: soy virgen. “¿Hasta cuando?” No lo sé, tal vez hasta esta noche. “Te ayudaré a hacerte mujer, si lo deseas”.

Mi única y verdadera búsqueda es la belleza. Con Sawa no había que buscar, ella es La Belleza. Me detuve a contemplarla totalmente desnuda en la cama... Sube encima, Sophie. Subí para quedarme casi dormida abrazada y sintiendo su piel fundida con la mía. Sus dedos se metieron entre mis piernas y buscaron la rajita de mi coño “¿Te rompo?” Ahora no, más tarde. Y nos besamos en la boca, suave, despacito. Sintiendo inmenso placer. Dios mío ¿quién me mandaría a mi desear con toda mi alma tener un tatuaje? Vi las estrellas en los ojos de Sawa y me estremecí... me vino.

domingo, 5 de abril de 2009

HAYKUS DE LUNES

86.-
Ruiseñor lejos,
mi Gehisa de viaje.
¿Para qué vine?

87.-
Los trinos dulces
de mi ruiseñor faltan.
¿Quién consuela?

89.-
Lejanas luces
avisan al viajero.
Hogueras cerca.

LA CASA TERMINADA

¿Ves la casa terminada?
Tenemos de todo y falta la tarea principal:
habitarla contigo.

La senda es recta y tiene bancos de azulejos
para que descanses a la sombra de las encinas.
Podemos confirmar que el parquet es sólido
y que la chimenea tira bien del fuego
de nuestro aliento.

Los pucheros y el jarrón chino con las avenas locas,
las teselas, el piano, y el resplandor,
decoran una sencilla estancia de sosiego
que espera a que llegues.

Ahora debería ponerme el traje y la corbata
y asomarme a la barandilla a ver si vienes.
Es mejor que el eterno pesar.

No tires la ilusión de estrenar casa
de ladrillo romano y teja árabe.
La bañera espera la ceremonia de tu desnudez
y no permitiré que se empañe el espejo.

Mejor es que vengas por una hora de tus ojos
que una maravillosa eternidad de esperarte.

No te demores... la leña se consume lenta,
pero se hace ceniza, como mi corazón sin ti.

Queda tiempo.
Aún no tengo lápida ni epitafio
De momento.

Brilla la luna y te avisa.
¿Es que no ves las rosas encendidas?

viernes, 3 de abril de 2009

SOPHIE.

VI
Absolutamente decidida acompaño, en el coche, a Sawa mi nueva amiga de enigmas y descubrimientos, mi nueva aventura de riesgos y sorpresas. No pienso más allá de los instantes presentes. Pero mi mente, inevitablemente, se bifurca: tiemblo y disfruto.

Apenas hablamos trivialidades hasta que su voz, sedosa y sensual, tierno susurro, me despierta del letargo: “¿Tienes pensado dónde te lo pondrás?” En la espalda, siete centímetros por debajo de la nuca. “¿Tienes el dibujo?” Saqué la hoja del cuaderno donde estaba el dibujo de la palabra. “Es una palabra”. No, es el dibujo de una palabra. “Ok, tienes razón ¿Eres poeta? Aún no, me gustaría llegar a ser poeta. Asisto a unos Talleres de Poesía y hago prácticas siempre que puedo. La poesía es mi vida y quiero aprender. “Eres una chica muy interesante. Sorprende que te hayas decidido a venir conmigo. Soy negra”. En ti no veo la negritud, veo la belleza. Y su mano se puso en mi pierna. Pensé en retirársela inmediatamente, pero hice lo contrario. Puse mi mano en la suya.

Es hermoso ir en el coche viendo la calle, viendo la vida pasar, mientras la conductora coge mi mano, tan blanca, con la suya tan negra. Nuestras manos enlazadas... las miro tan juntas y me emociona. Se funde el contraste, el yin y el yan, la vida y la muerte ¿Es un símbolo o una premonición?
Sawa me aprieta la mano y yo a ella. También le brillan los ojos y su perfil es perfecto y la adoro como se adora un cuadro de Velázquez o un paisaje de Memorias de África.

“No me mires tanto, me vas a desgastar”. Me gustaría ser fotógrafa e inmortalizarte. “Tu móvil tiene cámara, te dejo que me hagas todas las fotos que quieras; hice modelaje hace muchos años. Me pagaron bien”. No me extraña. Eres una maniquí esmaltada en negro.

“Te contaré algo: Cuando empecé a trabajar en Mango, abrían una nueva tienda en la calle Orense. Tuvimos que encargarnos de prepararlo todo. Un día llegó un camión con unos quince maniquíes. Todos blancos. Me salió del alma y dije: Qué rabia, ni un solo maniquí negro. Me oyó la encargada y me llamó aparte. Tres días después recibimos cinco maniquíes negros”. Me encantan los maniquíes. “Y a mi”.
Sawa... es una maniquí negra y yo blanca como una maniquí blanca y laadoro. Me aprieto las piernas y paso mi mano libre por la frente ¿Tengo algo de fiebre o es que estoy caliente porque estamos en agosto, o, tal vez estoy caliente porque estoy caliente?

jueves, 2 de abril de 2009

YA NO ESTOY

Ya no estoy,
a pesar de que todavía estoy.
No llames, no hay nadie.
No busques.
Me fui hace tiempo.
No preguntes,
no destroces tu mano
o tu pluma,
o tu grito.
No indagues.
¡Nadie!
¡Y tú que me pareciste más que nadie!
Pero sí estoy.
Dentro,
pudriéndome despacio,
como llaga entera,
como un muerto.

Evaristo Cadenas, 13-04-2000.

(Creo que mi segundo o tercer poema).

LA MIRADA

Siempre estuvo allí. En realidad, nunca se atrevió a mirar... si estaba cerrado con llave, o abierto.

Una tarde de otoño, hará cinco años, entró en aquel céntrico Museo y supo de su existencia. Solitario y en silencio, como un viejo árbol seco en medio del lodo, abandonado en un rincón sin que nadie le haga caso.

Durante unos minutos lo contempla emocionado, a punto de la lágrima, y poco después, regresa a casa.

Así lo lleva haciendo diez o doce veces cada año y como si fuera un rito ancestral, cumple con la ceremonia de admirarlo con emocionada devoción.

Siempre quiso poseer uno parecido, tan elegante, con su perfil tan señorial, brillante como un espejo, radiante como un sol negro en medio del fuego de un volcán, tan hermoso y tan inmenso en sus posibilidades sonoras, en sus infinitas sugerencias.

Nadie sabe lo mucho que significa para él estar seguro de que siempre estuvo y estará allí, aunque no se atreva a mirar si está abierto o cerrado con llave, porque en realidad no sabría cómo tocarlo. Lo importante es que está y puede sentir la fascinación de contemplarlo.