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sábado, 27 de febrero de 2010

XVII.- Cuando dos encienden del mismo fuego.

La simplicidad de los gestos, de los detalles observados, de los singulares pequeños actos, pequeños matices de la voz y de la mirada y mucho más allá que todo eso, está lo que se imagina uno, lo que se intuye, lo que se insinúa, lo que se dice sin decir, lo que cabe en manojos de silencios. Porque la señora Aguirre, como yo la llamo, está en la casa donde tengo una habitación alquilada, conmigo, acompañándome y teniendo una conversación.
La conversación. Conversar. El arte de hablar entre dos para entenderse y aprender el uno del otro y el otro del uno y así comprobar si realmente es posible el entendimiento, la comunicación y si el milagro se produce, es de justicia celebrarlo. Comunicarse conversando es la aventura más grata que existe. Si se alcanza el objetivo, puede aparecer la confianza, la amistad, la complicidad, el... No eso no.
- No te preocupes por las comisiones, los vales de gasolina y esos detalles. Si necesitas dinero dímelo y en unos días hablo con Personal y que te hagan la liquidación. Están haciendo una auditoria interna buscando céntimo a céntimo dónde demonios han podido ir a para los nueve mil euros que faltan de caja. Tu no te preocupes de nada. Cuando el médico te de alta te presentas a trabajar y punto. En mi puedes tener a una compañera, a una amiga. Ya hablaremos, pero tal vez, si te interesa, podrías sustituir al señor Alonso. Piensa en si tienes pretensiones de futuro en tu trabajo. Aunque no se si tienes en la vida como objetivo escalar posiciones dentro de la Empresa. La habitación, tu habitación, dice de ti, entre otras cosas, que podrías ser un gran artista si pudieras dedicarte a ello. Solo hay que verte con ese pelo en plan Einstein, la camiseta de Los Ramones, los vaqueros, las guitarras, ese cuadro, los dibujos... ¿Te duele el píe?
- ¿Me acerca un cigarrillo, por favor? - Pedí pensando en que a buenas horas pregunta por el píe. Mejor no tomarlo en cuenta.
La señora Aguirre se había quitado el chaquetón tres cuartos negro, de piel, y lo había colocado sobre el respaldo del sofá. Su jersey de lana brillante gris perla de pico, creo que de perlé, descubrió que debajo lleva una blusa de seda negra transparente. Sus tres pulseras de oro en la mano derecha y en la izquierda, un Rolex también de oro, un par de anillos más el de casada... y la gargantilla con cuatro corazones de oro simulando un trébol de cuatro hojas...
Al verla así, tan próxima, tan elocuente, con ese don, a veces admirable, de la labia, me hacía pensar en una gran actriz, en una belleza como Linda Evangelista, o Eva Mendes, o Aitana Sánchez Gijón, o qué se yo, la Marquesa de la Benamejí, interpretando el papel de marquesona.
En su cuerpo lleva, en oro y piel, fortuna suficiente como para alimentar durante un año a tres mil niños que, es posible, que en un par de días morirán de hambre. Me duele tanta exhibición de riqueza, tanta ostentación, tanta demostración de que le sobra el dinero y no sabe en como gastarlo. Me dan grima, orticaria, desazón, repulsión, las personas, hombres o mujeres, que se exhiben de esta forma tan obscena.
De buena gana la echaba de mi habitación, de forma educada claro, y que se fuera con viento fresco. El trabajo es el trabajo y en casa, un viernes por la tarde y lesionado como me encuentro, no se habla de trabajo, si acaso, lo justo y necesario. Fin de la conversación.
Se acerca con el paquete de Lucky Strike y el zippo en la mano y pregunta que si le doy un cigarro, que quiere compartir conmigo un momento, que si me importa que se quede hasta que deje de llover.
- Póngase cómoda, señora Aguirre. Me vendrá bien tener compañía.
Y entonces la distancia kilométrica que nos separa se convirtió en la que existe entre un cigarro y otro cuando dos encienden del mismo fuego.

viernes, 26 de febrero de 2010

XVI.- La inmensidad del desierto de mi tristeza.

A veces, uno mismo se pone sus propias barreras, sus propios impedimentos, sin darse cuenta uno, limita, inconscientemente, sus posibilidades de éxito. Por ejemplo, cuando veo un bonito reloj en un escaparate, pongamos por caso, un Omega de esfera negra, automáticamente dejo de pensar en él porque me cierro la posibilidad de que algún día pueda tener un reloj así. Es un reloj prohibitivo para mi. Fin de pensar en un reloj Omega de esfera negra.
Cuando la señora Aguirre, como yo la llamo, traspasó el umbral de la puerta, al sentir su perfume y el aire de su majestuosa presencia, me acordé del reloj Omega de esfera negra que nunca podré tener. Es inalcanzable como mujer, como hembra, como persona. Es demasiado sueño para un sueño.
Pero mi pie accidentado me impedía sostenerme con normalidad ya que un simple roce con el suelo, o con cualquier cosa, me hace ver mucho más allá que las estrellas y por ese motivo, supongo, la señora Aguirre dijo que me acompañaba a mi habitación para darme el sobre y hablar conmigo.
Ofreció su brazo para que me sostuviera mejor y yo se lo agradecí y del brazo suyo entramos en la habitación que tengo alquilada. Con sus botas negras de tacón alto resulta más alta que yo y su pelo tan negro y su chaquetón de cuero negro y su falda de cuero negra y sus ojos negros y sus uñas de las manos pintadas de negro y su cinturón de cuero negro, ancho con hebilla grande de plata, dejó claro que le gusta el negro. El cuero negro.
- Tienes una habitación muy bonita. - Comentó cuando me ayudó a que me sentara en la cama y con la pierna apoyada sobre un cojín en una silla. Se acercó a la ventana y asomada viendo el paisaje del Retiro, añadió que la vista le parecía impresionante, que ella vive en la calle Ibiza, que vaya casualidad que seamos vecinos, que desde su casa no se ve un paisaje tan precioso, que ese cuadro, mi cuadro, es impresionante, parece una salida de sol en un bosque de robles o de hayas, un robledal o un hayedo. Me gusta mucho ese cuadro. Vengo muy disgustada, me acaban de avisar. Tu jefe, el señor Alonso, ha tenido un accidente muy grave cuando iba camino de Pastrana para reunirse con su mujer y sus hijas. Está en el hospital de Guadalajara. No saben si podrá salir del coma.
- ¿El señor Alonso ha tenido un accidente de coche? - Extrañado, pero no mucho, porque esta mañana, cuando mi jefe miró mi cuadro, vio un accidente de coche. Tal vez, su propio accidente.
- Si, como te lo cuento. Se salió en una curva antes de llegar a Pastrana. Me ha llamado hace un rato el Sr. Yagüe, su jefe de negociado. Así que entre tu accidente de tobillo y ahora con este de coche del señor Alonso, es como para pensar si no habrá un conjuro, un maleficio, mal de ojo, contra la empresa. Tengo que tener cuidado. Vengo de dejar a mis hijas en el Cine Cité de Méndez Álvaro y he visto dos golpes de coches, aunque sólo de chapa. Con este tiempo no es extraño. Hace calor aquí.
- Póngase cómoda, si quiere.
- Es curioso, fumas Lucky Strike sin boquilla. Me trae recuerdos. Durante los años de Universidad fumé Chesterfield sin filtro, mi medio novio de entonces fumaba Tres Carabelas y un amigo especial, leonés, fumaba Bisonte. Esta habitación es como si fuera un mapa mundi donde hay algunas cosas que parecen mías. Tienes una buena colección de National Geographic, edición en inglés, como mi marido, ese zippo, esas púas, tantos cedés y ese cuadro es el bosque de mi infancia en Montejo ¿Quién lo pintó?
- Yo, señora Aguirre. Ese cuadro lo pinté yo.
- Me gusta porque tiene misterio, parece tener vida y como si se movieran los árboles y los reflejos de los rayos de sol. Según cómo se mire sugiere cosas distintas. Perdona si te molesta que cotillee tus cosas. Por cierto, a lo que venía, aquí tienes tu sobre.
En el sobre viene el dinero de la nómina. Faltan las comisiones y los incentivos. Siempre me tienen que chulear algo. No hay forma de que me paguen según mis previsiones y según lo pactado en contrato. Me dan ganas de sacar del cajón mi revolver y saltar la tapa de los sesos a esta emisaria, a esta husmeadora, a esta cabeza visible de la empresa donde trabajo, a esta cómplice, a esta chupadora de sangre de trabajadores como yo ¿La mato o la dejo?
Entonces su cabellera negra se deslizó sobre su cara y al hacer el gesto con la mano para retirar el pelo delante de los ojos y mirarme..., pareció resquebrajarse la inmensidad del desierto de mi tristeza...

miércoles, 24 de febrero de 2010

XV.- ¿A qué huele el Paraíso?

Y continúa Cortázar: “Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre si, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde el aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio...”. Me deja desarmado un texto así y los muchos que contiene el libro.
Despertar de un sueño, como el que tuve, es odioso porque me estaba gustando y por lo que noto, también le gustaba a mi mejor amigo que está desesperado y se asoma brillante, implorando una caricia o mil. Pero no se puede ni se debe.
No suelo recordar los sueños cuando han pasado unos minutos, sin embargo, de este sueño con la adolescente asiática, me suelo acordar incluso varios días después y cuando se ha diluido y olvidado, renace de nuevo y ella, la adolescente sensual, me pide que la bese para que sepa lo que es besar un ángel de la tierra del Sol Naciente y lo pueda describir. A veces llego hasta el final y me despierto desbordado o a punto de desbordarme y en ese caso, es inevitable y solo con un ligero roce de la yema de mi dedo en medio de la boca, abierta implorante, que me pide que acaricie, que roce, me viene el alubión y me siento confortado porque la muchacha de Kioto me quiere.
Es grande el deseo e inmensa la necesidad. Ella es siempre el referente, el horizonte donde me asomo y la reconozco tal como era cuando vivimos los millones de besos y de orgasmos que fueron aquellos tres días y cuatro noches juntos, cerca del mar, donde la bahía se reflejaba para bañarse entre las olas. Ella es la que aparece en los sueños disfrazada de ángel de Oriente... y me hace sentir vivo y fuerte para luchar por el amor a mi mismo, porque, como decía la madre que ya no tengo, de la forma con la que te quieras, te querrán.
Debe ser cosa de este invierno pero ya se cansa uno de tanta lluvia, de tanta lágrima de las estrellas, de tanto llanto del cielo. Tal vez el pobre espacio ilimitado del Universo está harto de tanta sequedad en las almas de los hombres y nos manda abundancia de agua para que la repartamos entre los millones que tienen hambre y sed de justicia y de pan con queso, o con arroz, o con un poco de leche, o con un poco de miel, o un poco de... ternura y luz en los ojos de los que están ciegos.
La lámpara está deseando que la encienda porque la penumbra ya es negra como la boca de la noche, pero no. Quieto así. Piensa en ti. Piensa en lo que eres y en lo que te has convertido. La lámpara es buena compañera y me habla y la escucho y a veces, hasta discutimos. Menos mal que ya no bebo, porque cuando bebía, la lámpara se convertía en mi maldita enemiga y se movía y se movía y me volvía loco, porque mientras más bebía yo, más se balanceaba ella y yo la gritaba: quieta, quieta te digo, hija de tu madre y la lámpara venga va y viene y un día me dije: esta cabrona se mueve para avisarme de que la bebida no me sienta bien y, mano santa, dejar de beber y quedarse quieta todo fue uno. Suena el maldito timbre de la puerta.
Sin muletas ni nada, a la pata coja, me acerco y pregunto quién es sin haber mirado antes por el agujero de cristal.
- Soy Yolanda Aguirre. Pregunto por Abel ¿Es usted?
- Si señora, soy Abel.
Abrí la puerta y por un instante pensé en ser concreto y tajante, recoger el sobre que había quedado en traerme y que se fuera con viento fresco a cumplir eficazmente con su papel de Secretaria de Alta Dirección... que se fuera a lamer el trasero del Señor Director y de sus colegas de la Alta Administración de la Gran Empresa a la que representa... Pero lo pensé mejor y la mandé pasar.
Un perfume penetrante y una oleada de elegancia y estilo, me enredó en una nube de color fresa, semejante al algodón dulce que venden en las ferias y fiestas de la pequeña ciudad del norte, donde nací.
¿A qué huele el Paraíso?

martes, 23 de febrero de 2010

domingo, 21 de febrero de 2010

XIV.- Encarnizado ritmo que me desespera.

Últimamente me cuesta trabajo leer en condiciones. Con los libros muy buenos no puedo pasar de una línea, o párrafo, que me resulte especial, que impacte hasta dejarme grogui y con los que no son tanto, me da el sueño a la segunda página. Si leo: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender, coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”. Me quedo releyendo y releyendo y me digo: dios mío, lo que me falta por aprender y enseguida me levanto y me pongo a dibujar. (Va por usted, señor Cortázar.)
Se me dan muy mal hacer las narices, y las manos y los pies y los tobillos y los senos y los perfiles y los frontales y los escorzos así que dibujo paisajes y se me dan mal las perspectivas y los cielos, y los caminos y los árboles y las marinas y las... por eso después de una o dos horas intentado dibujar o leer, me rindo y entonces viene el relax y veo una película de la lista y es: Kil Bill, o Persona... pero ahora tengo sueño.
Si pudiera elegir, una de las inquilinas sería una asiática, una japonesa, o china, o vietnamita, o coreana, que sea artista, que sea una especie de Yoko Ono, muy creativa, muy lúdica, muy experimental, muy vanguardista, muy contemporánea. Que venga de Kioto o de Shangai... Que tenga sonrisa asiática y me enseñe Arte, el Arte de su país... cómo son los jardines secos, y los tatamis, y los amaneceres junto al Fuji y cómo son los atardeceres juntos al río Yan Tsé y cómo suenan los instrumentos de cuerda y cómo sabe el sake y si pudiera ir... iría al pueblo de sus antepasados y escucharía las leyendas que hablan de los guerreros, de los samuráis y ¿Cómo son los besos de las mujeres sexys de Kioto? Y me responde una sonriente adolescente y me pregunta que si quiero probar y se me ofrece y cierra los ojos y me dice: ven, bésame y verás, y la beso y me quedo pegado a sus labios que son de chicle de fresa y saben a chicle de fresa como chicles Bazooca y toda la boca pegajosa y pegado miro a sus ojos y sus ojos están llenos de hormigas negras que se me pasan a mis ojos y me los refriego y me nacen hormigas que se me deslizan por el pecho en procesiones interminables y me llegan hasta el tobillo y entonces tengo una erección y digo dios mío no es un sueño, es real y el pie se mueve como independiente y se me escapa de la pierna y el pie se me va solo y pasea él solo por la casa y recorre los pasillos y le silbo como se le silba a un perro y el pie, obediente, vuelve a su sitio, se coloca, se encaja y noto humedad y me digo la japonesita de Kioto me ha seducido y me ha hecho sentir el más maravilloso orgasmo de mi vida y digo en japonés, sayonara, sayonara, sayonara, y me despierta el granizo que picotea los cristales de la ventana y al abrir los ojos me encuentro con la lámpara y miro a mi cuadro y me pregunto cómo se puede ver un accidente de coche en un cuadro pintado bajo los influjos y la influencia de los surrealistas y la influencia de Magritte y mi pie me duele y mi mejor amigo parece asomarse por encima de la cinturilla del pantalón Levis nº 5 como pidiendo que le haga un favor y le eche una mano.
Vaya tarde dios mío. Qué manera más absurda de perder el tiempo. Mi pie me duele algo y los dedos parecen estar algo morados. En cuanto pueda estudiaré todo lo posible sobre Arte Oriental. En cuanto pueda me pondré a estudiar la forma de aprender a describir el maravilloso efecto musical del granizo sobre los cristales. El Arte de la Percusión, el Arte del Tamborileo del Granizo Sobre los Cristales.
La penumbra oscurece las sombras de mi perfil y el ritmo del granizo envenena el ritmo de mi corazón. Encarnizado ritmo que me desespera.

sábado, 20 de febrero de 2010

XIII.- ¿Para qué sirve la vida si no sirve?

En la calle debe haber salido el sol, porque la claridad de mi habitación es excesiva. La muleta que será la derecha, tiene una pequeña muesca, casi imperceptible, en la empuñadura. Si he de ser disciplinado lo seré. Muleta con muesca, la derecha, muleta sin muesca, la izquierda. Vamos allá. El pasillo se me hace larguísimo. No tengo muchas fuerzas. Soy grande, un poco alto y delgado, de esqueleto, pero pequeño en fuerzas físicas.
Al llegar a la segunda puerta del pasillo me vino el alubión de recuerdos menos apropiado para este momento. Desde los once años hasta los dieciocho, viví en un internado. Al principio, me pegaron algunos chicos. Todos eran más fuertes que yo. Todos. Un día descubrí que yo era mucho más fuerte que ellos y que podría con sus bravuconerías y machadas. Les podía con la mente. Les convencí, sin decir palabra, de que la verdadera fortaleza no está en los brazos o en las piernas. Les miraba a los ojos y bajaban la testuz como los bueyes. Mi vida en el internado... bombea mi corazón y se encharca de sangre negra y espesa. Un cuajarón me ahoga y se me salen las lágrimas. Pero no debo llorar. Nunca llorar.
Me gusta estar solo. Mi forma natural de ser es así. Me gusta estar con amigos y con algunos familiares, pero pronto me canso de todos. Prefiero la soledad de mi habitación, la soledad de mis paseos, la soledad de mi soledad. Regreso fatigado a mi cama y cojo un libro. He debido andar con las muletas, como pato mareado, catorce metros entre la ida y la vuelta y sudo como si hubiera cavado una zanja. Debo comer más jamón y chorizo, como decía mi padre muerto.
Si alquilan las habitaciones habrá mucho trasiego de gente, mucho movimiento de gente entrando y saliendo de la casa. Noticia buena: viene gente. Noticia mala: viene gente. No... Prefiero estar solo, siempre solo como están los muertos. En la soledad tengo la ventaja de no molestar a nadie y además ser el amo, el puñetero amo de mi territorio. Siempre que tuve a alguien cerca de mi, en cualquiera de los sentidos, siempre, fue doloroso.
No quiero que venga nadie. Absolutamente solo, como cuando la vi en la estación de metro con el cigarrillo en la comisura derecha de los labios...
- ¿Me das fuego, por favor?
- Claro. Coge mi encendedor. Fumas Chesterfield sin filtro. Creí que ya no quedaban.
- Toma coge uno. Si se buscan, se encuentran. Gracias. Bonito encendedor.
- Bonitos ojos.
Ella. Era ella y... ¿Para qué sirve la vida si no sirve?

XII.- Domador de pensamientos.

Me he dado cuenta de que, como siempre estoy solo, cada día, de forma inconsciente, hago casi maquinalmente las mismas cosas. Cuando dejo descansar a la guitarra en su rincón, después de haber hecho una sesión de treinta y cinco minutos, aproximadamente, de tocar para repetir y repetir, haciendo dedos, escala tras escala, improvisando y repitiendo los mismos esquemas cada día, me dirijo hasta la mesa y del cajón tercero saco la cajetilla de Lucky Strike, sin filtro, cojo la caja de cerillas de palo y me acerco hasta la ventana.
Enciendo el cigarrillo, después que la cerilla se ha consumido la mitad y la primera bocanada, intensa, se la dedico al paisaje del Retiro que desde mi ventana se puede contemplar, como precioso cuadro de almanaque, a vista de pájaro.
Los colores de tonos amarillos, ocres, verdes, marrón intenso, y otros reinventados por la naturaleza, me transportan a cuando vivía en la pequeña ciudad del noroeste y tenía tantas cosas que ahora me faltan. Es el momento de fumar y de hacer brotar, de entre la maraña de humo del cigarrillo, el recuerdo de la que siempre está escondida en mi, de la que siempre aparece cuando miro el paisaje fumando mi cigarrillo de Lucky Strike. Ella fumaba Cherterfield sin boquilla... ella. Mejor no pensar para que no me sangre el alma.
A pata coja regresé hasta la cama y sentado contemplé las malditas muletas. No me queda más remedio que afrontar la realidad y poner los pies en la tierra. Tengo que practicar y en un par de sesiones, o tres, o cuatro, debo manejarme con las muletas y tratar de hacer una vida casi normal. Si otros lo hacen yo también lo haré.
En la silla de ruedas me acerco hasta las odiosas y según iba a coger la que será la de la derecha, suena el teléfono fijo del salón.
Es la señora dueña de la casa donde tengo una habitación alquilada. Pregunta, muy atenta, por mi pie y por cómo me encuentro. Se alegra de que vaya algo mejor y de que ya no tenga fiebre. Habla mucho, muy deprisa, con un ligero acento y algunos giros típicos de su habla argentina. Pregunta si ha llamado Marilina, la sobrina que le atiende las propiedades que dejaron alla, su marido y ella, y se muestra preocupada porque hace casi un mes que no da señales de vida.
Dice, también, que en la casa de campo, en Cercedilla, tienen varias goteras y que su marido no se atreve a subir al tejado. Se sienten obligados a quedar hasta mediados de semana porque el retejador del pueblo ha quedado en ir el lunes o martes a tratar de cambiar las tejas rotas y que para la primavera están obligados a reparar el tejado en condiciones.
Me avisa de que el domingo y el lunes aparecerá en El País, sección anuncios inmobiliarios, el que contrató para alquilar cuatro habitaciones a señoritas estudiantes universitarias o trabajadoras con contrato de trabajo fijo. Me pide que atienda las llamadas, tome nota de los nombres y de los teléfonos y que, cuando regresen ellos, llamarán a las que hayan habido para negociar y enseñar las habitaciones.
Quieren coger a cuatro chicas en habitaciones individuales. Dejarán la contigua a la del matrimonio sin alquilar para invitados.
Me dice que no me preocupe por la comida que necesite o por lo que quiera utilizar de la casa. Que ya haremos cuentas. Que esté tranquilo, que no haga esfuerzos con el pie, que descanse y que no me preocupe por nada.
A veces pienso más de la cuenta y así me va. Ahora me explico lo de las cerraduras en las puertas.
¿Por qué mis pensamientos me llevan al más allá? Debería sujetar las riendas de mi imaginación desbocada y convertirme en domador de pensamientos.

miércoles, 17 de febrero de 2010

XI.-¿ A que se parece a Hey Joe?

En la habitación que tengo alquilada en un sexto piso, en la Avenida Menéndez Pelayo, no me falta de nada para poder estar entretenido, por lo que podría estar encerrado, voluntariamente, durante bastantes días. He de hacer varias listas. Lista de la compra, lista de las prioridades urgentes, lista de los libros que leer, lista de música para escuchar, lista de películas que bajar en cuanto antes, lista de las exposiciones que visitar, y así una interminable lista de listas.
Las muletas están aparcadas en el rincón pero por poco tiempo. Cuando termine la sesión de hacer dedos con la guitarra empezaré a tratar de aprender a manejarme con las muletas. Parece que ha remitido la fiebre y que la sangre circula correctamente por mi pierna y por el pie accidentado. Puedo sentir los cinco dedos y los muevo para cerciorarme. El lunes, en el hospital, me dirán si hace falta operar o si con una buena venda o un buen yeso puedo curarme del todo. Una enfermera dijo que no me preocupara, que el pie quedaría bien, aunque algo más frágil y resentido que el otro. Podré hacer vida normal en un mes o dos, si todo va como lo previsto se entiende.
Otra cosa: tengo que hacer una lista de las prioridades con respecto al trabajo. La primera es conseguir que me domicilien la nómina por banco. Ya está bien de que se hagan los remolones. La segunda es ir recopilando un buen archivo de todos los clientes que he visitado desde que llegué, más todos los que me faltan por visitar. La tercera cosa es proponerme hacer buena parte de mi trabajo sin moverme de casa. Pensar estrategias.
El espejo es algo más amable conmigo, aunque no mucho. No me peinaré ni me afeitaré, eso está claro. Cuidado con la higiene de la boca. No tomaré nunca jamás café. Me ensucia la dentadura. El dibujo del paisaje a lápiz no sirve. Romperlo y empezar de nuevo. No romperlo, dejarlo para que se vea cómo va evolucionado. En mi cuaderno de dibujante, conservar todos los intentos como si fueran bocetos. Cada dibujo ha de quedar perfecto y es bueno que se vean los bocetos previos.
Decían los dueños de la casa, donde tengo una habitación alquilada, que aquí, en esta casa, vivió durante muchos años un notario de gran prestigio y que ellos se la compraron, a los herederos, poco después de que el notario falleció. Les costó una fortuna que habían traído de Argentina cuando regresaron después de cuarenta y cinco años de trabajo. Aún dejaron en Buenos Aires varias propiedades que administra una sobrina, hija de un hermano desaparecido. Profundizar en la historia de esta familia. Tratar de sacarles información de qué propiedades son esas y de cómo localizar a la sobrina. Argentina, Buenos Aires, concretamente Buenos Aires, será otro objetivo. Hacer lista sobre Buenos Aires. Hacer lista sobre la sobrina y sobre los desaparecidos.
Me sorprende la inmensidad de listas que tengo que confeccionar ¿Qué libros se llevaría a una isla desierta? A usted qué carajo le importa, como diría un ché. Bueno, por hoy ya he hecho suficientes dedos. Improvisar con la guitarra es una de las pasiones más enriquecedoras porque me permite elucubrar posibles melodías y mientras tanto, disfrutar del sonido y de los mil filamentos que sobrevienen a la mente. Escucha esto: ¿A que se parece a Hey Joe?

martes, 16 de febrero de 2010

X.- Empieza la etapa de la actividad.

Aquí, en casa, me siento protegido del terror que habita fuera. Se oye el crujir del viento y el sonido de la lluvia que se estampa contra los cristales de la ventana. La desazón que me produce el pie herido demuestra que aún no he muerto del todo. La penumbra de la habitación incrementa y potencia el letargo de mi inanición voluntariamente elegida. No sé cómo podría prolongar este estado, casi vegetativo, hasta el infinito. Ser consciente de mi inconsciencia y no hacer nada para evitarlo. Las nauseas que he conseguido dominar cada vez son más fuertes e incontenibles.
Cuando abro los ojos y observo cómo brilla, en la oscuridad, el cristal del cuadro, de mi cuadro, me viene una arcada terrible que me provoca un vómito que puedo contener a duras penas y me da tiempo a llegar al baño donde descargo toda la bilis y mala conciencia de una enfermedad que consiste en dolores fuertes y alternativos, algunas veces pinchazos de alfiler en la periferia de mi tobillo.
Llego y dejo que mi vómito termine y agarrado a la cisterna y con la cabeza bien baja consigo no manchar casi nada y a la vez dominar el mareo. Con el pie izquierdo me manejo lo suficientemente bien como para mantener el pie derecho a salvo de roces y contacto con el suelo.
Me siento tan débil y frágil, que no puedo evitar dejarme caer, suavemente, en la alfombra de mi habitación. Miro a la lámpara y trato de recordar si a esta también le hace falta cambiar alguna bombilla que esté fundida.
Si estuviera aquí mi madre me haría una sopa muy caliente, una tortilla francesa de dos huevos, me daría dos mitades de melocotón en almíbar y con la cucharilla, ella misma, me daría a beber el zumo. Pero mi madre no está desde hace muchísimo tiempo. Debo hacer yo por mi lo que haría mi madre si estuviera.
Contaré hasta treinta, me levantaré e iré al baño, me daré una ducha de agua fría, sin mojar el pie derecho, iré a la cocina, me haré una sopa de lluvia, la tortilla francesa y buscaré una lata de melocotón en almíbar. Tomaré un aspirina y después abriré la persiana y las cortinas y tocaré durante un rato la guitarra.
En tres horas puede que venga la secretaria del director de la empresa. Puede ser. Empiezo: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciseis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuna, veintidos, veintitres, veinticuatro, veinticinco, veintiseis, veintisiete, veintiocho, veintinueve y treinta. Ya.
Se terminó la etapa del letargo. Empieza la etapa de la actividad.

domingo, 14 de febrero de 2010

IX.- ¿Por qué tanta pregunta mal planteada?

Todo sería mucho más fácil si no fuera tan sensible ante los pequeños acontecimientos. Nunca antes, desde que llegué a la casa me había preocupado por las habitaciones, que no fueran la mía, y mucho menos si tenían o no, cerradura. El pie, que me duele tanto, me está convirtiendo en observador extremo, por así decir en un meticuloso detallista. En los relojes, tanto en el que marca la hora de Madrid, como en el marca la hora de Buenos Aires, los segunderos parecen sincronizados y avanzan de forma simultánea. Un segundo aquí, otro segundo allá, tan lejos y tan cerca.
No soy capaz de terminar de comer el sandwuich de jamón de york y me cuesta trabajo comer una naranja grande de zumo. Me cita vómito comer y dejo de masticar. Mi delgadez nunca me ha preocupado porque, ni en épocas de comer mucho he podido engordar. Me pregunto, sin preguntarme, dónde pueden haber escondido las llaves de las puertas. Si no las busco las encontraré.
De regreso a mi habitación me doy un golpe tremendo en el pie con una de las sillas que hace pareja con las que, en medio del pasillo, decoran la cómoda que hace juego con el espejo Luis XV. Me duele tanto que no puedo por menos que soltar un taco, casi una blasfemia, si creyera en las blasfemias.
Bajo la persiana y coloco las cortinas de tal forma que no entre ni una gota de claridad. Me gusta la niebla densa de la oscuridad provocada. En la cama me propongo dormir y no pensar. No pensar en nada ni en nadie para no sentir la desdicha de tanta humillación. Si pudiera tener mucha fiebre la tendría.
Los ojos cerrados me abren rendijas de luz que iluminan las imágenes imaginadas. Habitación número uno: la habitación de los dueños de la casa donde tengo una habitación alquilada.

Habitación número dos: la habitación de la música. Colección de flautas, de armónicas, de laúdes, de guitarras eléctricas y presidiendo, un magnífico piano Stenway & Songs color caoba. Será mi preferida.

Habitación número tres: la habitación de la soledad. Solamente el parquet y una pequeña alfombra junto al ventanal. Sobre la alfombra, descalzo, contemplar durante infinitas horas la blancura de todas las paredes y detener la mirada, alternativamente, en la lámpara de bronce y en el ojo de la cerradura. Tapar la cerradura con mi chaqueta colgada de la manilla para que nadie pueda ver desde el otro lado lo que hago o no hago.

Habitación número cuatro: la habitación de los libros y los códices. Miles de libros en las librerías de estilo inglés que forran las paredes y montones de libros apilados en el suelo y unos cuarenta y siete sobre la mesa del centro y sobre las cinco sillas decenas de libros y en la sexta silla me siento yo. La lámpara también es de bronce y tiene siete brazos. Lucen todas las bombillas menos dos. Debo comprar bombillas para reponer las que se han fundido.

Habitación número cinco: la habitación del ejercicio físico. Grandes ruedas de hierro de diferentes pesos y colores. Usar las espalderas y tratar de llegar lo más alto posible con los pies, agarrado y sin agarrar. Practicar una hora diaria con la bicicleta estática.

Habitación número seis: la habitación de la seda. Toda la habitación decorada con sedas, tafetanes, tapices, tapetes, terciopelos, telares de tejer y bastidores. Una bombilla para coger los puntos a las medias y fundamental y básico: un espejo donde me vea a mi mismo haciéndome un traje de ganchillo. Eso es. Me haré un traje de ganchillo. Empezaré por tomar medidas.

Primera medida: Nunca toleraré la humillación de los otros. Eliminaré a todo aquel que me haga sentir escarabajo. Una de las lindezas que dijo el señor Alonso: “Si quisieras, podrías tener de mi más de lo que te imaginas. Me encantan tus pies porque son como los de una señorita”.

¿Por qué veo más allá de lo que dicen las palabras? ¿Por qué tanta pregunta mal planteada?

sábado, 13 de febrero de 2010

VIII.- ¿Dónde guardan las llaves?

Sentado en la silla giratoria con ruedas me quedo pensativo, absorto en pensamientos etéreos como suspiros. Mi pie ya no está tan hinchado, pero sigo viendo las estrellas cuando toco el suelo o me rozo con algo. Tengo hambre y repuesto del encuentro del señor Alonso en plan inspector, con mucho cuidado y agarrándome de las paredes y de los tiradores de las puertas, que me voy encontrando por el pasillo, llego hasta la cocina. Noto cómo se me humedeció la espalda de sudor por el esfuerzo.
Me hago un sanwich de jamón de york y como una naranja. Esta cocina es grande y tiene una terraza pequeña que da al patio interior. Trato de salir para sacar la bolsa de la basura y que no huela. En el rincón dónde se suele poner la bolsa amarilla de los plásticos, me sorprenden unas bolsitas de tornillos vacías y rotas. Me fijo bien. Salgo a la terraza a comprobar un último detalle. Me lo temía.
Regreso al pasillo poco a poco y compruebo estupefacto, más que sorprendido, que las puertas de las habitaciones tienen cerradura. Los dueños de la casa, donde tengo una habitación alquilada, han puesto, muy recientemente, cerradura. Cuando vine y llegué a un acuerdo económico con los dueños, ninguna de las puertas de la casa se cerraba con llave y nunca se me ocurrió abrir ninguna por mantener una distancia, una intimidad privada de todo lo que aquí hay.
Pero mientras apoyo mi pie accidentado en la banqueta negra y me fijo en los dos relojes de la cocina, recuerdo la historia de este matrimonio que me acogió a razón de trescientas cincuenta euros al mes. Un reloj me dice la hora de Madrid y el otro la hora de Buenos Aires y el que ayer u hoy a muy primera hora, hayan mandado poner una cerradura, a cada puerta, significa que no tienen confianza conmigo.
La nota que han dejado en la mesillla de mi habitación y algún detalle que se me escapa, me duele. No se fían de mi. Este matrimonio, dueños de la casa donde tengo una habitación alquilada, se merece mi repudio y que les elimine de mi lista. Volverán el lunes a medio día y es muy posible que no duren mucho, una vez que les haya pagado mi atraso, es fácil que se les anticipe el viaje al otro barrio, como digo yo.
No puedo soportar la posibilidad de que alguien no confíe en mi. Si no se fían que me lo digan y me voy. Se pudieron haber ahorrado las cerraduras de las puertas ¿Qué esconden que no pueda ver? ¿Dónde guardan las llaves?

jueves, 11 de febrero de 2010

VII.- No existo en otro lugar, OK?

Se acaba de ir. Dijo que tenía que salir de viaje. Su mujer y sus hijos le esperan en Pastrana. En una hora y pico que estuvo conmigo no consiguió que me apiadara de él y según salía por la puerta le eliminé. Uno menos en la lista de mi vida.
Todo se le iba en adulaciones, en ponderar mis actitudes profesionales, en decir que pensaba mucho en mi, que hijo de puta, que pensaba mucho en mi para plantearme que fuéramos socios. Que yo ponía nueve mil euros y él otros nueve mil, cogíamos un apartamento alquilado, una secretaria con dotes comerciales y bla, bla, bla, y que nos íbamos a forrar. Sacó de su bolsillo un pen drive y dijo que llevaba todo el fichero de clientes grabado y que tener ese archivo valía cientos de miles. No seas tonto, únete a mi y triunfaremos. Piénsalo, decía. Eres muy válido. Le dejé que se explayara. Que diga lo que quiera que por mucho que diga ya está sentenciado.
Decía el Señor Alonso, Don Álvaro Alonso Asterio, la triple A, como yo le llamaba, que si le hago la pelota tendré todo lo que quiera, en la empresa, o fuera de ella. Le miré a los ojos y le dije que yo la pelota no se la hago ni a mi padre. Se quedó mirando mi cuadro preferido y preguntó que qué significaba, que le parecía un accidente de tráfico ¿Quién lo pintó? Yo, le dije, porque es verdad ¿Tu has pintado esa maravilla? No me lo puedo creer ¿Por qué no me abalanzo y le secciono la yugular?
Es curioso cómo tienes las revistas apiladas en vertical. ¿De qué son? ¿Es que no las ves, ignorante? Casshier du Cinema y Fotogramas, le pensaba decir pero no se lo dije porque no entendería. Se me queda mirando al pie, a mi pie vendado y dice que esta venda está muy apretada, excesivamente apretada, que no me riega bien la sangre y que me puede entrar una gangrena. Se ofrece a ayudarme y le dejo. Quita la venda poco a poco y con sus manos frías me daba masajes en los gemelos y en el píe. Me miraba a los ojos y yo le miraba a los suyos. Era una escena un poco bastante surrealista. Mi jefe de rodillas, en el suelo, cogido de mi pie, primero quita la venda, luego me da un masaje, deja que se airee durante quince minutos y vuelve a poner la venda bien apretada pero no excesivamente. Me daban tentaciones de darle un golpe de kárate con el pie bueno y haberle quitado del medio. Tuvo suerte de que odio la sangre y descuartizar miembros, extremidades, cartílagos, intestinos, hígados... Bastantes cerdos maté cuando fui lo que fui.
Por lo que insinuó, más que dijo, la empresa tiene contratados a varias personas para vigilar nuestros movimientos por seguridad nuestra, dice, que manejamos grandes cantidades de dinero y nos pueden atacar y robar. Que efectivamente uno de esos detectives comprobó como entraba yo en la empresa de la competencia. Según lo decía recordé algunos episodios que me sucedieron:
Una vez entré en una cafetería por primera vez en mi vida. Tome una consumición y el camarero se dirigió a mo comentando: le ha invitado aquel señor y me dice que le diga que le de recuerdos a su padre. No era posible. Aquel señor se acercó a mi diciéndo que yo era exactamente igual que el hijo de su mejor amigo y que estaba invitado igualmente.
Otra vez, entré en una empresa a hacer una visita comercial. La recepcionista me preguntó que cuando me incorporaba, que enhorabuena, que el puesto de Director Comercial al que me había presentado era mío, como ya me había comunicado por teléfono. Lo dijo tan convencida que tuve que enseñarle mi DNI para que comprobara que me llamo Abel.
No puedo admitir, bajo ningún concepto, que alguien dude de lo que digo. No existo en otro lugar, OK?

martes, 9 de febrero de 2010

VI.- ¿Dónde tengo el hacha de carnicero?

A veces pienso en cómo serán los demás, cómo sienten las cosas, cómo interiorizan sus sucesos, cómo superan la agonía de los segundos, cómo digieren los acontecimientos ¿Qué tengo yo para que un simple esguince, un pequeño trastorno físico, sin importancia, me trastoque y revolucione de esta manera todo el mapa mundi de mis sentidos? ¿Qué me ha pasado? El espejo no sabe, no contesta.
Debería ser mujer, mi aspecto andrógino y mis sentimientos tan distintos, según creo, de los que son hombres, no coinciden con lo que detecto en los otros. Sin embargo, creo yo que si fuera mujer me sentiría más cerca de la posibilidad de ser feliz. No es extraño, por tanto, que rehuya de lo masculino y me atraiga, con fascinación desmedida, lo femenino. Evidentemente si fuera mujer sería lesbiana, con toda seguridad y si lo fuera también sería victima de mi misma ¿O no?
Mientras me lavo los dientes pienso en hacer un plano de esta casa donde tengo una habitación alquilada y también una lista de personas a las que eliminar. Debería coger una escuadra y un cartabón y hacer un plano perfecto de esta casa. Pero no. Todo lo que se escribe se puede leer. Si la policía, o cualquier observador interesado descubre un plano, hecho por mi, se hará preguntas ¿Para qué hizo un plano? ¿Qué interés tenía? Con respecto a la lista, negra, pasa lo mismo. Si la escribo y se me queda olvidada o perdida, el que la lea podrá tener pistas. No. Todo ha de estar guardado dentro de mi. Que nadie sepa nada que yo no quiera que se sepa . Que nadie sepa de mi algo que pueda ir en mi contra.
Mi delgadez, mi pelo negro y enmarañado, mi altura, mis delgadas manos con dedos de pianista, mi pecho sin casi nada de vello, mis ojos negros como la antracita, mis dientes blancos y cuidados, mi sonrisa decepcionada e irónica, hacen de mi una persona de difícil clasificación. El que caiga mal a la gente, a casi toda la gente, es normal o, por lo menos, ya estoy acostumbrado. Mi pie roto me da la oportunidad de hacer recuento de mi vida y me vendrá bien una buena dosis de reflexión y tomar medidas de futuro. No puedo pasar el resto de mi vida cargando con esta cruz, camino de mi gólgota, con la frente ensangrentada y dolorida por esta especie de corona de espinas que se me clavan como encendidas brasas de carbón de roble.
Mis ojos lucen como linternas y lo única luz que transmiten es la luz de la oscuridad, la extrañeza y la interrogación. Mis ojos me duelen por ser el reflejo, más evidente, de mi alma.
Sonó el timbre de la puerta de la casa y como pude, a la pata coja, me acerqué a la mirilla. Es el señor Alonso. Ha venido y dudo si abrirle o si hacerme el sordo. Abro la puerta y le digo que ya me ve. Que ya ve que tengo el pie y hasta la rodilla vendado, con una gran inflamación y los dedos, que asoman después de la venda, medio amoratados. Le digo, a ese señor que ha venido a verme, que ya tiene bastante para confirmar que tengo un esguince. Me pide, por favor, que le invite a entrar, que quiere hablar conmigo. Pasa y le indico mi habitación alquilada. Se ofrece a coger mi brazo y a darme apoyo pero le rechazo y prefiero defenderme solo. Se asoma a la ventana y se queda segundos mirando el paisaje, le sorprende ver el Retiro desde este sexto piso. Se da la vuelta y se me queda mirando. La cama está revuelta y me siento en la silla con ruedas que uso en mi despacho. Es algo mayor que yo. Debe estar sobre los cuarenta. Corte de pelo a navaja, buen traje, bonita corbata y reloj de esfera negra y varias esferitas. Un Festina. No me imaginaba que tuvieras esta casa. Me sorprende lo ordenado que lo tienes todo.
¿Dónde dejaría yo la navaja que robé cuando era niño? ¿Por qué no le compraría la pistola al piloto de Alitalia? ¿Donde tengo el hacha de carnicero?

lunes, 8 de febrero de 2010

V.- La verdad es la verdad.

No se muy bien qué es realidad y qué es sueño, o delirio, y mucho menos ahora, cuando estoy sumergido en una marabunta de fiebre que sube y me mantiene sudoroso y con temblores. La casa se ha convertido en elemento fijo de pensamiento, en obsesión.
Fue el sonido insistente del móvil el que me hizo abrir los ojos y volver a tomar contacto con la vida real. Aunque, si digo la verdad, en maldita hora contesté la llamada. Resulta que me llama mi jefe directo, el Señor Alonso, como le digo, no para interesarse por cómo me encuentro, por cómo evoluciona mi pie, como debería.
Dice, asegura, que le estoy engañando, que me han visto hace una hora aparcar mi coche y entrar en las oficinas de Cobrasa, la empresa más directamente competidora de la nuestra. Al decirle que eso no es posible, que estoy con 39,5º de fiebre y que no puedo ni moverme. Tuvimos un dialogo, más que una conversación, de besugos. Asegura que me vieron, que era yo, que era mi coche y que yo, Abel, estaba hace una hora entrando en la oficinas de Cobrasa. Le reté a que lo comprobara viniendo hasta aquí y que se cerciorara de en qué estado me encuentro. Que podía venir, que será bien recibido.
De tanta rabia e indignación, me vino un súbito subidón de adrenalina, que me sorprendí saliendo como un descosido, disparado de la cama y desnudo, a la pata coja, me acerqué a la ventana, subí las persianas y descorrí las cortinas. Me puse los Levis 501 y una camiseta negra de los Ramones y empecé a espabilarme. De vuelta al baño a hacer pis, me fijé en el espejo. Tengo cara de asesino, muy calmado eso si, muy sereno, pero con la intención de resolver mis problemas como lo hacía Harry el Sucio. Mientras me arreglaba un poco los pelos revueltos, me acordé de que cuando era pequeño quise se ladrón y lo fui.
Debía tener yo nueve años cuando, en la pequeña ciudad donde vivía, se hizo famoso un ladrón que robaba bancos y que durante varios años no hubo forma de que la Guardia Civil pudiera dar con él. Era tal la fama que tenía que, una noche de insomnio, me pregunté qué sentiría una persona cuando roba algo ¿Qué sentirá por dentro un señor cuando roba?
Al día siguiente, me mandó mi madre hacer un recado en la tienda del SPAR, que llevaba el padre de un compañero de escuela, el señor Elías.
Pensé que era mi gran ocasión de convertirme en ladrón por un día y que no debía desaprovecharla. Al llegar a la tienda, saqué de mi bolsillo la pequeña lista de la compra. Me fijé en una navaja que estaba en un panel, entre otras muchas, que decía: “Navajas de Albacete”. Mi corazón no latía más fuerte, mi pulso no temblaba, mis ojos y mi pensamiento sólo tenían un objetivo: “La navaja”.
El señor Elías tuvo que entrar dos veces a la trastienda a coger unas cebollas y la docena de huevos, que eran parte de mi encargo. En uno de esos viajes, cogí la navaja que estaba casi oculta entre unas cajas de galletas, la metí en el bolsillo y hasta hoy. Nadie jamás ha sabido nada y ahora, de repente, he recordado aquel episodio. Solamente una vez, en una cena entre amigos, con alguna copa de más, dije que yo sabía que tengo valor para todo lo que se me presente en la vida, incluso para ser ladrón. Nadie me creyó porque todos me tienen por buena persona.
Lo mismo que pude ser ladrón y no sentir nervios, ni remordimiento, ni sentimiento de pecado o de culpa, puedo eliminar a todo aquél que se atreva a ofender mi autenticidad. El que me ofenda será victima de mi venganza. Hay mil formas.
No se necesita demostrar la verdad. La verdad es la verdad.

domingo, 7 de febrero de 2010

IV.- Por las buenas o por las malas.

Debería existir una máquina de hacer fiebre. Si tuviera a mano una buena máquina de hacer fiebre, me haría adicto y estaría, continuamente, sumergido bajo los efectos que produce la fiebre cuando se sobrepasan lo límites y se está en el filo de lo inconsciente. Delirar, cuando se superan los 39º, es sentirse al límite del preámbulo del paraíso, es decir, sentirse muy por encima del vértice de los sueños, ese vértice del que no te gustaría descender, porque descender al despertar es hacerlo a la realidad “real“.
Las persianas bajadas, casi totalmente, suman la habitación en una semipenumbra que me facilita la ensoñación. Mantengo mi pie, todavía algo inflamado, sobre unos cojines en la parte trasera de la cama. Sudo como en pleno mes de agosto y, a pesar de ello, siento un frío seco que no se me pasa ni con dos mantas.
Pienso que, a parte del esguince y de la rotura fibrilar, debo tener una gripe de caballo o puede que tenga una herida interna en el pie, que no descubrieron en el hospital y que esté derivando en gangrena. Me pregunto que qué pasaría si me tienen que cortar la pierna, si las piernas, gangrenadas, las cortan con sierras especiales, similares a las de los carpinteros. No se si usaran serruchos normales o radiales ¿Deshuesan todo, como se hace con los jamones, o cortan directamente y ya está?
¿Qué será lo que estoy haciendo mal? El tener el pie en alto no se si será bueno o malo. A lo mejor se me ha cortado el flujo de la sangre y por eso el hormigueo y la fiebre. El reloj Radiant de 17 rubies, regalo de mi fallecido padre, marca las once de la mañana y no tengo ni hambre ni sed. Cierro los ojos y visualizo la casa donde vivo en una habitación alquilada.
Los dueños, un matrimonio compuesto por Don Lorenzo Rosales y Doña Remedios Cambados, me alquilaron esta habitación, la más grande y soleada, para ayudarse con los gastos de mantenimiento y para sentirse un poco acompañados. Dicen que se sienten solos y que les viene bien tener a alguien muy cerca por si les pasa algo, superan los setenta y la casa, como dicen ellos, se les cae encima por su enormidad
Cuando llegué aquí, por un anuncio del periódico, solo me enseñaron la cocina, los dos baños y el enorme salón. De las seis habitaciones restantes no me hablaron y, sin decirlo, dieron a entender que estaban completamente vacías, excepto su dormitorio que está al fondo del pasillo y que da al patio interior.
El que sea un sexto piso y en plena Avenida de Menéndez Pelayo, le suministra una luminosidad especial y hasta un aroma distinguido. Desde mi habitación se ve un paisaje maravilloso de tejados y toda la frondosidad y amplitud de El Retiro.
Esta casa es... ¿cómo lo diría? ya sé: Esta casa es la casa de mis sueños y dado que lo es, he de hacer todo lo posible porque, de aquí a poco tiempo, sea la casa de mi propiedad. Don Lorenzo y Doña Remedios, por lógica, pronto se irán para el otro barrio. Por las buenas o por las malas.

sábado, 6 de febrero de 2010

III.- Creo que tengo fiebre.

La hinchazón del pie ha cedido un poco y puedo sentir y mover perfectamente cada uno de mis dedos. Ante el espejo detecto una marca en mi frente. Debe ser de la pulsera que llevo en la muñeca derecha que se me marca cuando duermo con el brazo tapándome los ojos y pregunto si no será la marca del asesino que llevo dentro. Observo que son las diez y media y que me llevará unos minutos limpiar y perfumar el baño.
El pelo revuelto, las ojeras, la calentura y el rictus desagradable en mi semblante, es vivo reflejo de mi estado de ánimo. Dentro de dos meses, y algo más, cumpliré treinta y tres años y por culpa de mi incapacidad de renuncia a mi independencia de criterio, a mi rebeldía, me veo atrapado, como mosca en tela de araña, en una sociedad que funciona con unos valores que no comparto. Treinta y tres años perdidos, derramados por la rejilla de una cloaca como cuajarones de sangre de una matanza de cerdos, treinta y tres añazos, casi, diluidos en una infinita perdida de tiempo.
Para más inri, ahora me veo imposibilitado por culpa de una estúpida caída, a su vez, provocada por una desbocada ansiedad por trabajar sin el sosiego y la serenidad adecuada. Tanta presión para que venda más y más, a la caza, como hiena carroñera, de la rentabilidad para ellos. El sufrimiento nunca es gratis y el mío mucho menos. Veo en el espejo la viva imagen de... un fracasado y eso no puede ser.
Pronto tendré casa propia y empresa propia. El esguince ha sido el desencadenante de toda una revolución de mi especie, de la mía y voy a empezar... por hacer un esfuerzo y sin tocar el pie en el suelo, iré apoyado en la pared y poco a poco he de llegar a la silla de ruedas de la mesa del ordenador y desde allí empezaré a tejer la tela de araña donde perezcan los que me hacen daño.
La Historia Sagrada habla de uno que tuvo que caerse del caballo para darse cuenta del deslumbramiento de su futuro y otro que dijo: “Si Mahoma no puede ir a la montaña, que venga la montaña a ver a Mahoma". No me afeitaré, estoy harto de agredir mi cara cada día, harto de que me humillen con sus agresiones. Desconfían, se creen que mi accidente no ha sido tal o que no ha sido en horas de trabajo. Menos mal que tengo los papeles del Samur y del Hospital. Fin de la historia.
- Por favor, me pone con Yolanda Aguirre.
- Soy yo, dígame.
Será zorra. “Dígame”. Llevo ocho meses en la empresa y aún se hace la interesante y aparenta que no conoce mi voz. Sus gafas de diseño, sus pulseras de oro, su ropa tan elegante, su estilo ¿Cómo es posible que en ocho meses nunca la haya visto con el mismo vestido o los mismos complementos? ¿De dónde sale tanto dinero?
La casualidad ha determinado que vivamos cerca y se haya ofrecido para ayudarme. Ha quedado en venir esta tarde de viernes, que no se trabaja, a buscar el certificado médico y la baja, de paso me trae la nómina y el dinero en efectivo.
Debería arreglar la habitación y la mesa de trabajo... pero no puedo. Creo que tengo fiebre.

viernes, 5 de febrero de 2010

II.- Las hormigas.

Debían ser las cinco de la mañana cuando los terribles dolores de mi tobillo, que ya recorrían, como envenenada sangre bifurcada, todo el pie, me despertaron de un sueño febril y delirante. Traté de incorporarme para encender la lamparilla de la mesita de noche pero no pude. Abrí los ojos y mirando a las cortinas comprendí que aún faltaban horas para que amaneciera.
Me hice el fuerte, o el débil, no se y me dejé llevar por el sopor que producía la fiebre. Entonces fue cuando vi como una hormiga, roja, brillante como luciérnaga y del tamaño de una pipa de girasol, se asomaba por el horizonte del dedo gordo. La hormiga parecía mirar el paisaje y si yo tuviera capacidad óptica microscópica, tal vez, hubiera podido apreciar el gesto que hizo. Creo que dio la orden de avanzar a todo un ejercito que se ocultaba tras de ella, y como si hubiera sido una gran batalla contra mi mismo, comprobé que todo mi pie y parte de mi tobillo fue asediado por un tumulto, un gentío vociferante, de hormigas carmesí que me iban hincando sus garfios y sus mandíbulas afiladas como bisturís y pude sentir una sensación mucho más punzante que un simple hormigueo, porque su torrente de ácido fórmico acrecentaba mi dolor y conseguían mi parálisis absoluta. Notaba como cada una de aquellas temibles y repugnantes depredadoras arrancaban infinitos trozos de la carne de mi pie tumefacto. Trataba de espantarlas, de separarlas, de arrancarlas de mi territorio, pero no pude y veía como mi pie iba siendo transportado, trocito a trocito, por una inmensa hilera de hormigas con el estómago lleno de mi y sus fauces ensangrentadas llevaban comida para sus almacenes ocultos tras el rodapié de la habitación.
Nadie sabe lo que me dolía tanta impotencia ante aquella desigual batalla. Recordé la cantidad de hormigas, de todas las razas y especies, que había pisoteado cuando era niño y ayudaba a mi padre cuando iba a trillar a la era. Aquellos hormigueros, aquellas victimas de mis zapatos de campesino, se están vengando en este momento, azuzadas por un mensaje de memoria de su subconsciente colectivo y me observo inválido, sin pie o, como mucho, con un gran muñón, convertido en patizambo.
Cuando clareó el día la señora dueña de la casa donde tengo habitación alquilada, entró a verme. Puso su mano, fría como hoja de chopo escarchada, en mi frente y pareció creer que no tenía fiebre ni nada, que estaba perfectamente. Dejó una nota en la mesilla y se fue de puntillas como pidiendo perdón por la confianza.
Debían ser las diez cuando sonó mi móvil: “Soy Yolanda Aguirre, la secretaria del director. Ven urgentemente a traer el parte de baja”. “No puedo, estoy indefenso y solo”. “Antes de las doce tengo que tener el parte de baja, porque, si no lo tengo a esa hora, date por despedido”. Y colgó la tía. Me incorporé y leí la nota que había dejado la dueña de la casa. “Abel, nos vamos al chalet de la sierra. El lunes, cuando regresemos, o pagas la mensualidad o tendrás que irte”.
Necesito con urgencia ir al baño y como no puedo apoyar el pie, y no se manejar las muletas, consigo bajar hasta el suelo y arrastrándome como si fuera una cucaracha, conseguí llegar al inodoro pero levanté mal la tapa, o no se qué haría, el caso es que lo puse todo perdido. No existe dolor semejante. (Aviso al señor impresor: He escrito: “dolor”, no “olor”.)

jueves, 4 de febrero de 2010

EL TOBILLO A TOMAR VIENTO

Nunca cree uno que pueda ser verdad eso que dice el pueblo popular: "Las desgracias nunca vienen solas". Así ha sido: Dicen que tendré que andar con muletas, después de ocho días de reposo, al menos durante veinte días más. Me duele mucho pero, afortunadamente, puedo escribir tan mal como siempre.
En la empresa solo se han preocupado de saber la hora de mi accidentada caída. Las 12,30, les dije. Tuve que dejarles la tarjeta del cliente que acababa de visitar y a cuya puerta, al salir un poco acelerado, resbalé con tan mala fortuna, que rompí no sé qué hueso del tobillo, el ástragalo, creo. No me extrañaría que mis jefes llamen para comprobar que es verdad que salía de hacer esa visita y a esa hora.
Me resulta difícil seguir. Los analgésicos están haciendo efecto. Me consuela saber que durante un mes, o más, no iré al trabajo
Si tuviera a alguien que me pudiera atender...

ES UN ESGUINCE.
Me duele muchísimo, tengo los dedos amoratados de mi pie derecho y no puedo, aunque quiera, apoyar el pie porque el dolor es irresistible. He tenido que volver a urgencias y después de varias radiografías y casi cuatro horas de sufrimiento, me han puesto escayola y me han mandado para casa. Tengo esguince leve con rotura fibrilar.
Me han prestado dos muletas, con una fianza de 30 euros, nos ha jodido, y me han dado cita para dentro de tres días. Dicen que tendré para una buena temporada. En casa, la señora ha sido muy amable conmigo y me ayuda a acostarme y a tener levantado el píe y con una bolsa de hielo atada con unos cordones de zapatos.
No debería decirlo pero es tanto el dolor que se me saltan las lágrimas. Se me hormiguean los dedos y puede que mañana estén morados.
La señora me da una sopa de cocido y tomo un nolotil. Duermo unas dos horas y me despierto con muchísimos dolores por lo que tomo otro nolotil. Me pongo el termómetro y me llega la fiebre hasta casi treinta y nueve.
Consigo dormir otras dos horas. Al despertarme estoy envuelto en sudor y no siento los dedos de mi pie. Miro al cuadro del Corazón de Jesús y luego, en el espejo del armario, trato de ver cómo se mueven los dedos. Pero no se mueven. El hielo se ha deshecho y no puedo llamar a la señora para que me traiga otra bolsa, son las dos y veinte de la madrugada y no puedo molestar. No son mi familia los señores de la casa y están a sus cosas, durmiendo sus sueños.
Mi pie está hinchado, muy hinchado. En mis delirios, por la fiebre, veo cómo me abren el tobillo y me ponen cinco o diez tornillos y una placa. Veo que, en la operación, se les cae al suelo una taba de hueso, como las que tenían mis hermanas cuando jugaban con las tabas, y ni las enfermeras ni los médicos se dan cuenta. Entra un perro lobo y come mi taba y se va. Los médicos y las enfermeras hablan y hablan y cuando terminan de coser, se dan las manos unos a otros y se les oye decir: “Buen trabajo”. Se van y me dejan solo. Quiero gritar pero no puedo ¡La taba de mi pie se la comió un perro!
Pienso en la muerte. Si un simple esguince me duele tanto... ¿Cuánto duele la muerte?

miércoles, 3 de febrero de 2010

CARTAS DEL HIJO DEL CARPINTERO QUE NO ERA

I.-
PRIMER CURSO.
Villa Albino, 21 de Septiembre.

Queridos padres:
Aquí estoy bien pero me siento nervioso porque todo distinto a como en casa. Este paisaje no es tan bonito como el que tenemos en el pueblo. Todo son montañas altísimas y por mucho que alargue la mirada solo se ven montañas, algunas incluso conservan nieve de un año para otro.
La señora que me atiende, la patrona, me ayuda mucho, pero es muy diferente a mamá en todas las cosas y aún no me acostumbro, a la formas de ser, de hablar, a las comidas y a coger el cuchillo y el tenedor para cortar los filetes que nos pone los domingos. Los compañeros, que se llaman Félix y Carlos, se ríen de mi a todas horas.
La hija de la patrona, que es cuatro años más mayor, me quiere enseñar a limpiar los zapatos y a colgar la ropa en el armario. Me hacen sentir como que no se nada de nada. Pero está bien así porque tienen libros, aparato de radio con ojo mágico, baño con water y bañera y ducha y escribo a pluma estilográfica. Tuve que comprar una Inoxcrom de color granate, preciosa.
Ayer tuvimos la presentación del curso en el cine, que es muy grande y los profesores dieron un discurso o algo parecido. La más joven da Lengua y Literatura y fue a la única que entendí. Hay cosas que no se muy bien qué significan, pero ya aprenderé.
Duermo mal por las noches y cuando lo hago, sueño cosas de casa. Aunque esté tan lejos, los sueños siguen siendo los del pueblo. Que mamá no se preocupe por la ropa que traje. Salvo por los pantalones cortos, que no debí traer y que todos los chicos se ríen de mi, el resto está bien.
A mis hermanas ya les contaré cosas cuando tenga algo. A papá que trabaje menos y no me riña tanto porque mi caligrafía es tan fea. No sé cómo hacer para que mi letra salga como la de él, pero a los profesores no les parece tan horrenda y saben más.
Sin otra cosa que decir por el momento, me despido hasta otra esperando que estén bien.
Evaristo Vicente.
P: D.- Dicen que parezco negro y no sé a qué se refieren cuando comentan, por lo bajo, que mis piernas valen para tocar la batería. Esa es otra de las cosas raras que me pasan y no sé.

lunes, 1 de febrero de 2010

EN EL CINE

Suspiros como resuello de caballo árabe en lo mas alto de las brañas terciopelo de hierba verde, jara, tomillo y brezo. Islotes de nieve salpican de acuarela el paisaje precioso únicamente para los forasteros y los débiles.
Ya dijo mi padre que no se me ocurriera concebir lo inhóspito y agreste de nuestro entorno como paradisíaco lugar. “No has de creer en algo que no existe“, - añadió, serio como apóstol petrificado a la puerta de una catedral. En el cine se le dan vueltas a otras cosas que sugiere la oscuridad o la película o, simplemente, el pensamiento que se presenta porque si. Entonces, viene la mejor parte, cuando el valiente doma al caballo de crines blancas y rabo negro, se ajusta las cartucheras a los muslos forrados de piel de ternero de bisonte, Winchester en ristre, pistolas de la marca Colt con cachas de nácar, espuelas brillantes como estrellas, corte de pelo a navaja mellada y de repente, el traveling se desgarra y fallece la pureza de la imagen en el lienzo, por culpa del tacto del tizón de electrodo incandescente en el celuloide y se hace la luz.
Hueles a O de Lancome y a Famos, alguien comenta para que se le oiga: “¡Vaya, ahora que estábamos a lo mejor...”. Bajaste de la nube, me retiras la mano, esa mano que tiene vida propia y que se me va de crucero de placer entre los abismos de Puerto Nalgas, sin que lo pueda evitar.
- ¿Te gusta?
- ¿Cuál?
- La película.
- Sí, mucho ¿De qué va?
No tardan en arreglar el problema en la cabina de proyección y cuando vuelve la imagen, el gringo ya ha matado al sheriff corrupto y cómplice de los cuatreros. Me miras con ojos brillantes suplicando que vuelva a la búsqueda, pero ya no es lo mismo. Realmente, hueles a pipas de calabaza.