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viernes, 27 de junio de 2008

MICROPOEMAS, MICRORELATOS...

-23-
Encendidas todas las lumbres,
ardo y me consumo
entre llamaradas secretas
de mujer ardiente.
Soy la brasa que te quema
cuando te abrazas.
El fuego con el que te enciendo
el ascua de tus incendios,
con los que me preñas.

-24-
Mi caverna húmeda y esponjosa
tiene los labios carnívoros
y encendidos como auroras.
Entra en mi con tu falo poderoso
y siémbrame de espuma de olas,
que huelen a mar y saben salado,
como tus labios de marinero
tatuado con nombre de sirenas.
Penétrame enorme y frenético,
porque te pertenezco cóncava,
esperando me penetres convexo,
para elevarme hasta el grito:
Amor, amor, inúndame.

-25-
Mis ojos sáficos te miran,
te adoran, mujer hermosa,
mármol de estatua griega.
Deseo, con toda mi alma,
entregarme totalmente,
abrirme y sentir cómo tu lengua
me esparce y siembra orgasmos
entre tu boca y la mía.
Llévame a la isla de Lesbos
y trátame como a una reina.
Líbame como abeja en flor,
succionáme hasta la extenuación,
y tendrás la miel de mi vida
y yo tendré la cera que arde
en el altar de mi esencia
de mujer que es tuya..., mujer.

jueves, 26 de junio de 2008

MICROPOEMAS, MICRORELATOS...

-22-
-M-0862-IN,
¿Te acuerdas? Pues ese eras tu.
Mi Renault 21, tan flamante y fiel.
449.994 kilómetros a tus espaldas
y yo a las tuyas.
A ti te llevaron al desguace, rodando,
casi de hocicos y te dije adiós con el corazón.
Adiós M-0862-IN, que con el alma no puedo,
diez o trece años juntos, o más, no se.
A veces decías: ¡Que bien conduces!, otras,
¡No aguanto más, de aquí no paso!
y me dejabas tirado, a la buena de dios.
Pero te comprendo, a veces me pasa..
Eras tan mayor, tanta vida,
tantos caminos y veredas,
porque íbamos al río, al monte
y alguna vez al mar. No te quejes,
descansas desarmado y esquelético,
a mí me falta poco seguramente...
¿Te acuerdas aquel día?
Fue inolvidable y estabas conmigo,
como se está durante 449.994 kilómetros,
uno a uno, paso a paso,
año tras año. Me acordé de ti ahora,
y te lo digo, para que sepas que aún duras,
porque hay cosas que permanecen
aunque no estén, perviven dentro de uno.
M-0862-IN, un abrazo, o lo que sea.
Estar juntos une ¿Verdad que si?

MICROPOEMAS, MICRORELATOS...

-19-
¡Qué bonita es! Me encanta.
Normal, es normal.
Muy grande, es muy grande.
¿Voy bien así?
Vas de maravilla... veo las estrellas.
Con tus enormes ojos miras para arriba
como para que te dé mi aprobación.
Acelera un poco, pero no mucho.
Así está bien, un poco menos,
un poco más...
¡Quieta! ¡Que se pare el mundo!
y no hiciste caso y mira...
Me encanta hacerte feliz.
Ya ves... mi vida detrás de esto.
Llorabas por los dos y empezaste de nuevo
hasta ver cómo se mueven las nubes.

-20-
¿Todo eso es tuyo?
Claro, ¿quieres verlas?
Y lo abriste hasta dejarlas al aire.
¡Qué maravilla!
Me volverás loca.
Mira cómo se ponen.
Tu eres el culpable de todo.
¿Yo? Si no he hecho nada.
Pues mira cómo está esto...
A ver... ¡Es una fuente!
Gracias a ti, una fuente...
Entra si quieres y entré.
¿Dónde has estado hasta ahora?
Y bebí mientras suspirabas.

-21-
El suelo de la cabaña eran pajas de centeno,
un mullido y crujiente lecho.
La tormenta nos impide irnos.
No tengas miedo, después vendrá la calma.
El estruendo del trueno te abraza con fuerza.
Labios tan cerca, cuerpos calientes de agosto,
la piel morena y casi desnuda.
¿Sabes una cosa? Me gustaría tanto, pero tanto.
Despacio, despacio y no sentirás daño.
¿Sabes una cosa? No me duele nada.
Abrázate y calla, abrázate y calla.
Se acabo la tormenta y quiero seguir...
Me gusta tanto... pero tanto...
Abrázate y calla.

martes, 24 de junio de 2008

MICROPOEMAS, MICRORELATOS...

-16-
Bebí un sorbo del manantial
y al levantar la cabeza estabas.
Descalzos pies,
piernas largas y sigo viendo
que estás desnuda.
Bebí otro sorbo y levanté la cabeza,
y al verte... así
creí en el milagro del pájaro
cuando bebe.

-17-
Desnudarte es más,
mucho más, que quitarte la blusa
y dejar caer la falda.
Desnudarte es un arte
que consiste en abrir tu piel
para que dejes que entre en ti.
Tu carne abierta permite
explorarte para depositar dentro
la esencia del alma que requiere...
tu alma.

-18-
Déjate llevar, dijiste.
Me dejo, contesté.
Ahora sujétame por detrás.
Te sujeté.
Ahora súbela despacito.
La subí totalmente.
A la una, a las dos, a las tres.
Ya está dentro.
Un poco más adentro.
¿Te gusta?
Sí, mucho. Ya lo creo.
Pues ya verás cuando meta la quinta.
Increíble lo que consigues de mi, grité,
... y tu cabello entraba en la boca.

lunes, 23 de junio de 2008

MICROPOEMAS, MICRORELATOS

-13-
Mi reloj es bonito,
mi pulsera de semillas de Senegal,
el cinturón de piel, zapatos brillantes,
uñas perfectas, huelo a lavanda.
Hablo como hablan los leoneses,
alto y claro, que se me entienda.
No hay forma. Tu a lo tuyo,
a ignorarme con todas las ganas.

-14-
Si fuera mujer
olvidaría a los hombres,
a esos hombres que parecen hombres
y de tan hombres, son fieras.
Si fuera mujer
amaría a las mujeres
y querría ser amante de mujeres
como tú, gacela en celo.

-15-
Hay nieve en lo más alto,
agua que fluye en el arroyo,
fuego en la hoguera de los pastores
y una canción de mirlo.
Aparece ahora mismo y déjate llevar...
haremos un paraíso de amor
y cuando te venga, serás diosa,
diosa en la que se piensa siempre.

INVITACIÓN A RECITAL POÉTICO

Invito a todas y todos, a asistir al recital de poesía del Círculo de Bellas Artes. Tengo el honor y la responsabilidad de leer dos de mis poemas. En ésta ocasión la satisfacción es doble. El cartel para el evento se ha diseñado en base a un cuadro mío, una acuarela, de título "Lágrima de Sol Naciente". La entrada es gratuita. Imprimir lo de abajo y ya está. Muchas gracias por vuestra amabilidad conmigo.
El Grupo de Poesía del Aula de Encuentros,
en el Círculo de Bellas Artes,
le invita a su próximo:

Recital de Verano

“AL SOL DEL VERSO”

Día 25 de Junio 2008 a las 20.00 h.
En la Sala Maria Zambrano (5ª planta)

MICROPOEMAS, MICRORELATOS...

-10
Una materia extraña
se ha involucrado en tu ojo.
Trato de localizar y curarte,
te miro fijamente,
penetrante, al fondo:
una frontera,
un muro, una roca...
Como tu corazón para el mío.

-11-
Hablabas del amor,
de la felicidad,
de mis manos en tu cintura,
de la levedad del ser cuando se ama,
de la suavidad de tus labios...
cuando besas dulce,
como una palabra tuya.
No avisaste de lo que duele el precio.
¡Qué pobreza debe ser la mía!

-12-
Mi estrategia es sencilla:
quedarme quieto y esperar,
sentarme el primero a la mesa,
y dar tiempo al tiempo.
Ahí tenéis el resultado.
¿Por qué os extraña entonces,
que prefiera comer solo?
¿O que escriba versos, como disparos,
ésta tarde infrahumana de Junio?

sábado, 21 de junio de 2008

MICRPOEMAS, MICRORELATOS...

-7-
Casi descalzos,
casi desnudos,
casi ermitaños,
casi rumiantes.
Gozamos hasta el infinito
entre tanto follaje.
La música del bosque
se potencia con tus suspiros.
Sube encima y siente,
para que no te lastimes.

-8-
Luciérnagas entre la hierba
iluminan de brillos tu desnudez.
Los arañazos no hacen daño,
las gotas de sangre adornan la pasión.
¿Tus uñas o las zarzas?

-9-
Aleteos de gorriones
nos despiertan a la sombra del viento.
Jugamos a las comiditas
y te entretienes.
Jugamos a los médicos
y te vuelves loca.
Crees que es el juego del ángel
y esto, que escribí hace siglos,
me lo han robado y me dejan sin ti.

viernes, 20 de junio de 2008

MICROPOEMAS, MICRORELATOS...

-4-
Navegando a solas
por la habitación,
sorteando oleaje en el ajedrez
de las baldosas y rodapiés.
Fiordos y confines entre las cortinas,
asomado al ventanal del iceberg,
percibí la importancia del agua
y rechacé los delirios del alcohol.
De repente, supe que no me llamo,
que me llaman.

-5-
Miré al río
y vi un resumen de los que vivieron
antes que yo.
Volví a mirar fijamente
y me vi resumido.
Incrustado entre pavesas de luz,
las piedras brillan ausencias.

-6-
Me dijeron serios
que al principio duele,
que más tarde es coser y cantar.
Inocente respondí:
quiero sentir ahora y gozar después.
Se equivocó la paloma,
estamos en un ejército
de objetivos y batallas,
ahí tienes la puerta.
¿Queda algún palomar?

MICROPOEMAS, MICRORELATOS...

-1-
Lucía el sol,
más tarde, lucía la luna.
Al final, lucíamos los dos,
cada uno por su lado.

-2-
¿Bailas? No.
¿Bailas? No.
¿Bailas? No.
¿Bailas? Siiiiiiiiiiiiiii
Al darte la vuelta te vi,
tan radiante y luminoso,
con tu melena y tu bigote.
¡Espera a que empiecen
las rumbas y el baile suelto!

-3-
El agua cristalina
de la fuente de tu plaza
refrescó nuestras ansias.
Nos reíamos tanto...
estábamos tan contentos...
se te veía tan radiante y tan feliz...
Bebimos tanto que se no fueron
las ganas de los besos.
¿Para cuando el aguardiente?

jueves, 19 de junio de 2008

LA HORA DE LA LECHE

Enfangado hasta los tobillos
en ésta trinchera de cerdos y fusiles.
Traspasado de frío y temblores,
temiendo a la muerte que silva
y termina horadando la hombrera.

Así estoy ahora, con los prismáticos
y la cantimplora, con la bayoneta
y los sabañones, con la frente ardiendo,
los nudillos ensangrentados
y los dientes que rechinan barro.

Tendrías que haber pasado por esto
y sabrías entenderme mejor.
No importa, tus sueños son mejores,
tu realidad es de tierra firme,
y si acaso estuviste cerca, huiste.

Te digo la verdad, aún retumban
en mis oídos aquellas trompetas
y cañonazos, aquellas orugas
chirriantes y desengrasadas.
¿Te acuerdas de un arco iris?

Eso fue todo lo que puedo contar,
entonces, no te extrañe mi afán
de los matorrales del tiempo
temblando en el barro de la sangre,
ante la imposibilidad del árbol.

Ni nombro mi pecho en llamas,
o aquel desdichado compañero
de los naipes y el piano de pared.
Por aquí tengo susurro de sanguijuelas
y revolotear de ánades grises.

Una desazón, un desequilibrio,
taza de café vertida en el mantel
y el hule que ya no tengo ni tendré.
Es tanta la penuria que circunda,
que mejor olvidarte a ras de viento.

Buscaré el alba a la hora de la leche.

miércoles, 18 de junio de 2008

EL VIAJERO DE TRAJE GASTADO (y IX)

El viajero se despierta impaciente creyendo que su sueño significa algo más profundo, más sobrenatural que un simple sueño, además, el niño llora.
- ¿Qué le pasa?
- Que tiene hambre y quiere que le de la teta, pero le tengo que ir acostumbrando a que coma otras cosas. Dijo su madre.
- Déjame y verás como se traga el potito en un santiamén..
- Ven Paris, que te cuento un cuento mientras comes. Una vez había una reina griega muy hermosa, que se llamaba Elena y que vivía en Troya. Una noche un caballo de madera...
Mano santa. El niño se lo comió todo en menos que canta un gallo. Usuri dormía y la madre observaba al viajero y a su hijo compenetrados como si se conocieran de toda la vida.
El traqueteo del tren continuaba con su repetitivo soniquete. El viajero cogió su maletín y el sombrero y se dispuso a bajar en la estación que ya estaba ahí, a dos minutos.
- ¿Puedo invitarte a un café?
- Hace. Contestó el viajero.
El viajero cogió al niño en brazos y bajaron los tres hasta la cafetería. Ámbar iba un poco detrás observándoles. Se le caían las lágrimas de emoción y ternura ante aquella imagen.
- ¿Me dejas que te coja del brazo?
- Claro que si, mujer. Con toda confianza.
Tomaron café y el niño no se separaba ni un segundo del viajero. Ámbar le propuso darle trabajo y casa.
- ¿Tienes carnet de conducir?
- Si, me encanta conducir.
- Puedes quedarte con el Mercedes, casi nuevo, de mi marido, si vienes con nosotras todo lo que el tenía será tuyo.
- Ya se verá. Déjame que lo piense. Voy a comprar una de esas navajas del expositor.
- Elige la que quieras que la pago yo
- No Ámbar, no me des nada que no haya ganado o que pueda ganar con mi esfuerzo
De regreso en el tren, cada uno tomó su asiento. El niño se quedó dormido rápidamente y Usuri parecía cansada y dispuesta a dormir las cuatro horas que aún quedaban de viaje.
Apagaron todas las luces y en penumbra, se miraban. El viajero puso su sombrero casi tapándole los ojos dispuesto a dormir. No tardó mucho en sentir como cosquillas en su oído. Ámbar trataba de contarle cosas y más cosas.
- ¿Quieres que sea tuya?
- Ya se verá.
- Me tendrás siempre que quieras. Por primera vez, desde hace muchos meses, deseo hacer el amor y quisiera que fuera ahora contigo. Déjame que te coma la boca y verás lo que soy capaz de hacerte sentir.
El viajero se dejó llevar, como pétalo de rosa en tarde de viento, como se deja una perrita en celo.
El viaje sin retorno terminó, como se termina todo, y el viajero cree haber tomado la decisión más acertada. Las mujeres y el niño pidieron un taxi. El viajero les ayudó a meter el equipaje y se quedaba solo en la acera, pensativo, por no decir triste. Una maleta llena de lo imprescindible, su maletín de piel viejo en la mano, el sombrero bien calado y su traje azul marino, de chaqueta cruzada, sin un botón, gastado, muy gastado, de tanto usarlo cuando era vendedor de libros y de sueños. Se puso a encender un cigarrillo, cuando la voz de Usuri, desde la ventanilla, del coche le gritó suplicante:
- Jeremy, dice el niño que vengas con nosotros para que le des de comer. Ven anda, no seas tonto. Ven con nosotros.
Y el viajero tiró su cigarrillo recién encendido y dijo:
- Voy.
Las muchachas se alegraron y el niño quería ir sobre las piernas del viajero, que para entonces ya había tomado dos decisiones: Que se haría coleccionista de navajas, puñales, espadas y de objetos de Arte egipcios era una y la otra, que lucharía por extender la librería por todo el país, a ser posible.
El cielo era claro y un nuevo futuro acababa de empezar. El tren se desperezaba y reponía fuerzas, dispuesto a dar la vuelta por donde había venido, cargado con cientos y cientos de viajeros y cada uno con su mundo interior henchido de misterios. (Continuará... se supone.)

martes, 17 de junio de 2008

EL VIAJERO DEL TRAJE GASTADO (VIII)

El viajero está cansado de tanto tren, tanta noche, tanta lluvia, tanta penumbra y tanta duda y contradicción. Las vecinas y el niño, parecen formar parte de la familia que nunca tuvo o que ya perdió. Hablan de una próxima parada de quince minutos. Parece ser que esa ciudad, que se aproxima, es celebre por sus cuchillos y navajas. Si tuviera dinero para gastar, compraría una buena navaja, de corte de acero y cachas de nácar y hueso. Nunca se sabe. Una navaja acompaña y es útil para mil cosas, autodefensa y ataque, por ejemplo, si se presenta el caso. Ámbar se deshace en agradecimientos y en lágrimas de reconocimiento hacia el viajero.
- ¿Quién eres en realidad?
- Un simple viajero, eso es lo que soy.
- Te debo la vida de mi hijo. Eso no se paga con dinero. Dime de qué forma puedo ayudarte y te ayudaré. Si necesitas dinero u otra cosa, sea lo que sea y que esté en mi mano, te lo daré.
- No me debes nada, mujer, no me debes nada.
Usuri lee su revista de cine y no pierde detalle, ni de la conversación ni de cómo es el viajero. Le mira como si quisiera memorizarlo, como se memoriza un fotograma de la película preferida. Usuri... mira con los ojos encendidos y parece enviar mensajes invisibles que reclaman deseo, fuego, lujuria encendida de pasión.
El viajero ve pasar a la señora mayor, la misma que había pasado cuando se puso los apellidos, parece no tocar con los pies en el suelo, con sus cabellos blancos y largos, su ropaje antiguo, su perfil de faraona egipcia, su... fugaz paso por el pasillo... parece indicar presagios. “Si vuelve antes de que pare el tren, bajo a comprar una navaja”.
Ámbar se sienta al lado del viajero y premeditadamente apoya la cabeza en su hombro y le pide permiso para hablar de su vida:
- Mi padre tenía un amigo y socio que vivía en la costa. Eran dueños de una librería muy afamada en la ciudad. Una tarde, un agente de seguros les ofreció un seguro de vida. Mi padre y su amigo llegaron al acuerdo de contratar un seguro importante para cada uno, figurando como beneficiario el otro. Era una forma de garantizar la supervivencia de la librería en el caso de que uno de los dos falleciera por accidente o enfermedad. Por mediación de mi padre, mi hermana y yo entramos a trabajar en la librería. Hace unos años falleció el socio de mi padre y quedamos nosotras al cargo de todo, en calidad de propietarias.
Teníamos el proyecto de abrir otras tres librerías en cada una las ciudades de Levante, proyecto en el trabajaba mi marido cuando murió en accidente. Tenemos los locales comprados y sólo falta buscar a las personas adecuadas y ponerlo en marcha en cuanto antes. Tu podrías encargarte de ese proyecto. Te daremos casa, te daremos trabajo, te daremos lo que quieras, para que no te falte de nada el resto de tu vida.
La señora del pelo blanco, con perfil de Nefertiti, ha pasado como si flotara.
- Voy a bajar a estirar las piernas. Quietas aquí, no tardaré nada.
Navaja de nácar y hueso, larga y con filo de acero curvado, como las de los bandoleros andaluces, pero algo más pequeña.
Nadie sabe lo que me duele tener que hacer esto... Nefertiti me lo manda.

lunes, 16 de junio de 2008

EL VIAJERO DEL TRAJE GASTADO (VII)

El viajero trata de no martirizarse con la experiencia del tren. Participa en el ambiente cerrado y denso de un compartimento, convive con dos desconocidas, y un niño, durante el tiempo que dura el viaje sin retorno, es parte, solo eso, algo así como si fuera un elemento decorativo más. No quiere involucrarse, ni que le afecte. Mañana todo habrá terminado. Comenzará la peripecia de su lucha por la supervivencia y punto. Pero... por primera vez se siente confortado con la mirada persistente de Usuri. Usuri... es ¿cómo lo diria? Usuri es guapa, culta, inteligente, más madura de lo normal para su edad, lleva el pelo largo, ondulado, casi color caoba, le gusta el cine y su cuerpo es liviano y perfecto en las formas. Podría ser modelo de un pintor o de un fotógrafo. Sus ojos vivos y brillantes, llenos de vida y de juventud. Sus labios carnosos y sus dientes blancos como un resplandor, y toda su boca es carnalidad y erotismo. Usuri tiene las manos cuidadas, uñas largas y perfectamente pintadas de rojo carmesí. Usuri es hermosa y el viajero se siente halagado, como hombre, de que no deje de mirarle. Ha cargado de gasolina su zippo y decide salir al pasillo.
Busca otro compartimento vacío y se da cuenta de que tres más allá del suyo hay uno sin gente. Se apoya sobre el pasamanos y enciende con su zippo su cigarrillo Phlips Morris emboquillado. Succiona el humo y lo expulsa haciendo círculos concéntricos. Tiene los zapatos gastados y algo sucios. Otra cosa más que renovar. En realidad, echa de menos que Usuri no haya salido a fumar con él.
- Ven conmigo... Jeremy. Dame la mano.
- ¿Ésta sorpresa? ¿Dónde me llevas?
Usuri le llevó de la mano hasta el corpartimento vacío. Cerró con el cerrojo y contra la puerta, le abrazó.
- Hazme el amor Jeremy, no resisto más.
Se amaron como se aman dos amantes desesperados de ganas de sentirse y deseo de lo más intenso del placer. El viajero no quiere estar pensando en Usuri más tiempo de la cuenta y por eso la penetró, sin dificultad, por el ano y allí dentro, descargó su furia masculina contenida durante mucho tiempo.
- No quiero que te quedes preñada y estar toda mi vida con la duda. Cuando me baje de este tren desapareceré para siempre.
Usuri le abrazó intensamente con lágrimas en los ojos, radiante de felicidad por los orgasmos recibidos y por sentir dentro el semen denso del hombre desconocido que ama. Mientras Usuri acariciaba, besaba y chupaba el miembro de Jeremy, éste preguntó cuántos años tiene el niño de Ámbar.
- Año y medio. Paris, el hijo de mi hermana, tiene año y medio. Como por resorte, el viajero se levantó y colocándose la ropa, salió disparado hasta su compartimento. Ámbar se había puesto una camisa y dormía apoyada en una bolsa a modo de almohada. Paris, su hijo, dormía tapado con su mantita. Jeremy tocó la frente del niño y la tenía fría como un cadáver.
- Este niño se muere. Dijo.
Ámbar se despertó asustada. “No, dios, no. Mi hijo no”. El niño estaba inconsciente, blanco como la cera de un cirio. El viajero trató de animarle. Le hizo la respiración boca a boca. Se sentó en el banco del compartimento y dio varios golpes con la palma de la mano sobre la espalda del crio. Le movió la cabeza bruscamente y le dio dos tortazos en la cara, le puso boca abajo y entonces, casi milagrosamente, el niño tosió y tosió, varias veces, y le vino un vómito... se había tragado el botón perdido de la chaqueta del traje gastado del viajero. Su madre, Ámbar, le dio agua y le puso colonia en la frente y en el pecho. Poco a poco, se animó y empezó a decir, con su media lengua, que el viajero era malo, porque le había pegado unos tortazos en la cara. Así fue como el viajero salvó la vida del niño y así fue como Jeremy Keane Lois, se sintió satisfecho de estar vivo...
Usuri y Ámbar lloraban y reían abrazando al niño.
El traqueteo del tren, las sombras que habitaban la noche, las risas y los llantos de las mujeres y del niño salvado... todo era tan sublime que el viajero no pudo por menos que sentirse bien, como hacía siglos no se sentía. Cogió su libro de cabecera y leyó: “Una vez tuve una granja en África...”.

domingo, 15 de junio de 2008

EL VIAJERO DEL TRAJE GASTADO (VI)

El viajero se siente atraído por la vorágine de las circunstancias. Si tuviera dinero, si fuera más libre, es posible que atajaría el aluvión de acontecimientos, que dejaría el tren en la próxima estación, o simplemente, cambiaría a otro vagón. Pero las cosas son así, surgen y nadie sabe si es mejor dejarse llevar, como tronco que arrastra el agua del río, o si será preferible ir en contra de la corriente del devenir de los hechos. Se quita la chaqueta del traje gastado y nota que ha perdido uno de los botones, no le da importancia, al fin y al cabo, el traje está muy gastado y en cuanto pueda, comprará otro y éste lo tira. Ya dio de si lo que tenía que dar, se quita la corbata, ya vieja, y desabotona un poco la camisa. Trata de acomodarse para dormir un poco.
Las muchachas preparan su cena aprovechando que el niño aún duerme plácidamente. Ponen un periódico, a modo de mantel entre las dos, y sacan unos bocadillos del bolso de mano. Abren la botella de vino y le ofrecen al viajero.
- Toma, come medio bocadillo del mío. Dijo Usuri.
- No gracias, no tengo hambre.
- No seas tan prudente. Toma la mitad del mío y bebe con nosotras. A ver si nos animamos un poco- dijo la mayor.
El viajero accede y disfruta del bocadillo de cada una. Beben a morro de la botella y se la pasan de uno a otro. La hermana mayor dice que se llama Ámbar y que su madre murió cuando tenía año y medio. Su padre se volvió a casar con otra mujer y de ella nació Usuri. Se llevan ocho años y curiosamente, la madre de Usuri murió al año y medio de nacer la niña. Su padre era profesor de piano en el Conservatorio, daba clases particulares y una de sus alumnas preferidas, muchísimo más joven, vivió con él hasta su muerte. De sus esposas consiguió una gran fortuna en locales y pisos en la capital y en la costa. El vino les vuelve locuaces y alguna lágrima, entre risas, derramaron. El niño se despertó y su madre, ni corta ni perezosa, se quitó la camiseta y dio los pechos a su hijo mientras seguían con la conversación. “Este niño cada día me chupa más fuerte y me hace sentir sensaciones que no se pueden explicar”. Cuando se acabó el vino, Usuri comentó que sentía ganas de emborracharse. Los pezones de Ámbar brillaban y dejaban caer gotas de leche que se limpiaba con un dedo y luego lo chupaba, diciendo que su leche está riquísima. El viajero no dejaba de pensar en un detalle que sólo él sabía. A su mujer la asesinaron justo al año y medio de haberse casado y le acusaron a él. La compañía de seguros, Monopol Life, argumentó que lo había hecho por cobrar el seguro de vida de su esposa. Usuri decía, como leyendo el pensamiento del viajero, que siempre pensó que su padre había asesinado a sus esposas para quedarse con su fortuna. Estudia Derecho y Criminología y por lo que ha investigado, su padre era inocente, pero siempre corroe la sombra de la duda.
El viajero piensa demasiado y se atormenta pero... aún queda noche. La noche de los tiempos convulsos, o sea, la noche del viajero que es un extraño y que desaparecerá sin dejar rastro, ni una simple huella. Ha dejado de llover y las estrellas asoman entre nubes grises. El cielo parece un pañuelo de lunares y los ojos del viajero se han vuelto brillantes como el fuego que arde en su corazón.

viernes, 13 de junio de 2008

EL VIAJERO DEL TRAJE GASTADO (V)

El viajero es consciente de las dificultades que se acercan y que avanzan, como avanza el tren, con su traqueteo y su maquinal esfuerzo por llevarle a su destino: el lugar que existe en ninguna parte. Apoya su cabeza en la madera barnizada del marco de su ventana. A veces mira su propia imagen reflejada y le viene una especie de nostalgia, una especie de hormigueo íntimo, que le duele como mordisco de hiena en las entrañas. Es por eso que prefiere la fantasía de su imaginación y sueña despierto con lo que ha de ser luchar por el objetivo que se ha marcado. Las muchachas son como un símbolo de la nueva vida que empieza. Las conversaciones con Usuri le hacen sentirse vivo como hombre y esperanzado como persona, se dice a si mismo que no todo está perdido. Se avecina una nueva parada de diez minutos. Usuri baja a la estación para traer galletas y vino. Mientras tanto la muchacha mayor se dirige por primera vez a Jeremy.
- Se te ve muy cansado. Se nota que lo estás pasando mal. Si en algo te puedo ayudar, dímelo. Cuando mi hermana pequeña duerma, me acercaré a ti y hablaremos al oído, si te parece.
- Claro que si, mujer. El viaje es largo y éste tren es íncomodo. Tienes un hijo muy guapo y mira como duerme, parece un querubín.
- Mi hijo es mi vida. Lo único que merece la pena de todo lo que tengo.
Al viajero se le van los ojos a los pezones que sobresalen en su camiseta ajustada.
El tren arranca y emprende su camino. Usuri no deja de mirar al viajero. Este, aprovecha esa insistencia para salir al pasillo. El zippo sigue negándose a prender y la chica le sorprende con una carga de gasolina que ha comprado en la estación.
- Toma, aquí tienes gasolina para tu zippo.
- No mujer, no debes regalarme nada. No soy nadie para ti.
La muchacha se desplaza por el pasillo para no coincidir frente a la puerta desde la que su hermana mayor pueda ver.
- Coge la gasolina y calla. Es para el viajero que me va a dar un beso ahora mismo.
Se abraza a él y le ofrece la boca, alzándose de puntillas y con la mano agarrada a su cuello como para obligarle que agache la cabeza para poder llegar.
Sorprendido, el viajero se deja hacer y siente como la lengua de la muchacha entra en su boca hasta lamerle el cielo. La abraza fuerte y devuelve su beso y así permanecen durante largo rato. Ella se ofrece y le indica que con sus dedos la penetre. Y entran los dedos en el sexo húmedo de la joven que ya desea. Sabe que es una locura, que no debería haberlo permitido, pero no hay marcha atrás.
- Por favor, Usuri. No quiero hacerte daño. Déjalo estar, fumemos un cigarro y volvamos con tu hermana.
Usuri le miró fijamente y con lágrimas como perlas de cristal, se acercó al oído del viajero, metió su lengua, larga y lúbrica y dejo su mensaje de tentación: Cuando duerman, quiero que me hagas el amor como no la hayas hecho nunca, destrózame y déjame tu recuerdo de semen dentro, antes de que desaparezcas para siempre, te deseo.
El humo de sus cigarrillos calmó la tormenta de pasión y sin decir palabra, se miraban como si fuera la primera vez en su vida en que ambos se sentían menos solos. Sigue lloviendo y el tren, a veces, tiembla estremecido.

PACO MONTESINO Y LA RADIO =impulso=

Me acaba de llamar una gran persona, un gran poeta, que se llama Paco Montesinos. Paco es un compañero, un amigo puedo decir, que escribe muy bien, que es una excelente persona, que también pinta bien y... presenta, algunas veces, un programa de radio en la emisora de el Círculo de Bellas Artes. Este miércoles pasado, me invitaron a participar en el programa, junto con Elena González, también poeta y compañera de tertulia. Hicimos la grabación en un ambiente muy agradable, gracias a la perfecta dirección de Paco Montesinos. Leímos nuestros poemas, comentamos cosas y ahora, hace un minuto me acaba de llamar Paco para felicitarme por lo bien que ha quedado el programa. Se emitirá mañana, sábado, a las 6 de la tarde. Se puede escuchar por internet a través de la página del Circulo de Bellas Artes o en la frecuencia 100.4. Muchas gracias Paco y muchas gracias a todos los que me han apoyado para seguir en la brecha poética. Gracias. Evaristo.

EL VIAJERO DE TRAJE GASTADO (IV)

El viajero se siente confortado ante la presencia de su vecinas y el niño. Comprueba, una vez más, que cualquier detalle de la vida, por insignificante que parezca, puede cambiar radicalmente la vida de una persona y él está perceptivo a todo lo que venga y le resulte enriquecedor. Partir de cero es sentirse vacío y lo que está vacío tiene posibilidades de llenarse de nuevo. Recolectar sensaciones y vivencias positivas para cargar de energía su actitud mental, que siempre es difícil de mantener. El viajero es consciente de la lucha, de que la cotidianidad resulta agresiva, la convivencia, aunque sea indirecta, puede resultar conflictiva. Pero... ante él, en unos pocos metros cuadrados de un compartimento de tren, se manifiesta la hermosura de dos mujeres, hermanas y distintas y un niño que crece hacía un horizonte que, con toda seguridad, será mucho mejor. La mujer guarda su seno y el niño, satisfecho, se queda dormido como si fuera un angelito de Murillo. La camiseta de la mujer muestra dos manchas húmedas justo donde sus pezones rezuman leche materna. Se limpia con un pañuelo los pezones mojados y comenta a su hermana que va a tener que sacarse leche cuando llegue a casa. El viajero no pierde detalle y nota cómo la hermana pequeña le mira intensamente. El espejo que hace el cristal del tren ante la oscuridad de la noche y las gotas de agua pegadas al exterior, reflejan su imagen más confortada, más agradable y serena. La procesión la lleva por dentro, pero eso nadie lo sabe. El niño duerme y le pone, su madre, tendido sobre el asiento que queda libre junto al viajero. Lo tapa con una pequeña mantita y por primera vez mira a los ojos del viajero. Se cruzan una mirada indulgente y cálida. La pequeña dice que bajará en la próxima estación a comprar una botella de vino para acompañar a su bocadillos cuando llegue la hora de cenar. El viajero necesita fumar. Sale al pasillo e intenta encender su pitillo. El zippo sigue fallando y la joven le ofrece fuego.
- Te gustan las tetas de mi hermana. Dijo con sonrisa cómplice.
- No es eso, mujer. Ver amamantar a un niño me parece una imagen llena de ternura y nunca hay que desaprovechar lo maravilloso que nos ofrece la vida.
- Como yo las tengo tan pequeñas, ni te fijas en mi. No te interesa como me llamo.
- ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Usuri, es un nombre vasco que significa blanca, pero ya ves que soy muy morena, mi piel es así de morena todo el año, aunque en verano me pongo algo más negra, si me vieras que morena soy por dentro...
Usuri y el viajero fuman apoyados en el pasamanos del pasillo del tren y piensan, cada uno por su lado, que aún quedan ocho horas de compartir viaje. El viajero es alto, comparado con la joven. Su traje está desgastado de tanto usarlo cuando era agente de seguros. Siempre cuidó de su aspecto desaliñado, pero limpio, y sabe que nunca será un hombre elegante. Nota que el pantalón vaquero de la chica roza su muslo y siente que le hierve el deseo.
- Usuri, ¿sabes una cosa? Me encanta el cine.
- Jeremy, ¿sabes una cosa? Tenemos mucho en común y eso que no te conozco. Sé que me va a doler que se termine este viaje.
El tren sigue su camino y el viajero evita suspirar. Recuerda a su mujer asesinada, pero no quiere.

jueves, 12 de junio de 2008

EL VIAJERO DE TRAJE GASTADO (III)

El viajero vuelve a su sitio y con el ala del sombrero tapándole la vista, trata de estirar las piernas. De reojo, ve su imagen en el cristal de la ventanilla, una especie de sombra que no le gusta nada, pero nada. Reflexiona y se da cuenta de que debe cambiar de actitud. Tiene un nuevo nombre, Jeremy, por lo tanto estrena, también, nueva actitud, nueva identidad, nueva personalidad. Al fin y al cabo, todo lo pasado, pasado está y la nueva decisión, desea con toda su alma, que le cambie la vida totalmente. Se quita el sombrero, coge su viejo maletín y lo coloca sobre sus dos maletas que están en el maletero frente a él. El niño ya habla un poco y se dirige a Jeremy ofreciéndole una galleta. No guapo, para ti. Su madre dice que no moleste al señor. No es molestia, déjele mujer, que es muy simpático. La joven no le quita ojo. Sentado cómodamente, trata de estructurar sus pensamientos. Par empezar, reflexiona, he de ponerme dos apellidos, si por el pasillo pasa una mujer, avanzaré en el abecedario, si es un hombre el que pasa, retrocederé. Se fija en la madre del niño y calcula edades. Si la joven que me habló aparenta dieciocho o veinte, su hermana mayor tendrá unos veintinueve o treinta. Ambas son guapas y visten elegantemente. Sus relojes, anillos y pulseras, denotan buena posición económica. Clase media alta, se dice. Por el pasillo avanza una mujer mayor. Mi apellido primero es Keane y el segundo... el segundo... Lois. A partir de ahora soy Jeremy Keane Lois. Nunca me equivocaré. La joven lee una revista de cine y la mayor se quita su jersey de cuello alto. Luce una camiseta azul cielo, muy ceñida, y no usa sujetador. Sus senos son grandes y sus pezones abultados. Se siente vivo y decide que se cortará el pelo en cuanto tenga trabajo. El niño da guerra y la madre lo coge en brazos, sin inmutarse levanta un poco la camiseta y saca su seno derecho y su hijo, ni corto ni perezoso, se lanza a por su alimento y entonces ve la aureola tan negra y el pezón tan largo. Nada hay perdido, el viajero se siente vivo, enérgico, siente que aún puede renacer de sus cenizas y mientras contempla, sin disimulo, la escena de la madre amamantando a su hijo, nota que mañana puede ser un gran día. Nunca tirará la toalla y como un flash, decide querer construir su gran futuro y automáticamente le nace en el corazón un objetivo a medio plazo: En un año tendré buenos trajes y coche, en dos, casa y mujer, en cuatro una hija. Cruza sus piernas y al cabo de diez minutos, el niño con un gesto, pide a su madre que le de la otra teta y la madre, se tapa una y destapa la otra. Tanta ternura, tanta vida, tanta ilusión. El viajero no puede evitar que sus ojos brillen como el fuego y una lágrima se le prende de las pestañas. Afuera está oscuro y sigue lloviendo. Jeremy, acaba de nacer, con tanto ímpetu, que se sorprende y decide abrir su maletín y saca su libro de cabecera. “Una vez tuve una granja en África...”

martes, 10 de junio de 2008

EL VIAJE DE TRAJE GASTADO

Al viajero no le falta educación y respeto por la gente, más cuando hay niños por medio, así que, sin dudarlo, apagó su cigarrillo, hundió un poco más su sombrero, cruzó sus brazos alrededor del maletín y observaba sin el menor interés. Las muchachas con el niño pequeño, acomodaban su equipaje y trataban de buscar el mejor sitio, dentro del compartimento, dispuestas a pasar todo su viaje en compañía del desconocido al que no quitaban ojo. Le miraban como se mira a una cosa extraña, nueva, como si no hubieran visto a un hombre en su vida. El viajero consciente de ese gesto inquietante, se incorporó y sin separarse de su viejo maletín, salió al pasillo a fumar el cigarro que le habían interrumpido. Su zippo falló tres veces y cuando se disponía a desistir en su intento de fumar, la muchacha más joven, salió hasta el pasillo y con el mechero encendido, ofreció fuego al viajero. Éste, sorprendido, levantó el ala de su sombrero y mirando a los ojos de aquella joven soltó un escueto: “gracias mujer, creo que me he quedado sin gasolina”. El viajero tiene la voz seca, profunda como un misterio, pero dulce como aguardiente arreglada. La muchacha pareció no resignarse y le pidió un cigarrillo. Se apoyaron en el pasamanos del pasillo del tren, que continuaba con su serpenteante avance y traqueteo hacia su destino junto al mar.
- ¿Hasta donde vas?- preguntó la chica.
- Hasta el final.
- Se conoce que te gusta el mar.
- ¿Hay mar donde voy?
- Pues claro, el mar Mediterráneo. El final de este viaje es... y faltan diez horas para llegar.
Se hizo un silencio. Al viajero le gusta hablar pero en aquel momento no.
- Mi hermana y yo acabamos de enterrar a mi padre. Nos avisaron y al llegar nos encontramos con que mi padre estaba gravemente enfermo. Hablé con un médico y me dijo que estuviera tranquila, que se repondría en ocho o diez días. Cuando me quedé sola, hablé con mi padre pero casi ni me oía. Un píe se le salía por entre las sabanas y al tratar de arroparlo, noté, ¡joder! , noté que mi padre tenía el frío de la muerte en los pies y supe, lo supe claramente, te juro que lo supe, mi padre estaba medio muerto. Se murió a la mañana siguiente y ayer, a las cinco en punto de la tarde, enterramos a mi padre, un luchador toda su vida. Ahora, regresamos a nuestra casa de... Mi hermana está más destrozada que yo. Hace seis meses se quedó viuda. Su marido tuvo un accidente inexplicable ¿Me das otro cigarrillo, por favor?
- Claro, pero no llores. No llores mujer. Así es la vida.
El viajero escuchaba a aquella muchacha desconocida y no podía inmutarse, así que bajó el ala del sombrero y abrazó a su maletín, pensativo. El tren hizo un temblor, como si hubiera estornudado.
- ¿Cómo te llamas?
- Elige una letra de la A a la Z.
- La jota; contestó la muchacha.
- Me llamo Jeremy.
... y el humo de sus cigarrillos les envolvía en una nube que derretía la soledad de ambos. Parece ser que llueve en la calle. Los cristales del tren tienen lagrimas pegadas en la cara que roza el viento.

lunes, 9 de junio de 2008

EL VIAJERO DEL TRAJE GASTADO

El viajero no se separa ni un momento de su maletín de piel, bastante deteriorado, sujeto sobre sus rodillas, bien abrazado, como si contuviera su mejor tesoro. A veces, cierra los ojos como para interiorizar su secreto. Nadie sabrá que ayer salió de la cárcel y que se dirige a un lugar lejano en ninguna parte. El traqueteo del tren le relaja y mucho más que en el compartimento sólo le acompañe un matrimonio de mediana edad. Parece ser que en un par de apeaderos se quedará solo. Baja el ala del sombrero para no ser reconocido y para concentrarse mejor en sus pensamientos. Empieza una nueva vida. Comenzar de cero, lejos, muy lejos de su pasado. Medita más que duerme. Se para el tren y sube gente. Queda poco para que oscurezca y quedarse solo. Quiere fumar y no molestar a nadie. Cuando amanezca estará en su destino. Buscará un hotel barato para dos o tres días, mientras encuentra una habitación alquilada, mucho más económica. Tendrá que mirar los anuncios para buscar trabajo en el muelle o en los edificios de oficinas. Hace tiempo fue vendedor de libros y no le importaría dedicarse a ello, mientras le sale algo mejor. Tendrá dificultades con su pasado, por lo que se ve obligado a pensar varias estrategias y de todas, elegir la mas adecuada, según fluya el viento. No hay problema, le quedan varios billetes y calderilla para quince días, tal vez un mes. El viajero no es feliz, pero podrá serlo, medianamente, en cuanto se quede solo. Una vez, el viajero tuvo casa, coche y esposa. Lo perdió todo por su negra sombra. Malos entendidos enganchados como cerezas en un cesto, no tener dinero para un buen abogado... desencadenaron la tragedia y destrucción de su decente patrimonio y de la mujer que quería. Sería preferible que el pasado quede atrás, a medida que el tren avanza, “que se desgrane y esparza el lastre que me pesa y hunde”. Los viajeros que le acompañan se están poniendo los abrigos y preparan su equipaje, en minutos se irán para siempre. Mejor. Le da el sueño pero se resiste. Las luces se encienden en la ciudad que se dibuja a un kilómetro o menos. La colina está sembrada de casas de poca altura y se adivina una ciudad pequeña y tranquila. La parada es de diez minutos escasos. Por fin se queda solo, enciende con su Zipo Harley Davison un Philips Morris emboquillado, estira las piernas y cuando ya creía que iba a transcurrir su viaje completamente solo, entran dos muchachas con un niño que aparenta año y medio. El traqueteo del tren da señal de que el viaje continúa.... y nace la noche oscura y ácida como boca de lobo.

SIN ÁNGEL DE LA GUARDA

Nunca he notado al ángel de mi guarda,
al encargado de dar alivio y amparo.
Nunca sentí abrazos, ni sonrisas,
ni la acariciadora levedad pura de su ser.

Se debió olvidar de mi el que hace falta
cuando viene, sigilosa, la tormenta
o cuando ataca el severo dolor interno
de la ausencia de lo amado y sentido.

Me tiene aquí, olvidado de la mano de dios,
envuelto en las sombras aniquiladoras,
que me abrazan con hostilidad
y persistente desafío atronador.

A tientas, voy escapando de los ataques
que me asedian, con verdadera saña,
con aterradora insistencia, vigilantes
de que no tenga ni un ápice de bonanza.

Algunas veces, en tardes derretidas
de viento suave en la alameda,
parece detenerse el cruel asedio
y sopla un tenue silbido que me revive.

Nunca percibo al ángel de mi guarda
y es preferible que ni aparezca.
¿Dónde estuvo cuando más falta hizo?
¿Dónde la enérgica pureza que requerí?

Estar solo, completamente, sin ángel,
sin nadie, viene bien a la hora terrible
de que sopesen, con justa balanza
de bronce, el fatídico veredicto final:

“Doble valor, no tuvo a nadie”.

jueves, 5 de junio de 2008

"EL MANCHAO"

Nací con ella. Mi madre decía que al nacer parecía un grano, como la cabeza de un alfiler, o parecido. Para cuando empecé en la escuela, ya era como una lenteja. Justo en medio del entrecejo. Rojiza y brillante como el piloto de una bicicleta. Los chicos me llamaban “el manchao” y así quedé para toda mi puta vida. Cuando salí de la escuela ya estaba como el botón de una camisa. Las chicas no bailaban conmigo porque se pensaban que era contagioso, que se pegaba, o simplemente porque les daba asco. En la mili, como un garbanzo, pero sobresaliendo y pequeños puntitos, era... como una mora sin madurar. Así era. Como en el pueblo nadie me hacia caso, busqué trabajo en León y me hice un buen carpintero – ebanista, un artesano, vaya. Con veintisiete años me casé con una excelente y guapa mujer con la que fui muy feliz y tuvimos cuatro hijos: chico, chica, chico y chica. Ninguno con lo que tengo, gracias a dios. Con cuarenta años ya parecía una nuez. Con cincuenta años me quedé viudo, a partir de ahí algo cambió rotundamente, aquello crecía y crecía, de forma descontrolada. Se deformó desplazándose hacia el ojo izquierdo. Una bolsa de carne roja y desagradable que se dejaba posar sobre el párpado. Hasta ese momento la gente me aceptaba y hablaba conmigo de una forma casi normal, aunque tratando de apartar la mirada a mi protuberancia roja y blanda como goma caliente, como gorja de pavo. Con setenta años ya me había tapado el ojo completamente. Como es tan manejable, cuando no me ven, la aparto y miro con los dos ojos, si hay alguien, me conformo con ser tuerto. Con setenta y cinco años me llegaba hasta la mitad de la mejilla y ahora con setenta y nueve, dice el médico que está creciendo hacia dentro y que llega hasta los vasos del cerebro haciendo presión. Por eso desvarío a veces, o me dan como mareos. Me quedan seis meses de vida, eso dicen. Mis hijos no quieren saber nada y ni vienen a verme. Aquí en esta residencia, que es una cárcel, ya ves, siempre solo, mis paseos, mis lecturas, cada vez menos, la verdad y ahora ya lo he decidido. Cogeré un cuchillo que he visto en la cocina, que corta como una barbera, me lo cerceno al ras de hueso y que me vaya en sangre. He pensado que el mejor sitio es la tapia del cementerio. Tardarán en encontrarme, pero que se jodan. Bastante me han hecho sufrir, unos y otros. Va en serio.

"LA PROMESA"

Nací con ella. Mi madre decía que al nacer parecía un grano, como la cabeza de un alfiler, o parecido. Para cuando empecé en la escuela, ya era como una lenteja. Justo en medio del entrecejo. Rojiza y brillante como el piloto de una bicicleta. Los chicos me llamaban “el manchao” y así quedé para toda mi puta vida. Cuando salí de la escuela ya estaba como el botón de una camisa. Las chicas no bailaban conmigo porque se pensaban que era contagioso, que se pegaba, o simplemente porque les daba asco. En la mili, como un garbanzo, pero sobresaliendo y pequeños puntitos, era... como una mora sin madurar. Así era. Como en el pueblo nadie me hacia caso, busqué trabajo en León y me hice un buen carpintero – ebanista, un artesano, vaya. Con veintisiete años me casé con una excelente y guapa mujer con la que fui muy feliz y tuvimos cuatro hijos: chico, chica, chico y chica. Ninguno con lo que tengo, gracias a dios. Con cuarenta años ya parecía una nuez. Con cincuenta años me quedé viudo, a partir de ahí algo cambió rotundamente, aquello crecía y crecía, de forma descontrolada. Se deformó desplazándose hacia el ojo izquierdo. Una bolsa de carne roja y desagradable que se dejaba posar sobre el párpado. Hasta ese momento la gente me aceptaba y hablaba conmigo de una forma casi normal, aunque tratando de apartar la mirada a mi protuberancia roja y blanda como goma caliente, como gorja de pavo. Con setenta años ya me había tapado el ojo completamente. Como es tan manejable, cuando no me ven, la aparto y miro con los dos ojos, si hay alguien, me conformo con ser tuerto. Con setenta y cinco años me llegaba hasta la mitad de la mejilla y ahora con setenta y nueve, dice el médico que está creciendo hacia dentro y que llega hasta los vasos del cerebro haciendo presión. Por eso desvarío a veces, o me dan como mareos. Me quedan seis meses de vida, eso dicen. Mis hijos no quieren saber nada y ni vienen a verme. Aquí en esta residencia, que es una cárcel, ya ves, siempre solo, mis paseos, mis lecturas, cada vez menos, la verdad y ahora ya lo he decidido. Cogeré un cuchillo que he visto en la cocina, que corta como una barbera, me lo cerceno al ras de hueso y que me vaya en sangre. He pensado que el mejor sitio es la tapia del cementerio. Tardarán en encontrarme, pero que se jodan. Bastante me han hecho sufrir, unos y otros. Va en serio.

LA PROMESA

Regresaba a casa con tres bolsas bien cargadas del Mercado Maravillas. Al llegar al ascensor una joven esperaba para subir. También venía de hacer la compra con su carrito de ruedas. Como corresponde, pasó primero y antes de que se cerraran las puertas, preguntó que a qué piso subía. Al quinto, respondí y ¿tu? También al quinto ¿Entonces somos vecinos? Eso parece, respondió. Yo del D ¿y tu? Del C. Puerta con puerta, entonces. Pues si. Encantado de conocerte. Gracias, igual te digo. Perdona el atrevimiento, es que tengo invitados, ¿me puedes dejar un sacacorchos?. Claro que si mujer, pero pasa, no te quedes a la puerta. Se nos fue la mano y pasó lo que pasó. Su botella de Muga del 92 tuvo la culpa. Aquí no ha pasado nada, ¿lo prometes? Lo prometo, contesté y hasta hoy. Aún no me ha devuelto el sacacorchos, así que menudo negocio hice. Una promesa es una promesa.

martes, 3 de junio de 2008

LA MANÍA DEL FRANCÉS

La intención era buena, lo prometo. Mi verdadero deseo era aprender inglés y si entré en aquella casa, fue porque la decisión se había convertido en definitiva: aprender inglés. El anuncio lo decía bien claro: “Aprenda inglés con MI método. Quedará satisfecho. Profesora nativa y multilingüe". Al cruzar la puerta de aquel piso, tercero C, me recibió una señora de mediana edad, para mi que tenía diecinueve años, aunque según decían los periódicos, ella acababa de cumplir treinta y seis "¿Por qué quieres aprender inglés?" "Me gustaría llegar a entender lo que canta Bob Dylan" "¿No te gusta Silvie Vartan?" "Si, me gusta, pero Silvie es francesa". "Una pena, te podría enseñar un buen francés". Saqué mi libro I del método Mangold y pregunté si era compatible con su método. La profesora llevaba una blusa semitransparente que dejaba ver, claramente, que no usaba sujetador. Se sentó a mi lado y dijo que me enseñaría algo de francés. Te relajará, es parte de Mi método, añadió. Cuando quise darme cuenta ya me tenía la cremallera bajada y ella queriendo sacar lo que más quiero. No... Enséñeme inglés. Tranquilo hombre y bajó la cabeza tratando de besar lo que había sacado de mi bragueta. Una fuerza inusitada me salió de no sé donde y ayudado con un cenicero de cristal, le di un fuerte golpe en la nuca. Cayó fulminada y salí a la carrera. Tuve que aprender inglés con otra profesora mucho mayor, tampoco mucho, según el periódico cuarenta y dos años. The End.

"DEPENDER DEL CIELO" (vuela pluma)

La tarde se puso oscura, muy oscura. Mi padre había ido a regar una alfalfa y había llevado su caballo.
- Mal asunto, esa nube negra trae agua y ruido. Dijo mi madre.
Las hermanas y yo estábamos en la mesa con unos cuentos escuchando una radionovela. Mi madre no paraba de cerrar puertas y ventanas. Comprobó que no quedaran ni las puertas de las cuadras sin cerrar en condiciones.
- Apagar esa radio que no está el horno pa bollos. Tu padre está en el campo con el caballo y según es, casi seguro que no viene hasta que no acabe de regar.
En esto, un estruendo espantoso nos dejó a todos temblando y en segundos un relámpago cegador que se metió por toda la casa. Gotas como calderos de agua caían torrenciales y repiqueteaban sobre el tejado de uralita. Mari Carmen, que era la pequeña, se puso a llorar de miedo.
Mi madre apagó todas las luces de la casa y encendió una vela. Salimos hasta la galería acristalada y desde allí pude comprobar lo torrencial de la tormenta. Otro trueno terrible, nos hizo temblar y con el miedo en el cuerpo nos recogimos a toda prisa a esperar en la mesa camilla de la cocina.
- Vamos a rezar a Santa Bárbara un Padre Nuestro y tres Aves Marías. Los truenos y los relámpagos se nos metían en los huesos de tanto temor. Mientras rezábamos, mis hermanas y yo mirábamos a nuestra madre. A cada trueno y relámpago ella decía: “Santa “Bárbara bendita que en el cielo estás escrita... líbranos” y nosotros repetíamos la misma oración.
- Tu padre no tiene cabeza. Mira que no venir con la que está cayendo. Pobre caballo.
La tormenta cada vez era mas intensa, duró mas de una hora. La vela casi se nos termina.
Poco a poco se fue haciendo la calma y cesaron los truenos y los relámpagos. Clareó un poco y aunque aún llovía algo, la tormenta había cesado.
Más tranquilos salimos a la puerta de la calle a ver si veíamos regresar a mi padre con su caballo. Una torrentera impresionante bajaba por la ancha calle. Agua embarrada de color rojizo, que casi se nos metía en casa.
- Y tu padre que no viene.
A la media hora o así vimos a mi padre que venía caminado, hecho un nazareno, con el pobre caballo de ramal. Los vecinos que estaban asomados a las puertas de sus casas le decían: “Vicente, ¿has pescado peces?” y Vicente, que era mi padre, contestaba: “No, son cangrejos” y todo el mundo se reía, menos mi madre y nosotros.
Cuando llegó a casa y mientras secaba un poco al caballo y le quitaba los aperos decía: “Lo siento más por el pobre caballo que por mi”.
Se tuvo que cambiar de arriba abajo y mientras lo hacía se dirigió a mi: “Mira a ver como te las arreglas para buscar un oficio donde no tengas que depender del cielo”.
Mi madre reñía a mi padre y mis hermanas, que ya estaban contentas, se pusieron a escuchar la radio novela. Yo me quedé pensando y pensando “¿Qué oficio habrá que no dependa del cielo?”.

lunes, 2 de junio de 2008

YO DUERMO SOLA

Yo duermo sola,
la luna ronda a las estrellas,
la lamparita encendida, el libro...
es denso, las Pléyades lejanas
y ya hice todo lo que se necesita.

Recuento de vida en caleidiscopio
y me confirmo durmiendo sola.
El espejo devuelve mi imagen desnuda
y hermosa, porque soy la preciosa
actriz protagonista de mi misma.

Debe ser media noche y orvalla,
orvalla para regar mis geranios
y aguarme los sueños
que podría soñar esta noche.
Sola el tiempo y yo. Tiempo de estar sola.

Cama ancha como territorio sin fronteras,
niebla que transita por la memoria.
Mis manos testifican sangre hirviendo
y las siento vacías. Mis manos vacías,
mi corazón ardiendo y mis ojos brillantes.

Fiebre, debo tener fiebre por lo que ardo,
por lo que quema el averno que me habita.
Fiebre que desea todo el ansia
que el espejo sabe de memoria
y el dedo medio marca el camino.

Yo duermo sola
y después de un dedo viene otro y otro,
hasta llenarme con toda la mano
de mi gran fuente que es manantial
y me sacia hasta la inmensidad del instante.

Nadie sabe lo que pasa dentro de casa,
cuando cierro la puerta y estoy dentro,
océano de enigmas que inunda
cada poro de la piel que envuelve
y así voy viviendo, así voy muriendo.

No concibo otra belleza que la melancolía
de estar sola todo el tiempo, mi tiempo.
Se oye el claxon de un coche y la calle
resucita porque amanece y duermo sola.
Miro mis manos... y esculpo mi paraíso.

Me viene uno, y luego otro y más
siempre más, más que tu cuando estabas,
más que nadie y que todos.
Hoy puede ser el domingo de los instantes
inacabables como este suspiro, que me entra.

Siempre abrir mi carne para que entre mi mano
que procure catarata interminable, anhelo
de tenerme a mi misma, porque me amo,
irremediablemente, para prolongarme
y no caer al abismo de la desolación.

Yo duermo sola,
sin necesidad de nadie... ni de ti.
Aquí se está bien, no anda un alma,
ni tan siquiera la mía. Sola con mi manos
y mi tiempo que se derrama como yo ahora...

Quisiera ser la espuma que se desliza
caliente y espesa por mi caverna,
hasta lubricar el orificio de mi otro camino.
¿Dónde el magma incandescente, que extraño,
para que penetre más adentro de mis sueños?

Yo duermo sola, como las piedras.

domingo, 1 de junio de 2008

OCURRE A VECES...

Transito una edad en la que se malvive
de sueños, queriendo ser feliz, únicamente.
Rastreo surcos de siembras antiguas,
ilumino, con linterna de petaca, las sombras
de paredes encaladas y huellas de retratos.

Rebusco en baúles y en arcas,
que esconden secretos de entonces.
Entre las hojas de la enciclopedia amarilla,
un cadáver negro de mosca muerta
y más adelante, una hoja de genciana seca.

Debajo de la alfombra del escaño de enea,
tenía una revista guardada. Trece de abril,
mil novecientos sesenta y ocho y tu foto.
Sonriente como estrella de cine,
igual que las noches contra la tapia.

Bajo la higuera del huerto, ahora desolado,
me sentaba yo con la fotografía tuya,
entre los libros que aparentaba estudiar.
De vez en cuando, entresaco tu imagen
como estampa de virgen de Murillo.

La vieja higuera es lo único que queda.
Las paredes de adobe y hasta las tejas rotas,
se las llevaron como escombros cerca del río.
Aquí no hay nada que hacer, nada,
ya no queda nada de todo aquello.

Sin embargo, ocurre a veces, algunas veces,
pero ocurre, que cuando me recuesto
en el viejo escaño, te subes en mi, me miras
intensamente y dices: “Tranquilo, tranquilo,
que todo se arreglará”, pero nunca se arregla.

Regreso a esa edad en la que se malvive
soñando una buena mala muerte y soy feliz,
porque, a veces, ocurre que vienes y te subes.
Si puedo verte con los ojos cerrados,
también tenerte contra la tapia de entonces.

Ya no hay arreglo, mujer, ya pasó todo.
Soy parte de las ruinas, de los escombros,
del solar de los cardos y las culebras.
Hay tormenta. Me sentaré bajo la higuera
a esperar que me parta un rayo o que vengas.