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miércoles, 31 de diciembre de 2008

LA SEÑORA CARVER (VII)

Los segundos infinitos.

El sol se animó a salir y ahora resplandece, aunque corre una ligera y fresca brisa. Antes de recoger mi ligero equipaje de la habitación me asomo al ventanal que da a los patios. La señora Carver cruza ligera con el tabardo sobre los hombros, se dirige al establo de las vacas y la yegüa, pero, como si lo supiera, se detiene un poco y mira a ver si la miro, su cabello se alborota y le tapa los ojos, se lo aparta y está a punto de saludárme con la mano pero se contiene.
Retiro el folio empezado de la máquina de escribir y me dispongo a subir todo hasta la buhardilla cuando oígo un silvido bastante singular. En el patio la señora Carver me da la señal con sus manos para que baje.
- Corre, que la vaca nueva tiene fiebre. Tendremos que avisar al veterinario.
- No se preocupe, señora Carver. La vaca se pondrá bien y tendrá a su ternero, sano y salvo, sobre las ocho de la tarde.
Me acerqué a la vaca mientras, paralizada y pálida, la señora me miraba como se mira a un brujo o a un mago. Consciente de la situación traté de no exteriorizar demasiado mis conocimientos adquiridos y aprendidos de mi abuelo. Pasé las manos por cada uno de los cuernos de la vaca y comprobé que realmente estaban muy calientes y que eran la evidencia de que la vaca estaba pasándolo mal. Había intuído que el ternero nacería muerto, pero la amabilidad de mi patrona y su existencia tan llena de sobresaltos y preocupaciones, me parecieron suficiente como para tratar de cambiar el curso de las cosas. Froté con bastante rapidez cada uno de los cuernos de la vaca, pasé mis manos por toda la espina dorsal, el vientre, la ubre y los traseros del animal. Presioné con mis pulgares cada una de las costillas y en cinco minutos di como terminada mi sesión ritual, igual que había visto hacer numerosas veces.
- Mire, señora Carver, el ternero está medio atravesado y por eso la vaca tiene dolores que le producen fiebre. En media hora el ternero cambiará de postura y se pondrá en posición de salida. Creo que sobre las ocho tendrá el parto. En quince minutos la vaca dejará de tener fiebre. Ahora le pone un poco de alfalfa y a media tarde le da unos diez litros de agua caliente con unas cucharadas de sal y un puñado de orégano o de tomillo.
- ¡Qué susto! creí que se me moría la pobre vaca nueva ¿Estás seguro de que todo irá como has dicho?
- Casi seguro, por supuesto. Puede estar tranquila, señora Carver.
Al volver hacia la casa la señora Carver sacó un cigarrillo y dijo que me invitaba a fumar en la brigada que había en uno de los rincones de los muros de la casa. El sol nos daba de cara y sin nada de viento, era un placer estar allí.
La señora Carver se sentó sobre el tabardo y con los ojos cerrados tomaba el sol como si quisiera ponerse morena. "Este sol me da la vida"... fumaba despacio. "Tenemos que subir algo de leña para que no pases frío esta noche en la buhardilla. Hay que tener la chimenea encendida a partir de las nueve y así te dura el calor hasta el amanecer". Se desabotóno varios botones de su camisa de leñador y se echó el cuello hacia atrás dejando sus hombros y abundante escote al aire para recibir los rayos de sol. Yo, apoyado sobre la pared, admiraba las preciosas imágenes de postal que eran las montañas tan próximas, los pinares, los murmullos y los musicales sonidos de todas las aves. No podía quitar ojo de aquellos hombros y aquellos senos casi desnudos.
- La vista es maravillosa, señora Carver.
- Lo es, James. Si todo va bien haré de este lugar una gran Residencia para viajeros y turistas. No será fácil porque a una mujer sola todo se le vuelven trabas y dificultades. Pero tengo el sitio, tengo el paisaje, tengo el clima, tengo tantas cosas... Ahora me preocupa el ternero. Si todo va bien esta noche lo celebramos, ya se verá lo que invento.
Entre los dos subimos varios troncos de leña y algo de paja hasta la buhardilla. En la escalera no pude evitar mirar el culo tan bonito que los tejanos le hacían a la señora Carver. Al llegar arriba, casi sudorosos en el momento de poner la leña dentro de la rejilla de hierro, como lo hicimos los dos a la vez, nuestras cabezas se tocaron, sin embargo ninguno dijimos nada, nos limitamos a tocárnos como para colocarnos el pelo.
- Con ésta hay bastante para la primera noche. Bueno, vamos a hacer la comida que el bacalao nos espera y tendrás hambre.
- Claro que tengo hambre, no se puede imaginar el hambre que tengo.
Pensé más cosas pero no las dije ¿Los segundos... son infinitos?

lunes, 29 de diciembre de 2008

"ESTOY DENTRO"

No llames,
No rompas el grito,
No hay nadie.
A pesar de que estoy dentro.
No llames,
No pronuncies mi nombre,
No estoy,
Ni vivo, ni muerto.
No destruyas la puerta,
Llegas tarde.
Fué infinita la espera,
Tan triste la tristeza,
Tan amargo el llanto,
Que tengo el alma sellada,
A cal y canto.
Pero... estoy dentro.
¡Con la esperanza muerta!

domingo, 28 de diciembre de 2008

HAIKUS INMORTALES

El ruiseñor.
Se posa en el ciruelo
ya desde antaño.

Salta una trucha,
nubes cruzan el fondo
de la corriente.

Este otoño
sin niño en mi rodilla
veo la luna.

Del mundo vano
no estoy desnudo aún.
Cambio de ropa.

viernes, 26 de diciembre de 2008

LA SEÑORA CARVER (VI)

La camisa de leñadora.

La señora Carver me cuenta todas sus cosas, toda su vida, sin que yo apenas de lugar a ello. La escucho porque me gusta su forma de expresárse, su palabra es clara y concisa y la expresividad de su rostro acompañada del contínuo movimiento de sus manos hacen que la vea como si fuera una actriz que representa su papel en el escenario de un gran teatro donde soy el único y privilegiado espectador.
- En esta chimenea siempre había leña ardiendo, siempre había calor, siempre teníamos una historia que contar, que escuchar o que inventar ¡Si la chimenea hablara!
- ¿Qué diría, señora Carver?
- Diría casi una vida de mujer desde hace años, aquí estudiaba, aquí hice el amor por primera vez, aquí engendré a mis hijos, aquí enloquecí de amor y pasión, de cólera y ternura, de dolor e infierno, aquí me hice día a dia, desde los dieciocho hasta hace dos años en que falleció mi marido y toda la estructura de mi vida se vino abajo. No quiero ponerme a llorar como una tonta delante de un estraño ¿Sabes una cosa? dejé de fumar hace casi cuatro años y ahora en éste instante me gustaría fumar un cigarrillo ¿ tienes?
- Si, señora Carver, fumo poco, pero fumo. Me gusta llevar tabaco y encendedor pero me resisto lo que puedo.
- ¿Me das un cigarrillo, por favor?
- Claro que si. Le regalo este paquete ya empezado, en la maleta tengo más.
A la señora Carver se le iluminó el rostro mientras acaricíaba la cajetilla y su papel de celofán. Sacó un cigarrillo y lo puso en su boca, se quitó el tabardo de cuero gastado, los zapatos y se sentó en la alfombra. Observaba el paquete con delectación y dijo:
- Nunca había fumado de ésta marca, Royal Crown, pero no encenderé el cigarrillo si no fumas también. No me gustaba fumar por rutina, por costumbre, me gustaba hacerlo en compañía y degustando el humo, fumar como celebrando un rito, algo así como hacían los indios cuando fumaban la pipa de la paz. Me quitaré el jersey mientras acercas el cenicero y me das fuego.
La señora Carver no dejaba de sorprenderme. Acerqué el cenicero y me senté al estilo árabe junto a ella. Fumaba aspirando el humo y soltándolo despacio, muy despacio, a veces lo cortaba con los dedos y trataba de hacer figuras.
- Un día mi marido llegó medio borracho a casa. Llevaba una larga temporada que se pasaba un poco con la bebida. Le dije que si seguía así se convirtría en alcohólico y que no estaba dispuesta a pasar por eso. Los dos fumabámos demasiado hasta extremos inconcebibles. El me respondió que no podía dejar de beber así de repente, como tampoco se podía dejar de fumar. Le respondí que se podía, era cuestión de decisión, le dije mira, aquí tienes la prueba: acabo de dejar de fumar, le di el paquete y no he vuelto a fumar hasta ahora. Dejó de beber en veinte días, pero lo dejó.
La señora Carver se quitó el jersey y lo puso a un lado, dió una profunda calada al cigarrillo y trató de disimular una lágrima. Su camisa de leñador era de cuadros rojos, le quedaba algo pequeña por lo que le resaltaba sus pechos. Me gustaba imaginárla, sin camisa, sin nada. Pero, no obstante mis niveles de pensamientos superaban la realidad ¿Se merece que el ternero nazca muerto como está previsto?
- Señora Carver, le puedo pedir una cosa?
- Claro, pide lo que quieras.
- ¿Me deja que mi habitación sea la buardilla?
- Si hombre, cuando quieras sube tu equipaje. Después de comer le damos un repaso de limpieza y ponemos ropa limpia en la cama. Pero procura no mover las cosas de su sitio, puedes mirar lo que quieras pero dejándolo todo como está. Mañana la señora que me ayuda que se pase la mañana limpiando y ventilando todo esto, que falta le hace
- ¿Fumamos el último y nos ponemos con la comida? Antes tenemos que dar una vuelta por la cuadra para ver a la vaca nueva.
- Hace, señora Carver.
Sobre la chimenea hay dos trabucos enormes de principios del XVIII que, junto a dos puñales, forman un conjunto decorativo en forma de X. La cruz de San Andrés. Una X. Mal asunto, pensé.

HAIKUS INMORTALES

¡Jiú, jiú! - bramaba
el viento por el cielo.
Peonías de invierno.

Un viento fresco.
Llenando el firmamento,
voces de pinos.

Agua en el valle.
Las piedras rapsodiaban
a los cerezos.

Erguido enhiesto
al cielo del otoño,
el monte Fuyi.

Sobre el ciruelo
sabe mi corazón
y mi nariz.

Obedecemos.
Mudas hablan las flores
al fondo del oído.

martes, 23 de diciembre de 2008

HAIKUS INMORTALES

GONSUI

La tempestad
tiene siempre un final:
el mar rugiente.

Primera luna
como un arco sin cuerda.
Graznar de gansos.

ONITSURA

¡Ven, ven! - le dije,
pero aquella luciérnaga
se fue volando.

Yo lo enterré,
¿pero habrá alguna planta
que flore en hijo?

lunes, 22 de diciembre de 2008

MIS FELICITACIONES

PASABA POR AQUÍ Y ME ACORDÉ... de que parece ser que es Navidad y de que viene un Nuevo Año y poco después los Reyes Magos, así que aprovecho para envíaros mis felicitaciones a todos y todas, desearos, de corazón, que seáis muy felices en estos días y siempre. Muchas gracias por vuestras visitas y lectura de mi blog, muchas gracias por vuestros comentarios y ánimos para que siga en la lucha por aprender, muchas gracias por todo. Mis más sinceros abrazos y besos. Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo. Evaristo Cadenas.

domingo, 21 de diciembre de 2008

HAIKUS INMORTALES

ROTEN

En el narciso
no hay turbiedad humana,
ni una pizquita.

RAIZAN

La luna de hoy
era toda niebla
cuando la vi.

Sueño vernal,
No haberme vuelto loco
me daba rabia.

Ambos los dos
tienen sendos bigotes:
gatos en celo.

Son verdes, verdes;
los retoños son verdes.
Campo nevado.

jueves, 18 de diciembre de 2008

HAIKUS INMORTALES

SAIKAKU

Campo baldío.
Del tiempo de cogones
una peineta.

Si es que estás vivo,
oye en diciembre el mazo
de los batanes.

Lluvia de mayo.
Y en el puente del Iodo,
una linterna.

Yo vi la luna
de este efímero mundo
dos años extra. (Poema final)

miércoles, 17 de diciembre de 2008

HAIKUS INMORTALES

SÖIN

De tanto verlas,
por las flores me duele
el cocodrilo.

El alto cielo
miraba, ¡y un aroma!
El del ciruelo.

TAKAMASA

Con crisantemos
del altar se adornaba
aquella rata.

lunes, 15 de diciembre de 2008

HAIKUS INMORTALES

TEISHITSU

¡Ha, ah! - decía
tan sólo ante sus flores;
monte Ioshino.

Sórdidas aguas.
Y va el río Ioshino
bajo las flores.

SAIMU

Despunta el día.
Suena el eco en las flores.
Portón de Yodo.

Cáscara hueca
es en lo que termina.
¿Qué? ¡La chicharra!

domingo, 14 de diciembre de 2008

LA SEÑORA CARVER (V)

"La buardilla."
El tiempo junto a la señora Carver pasa lento como un tren de mercancias a través de las montañas. No son ni las doce de la mañana y parecería que he vivido toda una vida junto a ella. Al pasar junto al Jeep la señora Carver lo arranca para comprobar que está bien de batería. Esta tarde quiere ir a la ciudad, a siete kilómetros, para hacer algunas compras y visitar a su médico. Dice que si quiero darle una lista de compra que lo haga o que, si lo prefiero, que la acompañe.
Mientras arranca el coche y revisa el agua y el aceite, me dan ganas de hacer pis. Me aparté un poco y lo hice mirando al cielo y admirando el perfil de todas las montañas. El sol no se decide a salir del todo. Nubes grises filtran su fuego y sólo nos llega un pequeño anticipo de día soleado pero poco.
- ¿Sabes jugar a las mapas?- preguntó la señora Carver.
- Creo que si. Se trata de buscar un río o una ciudad o un monte escondido entre la imensidad de un mapa.
- No hombre, ese es otro juego. Al que yo me refiero tiene que ver con los mapas imaginarios que se forman en el suelo cuando se hace pis en el campo, sobre la tierra. Tu meada ha dejado la figura de un mapa semejante al de Francia. Cuando yo lo hago casi siempre me salen mapas como el de Italia o el de Mexico.
- Qué interesante. Nunca se me había ocurrido.
- Mi marido y yo nos poníamos uno frente al otro. Siempre nos dábamos la señal y a la de tres él hacía su meada y yo la mía. Cuando terminábamos nos quedábamos mirando el resultado. El mapa de él era más grande que el mío. Una vez hizo el de Rusia y a mi me salió el de Sicilia. Nos poníamos retos y lo curioso es que estábamos casi sincronizados de tal manera que cuando él tenía ganas yo tambien las tenía o viceversa.
Me quedé pensando y pensando. La miraba a los ojos pero no la veía. Mi semblante externo era sonriente, casi afable, pero mi interior era serio, casi triste. Mi mapa fué como el de Inglaterra y no como el de Francia.
- ¿Quieres que haga mi mapa junto al tuyo?
- Como usted quiera, señora Carver.
- Vale, pero no vale mirar.
- No miraré.
La señora Carver se bajó sus pantalones y junto a ellos todo lo que llevaba debajo, se puso de cuclillas e hizo su gran meada. Solo podía ver el humeante chorro y la forma que iba adquiriendo su mapa.
- Ya terminé. Puedes mirar. - dijo mientras se reía como una chiquilla.
Su mapa era como el de Portugal. Se las arregló para vestirse y para cambiar de conversación como el que cambia de hoja en un libro.
- ¿Te gusta el bacalao?
- Mucho, señora Carver.
- Tengo bacalao en remojo. Haré unas patatas con bacalao y unos granos de arroz. Quedarán caldositas y bien calientes, nos pondremos las botas. He pensado que mientras estemos solos, comeremos juntos. Sale más barato y para dos mordidos que somos para qué hacer dos comidas ¿Te parece bien?
- Muy bien. Si quiere le ayudo a hacer la comida.
- Estupendo. Ven conmigo te enseñaré la buhardilla. Sube delante.
- Por favor, señora Carver, usted primero. Es la dueña y sabe mejor el camino.
- De acuerdo, subo delante, pero no me mires el culo.
- No miraré, puede estar tranquila. Quise decir, pero al observar la estrechez de la escalera y la altura que tenía, no pude por menos que pensar en la posibilidad de hacer que se cayera rodando escalera abajo, asi que contesté:
- No se preocupe por mi. Tenga cuidado no se vaya a caer que está muy alto.
- Ya lo creo, desde la buardilla se ve el río y todo el pueblo. En esta buhardilla se guardan muchos recuerdos de mis abuelos, de mis padres y de mi difunto esposo. El piano era de mi abuela, los cuadros de mi abuelo, los trofeos de caza de mi marido y los libros de mi padre. Hay baúles y arcas con vestidos y juguetes míos y de mis hijos. Aquí está gran parte de mi vida y de mi familia. Aquí subo algunas veces a llorar y me quedo tan feliz. Aquí repongo fuerzas cuando defallezco. Si yo te contara...
- Si yo le contara... Pensé en decir, pero dije: Señora Carver, su vida debe ser como una novela... y no de amor precisamente.
- Así es... y no de amor, eso es de lo que menos y de lo que más falta tengo. Pero aún no renuncio porque yo me quiero, aún me quiero.
La buhardilla no huele a alcanfor ni a naftalina. Huele a frutas, a manzanas, a peras de invierno, a cebollas, a maíz, a campo, a gloria. Pero pronto olerá a vida, a mi vida, aunque sé que en ésta casa ronda la muerte. Una pequeña corriente de aire movió los flecos de la colcha de la cama grande que está en el centro, con su dosel antigüo sin ropajes, y a mi me entró un escalofrío ¿Era un gato lo que se escondió en el rincón oscuro o una rata? Temblarás, señora Carver.

viernes, 12 de diciembre de 2008

LA SEÑORA CARVER (IV)

"La yegüa".
La señora Carver es algo más baja que yo. Trato de que no note que la observo continúamente, que me gusta estasíarme con sus ojos, su boca, sus manos fuertes, dedos largos y gruesos, sus uñas cuídadas y cortas, pintadas con laca de color carne. Me atrae su cuerpo y su extraña elegancia. No conviene que perciba que me gusta estar con ella. Su acento, su bocavulario, su forma de decir las cosas y ese especial brillo en la mirada, su entusiasmo, para resumir.
La cuadra es ordenada y límpia, dentro de lo que cabe. Sus vacas están bien atendidas, y su yegua es preciosa.
- Mira James, la vaca nueva tiene el rabo ladeado y por su vagina cae flujo espeso sanguinoliento y mucoso. Es la señal de que está a punto de parir.
Cogió un guante de látex y con habilidad metió los dedos de la mano en la vagina de su vaca nueva. La acarició el lomo y como si hablara con ella decía: te queda poco, ya tienes al hijo casi a la puerta de salida. Seguro que de hoy no pasas. Espero que no nos des la noche.
- La yegüa es apuesta y robusta, casi negra, su crin larga y lacia como melena de mujer árabe. Me encanta lo árabe y la yegüa tiene rasgos semejantes a los de los caballos arábigo-andaluces.
- La yegüa me tiene muy enfadada. Este verano la cubrió dos veces el semental y no se ha quedado preñada. La primera vez trajimos al semental de los hermanos Black, y mira que se portó bien, el caso es que a pesar de que la penetró en condiciones y de que la metió un buen chorro de semen, enseguida noté que algo no iba bien. El caso es que al cabo de veinte días estaba claro que no se había quedado, total que avisé a los hermanos y quedaron en tener a su semental dos días sin cubrir a ninguna otra. Vinieron a primera hora, el caballo en el momento que olió lo caliente y mojada que estaba la yegua, rugía, bramaba, echaba espuma por la boca y se le puso un miembro como trompa de elefante, duro como piedra y por la raja de la punta le salían goterones. Roger Black, el mayor de los hermanos dijo: "cogéle el miembro con tu mano sin guante y metéselo directamente, cuando yo te avise". El caballo se subió hasta morder la crin de mi pobre yegüa y yo pendiente del miembro del caballo para atinar bien. Acerté a la primera y el caballo después de numerosas envestidas tuvo una corrida impresionante que entró casi totalmente dentro. Descansamos un poco, sobre todo el pobre caballo que puso todo el empeño y, animado por mi mano, a la hora y media volvimos a repetir y el semental se creció danto todo de si, portándose como un profesional. A pesar de tanto empèño, no hubo forma, y ya son dos años sin dar cría. La pienso vender antes de Navidad.
La señora Carver hablaba conmigo con toda naturalidad sobre todas las cosas, creo yo que sin darse cuenta de que soy un hombre. Ella habla y dice todo lo que le viene a la mente, sin más preocupación que la espontaneidad y eso es bueno pero no del todo.
- Si pudiera le compraba la yegua, señora Carver.
- Es igual, ya tengo compradores para todos mis animales. De aquí a medio año me habré quitado del medio tanto trabajo y tanta responsablidad para una mujer sola y por fín me podré dedicar a lo que siempre quise.
Mi mente trabaja y desarrolla sus pensamientos en tres capas diferentes, tres estratos, tres niveles y a veces más. Escucho mientras pienso en mis cosas, en mis otras cosas y en mis mismas cosas. Es complicado de entender pero así es.
Me gusta la yegüa, pero más, mucho más, las herramientas de labor que están repartidas por todo el establo. Siento verdadera fascinación por las guadañas, por las hoces, por las horcas, por las purrideras, por todos los aperos que allí se encuentran, pero especialmente por los que pinchan, los que cortan, los que pueden servir como armas de hacer sangre, mucha sangre. Mientras la señora Carver hablaba acaricié durante bastante rato el mango de una horca de dos pinchos bien afilados y como que no quiere la cosa la clavé con todas mis fuerzas y rabia en un fardo de paja y... sus pinchos entraron hasta el fondo sin apenas resistencia. Con el pie derecho la desclavé y la levanté hasta la altura de mis ojos. Pinchos afilados entran bien en la barriga de los enemigos... pensé.
- ¿Decía algo, señora Carver? pensaba preguntar, pero preferí decir que el trabajo del campo es muy duro.
- Es duro pero da muchas satisfaciones. Verás el ternero tan bonito que me trae ésta vaca nueva.
- Ya veremos, señora Carver, te vas a enterar. Quise decir pero dije: - Claro, claro.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

JAIKUS INMORTALES

ISHÜ

Letras romanas
que vuelan apaisadas:
ocas del cielo.

Se ven bordones
caminando ellos solos:
campo estival.

Ya es otoño:
pronto lo supo el pie
al ir al ándito.

martes, 2 de diciembre de 2008

LA SEÑORA CARVER

El desayuno.
Poco antes de las diez subió a la casa la señora Carver, se acercó a la puerta de la habitación y con su llave girando en la cerradura pidió permiso para entrar.
- Espero que no te haya parecido mal habérte quedado encerrado éste rato que he estado con los animales. Comprende que no te conozco de nada. Mientras ponía la ordeñadora, daba el pienso, atendía a la yegua, a las gallinas... no dejaba de pensar en que te podrías haber ofendido por el gesto. Aquí tienes tu llave de la habitación, a partir de ahora pasas a ser, oficialmente, mi primer huesped. Espero que te sientas a gusto aquí, en mi casa, que tengas una feliz y provechosa estancia. Voy a cambiarme y a hacer el desayuno, que debes tener hambre y yo, no veas.
- De acuerdo, señora Carver. No se preocupe por mi.
Se había quitado las botas de agua y el gorro de lana. Su pelo tan rojo y abundante le caía más abajo de los hombros y le tapaba casi toda la frente. Era imposible verla sin fijárse en su pelo. Pidió que la siguiera hasta la cocina y por el resto de la casa mientras hablaba y daba todo tipo de esplicaciones. Se diría que le gustaba hablar. Continúamente hablar.
- Voy a darme una ducha mientras se hace el café. Hoy tenemos mazapán, a mi marido le encantaba.
- A mi también me gusta.
La cocina era muy grande, con una mesa para seis u ocho personas. El baño estaba entre dos habitaciones.
- Esas son las habitaciones de mis hijos, que ahora estudian lejos de aquí. Las tengo que alquilar.
- ¿Me deja que pase al baño antes de su ducha?
- Claro, claro. Ya te enseñaré la buhardilla, hay otro baño mucho más pequeño. Si está ocupado éste usas el de arriba. Mi marido casi siempre hacía sus necesidades en las cuadras o en el campo, le daba sensación de libertad, decía. Voy poniendo la mesa.
Por toda la casa había fotos en blanco y negro de los paisajes de la zona, enmarcadas. Los niños, el marido y la señora Carver. Esquiando, en el Jeep, con la yegua, con las bicicletas. Todos sonrientes y hermosos. Debía ser un familia feliz.
- Tengo un problema que no sé como voy a resolver. La vaca nueva está a punto de parir y eso me preocupa. Es el primer parto y no se cómo lo traerá. Si se le complica necesitaré ayuda. El veterinario está fuera y el señor Roig convaleciente de una operación.
- Le puedo ayudar yo. Mis abuelos son labradores, en los veranos y en vacaciones siempre vamos a estar con ellos, así que algo entiendo de cosas del campo. Más de una vez ayudé a parir a las vacas y hasta a alguna cerda.
- ¿De verdad, James?
- De verdad, señora Carver. Le ayudaré en todo lo que necesite. Solo tiene que decírlo.
- ¿Te gusta el desayuno?
- Mucho. Todo me recuerda a mis vacaciones en el pueblo. Antes, cuando me echaba el azucar en mi tazón, cuando me cortaba el trozo de mazapán, por su manera de hacer, me recordaba a mi abuela y me decía: esta escena ya la he vivido antes.
- Gracias, James, pero no soy tan mayor para recordárte a tu abuela, solo tengo treinta y siete años ¿Cuántos tienes tu?
- Veintitres. No quería decir que usted sea mayor. Quería decir que sus gestos, su manera de hacer las cosas me traía recuerdos, mi abuela tiene setenta y tres, me parece.
- ¿Eres de Alfrac? Lo digo porque es lo aparece en tu Documento de Identidad.
- Si.
- ¿No es allí donde han aparecido varias mujeres asesinadas?
- Si, de allí soy. En realidad no se sabe si asesinadas, muertas por accidente o por suicidio. Es un misterio.
- ¿Cuántas?
- Cinco en año y medio, creo, no llevo la cuenta. ¿Puedo ver a la yegua?