Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

viernes, 30 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XVIII)

XVIII.- La bodega.
Lo que la mente esconde es fruto de la realidad y de los sueños, de tener los píes en la tierra y el alma en las nubes. Alguien dijo que había que tener mucho cuídado con lo que se sueña, porque se puede hacer realidad. La mezcla de vivencias, de impresiones, de sentimientos, de circunstancias, etc. configuran en buena, o total, parte, la personalidad con las que nos toca pelear cotidianamente. Es nuestro sello de identidad.
Al dejar a los animales arreglados, la señora Carver me cogió de la mano para darme una sorpresa, según dijo. Al cruzar los jardines y patios que nos separan de la casa, nos detuvimos a contemplar la luna. Ahora está bien visible, ahora da gusto verla. Las nubes que la rodean forman figuras irregulares, que con un poco de imaginación se pueden parecer a determinados animales simbólicos o a las figuras de los mapas reales o imaginados. La luna es la reina de los cielos y allí está, como sonriendo felíz de vernos juntos, únicos en nuestro mundo.
- James, la luna dice que nos besemos.
- Señora Carver... - No me dió tiempo a más. Su boca comía la mía con un frenético frenesí, con una fuerza tal que me llevaba por territorios de deseo y pasión correspondida.
No era buena hora para conocer el sótano, que además es la bodega, pero se empeñó en mostrármelo. El sotano es ¿como diría?, un enorme local dividido en dos partes por una estantería, con los huecos para las botellas, que hacía de pared divisoria, llena de vino embotellado. Había allí cientos y cientos de botellas guardadas desde que su abuelo había empezado una gran colección de caldos de todas las clases y de todas las regiones del país. Me dió tiempo a observar ligeramente todo lo que, aparte de la bodega, allí estaba depositado. En realidad era un desván donde se almacenaban muebles viejos, maquinaria agrícola desechada, herramientas, viejos baules, arcas de nogal, camas de hierro, cuadros de santos, libros, discos, pizarras, ruedas de carro, rejas viejas de ventanas, tinajas vacías y mil y un cachibache en desuso.
- ¿Qué vino te gustaría para esta noche, James?
- El que usted prefiera, señora Carver, no entiendo de vinos.
- Yo tampoco, los expertos eran mi abuelo y mi marido. Cogeremos tres botellas al azar.
Con las botellas en la mano nos disponíamos a subir a la casa cuando algo me llamó la atención poderosamente: Un cuadro al oleo que, entre una capa de polvo y alguna telaraña, dejaba ver la figura de una bella mujer...
- Era mi abuela cuando mi abuelo la conoció. Es una preciosa historia que ya te contaré, vamos a la bañera James, me siento sucia.
Aquél cuadro tenía poder magnético y no pude por menos que cogérlo, quitárle un poco el polvo y con él en mis manos, me fijé con detenimiento: salvo unos desperfectos en el marco, se conservaba bien. Era la viva imagen de la señora Carver cuando debía tener veinte años. Ese cuadro... me transporta a lugares ídilicos, bosques entre niebla negra, a habitantes élficos entre las dunas y los vapores de agua de ríos y lagos helados donde se sumergen orcos y sirenas viejas, pero no era el momento y lo dejé posado donde estaba. La casa de la señora Carver encierra mil historias y mil sugerencias. Cada objeto, cada detalle, cada cosa, por insignificante que pareciera, tenía una historia própia que derivaba en los flecos de otra, un significado trascendente en cada detalle. La señora Carver es fuente de inspiración, por lo que es ella más por lo que le rodea.
Dentro de la casa, dejamos las tres botellas echadas sobre unos periódicos viejos. Como si tuvieramos prisa, nos desnudamos en el cuarto de baño y con la bañera, casi llena de agua caliente, nos metimos los dos. El cuerpo de la señora Carver es como una estátua. A veces, tengo que refregárme los ojos para asegurárme de que no es un sueño, de que la mujer que tengo a mi lado es real y no mucho mayor que yo, que los años que me lleva, al fín y al cabo, son experiencia que tiene acumulada, pero que fisicamente no aleja la posibilidad de entendimiento entre su cuerpo y el mío. Somos hombre y mujer, más allá de lo que pueda figurar en nuestro canet de identidad. Su cuerpo perfecto y su mente, producen en mi una sensación tal de bien estar, de conformidad, que no puedo dejar de pensar en que nos llevamos bien y que es lo único que me sirve. Ella es... mi mujer porque la veo, la noto, la siento en total y absoluta entrega a mi, como persona, como hombre. Así que... ¿a quién le importa que naciera casi quince años antes? No obstante, creo que debo vacunarme contra el sufrimiento.

LA SEÑORA CARVER (XVII)

XVII.- Las bolsas de gelatina.

Nadie sabe la capacidad que nuestro cerebro esconde, el misterio de sus misterios, de sus posibilidades físicas o psiquicas. Los retos, los objetivos, los sueños, las fantasías, los instintos, los obstáculos y los mil meandros que surgen del río, que es nuestra vida, insondables e infinitos.
El poder de la mente, dios mío, no quiero pensar, porque mi mente no es un ejemplo de normalidad, creo que algo tendrá que ver que cuando era pequeño, seis años, fuí operado de algo en la cabeza. Nunca perdoné a mis padres que ocultaran lo que realmente me pasó. Ellos se lo buscaron. No quiero hablar.
Cuando la señora Carver y yo nos repusimos de la gran batalla que supuso el conseguir que la vaca nueva tuviera, felizmente, a su criatura y que los dos nos quedaramos de piedra, lo primero que se nos ocurrió fué comer otra manzana y quedar observando la pareja tan hermosa que hacen la madre y su hija.
La señora Carver levantó el rabo de la ternera para confirmar que era hembra y me miraba, dios cuánta hermosura, me miraba con sus ojos tan grandes, azul marino y brillantes.
- James, ¿Cómo sabías que iba a ser ternera? ¿Cómo conseguíste que volviera a la vida si ya estaba muerta? ¿Quién eres en realidad?
- Señora Carver, soy como todo el mundo, lo que se ve más lo que no, alguien normal.
La señora Carver seguía sin despegarse de mi, casi siempre agarrada a mi brazo o subida en mis piernas. Esta vez era yo el que, de pie, la abrazaba y ella con sus manos en las mías, apoyaba su cara en mi cabeza, a veces me ofrecía la boca entreabierta brindándome su lengua para que la besara. Según le venían los pensamientos, detenía su pasión y la expresaba.
- ¿Te das cuenta con qué ternura mira la vaca a su hija?
- Me doy cuenta ¿La yegüa y las otras vacas tienen nombre?
- No, la mayor es la oscura, le sigue la clara y en cuanto a la yegüa sólo es eso: la yegüa.
- Debería ponérles nombres. Los nombres en los animales son muy importantes. Responden mejor a nuestras órdenes y se comportan mucho más docílmente.
- ¿Cómo te gustaría que se llamaran?
- A la vaca oscura yo la llamaría Macarena, a la clara... Clara, a la ternera Milagritos...
- ¿Y a la yegüa?
- A ella debería llamarla Yerma, porque no se queda preñada, pero, mejor pensado, si fuera mía la pondría... Virginia.
- Pero si no es virgen.
- Ya, pero es como si lo fuera. Estoy completamente seguro de que si la fertliza artificialmente se queda preñada. Es tan especial, tan sensible, que por una especie de transtorno psicológico rechaza al macho, se siente agredida cuando la penetran, por eso no se queda. Con inseminación artificial quedará a la primera, ya que su instinto maternal lo tiene desarrollado más de lo normal. Su yegüa puede llegar a ser una gran madre cada año.
- Parece que tiene lógica lo que dices, cariño mío, quiero decir James. Se llamarán como has dicho.
Nos separamos y entre los dos pusimos alfalfa en los pesebres de los animales y para Milagritos, dejamos un poco de paja para que no se echara sobre el frío cemento. Mientras hacíamos esas labores me fijé en unas cajitas planas sobre las que había unas bolsitas y una especie de granos o semillas.
- ¿Qué continen esas cajitas que tiene diseminadas por el establo y por el pajar?
- Las bolsitas son raticida en forma de gelatina, parecen gominolas y a los ratones les gusta mucho. Lo que parecen semillas es raticida mucho más fuerte para las ratas. Hay temporadas que proliferan demasiado.
- Debería poner alguna de esas cajas en la buhardilla. No estoy seguro pero me parece que hay ratas allá arriba.
- Ven que te enseño el armario, el botiquín, de las medicinas para el ganado, lo que veas que necesites lo puedes coger ¿Qué hora es James?
- Las ocho y diez de la tarde, señora Carver.
- ¿Nos bañamos amor mío?
Raticida en el armario y otras medicinas. Miel sobre hojuelas ¿Quién dijo que puede existir una sociedad sana sin mentes criminales? Si alguien lo dijo había que matarlo y a la señora Carver le quedan..., perdón, a la señora Carver hay que darle su merecido y punto.

jueves, 29 de enero de 2009

INVITACIÓN A RECITAL

Queridos todos y todas: Os invito a un recital de poesía que se celebrará el martes día 3 de Febrero, a las siete de la tarde en el Salón de Actos de Biblioteca Central, C/. Felipe el Hermoso, 4 Madrid.
Son recitales poéticos coordinados por el poeta Alfredo Piquer, a su vez coordinador de la tertulia del Círculo de Bellas Artes.
En ésta ocasión vamos a leer nuestros poemas las poetas Consuelo Menéndez, del Círculo de Bellas Artes, Ángeles Fernángomez, del Café Gijón y yo mismo.
Creo que hay vino y canapés. Os esperamos y los compartimos. Muchas gracias.

miércoles, 28 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XVI)

XVI.- La complicación.

No es de extrañar que los acontecimientos tomen vida própia y se deslicen por el devenir de los aconteceres a su antojo o albedrío. De poco vale que uno se proponga algo si, al final, por mucha determinación que uno ponga, va a ser lo que tenga que ser.
La vaca nueva de la señora Carver ha vuelto a tener fiebre y muge ensordecedores gritos. Mi experiencia con el ganado se limita a dos veces que ayudé a mi abuelo a parir a dos vacas cuando aún era adolescente, por lo que me veía totalmente desbordado. Según la señora Carver el veterinario estaba ausente, de viaje, y no había ningún vecino ganadero, que nos pudiera echar una mano, a menos de siete u ocho kilómetros.
Teníamos que salvar a la vaca y al ternero como fuera. Le pedí calma a la señora Carver y recurrí a lo que buenamente se me ocurrió. Lo más inmediato era conseguir que la vaca rompiera aguas y a partir de ahí, con la vaca echada, tratar de sacar a la ternera lo antes posible, que no tuviera tiempo de morirse dentro de su madre.
Lo primero que hice fué soltar al animal de su pesebre y sacarle hasta el patio para que diera una vuelta y se relajara por el aire y el influjo de la luna. La vaca al ver la noche, al ver el cielo, dejó de quejarse, dejó de mugir y arqueando su columna, se abrió de patas y echó una gran meada. Cogida del ramal, la dí un paseo de unos quince minutos alrededor del establo y cuando me pareció la volví a meter en su habitáculo y la até junto a su pesebre.
Poco a poco, la vaca se fué relajando, mientras la señora Carver y yo, preocupados, observabámos cada uno de sus movimientos, escuchamos cómo dentro de su vientre algo se movía y le sobrevino un ruído interno como cuando rugen las tripas en uno de nosotros, las personas. La toqué un cuerno y empecé a hablar a la vaca, consciente, por supuesto, de que la vaca no me entendía, pero que a mi me servía como esfuerzo añadido para tratar el de salvar a la vaca y a su criatura. "Hala vaca, haz el favor de ponerte buena, de tener a tu hija como dios manda y de quitárnos a tu dueña y a mi ésta preocupación". La fiebre le bajó casi del todo. "Eres la vaca más guapa del mundo y no me puedes hacer la putada de dejárme en mal lugar ante la señora Carver". Le dí un buen masaje por donde buenamente se me ocurrió. "Echate y sé buena, por favor". La vaca en cinco minutos se echó. "Ahora tienes que romper aguas, que no sé a qué coños esperas". La vaca arqueó el espinazo, como cuando se pone a mear, pero echada, y la vaca rompió aguas. "Ya te queda poco, mi vaca preciosa, ahora haz un esfuerzo y empieza a parir, que nos estamos quedando fríos. Si lo haces bien, tendrás tu premio en forma de doble ración durante unos días". La vaca me miraba con esos ojos que se les ponen a las vacas, una mezcla de ternura y mimos. La seguí acariciando y dándole masajes donde buenamente me parecía.
- ¿Se morirá, James?
- No, ya está salvada. En diez minutos la vaca parirá.
- ¿Como lo sabes?
- La vaca es lista y sabe que lo mejor para ella es que todo vaya bien. Esté tranquila y verá como tenemos suerte.
En éstas estamos cuando notamos cómo la vaca hacía esfuerzos y se le abrió la vagina. En tres de esos esfuerzos conseguimos ver cómo empezaba a nacer la ternera. Volví a hablar a la vaca, lo más cerca que podía de su oreja y después de cuatro o cinco contracciones e impulsos, la vaca parió.
En el suelo estaba la ternera completamente envuelta en su bolsa amniótica, sucia con restos de sangre y de restos de placenta. No se movía.
- Está muerta.- Dijo la señora Carver.- ¡Está muerta! - repitió entre sollozos y yo también lo creí, la verdad sea dicha.
Con los guantes de latex puestos, limpié bien a la ternera, la abrí bien la boca y la di unas buenas palmadas en las carrilladas de la cabeza. "Despierta ternera, ¡¡¡despiertaaaaaa!!!" y la ternera ni se inmutaba. Yacía en el suelo con la pata estirada como hacen las terneras que se mueren. Me armé de valor y seguí con mis súplicas. "Despierta ternera, ¡¡¡despierta...." y entónces la vaca nueva, su madre, lanzó un gran mugido, como si hubiera sido una llamada a la hija dormida, y la ternera abrió los ojos y abrió la boca de tal manera que se nos pareció a un bostezo. Empecé a notar cómo se le movía el vientre, luego la pata que había tenido estirada y finalmente, como si le diera pereza levantarse, lo hizo con desgana. Sus cuatro patas ya estaban en el suelo y entre temblores y escalofríos, la ternera miró hacia un lado y a otro, como si estuiviera desconcertada, perdida, mareada, no sé, el caso es que la ayudé a llegar hasta la boca de su madre, la vaca nueva, para que la lamiera, la diera el calor de madre y de paso la limpiara los restos de placenta y sangre que tenía pegada en su piel. Poco después la ayudé a llegar hasta la ubre de su madre y al principio no sabía ni cómo hacer, pero como la naturaleza es sabia, la vaca nueva, ya levantada, empezó a segregar leche que le goteaba por una de las tetillas y su hija, la ternera empezó a mamar.
La vaca en unos minutos terminó de expulsar la placenta y así, poco tiempo después, conseguimos, entre la señora Carver y yo pudiéramos dado como finalizado el parto felíz, que tanto habíamos deseado.
La señora Carver me abrazada enloquecida de alegría y sus lágrimas me mojaban las mejillas. Por primera vez no pensaba en nada, en absolutamnete nada. Me quedé en blanco, totalmente en blanco. (a vuela pluma, pendiente de corregir)

martes, 27 de enero de 2009

LIBRO DE SOMBRAS

LIBRO DE SOMBRAS
"Digas la palabra que digas,
agradeces el deterioro."
PAUL CELAN

Más allá del túnel
existe un lugar de luna acuática y delfines...
Si te quedas quieta,
como cuando niña en la románica iglesia
ensimismada ante la sangre del cristo crucificado,
podrás descifrar la caligrafía de las piedras
y los ecos de los buriles de los ofebres en los cálices,
los martillazos de los canteros en las bóvedas,
y los lamentos gregorianos de los inquisidores.

El corcél magenta que surca veloz
el territorio de los sueños,
me dejó abandonado junto a la grieta de las tinieblas
y tuve que ser ave fénix para no despeñárme
en el barranco donde se suicidan las mulas.
Necesité abrazárme a las argollas de los ajusticíados
y hacer píe sobre el brocal del pozo
que me absorvía con la fuerza de los imanes.
En éste trance y en todos, venías al corazón.

Siempre ha sido así,
desde la página primera que escribimos juntos,
-inocentes, absortos, inexpertos,
inseparables, ciegos el uno del otro-
un septiembre del sesenta y nueve,
y la última, aún blanca y pura como el alba aquella.
Libro de sombras, cuyas hojas baílan entre si
para eludir la negrura absoluta y procurarse
alguna alegría que deshile tanta penumbra.

Mi vida ha sido un torrente, un Niágara
de palabras y de la tuya, hojas de unos días,
huracán de sílabas impregnadas en mi pecho.
Páginas negras, algunas mucho más negras
que han parido otras con nítidos parpadeos
de sombras algo menos oscuras y livíanas.
Aquellos días de aparición y descubrimientos,
son memoria petrificada, pero no bastan.
Se necesita la frescura de lo reciente.

He tenido que reinventárte con adivinaciones,
con la materia que derrama la estructura del amor.
Cada día esculpía tu corporeídad perfecta,
y eras la mezcla de todas, la más hermosa,
porque renacías cada vez que cerraba los ojos.
Desnuda, entregada, escultura griega,
como aquellos estivales días de un lejano septiembre.
Te quise como a la sangre de mi sangre
y te dejé sitio en mi lecho, noche a noche.

Y ahora..., ahora se acerca el túnel más oscuro,
el lugar de luna acuática y delfines...
Por mis roquedales se tambalea la claridad lúgubre
que desespera mi carne encarnecida y putrefácta.
Nadie garantiza la certeza del futuro,
yo menos que nadie... pero el libro está escrito,
sombra a sombra, con encendidos labios que pronuncian
tu nombre y que te esperan hasta el desfallecimiento.
El deterioro me acerca a la espuma y a la ceniza...

lunes, 26 de enero de 2009

QUINIENTAS TRES NUEVAS ENTRADAS

Según figura en el contador de éste blog, parece ser que ya he incluído quinientras tres nuevas entradas. 503 aportaciones en foma de haikus, poemas, cuentos, relatos, refranes, aforismos y alguna cosa más por ahi. Por otra parte, también dice el blog que han sido 4.284 las visitas que se han recibido. Nada hubiera sido posible sin vuestra lectura y vuestros comentarios, sin vuestra compañía en éste solitario y pedregoso camino. Algunas veces, muchas, he estado tentado de dejárlo todo, pero vuestra perseverancia ha sido motivo de que siga aquí, posiblemente, por mucho tiempo. Muchas gracias a todos y todas. Abrazos para vosotros, besos para
vosotras. Procuraré mejorar. Evaristo Cadenas.

domingo, 25 de enero de 2009

HAIKUS PARA UN DOMINGO SIN SOL

1
La gran nevada
fertiliza trigales.
Verde de blanco.

2
Bolas de nieve
en el patio del cole.
¡Batalla blanca!

3
De la nevada
sólo quedan recuerdos.
Copos de versos.

sábado, 24 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XV)

XV.- Las manzanas.
Si me pongo a pensar friamente, es decir, sin pensar mucho, me doy cuenta de que la vida es, o puede llegar a ser, una gran caja de sorpresas ¿quién me iba a decir ayer mismo, cuando venía en el tren con la señorita que no tenía nombre, que veinticuatro horas después tendría solucionado mi alojamiento y que iba a conocer a una mujer tan importante en mi vida, ya irremediablemente, como la señora Carver y que la iba a tener subida encima de mi, o debajo, casi cada segundo? por no hablar de la inesperada experiencia de ayudar en el parto de una vaca.
Por eso, una vez más, se confirma la reiterada teoría de los cambios permanentes. Así debe ser para no caer en la monotonía, en el tedio, en la desesperación que supone la depresión psicologica, la tristeza permanente.
Podría resumir todo en la frase ya acuñada dentro de mi corazón: "La vida, para que sea vida, ha de estar expuesta a los descubrimientos". Descubrir cada día lo nuevo que existe y uno desconoce.
En estas cosas y en otras indescriptibles, por lo fantásticas, góticas, supraterrenales y terroríficas, pensaba, cuando la señora Carver se incorporó y puso sus cabellos enredados sobre mi cara, me dió un beso en los labios y me dijo que era la hora de la vaca nueva.
- ¿En qué pensabas, James?
- En usted, señora Carver.
- ¿Y qué pensabas?
- Que es mejor no pensar, lo mejor es seguir la corriente al fluir de los instantes.
- ¿No te gusto? ¿Te parezco vieja?
- No es eso, no es eso.- Me levanté de la cama y me vestí, mientras ella miraba un poco triste. Se levantó y pude ver cómo se iba poniendo unas bragas limpias, la camisa, los calcetines de lana fina y negra, los pantalones... Nos lavamos las manos y la cara, hicimos pis y casi serios, nos dimos la mano y juntos salimos de la casa con la intención de no volver hasta después del parto de la vaca nueva.
La noche oscura y fresca se había adueñado del cielo y de la tierra. El viento regalaba una brisa fresca y saludable. Nos detuvimos un minuto a contemplar el paisaje visible, iluminado por la luna que entre las nubes parecía jugar al escondite, o ¿eran las nubes que viajaban lentamente e impedian que se viera la luna en su esplendor? La señora Carver me abrazó por la cintura y apoyó su cabeza sobre mi hombro, se giró y me miró a los ojos con su cara tan hermosa y aquella mirada azul marino brillando como millones de estrellas... "James, amor, no pienses tanto y bésame, no me lo pongas dificil, por favor", se levantó un poco sobre la puntera de sus botas y cogiéndome del cuello me comió la boca con un beso apasionado, como siempre eran los suyos. Cuando tuvo que recuperar el aliento, se despegó de mi y con los ojos encendidos cerca de los míos, dijo que ahora mismo le estába resbalando algo por las piernas. Antes de entrar en el establo dimos otra mirada al cielo y a la luna y la señora Carver cogió mi mano y se la puso apretada contra su pecho.
- James, mi corazón late como caballo desbocado. Está claro, te quiero, aunque tu no me quieras a mi.
- No diga esas cosas, señora Carver. Vamos a ver si tiene fiebre la vaca nueva.
En el establo la luz eléctrica es buena, aunque un poco escasa por lo que, con un alargador, pusimos un foco supletorio para poder tener a la vaca mejor controlada. Rumiaba plácidamente y su vagina estaba abultada y casi abierta. No tiene fiebre y todo parece ir normal. Por los síntomas, más o menos, en una hora parirá.
Aprovechamos para dar alfalfa a las otras dos vacas y a la yegüa. La señora Carver dijo que a las seis y media tenía que levantarse para ordeñar y que a las siete y cuarto en punto, llega el camión a recoger la leche. Cuando hubo terminado de hacer lo imprescindible, la señora Carver, cogida de mi mano, me acercó hasta un rincón del establo, que yo no conocía, para nostrárme un tendal, sobre unas tablas, repleto de manzanas amarillas y rojas, peras de invierno, nueces, cebollas y ajos. Me regaló una manzana muy madura, grande como un puño, sabrosa y dulce. Comimos con apetito, sentados sobre unos sacos de cebada, vigilando a la vaca nueva.
- Está mejor la mía - dije.
- ¿A ver?- y mordió la que yo estaba comiendo - Está mejor la mía, no vayas a comparar.
- ¿A ver?- y comí de la suya mucho más mordisco - prefiero la suya señora Carver. Cambiamos las manzanas y antes de terminárlas ya estábamos líados, besándonos y comiendo a la vez, ella de mi boca y yo de la suya. La señora Carver antes de terminar la manzana, se subió y a horcajadas se frotaba el pubis contra una de mis piernas, se levantó el jersey y me ofreció los pechos inflamados de deseo. No pude por menos que comérselos y comérselos, hasta que se apretó a mi cuello "dios, James, dios, sigue así, muerde, muerde" y frotándose màs y más llegó por enemésima vez.
Pobre de mi, pensé para mis adentros, esta mujer me mata. Menos mal que la vaca empezó a inquietárse y ella se bajó, se colocó los pechos dentro de la blusa y se colocó el jersey. "Tenemos que atender a la pobre vaca, estamos locos".
Durante un segundo pensé que era ella la que tenía ideas asesinas, que me quiere matar a base de joder. Debo ponerme en guardia, por si acaso y empezar el ataque, que se entere de una vez con quién se la está jugando.

viernes, 23 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XIV)

XIV.- La novedad.
Sin que nos demos cuenta la vida transcurre en una contínua, e irremediable, transformación. El paso de los segundos infinitos conlleva novedad, lento caminar hacia un horizonte que esconde nuevos horizontes y poco a poco, todo, y nososotros como parte de ese todo, se dirige irremesiblemente, hasta el fín. Así es la naturaleza, así tiene que ser. Lo que nace, crece, se desarrolla y muere sin remedio.
La señora Carver es la novedad, ha cambiado, es otra. Se le ha iluminado el rostro con una sonrisa permanente, tan blanca, tan divina y la contemplo con ternura, con gratitud, complacido hasta el infinito, porque la veo como a la mujer que habitó el territorio de mis sueños desde que tengo uso de razón y comprendí que como hombre necesito a la mujer que me complemente y ella es lo más parecido a lo soñado. Es la diosa desnuda que se me ofrece, la generosidad que da lo que deseo sin necesidad de que lo pida, la amante infinita, la lujuria, el desenfreno, la insospechada satisfacción de poseérla entera. Sólo, algunas veces, surge de las tinieblas de la cordura, la sombra de la realidad y no queda más remedio que poner los pies en el suelo. Habitar en la gloria constante, no es humano. Por eso no debo chupárme la polla yo mismo y darle demasiada importancia, no conviene exagerar.
La señora Carver dice que está en los peores días para desbocárse completamente, que no tiene protección de ningún tipo y que corre mucho peligro de quedarse preñada si la penetro por la vulva, me pide que la comprenda, que no quisiera tener un susto, aunque, por otra parte, no le importaría, pero que ahora no es el momento adecuado.
- ¿Me entiendes lo que quiero decir, James?
- Claro que sí señora Carver, la entiendo perfectamente. No hay problema, siempre nos quedará la imaginación y los otros caminos del cuerpo y del alma, que, como los del Señor, son infinitos. No se preocupe que ya nos arreglaremos de la mejor forma posible para no parar de hacer el amor, aunque sea sin joder.
- Cariño, ¿tienes hambre? ¿qué te gustaría comer?- La señora Carver y yo nos pasamos los segundos infinitos desnudos, abrazados y acostados en la cama, en las alfombras, en el sofá... mirándonos, como el que mira un cuadro de Rubens, acariciándonos y ya nos entendemos más allá de las palabras. Ha comprendido que no me gusta que me llame "cariño", sin que se lo haya dicho, por lo que repite: "¿qué te gustaría comer? y se ríe, aparte de eso que te gusta tanto y que me lleva al paraíso, aparte de eso ¿qué te gustaría comer?".
- Cualquier cosa que no de trabajo en la cocina, señora Carver.
Se levanta de la cama y su desnudez brilla por el sudor, se acerca al baño y vuelve con una toalla que estiende sobre la sábana para que no traspasen hasta el colchón los jugos blancos y espesos que salen de su vagina, antes en gotas y cuando se corre, un chorro, una eyaculación de lava caliente y espesa. Admiro su cuerpo, su rostro tan bello e iluminado por su risa, por su satisfacción, su pelo pelirrojo revuelto, enmarañado, su pubis poblado y salvaje, de pequeños rizos que le cubren casi, los labios tan desarrollados y entreabiertos, como si sonrieran, su clítoris sobresale para demostrar que está dispuesto, siempre erécto, a ser estimulado y llegar a un paroxísmo tras otro.
- ¿Te has dado cuenta?
- ¿De qué, señora Carver?
- Me has convertido en multiorgásmica sin que me hayas penetrado. Antes sólo uno, dos a lo sumo y ahora ya ves ¿Qué hora tienes?
- Las seis y cuarto. A las siete tenemos que bajar al establo, hay que estar pendientes de la vaca.
La señora Carver se acuesta de nuevo y pone su cabeza sobre mi pecho y se entretiene con mi miembro entre sus manos.
- James, ¿sabes una cosa?
- ¿Qué?
- Tengo nombre.
- Lo sé, pero usted para mi siempre será la señora Carver.
La curva de su espalda, sus glúteos y mis dedos mojados dentro de su vulva... ¿Cómo se puede detener el tiempo? pienso, pero por otro lado me vienen ideas sobre raticidas, sobre venenos, sobre alquimias letales... Su boca me eleva al sexto cielo. Me dejo llevar y saca de mi lo que no está en los escritos ¡Pone tanto entusiasmo!

jueves, 22 de enero de 2009

"EL GESTO"

Al salir de casa azota un brís gélido
que corta el aire y el cutis.
Cruzo caminos de barro y carámbano
para llegar a la hoguera de los girasoles secos
que brilla al fondo del campo.

¿Quién me da lumbre?

Ahí es dónde nace el gesto,
tatuado a piñón fijo, para toda la vida.

¿Qué te pasa, hombre?

Cerca hay una charca y un árbol seco
donde hierve el agua de las orillas.
Y me escondo entre los brazos,
como si fueran a lanzárme una piedra.

martes, 20 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XIII)

XIII.- La locura.
Y entonces al llegar a la casa, sin más demora, cogí mi pequeña maleta, la señora Carver el maletín con la máquina de escribir Erika y de un viaje subimos todas las cosas hasta la buardilla. Colocamos la maleta y la máquina de escribir cerca de la cama y las herramientas junto a la chimenea para que hicieran compañía a las tenazas, la paleta para recoger la ceniza y la escobilla de espliego.
La estancia es como un pequeño gran museo y todos los detalles y las cosas que allí se encuentran son imposibles de describir, en este momento, por lo abundantes y porque aún no las conozco con detalle. Como hace mucho tiempo que nadie habita la estancia, la señora Carver no se preocupa de limpiar el polvo o de barrer y fregar los suelos de madera barnizada, semejante a la tarima o al parquet.
Por ahora no hay prisa de hacer nada hasta que mañana la señora de la limpieza le dedique unas horas en adecentarla un poco. Me detuve a contemplar lo más destacado, las lámparas de pie, las mesas de mármol, los sofás, los cuadros, el piano, y el caballete con un boceto al carboncillo y al fondo, una puerta blanca de doble hoja con los cristales viselados y que aún no se qué hay detrás de ella ¿Cómo no sentirme afortunado si siempre soñé con un lugar como este? Por el momento es mejor no mostrar demasiado interés, tratar de aprovechar las ventanjas sobrevenidas sin darle importancia, no vaya a ser que de tanto ensalzar las virtudes del lugar, la señora Carver trate de subirme el precio por vivir en tan privilegiado lugar.
La señora Carver no disimula su alegría y entusiasmo y procura estar siempre muy cerca de mi. Cuando le dije que quería ir al baño me sugirió que bajaramos al de su habitación porque el de la buhardilla tiene la bombilla fundida. Me agarró del brazo y bajamos los dos tan juntos por la escalera, que casi corríamos peligro de caernos. Se quitó el jersey y las botas y cuando vio que me disponía a hacer pis, se acercó por detrás de mi y preguntó:
- ¿Puedo? - sin que me diera tiempo a reaccionar, la señora Carver me cogió la polla con su mano derecha y con el brazo izquierdo alrededor de mi cintura, observaba cómo iba a hacer mi necesidad menor. Me parecía un exceso de confianza, un atrevimiento, pero como todo en ella era tan espontáneo, tan natural, no pude por menos que reir la gracia y seguir allí con mi polla apuntando al inodoro y la mano de la señora Carver intentando dirigir bien el chorro caliente para que no cayera fuera del recipiente blanco.
- Así no puedo, me da la risa.
- Concéntrate y no pienses en mi mano - Me concentré y al fin hice una meada abundante y sonora. Al terminar, ella cogió un poco de papel higiénico y la limpió a base de bien, entreteniéndose en el capullo y la rajita, como ella decía. Como uno no es de piedra y la polla tampoco, aquél miembro empezó a manifestar su lógica reacción. Entónces la señora Carver la dejó rapidamente y su semblante cambió como de la noche al día. Cerró la puerta del baño y salió.
Uno no sabe bien qué misterios pasan por las mentes de las personas porque a duras penas se entiende uno mismo. Acabé de colocarme bien la ropa y antes de salir respiré hondo. No sabía a lo que me enfrentaba al salir del baño.
La señora Carver estaba sentada en la cama con las manos tapándose la cara. No lloraba pero casi. Allí de píe la contemplaba. Aquel pelo tan abundante y rojizo, aquellas manos cuidadas pero de largos y gruesos dedos, aquella blusa entreabierta y el escote tan exuberante... a mi me gustaba aquella mujer. Lo que no me gusta es que ella, ni nadie, lo pase mal por mi culpa.
- ¿Qué le pasa, señora Carver?
- Nada James, no me pasa nada. Lo que me pasa es que o soy tonta o estoy loca. - Contestó sin quitarse las manos de la cara. Me senté a su lado y me quedé pensativo.
- ¿Quiere que me vaya? Si quiere, ahora mismo cojo mis cosas y me voy a un hotel.
- Estoy sola James, muy sola ¿Quién me ayuda con la vaca?
- Le ayudaré con la vaca y cuando nazca la ternera, me voy. No hay problema, el problema es que usted se sienta mal por mi culpa, que por otra parte, no he hecho nada que yo sepa.
- Si has hecho James, si has hecho. No te darás cuenta, pero si has hecho. Mira... lo que me haces... mira... cómo estoy - y metiéndose los dedos en su vulva los sacó completamente mojados e inmediatamente se los limpió con un kleenex que llevaba en el bolso del pantalón tejano ¿Crees que esto es normal? ¿Qué me has hecho James, qué me has hecho? y no pudo reprimir su llanto. La dejé llorar tranquila y me dispuse a levantarme, cuando ella me retuvo agarrándo de mi mano con todas las fuerzas.
- No, por favor James, no te vayas. Aunque sea una locura no te vayas, por favor te lo pido. - Se volvió hacia mi y abrazándome con una fuerza inusitada, lloró y lloró sobre mi hombro. De vez en cuando me besaba en el cuello, tras la oreja, en la mejilla y susurraba, "esta locura es maravillosa... mañana decides si te quedas o no, pero al menos que te tenga conmigo esta noche, quizá no lo creas pero te quiero".
Uno es un hombre y aparte de otras cosas, pude comprobar que con mis manos abarco su cuello y que puestos a ello, sólo sería cosa de apretar, apretar y apretar. No quiero que nadie me quiera. Sería desolación y desamparo para ella y para mi.

domingo, 18 de enero de 2009

HAIKUS INMORTALES

Yendo hacia Kioto
cubrían medio cielo
nubes de nieve.

Fiesta del Nirvana.
Oran manos rugosas,
suenan rosarios.

Grama marchita.
Y un poco de calima:
dos, tres pulgadas.

Ved las tinieblas
del cabo Joshi -dice
el avefría.

Día invernal.
A caballo me helaba,
maestro en sombra.

Un sol que gira.
Al que se inclinan malvas,
lloviendo en mayo.

LA SEÑORA CARVER (XII)

XII.- El bebedizo.
La señora Carver y yo, cruzamos los patios y jardines que separan la casa del establo con cierta prisa. Parecia que ambos estábamos deseando cumplir con el trámite de dar el bebedizo a la vaca en cuanto antes. Ningún comentario sobre el precioso cielo, casi sin nubes, inundado de un cielo maritímo y cristalino, ni reparamos, aparentemente, en la belleza de las montañas con las crestas siempre nevadas. Sin embargo, percibía una cierta proximidad fisica por parte de mi patrona.
Ella, como si pensara que no me daba cuenta, no se despegaba de mi lado y algunas veces hasta me cogía del brazo para señalarme cualquier detalle, otras, sin dismulo, me cogía de la mano o se aproximaba demasiado a mi cara o a mi boca. Su mirada era distinta y en sus palabras había un tono de familiaridad y casi de excesiva confianza. No me importaba. Me dejaba hacer y llevar por los senderos que ella me indicaba y yo no oponía resistencia. Algo había, no sé qué, pero que a mi, lejos de disgustarme, me gustaba casi morbosamente.
La señora Carver me ayudó a preparar el agua caliente, muy caliente, que salía del grifo en la pileta, dándome los ingredientes que yo le iba solicitando. Mi mirada a los alrededores del establo despertó curiosidad en ella.
- ¿Que buscas? ¿Qué necesitas?
- Nada, señora Carver. Buscaba una hoz, un martillo, unas tijeras de podar parras, y una macheta. Me gustaría tenerlas en mi buhardilla y hacer figuras con los palos y la leña que subimos para quemar en la chimenea. Tengo esa afición.
- Es curioso, mi abuelo también labraba la madera con su navaja y hacia curiosas figuritas. Antes de subir a la casa lo buscamos y lo subimos. Me encantará ver cómo hacer tus esculturas de madera.
La vaca nueva sigue sin fiebre. Ha comido bien y su rumiar es lento y acompasado. El sal y el orégano, bien mezclados con el agua caliente, relajará al animal, la provocará eruptos, ventosidades y deposiciones, para que el fruto de su vientre nazca sin tanta molestia para ella, la ternera, y para su madre, la vaca nueva. Cuando esplicaba estos detalles a la señora Carver, decía que soy una caja de sorpresas, que la dejo obnubilada con tantos detalles como sé sobre ganado y que notaba un aplomo y madurez especial para mi edad.
En el otro extremo de la nave que era el establo, había una pequeña puerta que daba a un enorme pajar donde se almacenaba paja, alfalfa, piensos compuestos, cebada y otros sacos que contenían, según me dijo, yeros, algarrobas y otros alimentos para las vacas y para la yegüa. En un pequeño apartado, bien ordenados se hallaban utensilios y herramientas tipicos de labradores y ganaderos. En el pajar el olor a heno, la paja y el resto de las cosas que allí había, daban un cierto olor y trascendía un calor especial, como aliento caliente de dragón bien perfumado. Se diría que era un buen sitio para enconderse y olvidarse del mundanal ruido. Los grandes y muy altos ventanales del pajar dejaban entrar el sol y su luminosidad era parecida al de ciertas catedrales al atardecer.
La señora Carver cogíó una hoz, las tijeras de podar y un martillo. Según me lo iba dando no dejaba de mirarme a los ojos como tratando de escudriñar mis auténticos pensamientos. Antes de cerrar la puerta del pajar me quedé observando con la esperanza de que no fuera aquella la última vez en que sintiera la magia esquisita de aquel recinto tan especial.
La vaca bebió con avidez, como si le gustara su bebedizo y poco antes de que salieramos la señora Carver y yo del establo, se tiró un estruendoso pedo que nos dejó a los dos impresionados.
- Vamos James, que empieza la tormenta - dijo entre carcajadas dignas de la mujer más felíz del mundo.
Al pasar por la leñera, la propia señora Carver cogió la macheta. En mis manos llevaba una buena hoz, un martillo y unas tijeras de podar las vides de las viñas. Ese era mi objetivo y sin demasiado esfuerzo, conseguí que ella misma participara en su consecución.
Antes de pasar a la casa, la señora Carver me cogió del brazo izquierdo y apoyó su cabeza sobre mi hombro y los dos juntos observabamos, estasiados, las montañas y el cielo. "¿No es maravilloso James?" "Lo es señora Carver, lo es". Me brillaban los ojos ante tanta belleza y por un instante pensé que la vida es tan cruel, tan dura, que sólo por ese instante de tan esquisita hermosura, merecía la pena vivirla. "Que me muera ahora mismo y me muero feliz", dijo. Pero no quería entusiasmarme, quería lo que quería y punto.
El pajar, dios mío, el pajar. Cuántos recuerdos. Mi abuelo tenía un pajar similar al de la señora Carver y en aquel sitio, cuando aún era niño y hasta después de adolescente, aprendí con amigos, amigas, vecinas y con mi prima Judith a ser hombre. No quiero pensar en el pasado. Bastante tengo con la señora Carver y con los instantes futuros ¡Qué bien huele la señora Carver! Lástima que tenga que pasar lo que tiene que pasar.

sábado, 17 de enero de 2009

HAIKUS INMORTALES

Se yergue el roble
sin importarle nada
de los cerezos.

Los crisantemos
se incorporan etéreos
tras el chubasco.

¡No se parezcan
mis jokkus a mi cara!
Primer cerezo.

Cuenta la pena
del monte, tú que coges
agar-agar.

Vallas del dios.
Y de improviso pienso
en el Nirvana.

Luna de agosto.
Hasta el portón inrrumpe
la marejada.

viernes, 16 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (XI)

XI.- El susto de la señora Carver.

De buena gana me hubiera mantenido algunos minutos más en el estado adormilado y de ensoñación en que me encontraba justo antes de que la señora Carver pasara al baño, pero no me gusta que nadie llore cerca de mi, no importa el motivo, y eso enturbió mi momento de laxitud.
Me puse los zapatos y me dispuse a preparar mi escueto equipaje para subirlo hasta la buhardilla. Comprobé que los libros y los objetos personales que había colocado en la mesa, volvieran a la maleta. Metí la máquina de escribir Erika en su maletín negro y bien cerrado todo, lo saqué hasta la puerta de la que había sido mi habitación por unas horas. Me asómé hasta el patio a través de la ventana. Sigue el sol en su lento viaje hacia el oscurecer y el paisaje mantenía su ilimitado cambio, mientras más se mira más detalles se observan y aquel paisaje era maravilloso, único en el mundo. Me sentía impaciente y preocupado, como siempre. Me parecía una pérdida de tiempo todo lo vivido en aquella casa, pero, por otra parte, creía que era un poco afortunado. No se encuentran señoras Carter a cada paso. Ella es guapa y el que sea tan mayor para mi, no roba ni un ápice a su hermosura como mujer y como persona.
Sentado sobre la cama y con las manos sobre la cabeza pensaba y pensaba ante el espejo que me devolvía mi imagen de un muchacho, un hombre en todo caso, con el pelo negro como el azabache, un poco largo y con la cara sin afeitar desde ayer a las ocho de la mañana. En la buhardilla estaré mucho mejor, me decía.
Ensimismado con mi desbordante imaginación permanecí así unos minutos hasta que me di cuenta de que la señora Carver se acercaba por el pasillo. Se había puesto un jersey sobre la blusa y parecía preparada para bajar al establo. Su rostro estaba demudado, sus ojos tenían el brillo de haber llorado y su cabello peinado al estilo de cola de caballo. Con una tristeza infinita en su expresión preguntó:
- ¿Me dejas sola, James?
- No, ¿por qué lo dice señora Carver?
- Tienes tu equipaje aquí, junto a la puerta de la habitación y el abrigo puesto ¿significa que te vás de mi casa?
- No, señora Carver, no me voy de su casa. Estaba despidiéndome de esta habitación, que en un principio la tomé cariño, porque pensaba que sería mía todo el tiempo previsto.
- ¡Dios!, qué susto me he llevado. Según te vi pensé que me ibas a dejar, me dio un vuelco el corazón al borde del infarto.
- No se preocupe, ya le di mi dinero, tengo el compromiso de ayudárle con lo de la vaca y mi intención es subir a tomar posesión de la buhardilla en cuanto tenga allí mis cosas y justo ahora me disponía a hacerlo.
- James, no me dejes, por favor, no me dejes o me vuelvo loca. Mira, pon tu mano en mi pecho.
- ¿Para qué, señora Carver? - Me miró a los ojos con una mirada que me asustó, aquella mirada... cogió mi mano y se la puso en el pecho izquierdo.
- ¿Lo notas, James, lo notas? ¿Notas cómo se me ha desbocado el corazón al ver tu equipaje ahí y a ti sentado con el abrigo puesto? James he llorado, he llorado como una tonta mientras hacía mis cosas, mientras me peinaba, mientras me vestía, mientras me miraba al espejo y me ponía un poco de rimel en mis ojos. He llorado como hacía siglos que no lloraba.
- ¿Por qué lloraba, señora Carver?
Con su mano en la mía y apartando su mirada de mi se fijó en que el espejo nos reflejaba a los dos juntos sentados en la cama, y a través del espejo siguió hablando: "Soy una mujer, James, una mujer muy viva, muy despierta, pero había algo en mi que se había detenido, se había bloqueado, se había aletargado, pero que seguia teniendo un sorbo de vida, y ahora, hoy, ésta tarde, ahora en éste instante, ha revivido, ha resucitado, ha vuelto a la vida con más fuerza que antes y me duele, me hace daño, sin embargo, lo quiero, lo deseo, soy muy feliz al sentir esa parte de mi vida tan despierta. Por eso lloraba James, sólo por eso".
- No lo entiendo bien, supongo que me lo podrá esplicar en otro momento, ahora hemos de hacer el bebedizo para la vaca nueva.
- Claro que si James, claro que si. No sabes qué alegría me das al ver que te quedas. Por cierto, tus manos están frías y son largas y huesudas. Tienes que comer más.
- Comeré, ni se imagina lo que comeré. Le aseguro que estoy hambriento, con ganas de comer, incluso mientras como. Coja una bolsa de sal, el frasco del orégano y vamos a la cuadra que es la hora de la vaca nueva.
Mientras ella iba a la cocina en busca de lo que le pedí, miré al espejo y vi en mis ojos el fuego que se pone cuando se me pone cara de circuntancias. Así que cambié de expresión y miré mis manos. Estas manos pueden abarcar cualquier cuello. Con mis manos va a ser lo mejor. Ya veré cómo lo hago. Que sea el fluir de los segundos quién lo diga ¿Por qué se tuvo que poner O`de Lancome?

jueves, 15 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (X)

X.- El despertar.
La señora Carver dormía con la cabeza apoyada en mi pecho. Sus senos descansaban tersos y sus pezones casi invisibles entre la maraña de su pelo rojizo y espeso. Rizos casi imperceptibles del vello de su pubis asomaban por la parte superior de su braguita. La hevilla en forma de herradura de su cinturón y el botón metálico de sus Levis 501 brillaban en la penumbra. Y allí estába yo, tumbado, haciendo el efecto almohada. Era una de esas escenas para guardar en los rincones de la memoria y recurrir a ellos de vez en cuando. Algunas escenas de películas vistas hace mucho tiempo se recuerdan para siempre. La escena de la señora Carver, semidesnuda y dormida sobre mi pecho, será imborrable en mi vida.
De vez en cuando miraba la teatralidad de la situación, sobre todo a través de los espejos de los armarios empotrados. Mis piernas se entumecían por permanecer en la misma postura, por lo que, de vez en cuando, las movía y con ellas el cuerpo inérte de la señora Carver. La mente no paraba de trabajar en mil pensamientos de diverso carácter. Ora pensaba en cómo sería penetrárla por detrás, ora en cómo hacérla llegar a orgasmos encadenados, ora en cómo limpiar los restos de la batalla y veía su boca respirando, sus manos en mi rodilla, sus píes a un centímetro de los míos. Pensaba en tantas cosas y en ninguna, en la hoz, en la horca de pinchos brillantes del establo, en el hacha de la leñera, en la buhardilla y sus ruídos, que algunas veces sentía como corretear de ratones o de gatos. Tal vez ratas como conejos.
Pero mi vida no solamente son éstos instantes congelados, también es lo que viví en el tren con la muchacha que no tenía nombre, en mi vida, pasada a la historia, con Lily y mi amiga del alma Mia, en mi madre que es una mandona, en mi padre obsesionado con la poesía, que para él no existe otra cosa. Pensar, pensar, pensar, siempre pensando para vivir siempre atormentado.
En la habitación estamos dos personas, un hombre y una mujer casi desnuda, que duerme el sueño de los injustos, sobre mi pecho. Los libros de la habitación, los cuadros, la lámpara de bronce que en forma de araña cuelga del techo, la cómoda china lacada en negro, los objetos decorativos, retratos, la descalzadora tapizada de tercipelo azul celeste y... la puerta que da a el baño donde una bañera decorada con teselas espera a que su dueña se bañe y se de masajes relajantes con el agua hirviendo a toda presión.
Media hora es muchísimo tiempo, casi una eternidad, y da para pensar mucho pensamiento, vueltas y vueltas como una noria, mucha contradición, muchas elucubraciones y soy un hombre, bien lo se. Cierro los ojos y trato de evitar que mi miembro se desboque en una erección o en un desatino. Procuro no sentirme hombre. Que no se me note que estoy en el límite ¿Cuánto podré aguantar sin poseérla o sin asesinarla o, tal vez, las dos cosas? Por dios, esos pensamientos que ni se me pasen por la cabeza. Tengo que salir cada día a caminar al menos ocho o diez kilómetros. Tengo que pasar por el Ayuntamiento a pedir permiso para investigar en sus archivos.
- ¿Qué hora es, James?
- Faltan tres minutos para las tres y media, señora Carver.
- Dios, qué sueño he tenido ¿Hace falta hervir el agua para la vaca?
- No es necesario, con que esté muy caliente sirve. Tal y como sale del grifo de caliente, dejándola correr durante unos momentos es suficiente.
- Entónces aún podemos esperar casi media hora. Me gusta la comida más que por comer, por la sobremesa, por lo que se habla, cuando no se está sola, por los minutos después de haber comido. Ahora he soñado y me gusta tratar de recordar lo que soñé, me gusta estar unos minutos saboreando el sueño antes de levantárme ¿Sabes lo que soñé, James?
- Obviamente no, señora Carver.
Se incorporó un poco y cambió de postura. Su cabeza ahora descansa sobre la almohada y su conversación casi me ordena que me sitúe a la altura de su boca frente a la mía, sus ojos frente a los míos, brillantes, celestiales y todo su cuerpo en paralelo al mío, los dos de costado, frente a frente. Sonreía plácidamente y casi en susurros hablaba... tan cerca de mi boca que era como si quisiera que tragara las palabras una a una.
- Era verano y salí con mi bicicleta a darme un baño al río. Como casi siempre, iba sola. Llevaba el bañador puesto desde casa. En el camino, por supuesto, busqué el orgasmo contra el sillín de mi bicicleta, aunque se que nunca me viene. Entre las retamas y los matorrales junto al río, me quité la ropa, excepto el bañador, y me metí en las cristalinas aguas del arroyo. El sol calentaba como nunca lo había hecho, si miraba al cielo para interpretar las nubes, me cegaba toda la luz, si miraba al agua, veía el reflejo de mi cuerpo y los brillos de los guijarros y a veces los pececillos merodeándome, y mi imagen sobre el agua como un espejo dorado. Me gustaba verme así como si fuera Narciso, pero no era exáctamente lo que deseaba, por lo que me quité el bañador y quedé desnuda. Así si, así era yo tal y como quería ser. Desnuda entera, entregada a los dioses que habitan el agua. Me acaricié, abrí mi vulva todo lo que pude, como si deseara que me penetraran. Con los ojos cerrados me concentré y sentí un calor inmenso subirme hasta los senos, hasta mi corazón. Me vino más y mejor que el de la bici, bueno casi, porque el último siempre es el mejor. Y eso fue todo.
- ¿Fue sueño, señora Carver, o realidad?
- Espera a ver.
Se metió los dedos por dentro de las bragas y los sacó completamente mojados y se los chupó.
- Las dos cosas James, las dos cosas. Tenemos que levantárnos porque me enrrollo como las persianas. Voy a hacer pis y a lo mejor otra cosa que nadie puede hacer por mi.
Tal y como estaba me quedé con los ojos cerrados. No entiendo por qué no me largo de esta casa ahora mismo ¿Qué pinto aqui? pero por otra parte, me digo ¿Dónde voy que mejor esté? Algo extraño me hizo abrir los ojos y escuchar con toda la atención. Me acerqué sigilosamente a la puerta cerrada del baño. La señora Carver parece que está llorando y eso que aún no tiene ni idea de lo que se avecina ¿Por qué llora la señora Carver? Hay misterios que es preferible que lo sigan siendo. A veces es mejor cercenar cabezas de un solo tajo.

miércoles, 14 de enero de 2009

HAIKUS INMORTALES

(Selección y traducción de Antonio Cabezas)

Si come arroz y trigo,
de amor debe estar
flaca la gata.

Chubasqueaba.
Los rastrojos de arroz
se ennegrecieron.

En ruiseñor
sueña que se convierte
el grácil sauce.

Vistiendo fleos
está el hombre, y en flor
la primavera.

¿Por qué será
que envejezco en otoño?
Van aves por las nubes.

¡Los ruiponces!
De día echo el cerrojo
a la cancela.

martes, 13 de enero de 2009

HAIKUS INMORTALES

De ordinario ocioso,
está el cuervo en la nieve
esta mañana.

En el plátano ráfagas
y en la bañera lluvia
se oye de noche.

Aroma del ciruelo,
y de pronto el sol sale:
senda del monte.

Se derrumbaban
peñas del monte Asama
con la tormenta.

Burgo en sal,
con las esencias frías:
pescadería.

Campo a través
llevaré mi caballo
hacia el cuclillo.

domingo, 11 de enero de 2009

HAIKUS INMORTALES

Lía budines,
con la otra mano alisa
el pelo de su frente.

Luna de agosto.
Vagué junto al estanque
la noche entera.

Cuando la voz del remo bate el mar
se hielan mis entrañas
de noche. Lágrimas.

Como la almeja
en dos valvas, me parto
de ti con el otoño.

No lo dudeis:
la marea da flores.
Rada venal.

Nasa de pulpos.
Ve efímeros ensueños:
la luna del estío.

HAIKUS INMORTALES

Yo soy un hombre
que se toma su arroz
ante el ruiponce.

A la intemperie,
se va filtrando el viento
hasta mi alma.

Monte y jardín
se mueven y se adentran:
villa estival.

Noche marina:
la voz del pato
es vagamente blanca.

Si sopla su barba al viento,
¿qué fulano va a sentir
que acabe el otoño?

Se va la primavera
Lloran las aves, y son lágrimas
los ojos de los peces.

viernes, 9 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER (X)

La comida.

La vaca nueva, como la llama la señora Carver, no tiene fiebre y parece que el ternero se ha colocado por el buen camino hacia la salida. Para mi es importante que el parto de la vaca se desarrolle sin incidencias porque me parece que en ello me juego un poco bastante mi reputación en la casa donde se spone que viviré tres meses, por lo menos. Pero no puedo dejar de pensar en el presentimiento primero de que el ternero nacería muerto y de algunas otras situaciones envueltas en sangre y muerte. Faltan algo menos de siete horas para que se sepa el fin de la película.
En la casa, ayudo a poner la mesa para comer y no nos entretenemos en muchos rodeos. Dado que los dos teníamos tanta hambre, las patatas con bacalao y unos granos de arroz, estában deliciosas y que teníamos prisa por descansar un poco, el caso es que en unos minutos ya estábamos en el salón sentados en el sofá.
La señora Carver me invitó a un café o una copa. Como nunca tomo café, los dos tomamos un escocés con hielo. Entre el vermuth, el vino tan rico de la comida y ahora el whisky nos sentíamos un poco contentos.
- ¿A qué hora tenemos que dar el bebedizo a la vaca?
- Sobre las cuatro de la tarde, señora Carver.
- Entónces, me acuesto en mi cama para descansar, que madrugué. A las tres y media en punto, si ves que no despierto, me avisas.
- Está bien, mientras tanto subo a mi buhardilla.
Me disponía a salir del salón y dejar a la señora con su intimidad. No me gusta molestar.
- James ¿Me vas a dejar sola? ¿Qué hay de malo en que vengas conmigo?
- Nada señora Carver, si quiere me quedo.
Se dirigió hacia su habitación aunque tocando a la pared o a los muebles que encontraba a su paso. En la estancia se ocupó de cerrar bien los visillos y bajar un poco las persianas para quedar en semi penumbra. Se descalzó y antes de quitárse la camisa se desabrochó el cinturón de piel con hevilla en forma de herradura y se desabotonó los botones de sus Levis 501. Se acostó de costado mirándome... su risa era contagiosa y yo no podía por menos que admirar su cuerpo y atrevimiento, pero como también había bebido lo mío, le reía las gracias y le seguía la corriente.
- No creas que estoy borracha, estoy cansada, preocupada por tanta responsabilidad, pero contenta de no estar tan sola. Ven, ponte a mi lado y no te quedes ahí como un pasmarote. Si me prometes respetárme te cuento una historia rápida y duermo. A la hora convenida me avisas ¿Lo prometes?
- Lo prometo, señora Carver.
Me descalcé y tal como iba vestido me coloqué junto a la señora Carver. Apoyó la cabeza en mi pecho y con los ojos medio cerrados empezó a hablar casi en susurros, como si fuera algo que no quisiera que saliera de mi. "No quiero escandalizárte y mucho menos provocárte. Hago delante de ti lo que haría si estuviera sola. Si te molesta mi actitud me lo dices, pero considero que no hay nada más hermoso que la libertad que uno tiene en su própia casa. Te contaré algo: una vez iba tan tranquila dando un paseo en mi bicicleta recién estrenada. Quería dárme una buena paliza, por lo que pedaleaba lo más fuerte que podía. Al subir una cuesta y llegar a su cima descubrí un paisaje tan hermoso, tan bello, que me quedé extaxíada. Dejé de pedalear y apreté mis muslos contra el sillín de la bici, empecé a notar un gusto, una sensación extraña y placentera que me gustaba especialmente, así que mantuve esa posición, las emociones iban en aumento, in crescendo, más y más. Al finalizar el rápido descenso llegué a una sombra de chopos, me detuve, con las manos en el manillar y mirando a las nubes seguí apretando y moviendo suavemente mi culo y frotando mi pubis contra el sillín. No podía más y me vino una descarga interna que jamás se ha vuelto a repetir. Dejé a un lado la bicicleta y me miré las bragas. Estába completamente mojada y de mi sexo caían gotas blancas y pegajosas. Como pude me informé y parece que había tenido un orgasmo con eyaculación. Tenía once años. Poco después me bajó la regla y millones de veces he vuelto a hacer el mismo recorrido con mi bicicleta procurando que se repitiera la sensación. No he tenido suerte, pero lo sigo intentando cada vez que puedo. Fué increible. Procuro pensar en mis pequeñas historias cuando estoy preocupada y triste. Mi vida es un invernadero decorado con losas de hielo y estiércol y me tengo que agarrar a esos detalles insignificantes, pero no tanto, para poder ir tirando y si te digo la verdad, por otra parte, mi vida es maravillosa y más que lo va a ser a partir de ahora. ¡Ya! Media hora de dormir o me vuelvo loca. Una pregunta: ¿Será ternero o ternera?
- Ternera, sin duda.
- Vale.
Se quedó dormida de forma automática. Cerré los ojos y traté de no pensar, de relajárme y dar tiempo a que pasara la media hora convenida. Mientras descansaba me venían mil pensamientos entrecruzados por lo que preferí seleccionar mis própios recuerdos. También he vivido mis luces y sombras, aunque si soy sincero en éstos momentos pienso que de buena gana estraungulaba a la dichosa señora Carver ¿Por qué soporto ésta tortura o es un placer? Debería cogérla por el cuello y apretar y apretar y apretar.¿Con o sin almohada?

HAIKUS INMMORTALES

Por esta senda
no hay nadie que camine:
fines de otoño.

¡Vaya, no me ha pasado nada!
Pasó el día de ayer.
Y hoy, orbe y sopa.

Viento de otoño.
Y malezas y campos:
Paso de Fuja.

"El caminante"
van a llamarme a mi:
primer chubasco.

jueves, 8 de enero de 2009

HAYKUS INMORTALES

Un viejo estanque.
Se zambulle una rana:
ruido del agua.

Serenidad.
Se incrustan en las rocas
chirriós de chicharras.

(De este poema Octavio Paz da la siguiente traducción:

Tregua de vidrio:
El son de la cigarra
taladra rocas.

anteriormente había hecho otra versión más literal:

Quietud:
penetran en las rocas
los cantos de la cigarra.

martes, 6 de enero de 2009

"EL JARDÍN DEL EDÉN".

Tengo una casita entre árboles junto a un lago. Una soleada mañana de otoño me senté a leer un libro en mi banco preferido del jardín. Por la chimenea un grueso hilo de humo perfumaba de agradable olor a tomillo y a leña de encina el entórno. Mientras leía me sobrevino hambre de comer una manzana, mi própia manzana.
El domingo siguiente, por casualidad, pasé delante de un vivero que se anuncia con grandes carteles como "El jardín del Edén". La dueña, una encantadora mujer, me recomendó un joven manzano y me dió consejos de cómo plantárlo, ponérle abono y regárlo de vez en cuando.
El manzano creció robusto y llegó a ponerse verde y frondoso, pero al llegar Junio se secó completamente.
Un martes que pasaba junto a el vivero, entré y me atendió el dueño, un señor amable y buen experto en frutales. Escogió su mejor manzano y ante la caja registradora, me iba recomendando cómo plantárlo y atenderlo.
El manzano prendió y llegó a dar buena sombra con sus ramas y hojas, pero al llegar Junio se secó.
Un miércoles, sobre las ocho de la tarde, pasé frente a "El jardín del Edén". Estaban a punto de cerrar pero me atendió la hija de los dueños, una joven guapísima que con simpatía me vendió un manzano elegido al azar. Según le pagaba me miró a los ojos y con su sonrisa de ángel, dijo que plantara el manzano con confianza en "El jardín del Edén" y en mi.
Al amanecer del día siguiente planté mi nuevo manzano tres pasos al sur de donde lo había hecho las otras veces. Acabo de comer una manzana riquísima, mi própia manzana.
Creo que tendré postre para uno o dos meses y así para el resto de mi vida.

LA SEÑORA CARVER (IX)

El vermuth.

El tiempo parecía detenerse, sin embargo los segundos infinitos caminaban inexorables, lo suficiente como para que ya hayan pasado casi siete horas desde que llegué hasta ésta casa, aunque podría parecer media vida. El sol sigue calentando el campo aunque el viento ligero y fresco impide que se licúen las gotas de escarcha y hielo que aún permanecen pegadas a los arbustos y a los pinos.
La señora Carver me hace pensar más de lo debido, de alguna manera me duele ser espectador permanente y me sorprendo de no pasar a primer plano y ser actor alguna vez. Pienso en el dinero que me queda, en mis circunstancias y no me queda más remedio que resignárme y continuar en mi papel, aunque a veces me duela no ser lo suficiente atrevido y tenga que aguantar algún inconveniente. Pero es mejor así, dejárse llevar por las cosas sencillas y cotidianas de ésta extraña convivencia y ver qué da de sí. Desvanecerse de lo trascendente y quedar quieto, a la deriva, como si fuera un tronco en medio de la corriente torrencial del río de mi vida.
La señora Carver abre los armarios roperos de su habitación y elige una camisa blanca de lino. Se la pone y dice que ya que está la casa caliente por la calefacción central y que como no saldremos de casa hasta mañana, que no necesita sujetador, que así se siente más libre de ataduras.
En la cocina me pide que le ayude a pelar las patatas mientras ella pica abundante pimiento verde y cebolla para rehogárlo todo antes de echar el agua, el bacalao y las patatas. Su delantal protege su ropa y cuando deja todo cociendo se lo quita. La camisa está casi desabotonada por lo que mis ojos no pueden evitar mirar su abundante escote y la marca bien pronunciada de sus pezones que casi se dejan ver a través de la tela.
Saca una botella de vermuth, pone hielo en dos vasos de tubo largo y en un platito bastantes aceitunas manzanilla. No suelo beber pero no puedo, ni quiero, rechazar la invitación de la señora Carver.
Sentados uno frente al otro, saboreamos el primer trago.
- Está riquísimo, dice ella relamiéndose los labios.
- Pues sí, está muy bueno. Me encantan las aceitunas. Muchas gracias por invitárme, señora Carver.
- De nada hombre, gracias a ti por hacerme compañía. Hacía tiempo que no tomaba vermuth como ahora ¿Brindamos?
- Como quiera, y ¿por qué brindamos?
- Por tus éxitos, por tus estudios, por una felíz estáncia en ésta casa, por ejemplo ¡Hay tantas cosas!
- Por usted, señora Carver. Nuestros vasos chocaron entre si y me fijé en los ojos de la señora Carver, siempre acuosos, pero esta vez con un brllo especial.
Encendió un cigarrillo y empezó a hablar como lo hacía casi siempre, como concentrada en si misma, como si hablara primero para ella y luego para mí.
- Tu necesitas a una muchacha de tu edad o menos. Pongamos de veinte o veintiun años, incluso hasta los dieciocho estaría bien. Cuando te dije que había empezado a hacer el amor con mi marido, entónces mi novio, a los dieciocho años y a la luz de la lumbre de la chimenea, te mentí. En realidad, fui muy precoz. Cuando tenía once años se podujo en mi una especie de transformación física explosiva. En un mes, más o menos, crecí mucho y me nacieron los pechitos. Con doce años ya era casi como ahora. Mis pechitos se fueron conviertiedo en preciosos senos que llamaban la etención. Casi de repente, me convertí en la más admirada y deseada de todas mis compañeras de Instituto. Los hombres, jóvenes y mayores, me miraban como diciéndo que les gustaría estar conmigo y algunas chicas y mujeres también me miraban con lascivia. Estaba muy orgullosa de mi cuerpo y hacía todo lo posible por potenciar mi sensualidad. Mi abuelo un día me dijo que le gustaría hacerme fotos y yo lo encontré natural porque era por motivos artísticos y el pobre no podía pagar a una modelo, así que me desnudaba para él porque estaba orgullosa de mi cuerpo y quién mejor que mi abuelo para que lo admirara. Me hizo varias sesiones y aquellas fotos eran nuestro secreto que los dos guardamos como se guarda un tesoro y así permanece. Eres el primero que lo sabe. Una mañana al entrar en el autobús que nos llevaba desde aquí, desde el pueblo hasta la ciudad, el conductor me pasó a escondidas un papelito. "Leélo en el baño, y lo rompes", dijo. En el baño lo leí y ¿sabes lo que ponía?
- ¿Qué ponía?
- "Eres la más guapa del mundo, si quieres que te quiera ven a mediodia, te espero".
- ¿Y qué hizo usted?
- Puse una disculpa a la hora del comedor y me las arreglé para ir al hangar donde estaba esperando el autobús. El conductor, que esperaba dentro, al verme me hizo señas para que entrara con disimulo. Entré en el autobús.
- ¿Qué paso?
- El primer día nos sentamos en el asiento de atrás y aquél hombre que debía tener unos treinta años pero que era muy guapo, para mi como un dios apolo, se dejó caer la cabeza sobre mis piernas y dijo que le dejara dormir media hora, que le avisara. Así que allí me verías a mi, como una tonta, sentada y con la cabeza de aquel hombre completamente dormido. A la media hora le avisé y al despertárse me agarró de la cabeza y como me pilló desprevenida me dió el primer beso que me daba un hombre. Me quería despegar porque me daba asco aquella lengua en mi boca y él con su mano fuerte agarrandóme no me dejaba, a los pocos segundos cedí y me dejé hacer. Estuvimos así como diez minutos ¿Te imaginas un beso de diez minutos entre un hombre mayor y una chiquilla de casi trece años?
- No, no me lo imagino.
- Pues que me volvió loca. Estuve enamorada de él, en sumo secreto, durante los cinco años más delicados de mi vida y aún le tengo grabado dentro como el primer gran amor de mi vida. Cuando podíamos quedábamos y él me enseñó a ser experta en el arte, como él decía, del sexo y la seducción. Como le cambiaron de ruta, nos veíamos alguna vez que otra, pero me fué olvidando y en ésa epoca conocí al que fue mi marido. Así que ya sabes algo más de mi. Voy a echar un poco de arroz a las patatas y mientras da el último hervor vamos a ver cómo va la vaca.
Es agradable escuchar estas confidencias, estos secretos, estas intimidades tan personales, pero precisamente por eso, quisiera saber por qué me lo cuenta, Por ahora sólo pienso en la vaca y en las imágenes que se me cruzan por la mente, múltiples y desiguales como los estratos de un talúd de piedra en un paisaje lunar. Tengo mis dudas, mis luchas internas ¿El hacha o la hoz?

domingo, 4 de enero de 2009

HAIKUS INMORTALES

BASHÒ

Bashò (1644-1694) es el verdadero padre del jaiku. Como especialmente crucial debe considerarse su poema:
Un viejo estanque.
Se zambulle una rana:
ruido del agua.
Compuesto en 1648 cuando el poeta tenía cuarenta años, y marca el origen de su estilo maduro. Conocida es la versión esperpéntica de Valle-Inclán:
El espejo de la fontana,
al zambullirse de la rana,
¡hace chás!
Devoto del zen desde 1681, Bashò fue una personalidad serena y religiosa, un verdadero "poverello" itinerante, para el que el jaiku fué un "camino" de perfección.
He aquí algunas de las enseñanzas del maestro:
- No sigas las huellas de los antiguos. Busca lo que ellos buscaron.
- Los versos que algunos componen están excesivamente elaborados y pierden la naturalidad que procede del corazón.
- El verdadero jokku no debe ser una amalgama de diversas cosas, sino oro batido.
- El valor de la poesía es corregir las palabras ordinarias. Nunca debemos tratar las cosas descuidadamente.
- Los pensamientos que existen en mi corazón sobre la belleza de las cosas de cada estación son tan numerosos como las arenas de la playa.
A diferencia de Onitsura, que fué un poeta sin escuela, Bashó contó con innumerables discípulos y una influencia extraordinaria, aun antes de morir.
De viaje enfermo,
mis sueños por eriales
van divagando. (Poema final.)

HAIKUS INMORTALES

(Selección y traducción de Antonio Cabezas. Editado en Poesía Hiperión, 2007)


Frente al jardín
han florecido blancas
unas camelias.

Sus esqueletos
adornan por encima,
¡y a ver las flores!

Van divagando
mis sueños, y en barbechos
resuena el viento.

sábado, 3 de enero de 2009

HAIKUS INMORTALES

¡Qué extraviada,
un solsticio al ocaso,
la muchedumbre!

Carritos secos.
Caleta de Naniwa,
y oleaditas.

Cuando flora el cerezo,
tiene dos pies el ave,
cuatro el caballo.

Verdes trigales.
Se remonta una alondra,
de pronto baja.

jueves, 1 de enero de 2009

LA SEÑORA CARVER

El espectador

La señora Carver era extremadamente delicada con su higiene personal, decía que tratar con animales es peligroso y que se necesita un cuidado especial para no contagiarse con ellos, con el estiércol, la alfalfa, la paja, los piensos y todos los utensilios que se tenían que manejar continúamente.
Antes de entrar en las cuadras se lavaba las manos y procuraba usar guantes para casi todas las labores relacionadas con el ganado. Al regresar a casa, segun dijo, siempre se lavaba con esmero las manos, los brazos y el cuello.
Como unidos por un extraño magnetismo no nos separábamos ni un solo momento el uno del otro. Por mi parte estaba claro que éste primer día de estancia en la casa lo dedicaría a situarme en mi habitación y dejar preparados mis libros, mis apuntes y mi ropa para el día siguiente, sin más preambulos, empezar con el programa de estudio y actividades previsto. Me limitaba a situarme en el entorno.
La señora Carver me enseñó la cocina, las otras habitaciones, el aseo y su dormitorio con baño.
- Esta es mi habitación, como ves amplia y soleada, la cama grande, ancha, demasiado ancha para una mujer sola como vivo actualmente. Este es el baño grande, moderno, límpio, dispone de gran bañera decorada con teselas azules y rosa, con la ducha preparada para dar masajes de agua caliente, muy caliente. Tengo que hacer pis y lavarme bien lavada antes de hacer la comida. Esta noche me daré un baño relajante en la bañera, si es que todo va bien con el parto de la vaca nueva. Ya que estamos tu y yo solos y ya he cogido confianza contigo, voy a quitarme la camisa y quedarme desnuda de cintura para arriba ¿Te molesta si lo hago?
- No, señora Carver, está en su casa y logicamente, puede hacer lo que desee. Por mi no se preocupe.
Se bajó los pantalones arrastrando a la vez las bragas azul celeste y se sentó para hacer pis. Mientras tanto se quitó la camisa y el sujetador. Yo allí, de pie, era un observador, un espectador simplemente. Podríamos decir que ella era la actriz, la protagonista de toda su historia y yo simplemente un viajero que había alquilado una buhardilla y que tenía el privilegio de estar observando en primera fila todo lo que ella hacía, lo que ella interpretaba. Pero esa esplicación no era suficiente, había algo de misterioso y subyugante, o tal vez sólo morboso, en la relación que la señora Carver estaba manifestando ante mi y que yo consentía entre encantado y sorprendido.
- Me sobran dos o tres kilos, prometo hacer más ejercicio y comer menos. Mira como se van cayendo mis tetas, los años no perdonan, encima parece que están creciendo porque todos los sujetadores me quedan pequeños.
Al incorporárse depués de haber hecho pis no tuvo pudor ninguno, por lo que pude ver cómo era el vello ensortijado y rojizo de su monte de venus, de su pubis. Se ajustó bien las bragas y después sus tejanos ajustados como un guante. Mientras, cerraba su cinturón de cuero ancho, con la hevilla con forma de herradura. Sus pechos eran grandes, algo caídos pero no mucho y sus pezones eréctos dominaban un buen territorio de sus aureolas marrón oscuro, casi negro. Se acercó al lavabo y ante el espejo se quitó las orquillas con las que dominaba y adornaba su largo pelo pelirrojo. Se miró a los ojos y dijo: "Qué cabrona de vida, qué bien hace su trabajo de arrastrárme hacia la muerte, pronto cumpliré treinta y ocho y cada día tengo más marcadas las ojeras".. . Con el grifo abierto se enjabonaba bien las manos y se lavaba mientras, pensativa, meditaba sobre su rostro y su cuerpo entero. Poco después se enjabonó el cuello, la cara, todo lo que podía de los hombros y algo de sus pechos, hasta que se dió unas buenas abluciones de agua para quitarse el jabón. Con una toalla impoluta de algodón blanco como la nieve, se iba secando y no dejaba de mirárse intensamente. Se dió cuenta, a través del espejo, de que la observaba, sin dejar detalle y cierta excitación porque no soy de piedra. Se dió la vuelta y me miró a los ojos como no lo había hecho nadie.
- James, soy mayor para ti. Te llevo casi catorce años, no puedes pensar en mi como mujer, no puedes desearme. Solo podré ser una amiga, una compañera... Mi sexualidad está muerta. Mi cuerpo está inmunizado contra el deseo y la carnalidad. Mi lívido se enterró cuando enterré a mi marido. Procura mirárme como si fuera una hermana o una madre porque, de lo contrario no podría tenerte como huesped.
- No se preocupe por mi, nunca se preocupe por mi, yo me las arreglaré para verla como se mira a una mujer de calendario o algo así.
Eso dije. Pero por dentro algo me quemaba, me ardía. De repente, me acordé de que en la leñera, junto al tajo de cortar la leña que subimos hasta la chimenea de la buhardilla, había un hacha grande de leñador y una macheta, un hacha pequeña como las que usaba mi madre para partir el conejo y las costillas de cerdo. Dios mío, un hacha es lo mejor, sin duda. La cargas emocionales de mi cerebro, los sentimientos de mi alma, hcieron que me sintiera como si una descarga eléctrica, como si un rayo fulminara mi razón y la locura se asomara a mis ojos echando chispas de resplandor incontrolado. Pero eso nadie lo podía ver y la señora Carver menos que nadie, porque muchas veces no vemos lo que más cerca está.