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domingo, 31 de agosto de 2008

Las Españas.

Mi compañera de pensión, Loli, esperaba en el restaurante. Se había comprado unas sandalias de carmelita, como le dije, muy baratas y con el jaleo que se armó, guardó unas zapatillas Victoria en el bolso y se fue sin pagarlas. Tomaba una caña y le habían puesto champiñones de tapa, pero se los comí yo. Me encantan y ella los pensaba dejar.
Nada más verme, notó lo disgustada que estaba y al contarle lo de la señora y lo de Abel, me recriminó que me metiera en jaleos de política, que algo harán cuando los detienen, que ella no entiende, ni quiere entender, de política pero que cree que Franco nos ha dado más de treinta años de Paz, así con mayúsculas y que tiene miedo que los rojos de mierda, la armen y que, cuando se muera el Caudillo, habrá una guerra mucho peor que la que hubo y que sea como sea, los de Franco siempre ganarán.
Al darme cuenta de que así pensaba yo misma, hace tan solo ocho días, creí conveniente cambiar de conversación y centrarnos en la paella. Se ve que hay cosas de las que mejor no hablar con determinadas personas.
La paella estaba riquísima, cojonuda como diría Abel, se habían esmerado con nosotras y nos habían puesto mucho marisco y cantidad como para otra persona más. Bebimos vino fresco, de la casa, también muy bueno. Como Loli había tomado una o dos cañas, más el vino de la comida, tenía la lengua muy suelta y se le trababa.
- Angie, estoy medio borracha ¿Vamos a casa y dormimos la siesta?
- Vamos.
La habitación de Loli era más pequeña que la de Marlene y yo, pero muy confortable. Su cama era de matrimonio y tenía un armario, de dos cuerpos con espejo y una cómoda. Un solo balcón, por lo que también era luminosa. Tenía muchas figuras decorativas y sobre el cabecero, un cuadro de San José con el niño Jesús.
Loli sacó del armario una botella de licor, aguardiente arreglada, junto con dos copitas de cristal labradas, preciosas, unas cartas de baraja y unas pastas de té.
- No sé jugar a las cartas.
- Vamos a brindar y a ponernos ciegas. Necesito emborracharme y dormirla. Tu no sabes lo sola que se siente una aquí. Si yo te contara.
- ¿Por qué brindamos, Loli?
- Pues por nosotras, ¿por quién mejor? – levantando su copa de cristal.. la chocó contra la mía.
- Por nosotras.
- Por nosotras.
No se me iba de la cabeza la imagen de Abel en los calabozos y Loli, hablaba y hablaba. Cada poco un trago y otro trago.
- Soy de un pueblo de Ciudad Real. Tuve un novio, hijo de un cacique, que me dejó cuando le dije que estaba preñada. Es uno de esos que tiene a una en cada pueblo, de hecho ahora está casado y tiene un hijo con otra y seguro que algún lío más. El caso es que me dijo que no quería saber nada de mi, ni de la criatura que esperaba. Sin decir nada a nadie, ni en casa, ni amigas, a nadie vaya, me vine para Madrid. Como estaba de dos meses, no se me notaba. Busqué trabajo en un bar y me puse de camarera. Cuando ya tenía cartilla de la Seguridad Social, fui al ginecólogo y me dijo que la criatura venía mal y que era muy posible que abortara. Al tercer mes de embarazo aborté de manera natural, no vayas a creer. Lloré noches y noches, porque yo quería a aquel desgraciado y si te digo la verdad, aún le quiero, el caso es que tardé casi medio año en reponerme del todo. Casi sin darme cuenta, me lié con mi jefe y un día le dije que o se casaba conmigo o le dejaba y claro él dijo que no, que seguía con su mujer y con sus hijos. Estuvimos casi tres años liados. Dejé el trabajo, al jefe y todo. Otra temporada fatal, sufre que sufre. Llevo casi dos años en el restaurante de ahora y no te lo pierdas, resulta que me he liado con un moro que trabaja de cocinero en un restaurante marroquí de cerca de mi trabajo. El problema es que es ocho años más joven y que también está casado. Me tiene enganchada de una forma brutal. Angie, que ya voy para los treinta y tres, este moro me folla como nadie lo ha hecho y me gusta con locura, pero yo sé que eso no es. O sea, que siempre sola, porque al moro solo le veo los lunes, miércoles y viernes, el resto del tiempo a esperar y me desespero y llevo una temporada que me emborracho mas de la cuenta, pero está decidido: en un mes, como mucho, dejo al moro y la bebida.
- ¿Qué te hace el moro?
- De todo. No te puedes ni imaginar. Es algo que se queda para mi, no se lo cuento a nadie.
- Cuéntamelo todo.
- Que no.
- Que si.
Me lo contó con pelos y señales, recreándose. Cuando se terminó la botella, que se bebió casi ella sola, se quedó dormida, la tapé con una manta para que no se quedara fría y yo me metí en mi habitación.
Sobre mi cama había una nota de Marlene: “Me voy a Toledo con unos amigos. Sobre las diez estoy en casa ¿Me darás un masaje? M”.
Delante del espejo me probé la falda y la camiseta, me quedaban perfectas. Eran las cinco y media de la tarde. Cerré las ventanas y la habitación se quedó en penumbra. El espejo y pensar en el moro de Loli, ayudaron a que me viniera rápido, largo muy largo y abundante como mil suspiros. Lo necesitaba si no quería reventar de sufrimiento por Abel o volverme loca. El pobre hombre se desvive por mi y ahora tengo que ayudarle. Ya veré como. Madrid es un desierto de millones de soledades que sufren.
“En vano busqué a la princesa/ que estaba triste de esperar./ La vida es dura. Amarga y pesa.”/ Rubén Darío.

Avalancha.

Amanecí disgustada por la experiencia con el dichoso Curro el de la Paca y dándome la vuelta, pasé la página del guitarrista. Me quedo con lo que fue bonito. Pensaba, entre sueños y delirios, me dejaba llevar por mis alucinaciones y medio dormida, me sentía tan a gusto en la cama.
Unos ligeros golpes en la puerta me despertaron del todo.
- ¿Quíen es?
- Loli, soy Loli. Que ya son las diez de la mañana.
- Pasa, mujer. Me quedé dormida.
Abrí la puerta, desnuda como estaba y Loli pasó hasta el fondo de la habitación. Extrañada de que no estuviera Marlene y sorprendida de verme desnuda. Parecía incomoda.
- Perdona, es que nosotras siempre estamos desnudas dentro de la habitación. Ahora me visto.
- Por mi no te preocupes, entre mujeres eso da igual. –Respondió sin quitarme ojo, mientras me preparaba para salir a pasar la mañana de domingo juntas, en el Rastro.
- He pensado que podríamos encargar una paella para dos, así ya estamos descuidadas.
- Por mi vale. Tenemos que celebrar mi primera semana aquí, con trabajo, con amigas como tu. He tenido una suerte increíble. Mañana empiezo a sacar el carnet de conducir y me lo pagan todo. Ahora me espera trabajar duro y solo cuento con toda la ilusión del mundo.
En la calle, el día estaba radiante, un sol espléndido llenaba de vida y luminosidad las calles de mi adorada gran ciudad. Ha bajado el calor y la temperatura es ideal. Me sigo quedando admirada por el cielo tan precioso, distinto cada día y cada vez con mas matices de hermosura. Hasta las nubes negras tienen algo especial que nunca había visto antes. Encargamos la paella y desayunamos chocolate con churros en el Callejón de San Ginés. Hablábamos como cotorras, quitándonos la palabra la una a la otra.
- ¿Sabes una cosa, Loli? No me gusta vivir de pensión. En cuanto pueda, tendré mi casa propia. Si encontrara un piso para compartir con estudiantes o lo que fuera, me iba ahora mismo. Necesito independencia, libertad. Solo podemos darnos una ducha a la semana y no puedo vivir sin un baño o ducha al día. Estoy decidida. Buscaré algo.
- Pues me dan el piso en Enero. Lo están terminando. En el centro de Moratalaz, muy bien comunicado. Tiene tres habitaciones grandes, así que sobran dos. Os venís Marlene y tu, así me ayudáis a pagarlo.
- Pues cuenta conmigo. Una cosa Loli, por si nos perdemos en el Rastro, a las dos y media o tres, nos juntamos aquí y comemos. Es lo mejor porque ya ves cómo se pone de gente y perderse es lo más fácil.
En el Rastro no cabía un alfiler y eso me encanta. La cantidad de gente, tan variada, hablando en todos los idiomas, todas las morfologías, todas las vestimentas, todas las culturas, disfruto en el Rastro como una niña con su peluche. Quería comprar una falda y camiseta a juego.
Entré en una de las tiendas de la Plaza Cascorro y quedé sorprendida de la libertad con la que las chicas andaban por allí, casi desnudas, probándose la ropa. Cogí una falda de flores azulada y me la probé en un probador improvisado que había en un rincón. Como era tan barata y tan bonita, la compré junto a la camiseta a juego.
En la calle ya se veían papeles por el suelo. Abel no debe andar lejos. Loli quería ver sandalias y como que no quiere la cosa, me perdí intencionadamente. Me gustaría hablar con Abel y eso no le importaba a mi compañera, ni a nadie. El suelo estaba plagado de octavillas. Bajaba caminando, despacio, entre tanta gente, por una de las estrechas calles, cuesta abajo, tratando de verle y de paso, mirar libros sobre bibliotecas o bibliofilia y cassetes de música. Seguía notando un olor, un sabor en el aire, lleno de erotismo y promiscuidad. El Rastro me excita sexualmente y pensaba en el desconocido del autobús. Mañana llevaré la falda nueva, si está, me dejo y que sea lo que dios quiera. Lo deseo, deseo dejar de ser virgen, deseo joder como dios manda, pero no por vicio o un defecto personal, lo deseo porque para mi es tan necesario e importante como el comer. No es obsesión, es necesidad de liberarme de la sensación de pecado, de lo prohibido. No hace falta tener marido para tener hombre. Así pienso en éste preciso instante. Es muy posible que se me pase, pero hoy por hoy, y desde que tenía nueve o diez años, tengo ganas a todas horas y ya está bien de aguantarme.
De repente, sin saber cómo, la gente empezó a correr despavorida, gritando: “¡Qué vienen! ¡Que vienen!”. Tuve la suerte de poder entrar en un portal y esperar a que pasara la marabunta desbocada.
Cuando ya creí que estaba a salvo, me di cuenta de que una señora, casi anciana, estaba sentada un poco más adentro del portal, llorando desconsoladamente, y con las manos y la cara ensangrentadas.
- Señora, por dios, ¿Qué le ha pasado?
- Que me tiraron al suelo y que han pasado encima de mi por lo menos tres o cuatro y como pude, me metí aquí, que si no, me matan.
- No llore, no llore, que yo la ayudo como pueda ¿Pero qué ha pasado? ¿Quién viene?
- Son los cabrones de los grises, la policía de los cojones, que han cargado contra la gente con balas de goma y botes de humo, arriba en la Plaza Cascorro, y claro, la gente huye despavorida.
Como pude la limpié las heridas y me di cuenta que se le había soltado la sangre, por la nariz y por eso el escándalo de la cara y algo de la ropa ensangrentadas. Tenía refregones en la frente, en un pómulo, en las manos y las medias rotas y magulladuras en los muslos.
- ¿Quiere que llame a una ambulancia o que la lleve al Hospital?
- No hija, estoy indocumentada y me buscan por roja, dicen ellos. Me mataron a dos hermanos y no contentos con eso, a mi, sin comerlo ni beberlo, me detienen cuando les parece, me quitan el carnet y me dicen que si me pillan sin carnet me vuelven a detener ¿Tu crees que hay derecho?
- ¿Cómo se llama?
- Me llamo Mercedes, pero no me delates, hija. Pareces buena y confío en ti.
- Se llama como mi madre. No se preocupe que no diré nada, estoy con usted.
Se incorporó y con la cabeza en alto, pudimos contener la hemorragia nasal.
La calle se había quedado casi vacía y como la señora ya estaba mejor, la dejé allí diciéndole que iba en busca de un amigo.
En la Plaza de los libros, como yo la llamo, un señor me informó de que la policía había hecho una redada y se había llevado detenidos a quince o veinte personas, acusados de repartir propaganda subversiva. Por las señas que di, aquel señor me confirmó que Abel había sido detenido.
No pude por menos que sentarme en un banco, medio mareada, llena de rabia y desesperación. Por primera vez en mi vida me noté por dentro, un sentimiento íntimo, político, social y una decisión definitiva. Lucharé contra la represión y la injusticia, a mi manera lucharé. No pude evitar llorar con toda mi alma. Dios mío, que no le hagan daño a Abel, pero si Abel es un cacho de pan. Pobre Abel, seguro que le torturan en los calabozos.
“¡Pobre barquilla mía,/ entre peñascos rota,/ sin velas desvelada,/ y entre las olas sola!”/ Lope de Vega.

viernes, 29 de agosto de 2008

La discoteca.

El viaje de regreso fue tranquilo y al llegar a la casa donde trabajo, nos despedimos contentos de haber llegado sanos y salvos y manifestando nuestro deseo de regresar pronto a Miraflores, donde la casa vacía nos espera. “En octubre hay que volver a coger las nueces, a ver si para entonces Angie ya es nuestra conductora oficial”, “Cuente con ello, señor”. Chon y yo bajamos a la puerta del garaje.
Chon, ni me dijo adiós. Siguió por su camino y yo me puse a esperar el autobús que me lleva hasta la Puerta del Sol. No pude por menos que buscar con la mirada al desconocido de por la mañana, me hubiera gustado, la verdad. Seguro que no le vuelvo a ver en mi vida.
No me apetecía volver a casa, quería descansar un poco de Marlene y como había comido mucho cordero, no me hacía falta cenar, así que fui al cine de Arte y Ensayo para ver la película de Passolini de la que tanto habla Marlene. Había más cola que la noche anterior.
Un muchacho, que estaba delante de mi, empezó a hablarme: “Esto no avanza. Entra la gente según va saliendo la que está dentro”. Al poco rato:
- Me voy a la discoteca que está aquí al lado, ¿te vienes morenita, invito yo?
- Vale morenito, vamos.
Por el camino me comentó que es de Sevilla, que está haciendo una oposición para Correos y perfeccionando la guitarra flamenca. Desde luego pinta de flamenco agitanado tenía. Su acento andaluz me parecía curioso y como era tan abierto, tan distinto, tan natural, tan como si me diera confianza, entré con él en aquella discoteca, encantada de la vida.
La discoteca estaba llena de gente, la música trepidante y demasiada alta. Nos sentamos en una mesita y pedimos de beber un Licor 43, con coca cola, cada uno.
- Está riquísimo, morenita ¿Cómo te llamas?
- Angie, me llamo Angie, ¿y tú?
- Angie, como la canción de los Rolling Stone. Levantando su copa brindó “por nosotros” y yo contesté “por nosotros”. Me llamo Francisco Heredia, pero todos me llaman Curro, “Curro el de la Paca”, es mi nombre artístico. Cualquier día verás mi nombre en los carteles.
La copa nos animaba y al terminarla, pedimos otra. La luz de la disco se puso más tenue y empezó a sonar “Samba pa ti”, de Santana “¿Bailamos morenita?”
La música invitaba, la música ayudó a que bailáramos lento, muy lento, su mejilla contra la mía y mis brazos sobre sus hombros y las suyas en mi cintura. Poco a poco la proximidad se hizo mayor y cuando me quise dar cuenta, más que bailar estábamos abrazados, moviéndonos al ritmo de nuestra sensualidad. Me comía el lóbulo de la oreja y yo le lamía el cuello y le metía la lengua dentro de su oreja. Cuando terminó la canción nos separamos un poco y nuestros ojos eran fuego. Sin darnos cuenta habíamos ido a parar al rincón más oscuro y cuando empezó “Con su blanca palidez”, de Procol Harum, volvimos a nuestro baile ritual, un preliminar para un romántico acto de amor, lleno de pasión y lujuria. Nos dejamos llevar y sus labios se ofrecieron y yo los recibí y su lengua fue entrando en mi boca y la lamí y succioné y él la mía y sus manos se metieron por mi pantalón y me acariciaba el sexo y el ano. Ya no respondía de mi. Su pierna se metió entre las mías y nos arreglamos para rozarnos el sexo por fuera de la ropa. Su mano me acariciaba los pechos y no dejábamos ni un segundo de besarnos desesperadamente. Cuando empezó a sonar “Noches de blanco satén”, de Moody Blues, me dijo al oído “Morenita vamos a mi Hostal”, “Morenito, eso no puede ser, aquí está bien oscuro” “No aguanto, me voy a correr, morenita” “¿De verdad?” “De verdad, Angie, te quiero”. “Sigue bailando, morenito” Con disimulo metí una mano en su pantalón y pude comprobar la enorme erección que tenía. “Morenito, vamos a la calle”.
La noche de Madrid era una delicia. Curro me hablaba del calor de Sevilla, de Paco de Lucía, de Sabicas, de La Chunga, que decía que me parezco por lo guapa y por mi piel de aceituna y fuego. Que se había enamorado de mi, yo le decía: no corras tanto que te vas a desbocar. Se reía con su risa de luna y su pelo tan negro y largo como una noche sin pan y sus manos finas y delicadas y su tez aceitunada y su deje, “chiquilla, eres más guapa que una amapola en el trigo verde, si yo pudiera, morenita, te comería”.
En una calle estrecha y oscura, entramos en un portal de una casa que parecía un lugar adecuado, por el morbo que da que nos pudieran ver los que pasaran o pillarnos “in fraganti”, algún vecino que subiera a su casa. Contra la pared, me tenía abrazada y besándome sin parar la sacó y me invitó a que se la acariciara y lo hice, mientras, miraba su cara de placer. Dándome la vuelta, quería poseerme y le dije que no, que se conformara con acariciarme con los dedos, que nos acabábamos de conocer. Salimos del portal y caminamos otro poco. Tres portales más adelante volvimos a abrazarnos y le ofrecí mi espalda. Retorcidos nuestros cuellos nos besábamos y “Estamos locos, estamos locos”. “Calla y abrázame fuerte, muy fuerte y bésame”. Aún tuvimos tiempo de más noche y más abrazos hasta que consiguió que le hiciera lo que para él era lo mejor, a falta de lo otro y se lo hice como dijo que le gustaba y obedecí, hasta que tuve en mi boca varios tragos de su esencia de Andalucia, como dijo. Era la primera vez que llegaba tan lejos y lo que siempre había pensado que me daría un asco insoportable, fue tan placentero que ha pasado a ser imprescindible, sueño con ello. A pesar de todo, no pude llegar hasta mi final. Curro el de la Paca, tenía las uñas de la mano derecha largas como una chica y pintadas de laca transparente. Eso me hacía sentir algo extraño, como una aversión, un repelús.
Las dos en punto de la madrugá y a la puerta de mi casa, Curro el de la Paca, dijo que tiene mucho que estudiar, que no puede salir, que la guitarra le absorbe ocho horas diarias de entrenamiento y la oposición a Correos, cuatro de estudio, que hasta otro día.
No aprendo, soy más inocente que un querubín. Marlene no estaba, así que me asomé al balcón para fumar un Bisonte mirando al cielo y a la ventana de la casa de enfrente. Sombras parecían indicar, claramente, que una pareja estaba jodiendo.
Abrí la puerta con espejo del armario, desnuda, me abrí y me dejé llevar tanto y tanto, que cuando me desperté quise hacer memoria y no me acordaba si habían sido cuatro o seis, mis fabulosos orgasmos, y yo sola, sin necesidad de nadie. Estoy harta de tanta represión conmigo misma y exploté. A ver.
“No es nada, es un suspiro,/ pero nunca sació nadie esa nada/ ni nadie supo nunca de qué roca nace.”/ Luis Cernuda.

La siesta.

El cordero está muy rico, pero muy rico, nunca había comido cosa igual y mira que mi madre cocina bien. El vino, un rioja reserva que entraba como nada y que subía los colores. Abel y la señora Chon, se sentaron junto al hombre que no ve y yo enfrente para poder seguir mirándole, por si me viera. “Está cojonudo” decía Abel, comiendo como se come cuando se tiene hambre a base de bien. Chon, no decía nada, pero se encargaba de poner a mano las cosas que necesitaba el hombre que no ve. A veces preguntaba el hombre que no ve: “¿estoy manchado, Chon?” “tranquilo, estás bien".
El mesonero se acercó “¿Qué tal está todo?” “Dile Abel, dile, cómo está el cordero” y Abel a carrillos llenos: “Cojonudo, está cojonudo”. “En tu pueblo no hay estos manjares, ¿a qué no?” “Nos ha jodido, los hay mejores, no vayas a comparar” y todos reíamos. Bueno, yo no mucho ¿Por qué le tenía que partir hasta el pan?, es ciego pero no gilipollas.
Por el camino trataba de enterarme de la conversación, que casi entre dientes, hablaban los hombres “¿Quién viene de Riaza?” “El médico y el alcalde” “¿y de Lozoya?” “De Lozoya vienen tres, Aniano el del Bilbao, su mujer y Bernardo, el de la gasolinera”. “Está bien, hay que dejarlo claro: que junten a todos los que puedan, mientras más mejor. Las mujeres que duerman la siesta bajo los chopos o que vayan a dar una vuelta por la Sierra a coger moras. No tienen por qué saber nada y a las siete para casa, que esta noche tengo movida con los del comité. Hay que enterarse quién era el del coche, no vaya a ser que fuera a por nosotros de verdad, un falangista o peor. No me fío”.
Como casi siempre, mis sentimientos son contradictorios y mis pensamientos un enjambre que me mantiene en un come, come, ya enfermizo, crónico en mi. No es extraño que al ver que los hombres, como yo digo, estaban a lo suyo, me limitara a descansar a lo sombra de los chopos. Me senté en el sillón de mimbre que usa el hombre que no ve. Cerré los ojos y dejé a la imaginación que me llevara a su aire. El sueño llegó pronto y como era de esperar, soñaba con un hombre alto y fuerte, vestido de negro, que se apoderaba de mi, arrancándome pelos de mi pubis y sobrepasándose con sus dedos y con su boca en la mía. Media hora fue suficiente para que me despertara como nueva y al abrir los ojos, vi que la señora Chon se había quitado su vestido de botones por delante y estaba tomando el sol en bañador azul, claro con unas flores de girasol amarillas. Boca abajo, parecía dormida, entre sus muslos se divisaban pelillos alrededor de sus labios abultados, semiocultos por su bañador. Esa postura no era buena para mis ojos, así que, despacio, me levanté y di un paseo por la sombra admirando el paisaje montañoso y fértil.
En paisaje parecido viví durante siete años y me acordé del Monte Coto Nidio, en el Valle de Laciana... y me acordé del río Sil, me acordé de mi amiga Angelines y de mi amigo Roberto, del cine de sesión continua y de un beso que me quiso dar un compañero de instituto. Una decepción. Nos chocábamos con las narices, así que lo dejamos.
Chon se ha dado la vuelta y ahora, boca arriba, no ronca pero casi. Duerme intensa. Su bañador es demasiado pequeño para sus pechos y le marca los pezones. No quiero ni mirar, el bañador, de tan pequeño, deja verle unos pelillos, mucho bulto y la insinuación de su raja. Confieso que me gustaría verla desnuda totalmente, abierta de par en par, contemplarla plácidamente, sin más.
Sobre las seis despierta, se pone el vestido y con una caja de fruta, cogida entre las dos, recogemos manzanas del suelo y del árbol, seleccionando las mejores. Así hicimos con el resto de la fruta. Tres cajas a rebosar de manzanas, peras y uvas. Como no tengo casa propia, le dije a Chon que llevaría en una bolsa algo de vez en cuando.
- Chon, ¿Tu conoces la historia de esta casa y la de la calle Velázquez?
- Claro que la conozco, llevo trabajando para los señores y para el señorito desde hace quince años. Pero a mi no me preguntes. Que te la cuente él, si quiere.
- ¿Vives en la casa, con el señor?
- Trabajo de ocho de la mañana a ocho de la noche, que ya son horas. Tengo mi casa y a mi marido, Marcelino, en Carabanchel, pero el que quiera saber que vaya a Salamanca.
- Bueno mujer, solo era por hablar algo. Pero no te preocupes que no se me volverá a ocurrir dirigirte la palabra.
- Pues eso. Tu a lo tuyo y yo a lo mío.
Me puse a silbar. Pensaba que se merecía un escarmiento por ser tan seca conmigo, en que ya se bajará del burro, que torres más altas han caído. Ya caerá.
Eran las siete y algo. Aparecieron los hombres y Chon cerraba las ventanas y las puertas. Abel comía un racimo de uvas de moscatel: “Qué lástima, si tuviéramos un poco de pan y queso...” “¿Por qué lo dices, Abel?” “Porque el refrán dice que uvas, pan y queso, saben a beso”. “Este Abel, siempre pensando en lo mismo”, dijo el hombre que no ve.
El viaje de vuelta fue silencioso. Todos callados, pensando cada uno en lo intenso del día, en el coche del camicace, en lo sola que se quedó la casa, qué se yo. “Pon música Abel” y sonaba música clásica que yo no conocía. La señora Chon iba pegada a la puerta como para ir lo más separada de mi. Sus piernas cruzadas y sus ojos cerrados. Por primera vez noté que no estaba seria. Estaba triste, muy triste.
El cielo... el cielo, era tan hermoso como una postal, como una acuarela, como un cuadro de Murillo. El hombre que no ve, no puede disfrutar de la belleza de las cosas de la vida. Si pudiera darle mis ojos...
“Sin él, ¿qué es la grandeza, qué es tesoro/ de la tierra y el viento y el mar sonoro?”/ Federico Balart.

jueves, 28 de agosto de 2008

Las almendras amargas.

La casa de Miraflores es un chalet de piedra, grande y antiguo, con tejado de pizarra negra, que me recuerda a los encerados y la pizarra donde escribía, con el pizarrín, cuando era muy pequeña. Alrededor de la vivienda hay espacio para jardines y por detrás está una piscina abandonada y una huerta con frutales, árboles y parras de uvas blancas y negras.
Abel abre la cancela de hierro y pasa el Jaguar, con nosotros dentro, hasta la sombra espesa de dos nogales centenarios.
En la casa, huele a cerrado, a abandono, a casa deshabitada. Los muebles están tapados con lienzos y retales de telas oscuras. En el salón, una gran chimenea de mármol rosado estilo francés, sofás y sillones neo clásico. Hay dos grandes librerías llenas de libros encuadernados en piel y muchos cuadros y objetos decorativos art decó y rústico. Al lado de la ventana más grande, que da al interior, un piano de pared duerme el silencio de la espera.
Chon, abre todas las ventanas y todas la puertas, para que se ventile, que entre el aire, que entre la vida. Abel acompaña a el hombre que no ve, hasta el servicio que está casi debajo de la gran escalera para aprovechar y hablar, muy bajo, de sus cosas. En el piso de arriba, según me dicen, están los dormitorios y un despacho para el señor. Una vez dejado el equipaje y repuestos un poco del susto, acuerdan salir a la calle para desayunar en el mesón que está a una manzana, calle abajo.
Desayunamos chocolate con churros y parece que todo es armonía y serenidad, pero noto al hombre que no ve, tenso, triste.
Me da cosa ver cómo toca la taza con los dedos, como usa su sentido táctil para llevársela a los labios. Se preocupa por si se ha manchado y se limpia excesivamente. Pero aún así, conserva una clase de humor especial “Angie, limpiate que se te ha manchado la nariz de chocolate” y yo, como una tonta, voy y me limpio. Todos se ríen de mi, porque era mentira. Así que yo no puedo evitar mirarle y mirarle por ver si realmente no me ve. Esas gafas tan negras, que le tapan casi media cara. Dios mío, ¡Cuánto debe sufrir!
- Chon, ¿cuánto hace que no veníamos?
- Desde poco después de Reyes, un mes antes de aquello.
- Ya. A ver si Angie se saca el carnet y podemos venir mas a menudo. En esta casa nací yo y aquí quisiera morir. Esta casa es mi casa preferida. Al entrar me dio un vuelco el corazón y me vi rodeado de mis papás y de mi hermana Lucía. Si supierais lo felices que fuimos. En los veranos, la casa estaba llena de chiquillos, todos los chicos y las chicas del pueblo eran amigos nuestros. Lucía los traía de calle a todos y mi madre tocaba el piano y daba clases y mi padre era Habilitado de Hacienda y del Ayuntamiento y como hacia favores, tenía muchos agradecidos, sobre todo entre los mas humildes. Si supierais lo que significa entrar en esta casa y que huela a cerrada, a casa sin gente. La maldita dictadura lo jode todo, desde que empezó y así será hasta que termine. No hay forma de que se muera el innombrable, porque no tiene nombre lo que ha hecho con este país, lo que ha hecho con mi familia. Pero a todo cerdo le llega su San Martín.
En la huerta hay mucha fruta. Manzanas y almendras. Uvas y peras. El hombre que no ve, se sentó, en una silla grande de mimbre, a la sombra tupida y fresca de los chopos que están cerca de la piscina que ya no es. “Angie, ¿te gusta el cordero, o prefieres pescado?” “El cordero está bien, señor”. “Pues nada, dile a Abel que vaya a reservar mesa, cordero para cuatro y tu coge unas cajas de las que habrá por ahí y lleva la fruta que quieras. Después de comer duerme una buena siesta y si quieres revisa la casa, hazlo como si fuera tuya. No hay secretos, ven”. Me acerqué y el señor que no ve, puso su mano en mi cabeza y se entretuvo peinando mi pelo con sus dedos, más bien me lo enredaba, sus dedos en la nuca presionaban, en la frente se detenían y pasaron suave por mi nariz bajando lentamente, su dedo pulgar se detuvo en la comisura de mis labios, presionó y levantó un poco mi labio superior, como para ordenarme que abriera la boca y lo hice, y su dedo pulgar me entró dentro e hice el gesto de sacarlo, pero insistía, insistía y mi lengua se acercó a la yema de su dedo pulgar y lo acaricié lamiendo como se acaricia el capullo de... ¿una rosa?... lo sacó y lo volvió a meter y volví a lamer su dedo, y lo sacó y bajó su mano hasta mi cuello, me rodeo todo el cuello con su mano y apretó, apretó y... dios, no puedo decirlo, no debo.
En el salón, el piano está cerrado con llave y no puedo ver su marca. Chon hace limpieza con el plumero. Dice que para quitar lo más gordo. Abel mira el nivel del aceite del Jaguar y yo... quisiera ir con el hombre que no ve, sentarme en el suelo y apoyar mi cabeza en su pierna tan fuerte, pero no puedo, no debo.
Aquí no hace nada de calor, aquí se está de maravilla, aquí hay montañas que llegan al cielo, verdes como lo prados que nos rodean, aquí se oyen los pájaros y el rumor del agua de un río que pasa cerca, aquí está el señor que no ve y quisiera... pero no debo ni pensarlo. Al fondo de la huerta, junto a unos robles, hay tres almendrales muy grandes con algunas ramas secas. Con una piedra pequeña parto una almendra y está amarga. Parto otra y está amarga, parto una tercera y está amarga y el hombre que no ve, solo, serio, triste y yo le miro y parece que me ve, que me siente.
- Angie, ¿Me invitas a una almendra?
- Espere que le parto unas pocas, están riquísimas.- ¡Qué mala soy!-, pensé.
Las mastica despacito, despacito y le noto una sonrisa maliciosa: “Angie, ¡Qué dulces son tus almendras amargas!”
Me desarma.
“Gocémonos, Amado,/ y vámonos en tu hermosura/ al monte y al collado,/ do mana el agua pura;/ entremos más adentro en la espesura:”/ San Juán de la Cruz.

miércoles, 27 de agosto de 2008

El camicace

Al levantarme de aquel banco y seguir a Abel hasta la casa del hombre que no ve, noté que mi mojadura era tan abundante que me podía traspasar los vaqueros Lois, que llevaba puestos.
Al llegar al piso sexto, el hombre que no ve y la señora que siempre me abría la puerta, esperaban sentados en el sofá del salón.
- Vamos Angie, que el tiempo vuela. Dijo el señor que no ve.
- Usted perdone, pero tengo que pasar al baño un momento y cuando quieran nos vamos.
En el baño me bajé el pantalón y las braguitas, hice un pis por necesidad y me limpié bien con papel tisue. Como estaba bajando algo más que pis y en previsión de posibles pérdidas, que me conozco, puse un buen trozo de papel debidamente doblado, a modo de compresa.
Según bajábamos por el ascensor, el hombre que no ve, me presentó a la señora que siempre me abre la puerta.
Abel, tan amable como siempre, abrió la puerta delantera derecha del Jaguar para el hombre que no ve, la trasera derecha, para la señora que siempre me abre la puerta y la izquierda para mi.
Al salir del garaje el hombre que no ve dijo la clásica broma: “Que levante la mano el que no haya subido”. “Ahora bajas por la calle Claudio Coello y te fijas en si hay mucha gente en la iglesia”, le dijo a Abel, que conducía el coche con total destreza.
En un momento dado, aparcó el coche y dijo: “Ahora vengo”. Todos en silencio. Me daba el sueño y trataba de memorizar la matricula, que no se me olvide, un Jaguar gris perla, M-899.901, impecable. La señora se llama Asunción, pero todo el mundo la llama Chon, rondará los cuarenta años y sin uniforme de criada, denota muy buena presencia. Viste bien y va peinada de peluquería, con mechas y eso. Sus manos son gruesas pero cuidadas, lleva las uñas pintadas a juego con las de lo píes, que se asoman en sandalias de cuero marrón. Se ve que es coqueta y se cuida, pero habla lo imprescindible. Si, no, si, no y de ahí no la saques.
“Todo normal, habrá quince o veinte personas”. Me fijé en el número de la calle pero no lo puedo decir. Cerré los ojos para centrarme en lo importante. Hablar del trabajo, del proyecto, de lo que haremos la próxima semana, de la matrícula para el carnet de conducir. Pensé en relajarme y dormir un poco.
- ¿Cuánto tardaremos en llegar?
- Poco Angie, menos de una hora. La carretera es buena.- Contestó Abel.
Cerré los ojos y traté de dormir. Ellos hablaban cosas sobre el tráfico y generalidades. “¿Qué te pareció la postura de Isidoro?” “Ya le conoces, se empeña en hacerlo en Francia, para Marzo”. “Que opina Alfonso?” “Alfonso también es partidario, están preocupados por Santiago, dicen que llama demasiado nervioso, que quiere parte de la tortilla”, “Eso también lo digo yo, ¿Cómo se le ocurre llamar a mi casa? No me jodas, Abel, eso no se hace. Cuando hable con Dolores se lo voy a decir, que no llamen, que manden a alguien, de sobra saben que al menos hay que esperar un año o dos. Dicen que anda mal, que ha perdido mucho y que tiene problemas de riego, ya sabes”. No entendía lo que decían pero esos nombres... lo de París, no se, algo me decía que hablaban de algo clandestino. Abrí los ojos y como si fuera un aviso divino, me di cuenta de que un coche se nos abalanzaba de frente.
- Cuidado Abel, que se estrella contra nosotros.
- Ostia, será hijo de puta. Dijo Abel, dando un volantazo suave para esquivarlo pero suficiente para salir hasta el arcén, casi hasta la cuneta y salvarnos de milagro.
Me dio tiempo a volverme rápidamente, por instinto, y a través del cristal trasero coger los datos, un Seat 24 de color beige, matrícula M-1138-AA. Nos bajamos todos menos el hombre que no ve. Abel se apoyó sobre el coche y encendió un cigarro. “Joder, joder, por poco nos mata, venía directo a por nosotros”. El hombre que no ve, nos dijo que si estábamos bien, que subiéramos y que al llegar al pueblo lo denunciariamos a la Guardía Civil, por si saben quien es el que conduce como un camicace.
Se nos revolvió el estómago. El camicace alcanzó a un matrimonio y un niño de ocho años, que venían detrás de nosotros, minutos más tarde, sin posibilidad humana de que pudiéramos avisarles. Murieron el conductor del Seat 24 y el inocente, que llevaba un Citröen GS, la mujer herida grave y el niño, que iba dormido en el asiento de atrás, ileso, según le contaron a Abel los de la Guardia Civil.
Así que estuve muy triste todo el día. El hombre que no ve, me animaba, pero todo se había estropeado y bien ¿Cómo es posible que pasen éstas cosas? En un segundo pude estar muerta, pudimos estar muertos, podemos estar muertos.
Tengo que cambiar.
“No digáis que, agotado su tesoro,/ de asuntos falta, enmudeció la lira;/ podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía”./ Gustavo Adolfo Bécquer.

martes, 26 de agosto de 2008

El autobús.

Mi vida nueva me sorprende ante tanto descubrimiento, especialmente sobre lo que yo misma soy, una desconocida para mi. A pesar del día anterior tan frenético, con su noche y su trasnoche incluidos, pude despertarme a la hora prevista. Una especie de reloj biológico se ha instalado, de forma automática y responsable, en mi subconsciente y a las siete ya estaba en píe, tan fresca, como si no hubiera pasado nada, preparándome para el nuevo día. Por si acaso llegaba apurada, a las ocho en punto a la cita con el hombre que no ve, decidí coger el autobús.
Lo cojo en la Puerta del Sol y me deja justo a la puerta de mi trabajo. Como aún eran las siete y media, llegaría con tiempo.
La primera vez que lo cogí, fue con Elisa Llamazares Trapiello y como iba concentrada en ella, no me pude dar cuenta lo que es viajar en ese medio, aunque si recordaba que me recomendó que tuviera cuidado con mi bolso. “Hay mucho carterista”, dijo. Hoy tenía tiempo para observar con detenimiento a la gente, la calle, los coches... Madrid a esa hora huele a tierra mojada, a amanecer, a café con churros, a gente hablando alto, a gente a la carrera, a gente... tanta gente... que una se siente pequeña, nada, indefensa, como pluma que a nada que sople el viento, puede desaparecer ante tanta inmensidad.
Sentadas iban algunas parejas que venían de terminar la fiesta del viernes noche y otras que, medio dormidas, iban a su trabajo. Algunas parejas se besaban con envidiable pasión o, simplemente, ellos llevaban el brazo sobre el hombro de ellas. Otras personas, todas anónimas y extrañas, adormiladas se aferraban a las barras o a los asientos para no caerse en los movimientos bruscos de la máquina infernal en que se convertía el autobús. Noté que más de uno me miraba intensamente, uno, especialmente, lo hacía de forma hipnótica, lasciva, como si quisiera desnudarme con la mirada. Era tal su fuerza magnética, que por un momento creí que llevaba la camisa abierta y que se me iban viendo los pechos. Tuve que mirarme para asegurarme de que la llevaba bien abotonada. Ese se las arregló para ponerse detrás de mi y a nada que se movía el autobús me rozaba el brazo, o el trasero, con su mano, con disimulo. Otros, se notaba que andaban de tras de otras chicas y que alguna estaba tan harta de apartar a los tocones, que estaba desesperada, deseando llegar a su parada para bajar.
Amanecía y poco a poco, se llenaba la calle de coches nerviosos y gente acelerada o de al revés. Según el plano, me quedan cuatro interminables paradas para llegar. En la siguiente, bajaron tres o cuatro personas, pero subieron diez o doce. La presión que íbamos teniendo, cada vez era mayor. No veía al que tanto me miraba y me apoyé mirando por la ventanilla a los edificios de la calle, al gentío, incluso hasta el cielo, tan hermoso, tan... de Madrid. Cada vez sentía más las apreturas. Aquello no era normal. Un brazo fuerte como un roble, se apoyo, junto a mi cabeza, en el cristal de la ventanilla y era el hombre que me miraba, se había puesto justo detrás de mi y se apretaba sobre mi espalda y movía sus caderas para magrearse con todo el descaro que da el anonimato y mi impotencia. Intentaba moverme, pero no podía y notaba que aquel tío estaba rozándome, que su pierna se había puesto entre las mías y que me tenía completamente acorralada, a veces, bajaba su cabeza y trataba de rozarme la mejilla con la suya y besarme. Olía bien, su perfume de hombre era agradable y su aliento mentolado. Como pude, me di la vuelta y conseguí mirarle a la cara para decirle cuatro cosas, pero una frenada del autobús le abalanzó contra mi totalmente, e indefensa sentí su pecho contra el mío y su boca en mi cuello. No pude decir nada. Su pierna se metía entre las mías y noté como me despertaba las ansias y sentía los mismos deseos como cuando, en el baile, te dejas llevar sintiendo al hombre que baila contigo. Dios mío, que llegue pronto mi parada o que no llegue nunca. Su mano me agarró por la cintura y me apretó más y más y su boca en mi cuello y ... me metió la lengua en la oreja y lamió dentro. Se apretaba más contra mi y me cogió la mano y me la llevó hasta su bragueta: “Mira, es para ti” y noté su enorme bulto. “Por favor, tengo que bajarme”. “Mañana, a la misma hora, trae falda y te meto mano”. Pensé en si éstas cosas no se pueden denunciar, pero también pensé otras muy distintas que me avergüenzo, pero no, porque he de ser sincera y confesar que me gustaba lo que aquel extraño me hacía sentir como mujer: deseo intenso de que me jodiera allí mismo, delante de todos. Sé que no debería decirlo, pero es la verdad En la calle miré el reloj. Aún son menos diez. Me senté en mi banco frente a la casa del hombre que no ve y encendí un cigarrillo. Crucé las piernas y noté que me gustaba apretarme y sentirme. Hacía presión notando mi vagina mojada y abierta, deseosa, y como tenía las piernas tan cruzadas, nadie se podría dar cuenta de que me estaba dando un sutil placer. Mi cabeza no paraba de pensar en el hombre del autobús y estaba en éste pensamiento, cuando al succionar el cigarrillo y eshalar el humo, noté que me venía, pero paré y por segundos retuve un orgasmo como un torrente. Dios, qué locura tan maravillosa.
- Dos mil duros por tus pensamientos. Hala vamos, que ya están esperando...
- Abel, ¡qué susto! Estaba en Babia.
“Y vuestras manos, finas, como aqueste/ dolor, el mío, que se alarga, alarga,/ y luego se me muere y se concluye,/ así como lo veis, en algún verso”./ Alfonsina Storni.

lunes, 25 de agosto de 2008

La mano.

Esta mano que no tiembla ante la garra
o el fauce.

La mano que mece el elecho,
hierve la leche.

Esta mano que limpia las heces
del padre muerto.

La mano que enciende la vela
del misterio.

Esta mano que acaricia los pechos
que te están naciendo.

La mano que te invita a la cena
de los cangrejos.

Esta mano que luce el reloj
de arena, que se esfuma.

La mano que implora compasión
ante tanta debilidad.

Esta mano es la mano que está sola
a las tantas y sufre,
busca la otra que indique el camino
donde el tesoro duerme.

Aunque no me eches una mano,
tu mano,
la mía seguirá buscando.

¿Era por aquí el sendero
que dejaron los muertos?

domingo, 24 de agosto de 2008

La noche

En la habitación, cuando está Marlene, parecen abrirse las páginas de un nuevo libro, cuyo contenido imaginario, literario e intelectual, me transportan a un mundo de sorpresa, aventura y sabiduría que nunca se termina. Escucharla es, para mi, de lo más enriquecedor y valioso, que he tenido la suerte de experimentar desde que llegué a ésta ciudad de inmensidades. Sus diez años mayor que yo, su procedencia de un país, como es el Perú, tan lejano y desconocido para mi, sus estudios y conocimientos sobre casi todos los aspectos, sus vivencias, su todo, hacen que yo la vea como a una persona de la que se puede aprender infinitas lecciones de vida.
A pesar de que ya eran las tres de la mañana, de que estábamos medio borrachas y de que yo tenía que levantarme a las siete para a ir con el hombre que no ve, a pesar de eso, aún tuvimos fuerzas para estar juntas y disfrutando al menos otras dos horas.
Desnuda, abrió la ropa de su cama, sobre la sábana puso una toalla, sobre la lámpara una camiseta de color rosa, que dejó la semipenumbra de la habitación con un colorido semejante al de un amanecer en el horizonte. Doblando la almohada se colocó medio incorporada mirando para mi.
- Ese radio cassette, que has conseguido, nos vendrá muy bien para escuchar música mientras escribimos o estudiamos. Buscaremos una buena emisora de radio, grabaremos cassettes que nos vayan dejando los amigos o conocidos y poco a poco, dispondremos de una discoteca, como si dijéramos, variada y de calidad superior, lejos de lo chabacano y comercial. Tienes que conseguir una buena cultura musical. Estoy muy triste Angie, a pesar de haber follado como una loca, de estar medio borracha, de todo esto que nos pasa, estoy muy triste y me vienen una enormes ganas de llorar. Cuando empecé mi carrera de periodismo conocí al hombre de mi vida. Estuvimos enamorados como no se puede estar más. Caminábamos por Lima, abrazados, riéndonos como chiquillos, tuvimos una relación de lo más hermoso que pueda existir y habíamos hablado de boda, de hijos, de viajes, de la casa de nuestros sueños, de todas las cosas que habla una pareja que se quiere con locura. Disfrutábamos de nuestro sexo con toda la intensidad imaginable. Tuve que hacer un viaje de ocho días a Arequipa, cuando se murió mi mamá. Imagínate. A la vuelta, noté que algo raro había pasado. Ya no era el mismo, después de tan solo ocho días, ya no era el mismo. Descubrí que tenía una nueva novia, mucho más rica que yo. En unos meses se casó con ella y ahora viven en Londres, tienen una niña de cuatro años y esperan otro hijo para Navidad. Me escribe, clandestinamente, o me llama y me dice que soy su amor de toda la vida y que siempre lo seré. Así que... yo me he volcado con mi carrera y con mi vida cuyo objetivo es no pasarlo mal, al menos no pasarlo tan mal. Cuando termine mi Doctorado aquí, en Madrid, me instalaré en París y allí conoceré a un hombre, francés, griego, polaco, ruso, portugués, lo que sea, el caso es que me quiera y respete tal y como soy. Tendré mi casa propia, aunque sea alquilada, y allí potenciaré mi carrera y mi desarrollo artístico. Escribiré poesía y novela, pintaré o haré teatro, vete a saber. Allí tendrás tu casa, siempre que quieras, habrá una habitación disponible para ti en París. Silvie, la francesa, me está facilitando la posibilidad. Con ella practico el idioma, aparte del sexo y me pone en contacto con las personas que necesitaré en su país. Como peruana estoy muy orgullosa de ser compatriota de Mario Vargas Llosa y tu tienes que leerle y leer a Gabriel García Márquez, a Julio Cortazar, a Carlos Fuentes, a Octavio Paz. Te queda mucho que aprender Angie, pero no te preocupes, yo a tu edad no sabía tanto como sabes tu. Debes estar orgullosa, muy orgullosa, porque caes bien a la gente, porque tienes habilidad para las relaciones con las personas y tendrás mucho éxito personal y profesional. Tendrás que ir dando pasos lentos, pero precisos, y llegarás lejos. Te envidio Angie y te admiro, te lo juro por mamá que ya está muerta.
- Y yo a ti, Marlene, pero no llores, por favor, no llores o me pondré yo también a llorar, porque nadie en mi vida me ha hablado como tu y me ha enseñado tantas cosas y ¿Sabes una cosa? A ésta hora, justo a esta hora, hace ocho días que me levanté de la cama a prepararme para el viaje desde mi pueblo hasta Benavente y desde allí, hasta Madrid. Esta noche, a las ocho y media, se cumplirá mi primera semana en esta ciudad y ¿sabes otra cosa? Tengo sueño y necesito dormir pero no importa... te escucho con la condición de que no llores.
- ¿Pues sabes otra cosa, Angie? A dormir, que te enrollas como las persianas, como decís los españoles. Hasta mañana pendeja, que eres la mejor escuchadora que he tenido nunca.- Se dio la vuelta y lloró amargamente hasta que se durmió.
También me di la vuelta, apagué la luz y lloré, lloré mucho, hasta que me vino el sueño y soñé que un hombre alto, vestido de oscuro, me arrancaba con su boca cuatro pelos negros y erizados de mi pubis y de su boca los pasaba hasta la mía y yo... me dejaba caer en el abismo.
“Anoche, cuando dormía,/ soñé, ¡bendita ilusión!,/ que una fontana fluía de mi corazón./”. Antonio Machado.

sábado, 23 de agosto de 2008

Lo clandestino.

Al volver la esquina, para coger la calle de la pensión, me encontré con Loli, la compañera que vive pared contra pared a mi habitación. Nos pusimos las dos muy contentas de vernos. Le debo la comida del domingo.
- Benditos los ojos que te ven ¿Qué es de tu vida?
- Hola Loli, pues ya ves, que tengo trabajo desde el martes y una amiga nueva, aparte de mi compañera de habitación, una peruana, que a lo mejor ya conoces y más cosas que ya te contaré.
- ¿Te has comprado un radio cassette?
- No mujer, estoy yo buena como para comprar nada. Me lo ha dejado una amiga que se va a Londres por un año. Dijo: “llévatelo y me lo devuelves a mi vuelta. Para que esté ahí parado...” – Mentí, improvisando la respuesta.
- Qué suerte. Me voy, que llego tarde ¿El domingo comemos juntas?
- Si, claro. Tengo que ir al rastro, así que después del rastro quedamos donde el otro día.
- Pues vamos juntas, si quieres.
- Vale. Cuando me levante de la cama, sobre las diez, te doy un toque.
Marlene también se sorprendió de verme, dijo que parecía la niña perdida y hallada en el templo. Que se nos había estropeado todo. Que mañana no podemos ir a ver a Juan Carlos Onetti, que ha tenido una recaída. En cuanto a los de las embajadas también han surgido problemas y no podemos quedar con ellos.
- Pues casi mejor, así no salimos y descansamos. – Respondí.
- De eso nada. En diez minutos a la calle, a la aventura. Podemos ir al cine, al teatro, a tantas cosas. Buscaremos algo que nos salga gratis, o casi. Prepárate que en diez minutos estamos en la calle ¿Te gusta el cine?
- Mucho, podemos ir a ver Doctor Zhivago.
- No seas pendeja. De ver, vemos alguna en versión original. No soporto el doblaje ni la censura. Así que veremos algo en francés, en inglés, alemán, italiano... hay tanto que ver. El cine de Arte y Ensayo está a dos pasos de aquí.
Había cola para ver una película de Passolini, director del que no había oído ni hablar. Casualmente, estaban esperando una chica francesa y dos venezolanos, que también esperaban en la cola que, por lo visto, se conocían de la Universidad. Acordamos comer un bocadillo de calamares y una caña en la Plaza Mayor y después iríamos a La Araña Lunar, a tomar una copa y bailar.
La francesa se llamaba Silvie, hablaba bastante bien español y llamaba la atención su minifalda y su melena rubia, pero rubia rubia, igual que la chica de la ventana, o que Silvie Vartan. Los venezolanos eran muy atentos conmigo, se llamaban Ruben y Filiberto. Hacíamos un grupo un poco bastante heterogéneo y singular.
Después del bocadillo y camino a la discoteca, pasamos justo por la puerta del piso donde vivían los venezolanos, compartido con otra estudiante de su país. Se lió la cosa y decidieron que para hablar con más tranquilidad, subíamos y allí podríamos estar sin miedo a las palabras ni a los pensamientos, que a nadie le importa lo que hablemos o hagamos.
Hablaban de la falta de libertades en España, de los militares, de lo clandestino, del comunismo, de lo ácrata y subterráneo, de masones, anarquistas, de golpes militares, de Fidel Castro, de las pintadas en la calle, de la muerte de Franco, que ya le queda poco aunque solo sea por lógica, decían. De Chile, de Agentina, de Colombia, del Che Guevara, de Mao, del Mayo francés, del terrorismo de la Eta. Una vez más, me quedaba embebida con sus conversaciones y no me enteraba de nada. Muchas palabras no las había oído en mi vida y no tenía ni idea de lo que significaban. Me reconcomía conmigo misma, porque yo soy de un pueblo, pero es que he estado viviendo en León capital muchos años y tengo la carrera de Magisterio hecha ¿Cómo es posible que con veintiún años esté tan ciega? Y no digamos en lo que respecta al sexo...
Subimos al piso de los colombianos y arriba estaba la compañera, que parece ser novia de Filiberto, una chica algo más joven, como de dieciocho o diecinueve años, llamada Liliana. La pobre estaba medio dormida y la pillamos casi desnuda. Se puso una camisa de hombre, me imagino que de su novio y nos acomodamos en el salón. Unos sentados en el suelo, otros en el tresillo, sacaron botellas de vino, aceitunas y conguitos. Pusieron música de Violeta Parra, otra desconocida, dios, música venezolana, colombiana y bailábamos suelto y agarrado, todas las combinaciones posibles. Éramos cuatro chicas para dos chicos y uno comprometido.
Silvie y yo bailábamos juntas y enseguida noté que iba a por mi, su afán de besarme me desconcertaba. Marlene y Liliana hacían sus bromas y jueguecitos tocándose, mientras los chicos estaban más interesados en beber. Finalmente, Liliana se lió a besarse con su novio y se fueron a la cama. A juzgar por los gritos de ella, no lo pasaban mal.
Me fui al baño y me siguió Silvie. Insistía en que no había nada de malo en que dos chicas hicieran el amor, que todos somos bisexuales, que estoy muy reprimida, que me libere, que soy muy guapa, que tengo la vida por delante y que disfrute cada día. Dije que nunca había hecho cosas de esas y que ni sabía. Me dejé comer y yo la comí pero no nos corrimos. Cuando volvimos del baño, Marlene lo hacia con Ruben y se les unió Silvie. Mientras ellos tres jodían, frenéticamente, sin pudor ni parecido, no me quedó otra que mirar atentamente, con los ojos como platos porque era la primera vez que veía hacer eso, eso si, tocándome con los dedos hasta que me vino, aunque no tan abundante como el que tuve con Elisa Llamazares Trapiello.
Regresamos a casa a las tres de la mañana, bastante borrachas, riendo como locas, pero despacito para no despertar a los vecinos y me acordé del hombre que no ve.
Marlene dijo que tomaban pastillas anticonceptivas que traía Silvie de París, que aquí estaban prohibidas, y que ella no podía estar más de dos días sin hacerlo con un hombre. Que era algo más que una necesidad fisiológica, era una forma de rebeldía contra la represión, contra lo prohibido y una venganza contra su frustrado amor por el hombre de su vida. “Lo más maravilloso que he sentido es cuando me penetran dos hombres a la vez...” que ya tiene el título de su tesis: “José María Erguedas y la Antropología peruana. Conexiones con la península Ibérica”. Escuchar estas cosas me volvían loca, pero no me avergonzaba de nada, no me preocupaba haberme corrido ante ellos, ni que hubiera vivido esa experiencia, me dolían mis desconocimientos, mis limitaciones culturales, y de las otras, a pesar de haber pasado toda la vida estudiando y leyendo, no tenía ni idea de nada. Dios mío, ¿qué será de mi?
“Yo sé muchas cosas, es verdad/. Pero me he dormido con todos los cuentos.../ Y sé todos los cuentos/”. León Felipe.

jueves, 21 de agosto de 2008

El radiocassette.

No es que sea miedosa o cobardica, lo que pasaba es que, Elisa Llamazares Trapiello, conducía como un piloto de carreras, como si su coche fuera un bólido.
- No corras tanto que nos la pegamos.
- Tranquila, es que me voy meando en vida. Por cierto, Angie, ¿qué matricula tiene mi coche?
- Yo qué sé.
- ¿En qué calle vivo?
- Tampoco lo sé.
- Pues amiga, hay que fijarse en todo. En la vida hay que estar con cuatro ojos. Te voy a tener que enseñar a tener disciplina de observación. La observación es lo más importante en la vida. Estar atentos ante todas las situaciones y todas las circunstancias de la vida. Te enseñaré, pero espabila, que estás atontada.
- Tienes razón.
- ¿En qué tengo razón?
- En que estoy atontada. No me entero ni de la mitad.
Por fin llegamos a su casa. Estaba deseando, sobre todo, por bajar del coche. Su plaza de garaje está debajo de su casa, por lo que subimos en el ascensor, sin que nadie nos pudiera ver.
- No me interesa que me vea la gente y con los vecinos, lo imprescindible ¿Qué matrícula tiene mi coche?
- M-3254-AA, creo.
- Recuérdala siempre. En Madrid te espabilas o te espabilan. Ten cuatro ojos. Ponte cómoda mientras haga la gran meada de mi vida..
Siempre tiene las persianas del piso bajadas al máximo, por lo que estaba semi oscuro. Dejó la puerta del baño entreabierta y no pude por menos que quedar sorprendida por el sonido tan tremendo de su acto. Me acordé de las vacas de mi padre, y no sé por qué. Bueno, si sé ¡Meaba como las vacas!
- Joder, Angie ¡Qué alivio!
Mientras se desnudaba me fijé en una radio cassette, con dos pletinas, qué había en la librería casi vacía de libros y de todo. Era un Grundig precioso. Ella, sentada en el sofá, se deshacía de sus armas y las ponía en la mesita de centro. Sus pechos eran para mi como dos imanes, pero disimulaba. Se quedó completamente desnuda y me pidió que la acompañara a su habitación.
- Estoy rendida y aquí, en mi cama, con diez minutos tumbada, me recupero. Si te gusta lo puedes llevar. Me lo trajo mi padre de Alemania. Mi padre era albañil. Cuando éramos pequeños no les llegaba para darnos de comer, como aquél que dice. Así que.. un día llegó diciendo que se iban Paco el Oso y él a Alemania. Dicho y hecho. Estuvo catorce años. Mi padre volvió hace tres años y ha puesto una tienda de ultramarinos. Paco el Oso, aún sigue allá y este verano trajo ese cassette que mi padre le había encargado para mi, así que te lo regalo. Mañana consigo otro parecido. Un tendero en Fuencarral, de Santa Cristina la Polvorosa, por cierto, que me debe un favor, así que le pido un radio cassette similar y en paz ¿Te vas a quedar ahí sin hacer nada? Ven.
- Espera que fumamos un Bisonte. Voy a buscar un cenicero.
- Entonces tu lo que quieres es un buen baño en la bañera.
- No he dicho eso.
- Pero sabes que fumé en el baño contigo y quieres que se repita. Sólo fumo en la bañera cuando estás tu. Una vez, en la Academia de Policía, nos pidieron que teníamos que tomar una decisión drástica, un cambio rotundo, aunque fuera doloroso, como prueba de disciplina extrema. Elegí dejar de fumar y lo hice en ese instante. Hubo compañeros que no superaron su prueba y se las vieron y desearon para aprobar. Sólo fumo contigo en la bañera, que lo sepas.
- Está bien, tu ganas. Pero que conste que no lo había pensado.
- Tu no, pero tu subconsciente si.
Se metió en el baño y mientras se llenaba la bañera de agua caliente, me iba desnudando poco a poco. La miraba, la admiraba, pero a la vez la odiaba con toda mi alma. Ya me iba a meter cuando dijo que trajera el cenicero que estaba en la mesa, en el salón. Tenía razón. Lo que yo quería, realmente, era coger, durante unos segundos, aunque sólo fueran unos segundos, las pistolas en mis manos y mirarme en el espejo con ellas apuntando y lo hice. En la bañera dejé que me limpiara con jabón abundante y la esponja, como si fuera su niña, entre risas y esto y lo otro. Una vez bien limpia, alcancé el paquete de Bisonte y le ofrecí un cigarrillo. Fumamos mirándonos, mirándonos mucho. Solo mis pies jugaron con su sexo y con sus pechos. Cerraba los ojos y se dejaba llevar en gemidos de placer y de ahí no pasamos, hasta que se incorporó y me pidió que la comiera, poniendo su sexo al borde de mi boca.
- No, hoy no.
- Si, hoy si.
- Que no, hoy no.
No había terminado de decirlo y ya estaba besándome y yo resistiéndome y resistiéndome, hasta que cedí. Me llevó a la cama y consiguió lo que quería y yo me fui como un río que ella bebió como se bebe... el líquido del melocotón en almibar.
- Esta noche voy, con una amiga, a ver Doctor Zhivago, por tercera vez.- Dijo, mientras se arreglaba. La próxima semana no existo. Estaré con mi traje nuevo de hombre. Me queda perfecto. Un día me lo pongo para ti y te joderé como si fuera un hombre y te quitaré el virgo ese, que no se para qué lo quieres.
Insistió en que me llevara el Grundig junto con las cuatro cintas de cassette que tenía: Leonard Cohen, Santana, Joan Baez y Bob Dylan. Me acercó hasta casa con su coche y yo iba más contenta que unas castañuelas, aunque arrepentida, o sea un lío de cabeza, como casi siempre.
- Angie, reza por mi. El chaleco antibalas no me protege todo el cuerpo.
- Ya no rezo. – Contesté, pero Elisa Llamazares Trapiello no me oyó. Había salido zumbando, como una desesperada, con chirrido de ruedas y todo.
No obstante, todo es vacío, hueco, desesperación. Lo material no me llena, no me alcanza. Vacío, profunda soledad.
“¡Oh llama de amor viva/ que tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!/”. San Juan de la Cruz.

EL CLIMA

En todo lo que me rodea existe un clima, una sensación, un algo misterioso que te carcome, que te inquieta. No es el calor, el bochorno, que aunque es insoportable, se soporta. El clima de sospecha, el clima de incertidumbre, el clima de erotismo soterrado, el clima que quiere pudrir los tabúes, la represión social, represión política, represión sexual, represión de falta de libertades, represión económica... y todo eso lo he descubierto tan recientemente, tan de ayer mismo... que me sorprende tanta ceguera mía y de todos.
Porque el hombre que no ve, es un enigma por si mismo, como lo es cada persona que me rodea o que me vigila. El enigma del clima que me excita y me pone de los nervios porque estoy permanentemente excitada, permanentemente deseosa de la “novedad”, permanentemente deseosa de la “sorpresa”, del “descubrimiento” del “destellos” y así se vive bien temblorosa por dentro. De ahí, creo yo, tantas ganas de que me venga y de vengan en mi, como dios manda. Por eso... y por mil cosas más que nunca sabré ni qué ni quién soy realmente.
Pero no importa, ya tengo asegurada mi cena de esta noche y de varias noches, y la cama y la bañera. Porque sobran noches y camas y bañeras. Sobra soledad y agobio por las pequeñas cosas.
En esto pensaba yo, bueno en esto y en mil cosas más, que se cruzan, se entrecruzan y al final no se sabe qué hilo seguir... El hombre que no ve me invitó a coger la fruta en la casa que tiene en la sierra, en Miraflores...
- No puedo ir, señor. Tengo un compromiso con la amiga. Vamos a ver a un escritor que se está dejando morir en la cama.
- ¿Como se llama?
- Juán Carlos Ogreti, creo.
- Onetti, será Juán Carlos Onetti.
- Ese es, si señor. Se me había olvidado el apellido.
- Lástima, nos llevaba Abel muy temprano y al atardecer regresamos. Recogemos las uvas, las peras, las manzanas... Onettí siempre podrá esperar, la fruta o se coge o se pudre.
- Señor, ¿de verdad, de verdad quiere que vaya?
- Pues claro, Angie. Pero si no puedes, pues nada.
- ¿Qué es de Abel?
- Ha tenido que ir a su pueblo. Su madre tuvo un cólico nefrítico. Ya está bien.
- Si fuera el domingo...
- El domingo imposible, Abel tiene cosas muy importantes que hacer.
- Para otro día será, señor.
- Angie, hablaríamos del trabajo, del proyecto... comeremos cordero en un buen restaurante, nos leerás versos, yo qué se, será un día extraordinario y tendrás fruta para dar y tomar.
- ¿Y qué le digo a mi amiga?
- Fácil. Que te ha surgido algo importante y punto.
Me entraron ganas de su mano en mi cabeza, sus dedos entre mi pelo, su mano en mi cuello, ganas de que presionara hasta que se me abriera la boca en busca de aire para no ahogarme y que me la tapara con la suya besándome... comiendo de mi boca la saliva de mi deseo de tenerle, pero me resisto y ni tan siquiera lo pienso.
Al despedirme, al terminar mi jornada laboral, me acerqué al despacho del hombre que no ve.
- ¿Señor, a qué hora tendría que estar aquí?
- A las ocho de la mañana en punto.
- Estaré, señor. Algo inventaré.
- Muy bien Angie. Así me gusta.
- Hasta mañana, señor.
- Hasta mañana, Angie.
Y se me puso una cosa en el estómago. Al bajar no vi a nadie. Estoy deseando que me lo haga Elisa Llamazares Trapiello, ella me quitaría las tensiones. Esta noche no haré nada, bueno ya veré. Pensando en eso, empecé a creer en los milagros, un claxon sonaba. Era ella.
- Sube anda.
- No se si debo. Tenía cosas que hacer.
- Pues me las haces a mi.
Subí, claro que subí. No podía evitar mirar a su escote y me dejé llevar hasta su casa. Mientras conducía me agarraba de la mano y yo no quería, pero ella insistía y así era como un juego de quiero y no quiero, pero quiero. Como un latigazo preguntó:
- ¿Conoces a un tal Abel?
- Bueno sí. Sé que es de Toro y que parece buena persona ¿Por qué lo preguntas?
- Por nada, por nada.
Me fijé en los bajos de su pantalón vaquero. No había duda, llevaba sus pistolas escondidas. Mis ojos, dios, mis ojos se han vuelto lésbicos, pero yo no.
- Cuando lleguemos serán tuyas.
Sin embargo, la luna era blanca y en poco rato se volverá amarilla rojiza. Ella, mi luna del alma, sabe de mi más que yo. Juro que era feliz en aquel coche, junto a Elisa Llamazares Trapiello.
- A las diez en tu casa, por si tienes que salir. Tenemos dos horas escasas.
¿Cómo sabía ella que he quedado con Angie para ir a cenar, a las once, con los de las embajadas? ¿O es pura casualidad? Vivir en un crucigrama es maravilloso, me dije, pero luego... dudé.
“Entre pardos nubarrones/ pasando la blanca luna,/ con resplandor fugitivo,/ la baja tierra no alumbra”./ Gertrudis Gómez de Avellaneda.

martes, 19 de agosto de 2008

LA BAÑERA

La tarde hace arder la brea, es como un horno de amasar pan, un borrajo. Al llegar a la casa, donde parece ser que trabajo, me llama, a su despacho, el hombre que no ve.
- ¿Qué tal va todo, Angie?
- Muy bien y ¿usted? ¿Usted como está?
- Yo siempre estoy como siempre, es decir, tirando ¿Estás contenta, aquí?
- Si señor, estoy muy contenta y agradecida. He de reconocer que tengo miedo a no poder desarrollar lo que usted necesite. Ya sabe que es mi primer trabajo y voy a tener que ser autodidacta a la fuerza.
- Mira Angie, ésta es una copia de la llave de la casa, para que no tengas que andar llamando. Dentro de tu horario, como es lógico. Nos corre prisa que te saques el carnet de conducir, necesito salir a hacer gestiones y me tienes que llevar.
El hombre que no ve, alargó la mano con la llave de la puerta de la casa. Le miro a sus inmensas gafas negras y trato de ver si realmente no me ve. Cojo la llave y siento su piel suave y templada. Busca mi cabeza, mi pelo y yo me dejo. Me toca como se toca un cojín de terciopelo granate de reclinatorio, mete sus dedos entre el cabello, como si tratara de despeinarme. Recorre mi media melena y regresa a mi nuca y sube hasta mi frente, baja despacio y se detiene con el pulgar en la comisura de mis labios.
- Sonríe mujer, sonríe. Déjate crecer el pelo, no te lo cortes nunca, si acaso un poco las puntas.
Su mano baja hasta el cuello y me rodea como si quisiera ahogarme y lo más curioso es que no me importaría. En ese instante mi vida no es nada, ni tan siquiera soy yo la que se deja, mi autentica yo, quisiera que apretara hasta que mi muerte se hiciera un poema de amor y locura y la otra yo, lucha con la contradicción. Le cojo de la muñeca y le aparto con delicadeza.
- Tiene un reloj muy bonito, señor.
- Es un Patek Philippe, modelo Chronometro Gondolo, de 1927. Era de mi abuelo, tiene una bonita historia, como cada una de las cosas de la vida. Un día de estos me llegará el de esfera en relieve, especial para ciegos, pero sin marca conocida. Poco a poco tendré que ir renunciando a lo que más quería ¿Te dejarás crecer el pelo, Angie?
- Claro que si, señor, aunque me ase, como ahora. No estoy acostumbrada a los calores de Madrid.
Antes de entrar en mi despacho paso, por primera, vez al baño que está en la parte de la vivienda. Se nota que ha sido reformada recientemente y el cuarto de aseo dispone de los sanitarios modernos, imitación a mármol con sus vetas oscuras y todo. Sentada, observo la bañera, tan pulcra, tan amplia, decorada con teselas azules de tonos agua marina, como un baño turco y me acuerdo de Elisa Llamazares Trapiello, pero no quiero. Me acuerdo de mi madre que no me enseñó nada de sexualidad, ni nada de nada, se limitaba a decirme que tuviera cuidado con las malas compañías ¿Qué son las malas compañías? Mi padre estará terminando de coger el trigo y la paja y los hermanos trabajarán como burros, de sol a sol, para pegarse un baño, al anochecer, en el río y después de cenar, ir a las fiestas de todos los pueblos ¿Y yo? ¿Qué pinto yo aquí? Con lo bien que estaba yo en el pueblo, y con lo mal que estaba. Me limpié bien con papel tisue y me miré al espejo ¿Mis ojos son mis ojos y ven lo que estoy haciendo conmigo? Necesito que Elisa Llamazares Trapiello me quite el virgo de una puñetera vez. Nunca tendré hijos o a lo mejor si, uno o dos, tres como mucho y cuando aprenda a joder no me reprimiré, aunque me convierta en la mayor puta del universo. Estoy harta de aguantarme. Tendré una gargantilla de oro como un dedo de gorda y varios anillos, un Cartier y no éste Radiant de nada y una casa mía, con mi propia bañera el doble de grande que la de Elisa Llamazares Trapiello.
No me corre prisa, pero si. Puse mi mano alrededor de mi cuello y me apreté mucho más que el hombre que no ve y me gustó. Me gusta ser tantas cosas que acabaré como una cabra, bueno, como una cabra ya estoy, si al menos pudiera hacer literatura de mis pensamientos.
En el baño vi, sin querer, una bolsa con miles de papelitos cuadrados como los que me pilló la pareja de la secreta. Una nota decía: “Para Abel, rastro domingo”.
“Dentro, en el vergel,/ moriré./ Dentro, en el rosal,/ matarme han.”/ Juan de la Encina.

lunes, 18 de agosto de 2008

"MI GAVILÁN"

Escucha, despacio, muy despacio, siéntelo: ¿percibes como fricciona el roce del arco por los bordones? ¿te imaginas el esfuerzo físico de los dedos deslizándose suave, pero rotundos, a través del largo y ancho mástil de su fiel y dócil instrumento, el esfuerzo de concentración, para que no se distraiga, ni una sola nota, de la densa partitura, memorizada a base de repetir y repetir, mil, dos mil veces? ¿te das cuenta del in crescendo y del trémolo, del sentimiento sublime con el está tocando en éste preciso instante? ¿sientes volar tu imaginación hasta llegar a lo más elevado de lo sublime y celestial de la creación del músico y la comunicación, íntima, entre ella y el instrumento al que le arranca los más insólitos y armoniosos sonidos? Así es como podrá tocar nuestra hija algún día, cuando crezca, cuando estudie y practique infinitas horas hasta llegar a la perfección sonora, al virtuosismo y calidad interpretativa de la música de un Shubert, un Schuman, un Bach o, tal vez un Elgar. Así, en silencio, permite que se deslice hasta dentro, suave como el roce de la brisa de tu aliento, como el vuelo de mi gavilán cuando planea cerca del alero del palomar y concibe a la hija que algún día tendremos para que sea la reina de los escenarios del mundo, tocando el cello, como lo toca Jacqueline, que ahora escuchamos, mientras te quedas de mi. Escucha, despacio, muy despacio, siéntelo: dios.

MICRORELATO: "SEMEJANTES"

Atraído magnéticamente por las brillantes luces que iluminan los excelsos salones, donde se celebran los más renombrados acontecimientos sociales y artísticos... Había oído hablar del prestigio de una tertulia literaria y poética que allí se reúne. Me asomé y observé que alrededor de una enorme mesa hablaban, distendidamente, hombres y mujeres. Me senté en la primera silla vacía que vi. En un momento dado, se produjo un rotundo silencio y el que parecía ser el jefe me dijo: “Éste lugar sólo es para socios”. Humillado salí de la elite. Con dolor de mi bolsillo me hice socio. En la primera reunión leí un poema sobre el influjo de la Luna, semejante al de tus preciosos ojos. Los que más sabían, dijeron: “demasiados lugares comunes”. Para la próxima toca prosa. Leí el cuento que dice: “Compré en El Corte Inglés un Petroff de media cola, lacado en negro, cuyo sonido es semejante al cristalino y brillante de un Steinway & Songs. Los operarios no fueron capaces de subir el piano en el ascensor, por las escaleras o que cupiera por la ventana del tercero izquierda, donde vivo. Me devolvieron el dinero, pero no pudieron evitar mi inmenso dolor, mi inconmensurable tristeza. Semejante tristeza a la que sentí cuando me echasteis de aquí, porque no era socio”. Los que más sabían, dijeron: “no se pueden nombrar marcas comerciales”. Así que ya ves.

domingo, 17 de agosto de 2008

REFRANES PERDIDOS Y HALLADOS POR AHÍ.

1.- En casa del herrero, antes de tocar, preguntar primero.
2.- En invierno y en verano el capote en la mano.
3.- La cabra coja no quiere siesta.
4.- Si tienes matas tendrás patatas.
5.- La cara del santo hace el milagro.

jueves, 7 de agosto de 2008

LA HABITACIÓN PROHIBIDA

Marlene llegó muy tarde. Hablamos mucho rato hasta que caímos rendidas. Estuvo con los dos amigos, Vladimir y Mario, dice que en su país era experta, como estudiosa y observadora en directo, en guerra de guerrillas, en barricadas y algaradas callejeras, que hay gente interesada en escuchar sus experiencias y conocimientos. Que tengo que despertar, que la dictadura me ha tenido secuestrada la voluntad. Duermo y sueño con velas, con hogueras en las calles, con algarabía, con sangre, mucha sangre y miembros mutilados. Una pesadilla.
Al mirarme al espejo, mientras me arreglaba para ir al trabajo, noto un semicírculo rojizo alrededor del pezón derecho, huellas del baño y de lo que pasó. Toda mi piel se ha vuelto sensible y sólo con pensar, con recordar, me vienen ganas. Tengo que dominarme.
El hombre que no ve, me espera.
- La Biblioteca Nacional es un monumento, aparte del meramente arquitectónico, que también, un paraíso para aquél que ame los libros y lo que significan. Me han dado todo tipo de facilidades y acceso hasta las salas reservadas a los especialistas. Me harán carnet especial como investigadora bibliográfica. Tengo que volver con dos fotografías. Creo que no debemos limitarnos a hacer una simple ficha de cada libro. Necesitamos hacer un informe detallado sobre fecha de edición, autor, conservación, tipografía, tipo de papel, ilustraciones, portada, encuadernación, etc, etc. Así uno por uno.
- Fui asiduo lector en la Biblioteca, cuando era estudiante, y nunca me dejaron entrar en las salas privadas para bibliófilos o investigadores. Replicó.
- La bibliotecaria que me atendió, se sorprendió de que fuera preguntando por Gianbattitsa Bodoni y ese debió ser el motivo. Me contó que su sueño es visitar Bolonia para ver los incunables que allí se encuentran. Que es una entusiasta de la tipografía y encuadernación, que me ayudará todo lo que pueda
- Muy bien, Angie. Te noto entusiasmada y esa es buena señal ¿Qué habitación has elegido para tu despacho?
- La de aquí al lado sería la mejor, por proximidad, para cualquier consulta o comentario con usted.
- Precisamente en esa no se puede. Está de trastero, ya sabes, utensilios viejos, baúles y enseres domésticos a destruir el día que tengamos tiempo. Con esa habitación no cuentes.
- Está bien, me pondré en la que le sigue.
La habitación tercera del pasillo, a la derecha, es interior. Abrí las cortinas y la ventana para ver el patio. Es luminosa y a ratos soleada. En el centro hay una mesa de despacho de caoba labrada similar a la de el hombre que no ve, pero más pequeña. El sillón es de madera a juego con la mesa y tiene algunos grabados en los posa brazos, terminando con la figura de cabeza de león en sus extremos. Las paredes están forradas, o casi, de vitrinas acristaladas llenas de libros, desde el suelo hasta el techo. Hay distintos objetos artísticos de bronce o alabastro, fósiles, miniaturas diversas, máscaras tribales, cosas extrañas para mi. La lámpara es de bronce, con seis brazos y bombillas de vela. Un par de sillas frente a la mesa y una lámpara de pie en uno de los rincones junto a la ventana.
Se me cae el mundo cuando pienso la cantidad de trabajo que hay por medio. Los cajones de mi mesa y las vitrinas están cerradas con llave y no quiero molestar al hombre que no ve.
Me asomo al patio interior. Es muy grande, debajo hay una fuente redonda y maceteros enormes con rosales, bonsáis y geranios. En una de las ventanas, del quinto piso interior, se ve a una joven que parece estar estudiando. Solo se le ven los brazos y un hombro desnudo. La veo que pasa las hojas de un libro y a veces. se ve su media melena rubia, muy rubia. Al volver a sentarme en mi mesa, se me humedecieron los ojos ¿Seré capaz de llevar adelante tanta responsabilidad?
- Angie, ¿te gusta tu despacho?
- Si señor, mucho. Pero faltan las llaves de las vitrinas y de los cajones de mi mesa.
- Están en una jarra de cerámica que debe estar por ahí. Toma Angie, para que compres algo que te guste. Dijo ofreciéndome un sobre cerrado.
- Muchas gracias.
La boca de la jarra era pequeña y apenas me cabía la mano, por lo que decidí volcarla. Aparecieron tres llaves unidas por una anilla, tres balas nueve milímetros, parabellum y tres canicas de cristal de diferentes colores
Entre unas cosas y otras siento un ahogo, una inquietud, como si estuviera al lado de tres enjambres y cinco avisperos. El hombre que no ve, me duele y no sé si es bueno o malo. Me asomaré de vez en cuando a respirar aire puro. Aquí huele a historia antigua, a cripta, a ermita rodeada de encinas milenarias.
A mediodía, al ir a casa a comer, en la calle, eché una mirada por si notaba a alguien que me vigilara. Bajando hacia Sol, abrí el sobre: Un billete de mil pesetas que me viene muy bien para no tener ahogo de falta de dinero hasta que cobre a fin de mes. Sin embrago, no me sentía contenta ¿Los sueños también tienen precio?
“Vivo sin vivir en mi,/ y tan alta vida espero,/ que muero porque no muero”/. Santa Teresa de Jesús.

miércoles, 6 de agosto de 2008

EL BAÑO Y BODONI

La bañera era más grande que las que había visto hasta ese momento. Decidí desnudarme y entrar junto a aquella desconocida, por mucho que pareciera siglos que nos conocíamos. Me puse en el otro extremo y alargué un cigarrillo de los míos, Bisonte sin emboquillar, lo cogió sorprendida.
- De éste fumaba cuando estudiaba en León.
Se lo encendí. Fumaba con sofisticación, como Ingrid Bergman en “Intermezzo”, inhalaba hondo y sus bocanadas de humo eran lentas y abundantes. El olor a incienso de las velas y al sándalo, las sombras de las llamas en las paredes... me transportaba a oasis de placeres imaginados en mis lecturas de Las mil y una noches. A veces cerraba los ojos y se quedaba como en éxtasis y yo a veces la odiaba y otras la deseaba.
- Cuando te pedí fuego te quedaste mirando mis tetas y a mis ojos ¿Te gustan? ¿Quieres comérmelas? Ven, estás muy lejos. Ponte aquí de espaldas a mi.
- No eso no. Ven tu si quieres, pero yo no voy.
Se volvió de espaldas y ayudándose de los pies se sentó entre mis piernas. El agua nos cubría hasta sus pezones, a veces, porque las olas se los cubrían o no.
- Dame vino por la botella. No usaremos las copas. Dios qué delicia, ahora mismo se tendría que detener todo. Quedarnos con la imagen congelada, como un fotograma de una película que se queda parada antes de quemarse.
Bebió un trago muy largo y me cedió la botella. Estaba muy frío. Puse la botella entre sus pechos y aprovechó para juntarlos, como si fuera un gran falo. Bebió otro poco y me la cedió. Volvió su boca hasta la mía y me pidió mi vino de la boca. Pensé en el hombre que no ve. Espera, y tomé un buen trago y parte se lo cedí. Su lengua ya quería la mía. Puso mis manos sobre sus pechos y me pidió que se los magreara. Se volvía y me ofrecía la lengua... pero yo la rechazaba. Se volvió bruscamente y me comió la boca con inusitado frenesí, loca... y cedí. Era irresistible. Cuando la botella estaba vacía me pidió que se la metiera mientras le comía los pezones. Le vino varias veces, hasta quedar exhausta. Salimos de la bañera, me cogió de la mano y me llevó a la habitación. Quitó la colcha y sobre sus sábanas de raso rosa me hizo lo que quiso hasta que me vino inmensamente y me bebió como se bebe de una fuente cuando se viene de segar. Aprendí que podría ser mujer de una mujer cuando me interesara y no sentía ni vergüenza ni cargo de conciencia. Era la primera vez que me corría por y con alguien que no fuera yo misma y me gustó tanto... pero tanto.
- La próxima vez te arreglaré el pubis y lo de la virginidad. Conmigo no te quedarás preñada. Si quieres puedes venir a vivir aquí. Ayudas a pagar los gastos y ya está. Piénsalo mientras convenzo a mi novio. El tardará un año, o más, en regresar. Está en comisión de servicio en Vitoria. Es comisario de la secreta y vive en tensión permanente, en el filo del cuchillo a todas horas. Soy débil contigo porque tengo que ser fuerte conmigo... Angie.
Me llevó en su coche hasta la Biblioteca Nacional y enseñando la placa, le dijo a la bibliotecaria que era colaboradora suya, que me facilitaran lo que pidiera. Nos despedimos con apretón de manos, para disimular.
- ¿Paso a recogerte y cenamos en casa? Nos quedó todo por hablar y la dorada a la espalda.
- Otro día, tal vez.
- Ya sabes. Es nuestro secreto para toda la vida.
- Nuestro secreto. No te conozco de nada.
- Ni yo a ti. Por desgracia.
Giambattista Bodoni diseñó el tipo de letra que lleva su nombre y se usaba en las ediciones de lujo. Lo puso de moda y revitalizó Franco María de Ricci con la edición del “Manual tipográfico”. Nos vendrá bien cuando editemos nuestros libros de Arte en ediciones para bibliófilos y coleccionistas. Es un mundo apasionante el de la edición de libros artísticos. Tengo que hacerme una profesional, se lo diré al hombre que no ve. Hay que viajar a Bolonia, Milán, París, Nueva York. Toda una vida, toda mi vida.
¿Qué habrá sido de Abel, el político?
“Por qué volvéis a la memoria mía,/ tristes recuerdos del placer perdido,/ a aumentar la ansiedad y la agonía/ de este desierto corazón herido?”/ José de Espronceda.

martes, 5 de agosto de 2008

UNA ASTRA Y UNA BARETTA.

Elisa Llamazares Trapiello me enseñó a usar el autobús. Según subíamos le mostró al conductor su placa y viajamos gratis. En el asiento me enseñó su carterita de piel con la placa, su denei de civil y el carnet de Policía Secreta Especial, como si dijéramos.
- Esto nos abre todas las puertas. Teatros, cines, Metro, conciertos, a todos los sitios. Alguna ventaja teníamos que tener. Tardamos diez minutos, nada más llegar a casa y tomamos un buen baño muy caliente, para refrescar a base de sudar y sudar. Estoy asfixiada, no soporto este calor. Debemos estar a treinta y ocho o cuarenta. Sabes que me estoy arriesgando contigo, te llevo a comer a mi casa, te lo cuento todo, pero espero a cambio que seas una tumba con respecto a mi, no existo, no me conoces de nada ¿De acuerdo?
- Claro, pero si tienes dudas me bajo ahora mismo. No pasa nada. Te olvido y punto.
- Me gusta que los tengas bien puestos. Esta ciudad es hospitalaria, te abre las puertas, pero a la vez es cruel, es una ciudad de solitarios, de almas muertas. La gente va a lo suyo. Ya te irás dando cuenta ¿Hace mucho que estás aquí?
- Desde el sábado.
- Joder Angie, parece que llevaras años. Vas rápido.
- No hago nada. Solo voy a lo mío, a trabajar y a trabajar. Solo eso.
- ¿Puedo fiarme de ti, Angie?
- Por mi no tendrás ningún problema ¿Por qué me invitas, por qué quieres hablar conmigo?
- Fácil. Me jode comer sola, por ejemplo. Mañana tengo que ir a probarme el traje chaqueta que me están haciendo a medida. Azul marino, chaqueta cruzada con botones dorados. Tiene que ser una talla de más porque debajo llevaré un chaleco antibalas. Me han asignado la escolta de un Altísimo Cargo. Estoy acojonada y necesito relajarme, confiar en alguien, aunque me equivoque. Será una semana al mes pero... Llegamos.
La casa estaba medio en penumbra. Elisa Llamazares Trapiello se quitó la blusa y el sujetador y se sentó en el sofá. Sus zapatos de medio tacón volaron hasta caer en cualquier sitio, se quitó los tejanos y se puso de pie. En una pierna llevaba una cartuchera de piel marrón con correas como si fuera un liguero de hombre. Sacó una pistola y la puso en la mesa de centro, en la otra pierna llevaba otra. Se quitó las bragas y me enseñó la casa completamente desnuda. Su pubis no tenía vello y los labios de su sexo muy desarrollados.
- Esta es la cocina. Vamos a comer unas delicias. Estas anchoas me las regala un tendero de Santander y este queso lo compré en Puebla de Sanabria, mi pueblo. Lo acompañamos con un clarete de Rueda, fresquito. Para comer tenemos dorada que hice anoche ¿Ves? El frigorífico siempre lleno. La diferencia entre unos trabajos y otros es esa: frigorífico siempre lleno, o siempre vacío ¿Cuál eliges? Pues esa es la cuestión. Lo demás son gilipolleces. Vamos al baño. Coge eso.
El baño era muy grande con una buena bañera. Orilla, puso unas banquetas con los platos de las anchoas y del queso y en la otra, la botella de cuello largo y dos copas. Encendió media docena de velas y un quemador de sándalo.
- Me gusta el agua ardiendo. Vamos desnúdate y entra, no te quedes ahí como una panoli. No tengas miedo no soy tortillera. Luego te enseño las pistolas, los grilletes, los anti violadores. Traéme el cenicero guapa, está donde las pistolas y apaga la luz del baño, estaremos como en un templo árabe al anochecer, cuando la luna se asoma blanca.
Se sumergió y aguantó la respiración, como si buceara. Parecía una sirena, su cuerpo es hermoso, muy hermoso. Me acordé que hace dos días que no me corro.
Allí estaban, cogí las bragas de Elisa Llamazares Trapiello en una mano y su sujetador en otra, envolví bien mis manos, para no dejar huellas y con las pistolas, una Astra y una Baretta, en cada mano... las apreté bien fuerte y... me puse delante del espejo del salón, apunté bien firme: ”Como hagas daño al hombre que no ve, te mato. Te vas a enterar, hija de puta”.
“Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro/ conozco yo, y os imagino blanca,/ débil como los brotes iniciales,/ pequeña dulce... Ya ni sé... Divina”./ Alfonsina Storni.

lunes, 4 de agosto de 2008

LOS DE LA ECRETA.

De regreso a casa, por la calle, justo a la altura de la Puerta de Alcalá, dos tíos bien trajeados y con gafas de sol oscuras, me abordaron de forma casi violenta. Enseñaron unas placas que no vi y me arrinconaron dentro del portal de una casa.
- Enséñanos tu Documento de Identidad. Somos de la Policía Secreta, dijo uno, mientras el otro abría su chaqueta, como que no quiere la cosa, para que viera la cartuchera de hombrera de donde asomaba una pistola.
- ¿A qué viene esto? No he hecho nada.
- Tu calla y déjanos el bolso.
Pocas veces en mi vida me he revelado ante una situación injusta e intolerable como la que estaba viviendo sin ton ni son. Eran jóvenes, fuertes y con pistola. No pude evitar dejarles el bolso, pero con toda la rabia e impotencia del mundo.
- Mira lo que tenemos aquí... mostrando el papel que había cogido ayer del suelo con la idea de leerlo en el baño a solas y que se me había olvidado.
- ¿Qué es?
- Tu sabrás, está en tu bolso. Aquí pone no se qué de Mundo Obrero y de La Internacional.
- Ni lo he leído, lo cogí del suelo para apuntar cosas por detrás.
- Ya, y me lo creo. No te jode la lista ésta ¿Qué haces tu en casa de ese rojo de mierda?
- ¿En qué casa?
- En la que acabas de salir.
- Trabajo, soy secretaria. En el bolso está mi contrato.
Mi indignación estaba al límite, no comprendía nada, pero me daba miedo ir a la comisaría. En esto que llega la chica que me había pedido fuego frente a la puerta de la casa del hombre que no ve. Portaba una especie de wallki-talky por el que debió dar el aviso a la pareja de secretas.
- ¿Cómo lo veis?
- A comisaría. Dijo el que iba de chulo.
- Esperar un poco. Cortó el que estaba tomando los datos de mi carnet. ¿Conoces a Don Ramón, el cura de Villaornate?
- Claro, es mi primo.
- Eso te ha librado, soy de Villaornate. He ido muchas veces al baile de tu pueblo. Por esta vez vamos a dejar que te vayas. Un consejo: ten cuidado con quien tratas. Déjate de Embajadas y de rojos. Te estamos controlando porque tratas con gente peligrosa, así que mucho ojo.
- Tranquilo hombre, se cuidarme aunque no tenga pistola como vosotros y esa prepotencia tan agresiva y odiosa. Así que de Villaornate, muy bien, lo tendré en cuenta. Cuando tenga algún problema con los polis diré que eres mi amigo, que hemos bailado juntos muchas veces.
- No sabes como me llamo.
- Pero mi primo Ramón, el cura, si.
- A que te doy una ostia. Replicó.
- Tranquilos, podéis iros. Hablaré con ella. Añadió la de la blusa escotada con mi D. N. I., en la mano. Me indicó con la mirada que la acompañara andando. Los de la Secreta se fueron, aunque de mala leche, que era lo que yo quería.
- Toma el D. N. I., no lo pierdas y llévalo siempre encima. Me caes bien y te voy dar un consejo rápido: Con la policía, mejor a favor que en contra.
- Por mi no hay problema, pero que no abusen de los que ni lo hemos comido ni bebido.
- Soy oficial de la Brigada Especial Antiterrorista. Tienes que comprender que tenemos que andar con mil ojos. Vivo cerca, te invito a comer. Quiero hablar contigo largo y tendido. Eres libre, piénsatelo y di si o no. Sin compromiso. Soy de un pueblo de Sanabria. He pasado cientos de veces por tu pueblo cuando estudiaba en León. Será una conversación distendida y totalmente confidencial, te lo juro, por Dios ¿Aceptas?
- Vale, pues si, acepto ¿Cómo te llamas?
- Elisa Llamazares Trapiello. Ya veo que te llamas Ángela.
Otra vez con la duda, con la lucha interna ¿Me dejo llevar? Por primera vez me fijé en el cielo. Nunca había visto un cielo tan precioso como el que lucía en ese instante en Madrid. Un cielo así no permitiría que me hicieran daño.
“¿No nacieron los demás?/ Pues si los demás nacieron,/ ¿qué privilegio tuvieron/ que yo no gocé jamás?/”. Pedro Calderón de la Barca.

¿ME DEJO LLEVAR?

El hombre que no ve, se ayuda con su bastón de empuñadura de marfil y con la mano izquierda va tocando las paredes, las columnas, las esquinas y el rodapié con los zapatos. Tiene memoria fotográfica y pocas veces se deja guiar, aunque se de un trompazo bastantes veces. En el garaje, al salir del ascensor busca la primera columna y se queda parado.
- Esta fila de coches y la moto son míos. Nos vamos a quedar con el Jaguar y los demás, junto a la Harley, los vendemos. Alquilamos las plazas que nos queden libres. La próxima semana tienes que buscar una auto escuela, si estás de acuerdo, claro.
- Si señor, aunque empezar a conducir un coche tan bueno, es demasiada responsabilidad para una novata. No se yo.
- Tranquila, al principio vas despacio y ya te acostumbrarás. Hay que poner anuncios para vender lo que sobre. Arriba está la documentación de todo. En unos meses, cuando ya estés bien afianzada, tendremos que coger a otra secretaria para que nos ayude, sobre todo a ti. Vamos para arriba ¿Tienes hambre?
- Un poco, pero no se preocupe.
El hombre que no ve, se apoyó sobre la pared del ascensor. Al cerrarse las puertas y quedarnos los dos tan cerca, una especie de temblor interno me hacia sentir algo extraño. Es tan alto y tan fuerte... sus zapatos negros, italianos, tan brillantes, su pantalón de pinzas, tan planchado, su cinturón, usa cinturón de piel aparte de sus tirantes, su camisa de seda negra. El pelo tan negro y cuidado. Su semblante serio pero relajado, casi siempre.
- Anoche, en tu casa, ¿pensaste en el trabajo?
- Claro que pensé. Es un reto profesional muy elevado para una persona que acaba de llegar de su pueblo sin idea de nada. Es mi primer trabajo y encontrarme con tanta suerte me parece increíble y a la vez una aventura, un sueño.
Alargó su mano y la puso en mi mejilla. Con el pulgar me acarició los labios deteniéndose en la comisura derecha...
- Sonríe siempre, mujer, hueles muy bien y noto en ti cualidades, más que nada por intuición, porque no puedo verte, pero me fío y es lo que me importa. Tu tranquila, sabrás aprender, sabrás tener paciencia conmigo, sabrás que el tiempo te dirá lo que debes hacer. Sólo tienes un objetivo: trabajar, estar conmigo a gusto y todo irá sobre ruedas. Si alguna vez tienes algún problema, alguna duda, alguna objeción, no dudes en planteármelo ¿Estás de acuerdo, Angie? ¿Cuándo te dan la cartilla de la Seguridad Social?
- Para el lunes, creo.
Al entrar en la casa grande, la sirvienta le estaba esperando y casi al oído, le dijo que habían llamado de París. Que era urgente.
- Ha surgido algo de suma importancia que me tendrá ocupado hasta mañana. No puedes quedarte a comer. Esta tarde vas a la Biblioteca Nacional. Estudia la forma en que están ordenados los libros, clasificados por materias, fíjate bien en todo. Trata de conseguir una de sus fichas, en blanco o usada. Te das de alta y entérate cómo sacar libros. Busca todo lo que puedas sobre Giambattista Bodoni. Mañana sobre las nueve seguimos.
Al bajar a la calle una chica, que estaba sentada en un banco, frente a la casa, algo mayor que yo, me pidió fuego. Su mirada parecía desnudarme. Me impresionaron su ojos y su blusa escotada. Sentí como que quería algo, pero no sabía qué.
Mi corazón flota encharcado en un mar de contradicciones, es como si dentro de mi se estuviera desarrollando una gran batalla entre dos fuerzas poderosas e irresistibles: lo bueno contra lo malo y viceversa. Dios mío, ¿Me dejo llevar?
“Cayó sobre mi espíritu la noche;/ en ira y en piedad se anegó el alma.../ ¡Y entonces comprendí por qué se llora,/ y entonces comprendí por qué se mata!/”. Gustavo Adolfo Bécquer.

domingo, 3 de agosto de 2008

LA OFICINA A TU GUSTO.

El trabajo de la calle Velázquez está en un sexto piso. Nada más cruzar la puerta se nota como un perfume a museo, a galería de arte, a ermita, a velas encendidas, a misticismo. La sirvienta indica que el hombre ciego me espera en su despacho. A medida que avanzo por el pasillo percibo la música que escucha, aunque no la reconozco porque es clásica y no entiendo. Al acercarme a saludarle baja el volumen a su aparato, siempre encendido, casi al mínimo.
- Buenos días, señor ¿cómo está usted?
- Bueno, estoy, que no es poco ¿Cómo estás tu, Angie? Percibo buenas vibraciones. Cuando vuelvas de la gestoría haremos un recorrido por toda la casa. Tienes que elegir dónde poner tu despacho. Tendremos que comprar todo lo que necesites para que tengas la oficina a tu gusto. Bajaremos al garaje para que veas los coches y si quieres, puedes comer con nosotros. Hoy tenemos dorada.
El hombre ciego siempre viste de negro. Usa tirantes como los antiguos y tiene las manos bien cuidadas. Su uñas hablan de que dedica mucho tiempo a su aseo personal. Impresiona ver a un hombre así, tan elegante, tan pulcro, tan serio, oculto tras sus gafas negras, grandes como un antifaz o una máscara. Me pregunto quién se esconde detrás.
Sobre las once ya estaba de vuelta, con mi contrato en la mano, dispuesta a empezar con mi primer trabajo. Toda ilusión, toda entrega.
- Este pasillo es semicircular, como ves, y por él podemos llegar a cada una de las habitaciones. Los techos son muy altos y tengo la idea de pintarlos de azul claro, que den la idea de un cielo. Las habitaciones de la izquierda dan a la calle y las de la derecha al patio interior. Te voy a enseñar la de el fondo, que es mi preferida.
Una habitación enorme, en el centro, un majestuoso piano negro de cola, una guitarra española y otra acústica. Varios instrumentos musicales africanos y tres o cuatro armónicas perfectamente alineadas, de mayor a menor. Aparatos de grabación y reproducción, una pequeña mesa de mezclas. Cuadros alusivos a la música y jarrones de flores vacíos.
- Esta era la sala de música de mi mujer. Se pasaba aquí media vida. Tocaba, componía, se grababa, se escuchaba, leía mucho sobre música y llevaba una sección de crítica musical en una revista especializada. Pero ya no está. Si te gusta escuchar, o tocar, lo que quieras, puedes hacerlo con la condición de que me avises para escucharte. Hay miles de discos de todas las clases y estilos, partituras, láminas, etc.. La parte de la música la dejaremos para el final. Vete saliendo, por favor.
Me quedé observándole. Sobre el piano había una fotografía en un portarretratos de plata. La cogió y pasaba sus manos sobre el cristal sobre el rostro de una mujer guapa y sonriente. Finalmente la acercó a sus labios y la besó. Con su bastón, con empuñadura de marfil, se guiaba y llegó hasta mi.
- Tuvimos un grave accidente de tráfico. Murió en el acto. Estaba embarazada de seis meses y yo, ya ves, me quedé ciego. Hace ciento ochenta y siete días y tres horas.
- Lo siento, señor.
El hombre ciego me dejó deambular por la casa, entraba en cada habitación y durante un rato contemplaba minuciosamente lo que allí había. Trabajo para varios años.
El ala opuesta eran habitaciones de uso doméstico, los dormitorios, dos baños y la cocina, según me dijo.
- Angie, ven. Vamos a bajar al garaje, quiero que veas los coches y la moto.
Al abrirse la puerta del ascensor se me ocurrió coger su brazo derecho para indicarle cómo entrar. Bruscamente me apartó la manó y casi gritando, iracundo, dijo:
- Suéltame, soy ciego, pero no gilipollas.
Me asustó. Dentro, como si hubiera notado mi disgusto, acercó su mano a mi pelo, bajó despacio, como si quisiera memorizarme y con los dedos me tocó los párpados, la nariz, los labios, las comisuras, mis orejas, mi barbilla, bajó hasta mi cuello, me rodeó con su enorme y fría mano... dios, esa mano era como si me lamiera.
- Angie, eres muy guapa. No te pongas triste por mi carácter. Son arrebatos. Perdona.
- No pasa nada, señor. Me acostumbraré. Pero no pude reprimir un lágrima que el hombre ciego no pudo ver.
“Hombre débil, levanta la frente,/ pon tu labio en su eterno raudal;/ tu serás como el sol en Oriente;/ tu serás, como el mundo, inmortal”/. José de Espronceda.

sábado, 2 de agosto de 2008

NECESITAMOS LOS MASAJES

De regreso a casa pasé por el bar de la esquina, especializado en patatas bravas y otras delicias, compré dos bocadillos grandes de calamares y dos botellines de cerveza. Al salir, varios papeles por el suelo me llamaron la atención. Cogí uno de ellos y lo metí en el bolso, como si escondiera algo prohibido, para leerlo en el baño.
Marlene aún dormía plácidamente. No quise encender la luz. La penumbra, rasgada de pequeños haces luminosos, permitía ver la desnudez de mi compañera. Su cuerpo, broncíneo, brillaba sudoroso. Su cabello, tan negro, tenía las puntas mojadas y sus caderas y toda su figura, de espaldas, mostraba una extraña y seductora belleza. Su muslos dejaban ver una ligera parte de los labios de su sexo. Sus piernas largas y sus pies, de planta más blanca, parecían interminables.
Me quedé sentada en la ladera de mi cama. Aquella mujer me hubiera gustado si me gustaran las mujeres. No era de extrañar su éxito con los hombres. Despacio, me levanté y empecé a quitarme la ropa, sin hacer un ruido. Me quedé desnuda y sobre la colcha, ladeada, contemplaba, con deleite, mientras pensaba en el hombre ciego. Se me iba la mano a mi bosque de vello negro pero no quise.
Me puse la bata de estar en casa y sin nada debajo, encendí la luz de mi lamparita. Cogí mi libro de poemas y leí un rato hasta quedarme dormida. Un leve carraspeo me despertó. Marlene, de píe sonreía.
- ¿Tienes calor verdad?
- Mucho, no lo soporto.
- ¿Sabes una cosa, Marlene? Tengo trabajo, mañana empiezo. Para celebrarlo he traído unos bocadillos de calamares y unas cervezas.
- ¿Sabes tu otra cosa? Dejaste impresionados a Vladimir y a Mario. Hablaron de repetir la cena y las copas el viernes noche.
- Bebí más de la cuenta y no tenía que haberme dejado besar de esa manera.
- No seas pendeja. Debiste haber venido con nosotros. Lo pasamos muy bien y te echamos de menos.
Los bocadillos estaban riquísimos. Marlene habla por los codos. Su vocabulario es infinitamente más rico que el mío y sabe de todo. Dice que el sábado quiere que la acompañe a ver a Onetti y cree que tendremos la cámara de fotos antes del domingo.
- ¿Me das un masaje?
- No sé dar masajes. Si me enseñas...
- Quítate la bata y extiéndete boca abajo.
Hablaba de las técnicas orientales, de lo beneficiosos y relajantes que resultaban. Dice que compraremos aceite especial y que cogeremos la costumbre de hacerlo con frecuencia. Si tuviéramos bañera... suspiraba. “Date la vuelta”. Hablaba del vello de mi pubis, tan negro y espeso, mientras sus manos de largos y finos dedos me masajeaban el cuello, los hombros, los pechos y el resto hasta los dedos de los pies... Ahora te toca a ti... Juan Carlos Onetti está enfermo y no se levanta de la cama nunca. Ha decidido dejarse morir. Necesitamos los masajes, la relajación, la energía del erotismo y la sensualidad. Busca hombres que vivan en hoteles, allí hay grandes bañeras y grandes toallas. Tenemos que cambiar esta sociedad capitalista de mierda. En Chile hay huelgas y no se sabe cómo terminará aquello. Vladimir está preocupado porque no llegan buenas noticias. Al contrario. Presiona suave, pero fuerte. Me gustaría arreglarte el pubis, lo tienes demasiado salvaje ¿Tienes maquinilla?
“Ser río que corre, ser nube que pasa,/ sin dejar recuerdo ni rastro ninguno/ es triste, y más triste para quien se siente/ nube en lo elevado, río en lo profundo”. José Santos Chocano.